martes, 15 de diciembre de 2015

Resultados, no “paja”

Benjamín Cuéllar
10 de diciembre de 2015

El día de los santos inocentes se adelantó en El Salvador. Donde se celebra en el mundo, la fecha en que se celebra es el 28 de diciembre. Ni antes ni después. Pero acá, según parece, comenzó a conmemorarse por adelantado. Y sus pregoneros son dos exguerrilleros a los que alguna gente, antes, no dejaba de tenerles cierto respeto. Pero ahora que se han dedicado cual “palabreros” a “encantar serpientes”, ya no; podrán provocar cualquier otra cosa –risa, lástima o rechazo, quizás– menos respeto. Eso no es algo que se saca de la manga. Es, más bien, la evidente conclusión a la que se llega luego de leer la cantidad de comentarios que en los medios se hacen a las declaraciones de Benito Lara y Eugenio Chicas, cuando ambos presumen “grandes logros” oficiales en materia de seguridad ciudadana. 

No faltará quien diga: “Calladitos se ven más bonitos”. Pero en este caso, ni eso. “No aplica”, como suelen advertir. Artificios discursivos mal montados, son los que estos dos “altos” funcionarios pretenden que la gente les compre así nomás y sin chistar; lo que antes criticaba ambos con razón y con pasión, hoy lo intentan justificar haciendo un chocante “papelón”.  Y es que realmente ofende que le digan a una población mayoritaria, abatida por la muerte violenta y las extorsiones, que dentro de poco El Salvador volverá a ser un país “tranquilo” y “seguro”. Bueno, cabe preguntar, ¿y cuándo lo fue? ¿Será que están de acuerdo con aquellas mentes que “nostalgian”, así dice Benedetti, los tiempos dictatoriales del general Maximiliano Hernández Martínez?  

De igual forma es poco serio asegurar, sin moderación alguna, que este año es cuando más se ha golpeado al crimen organizado. ¡Por favor! Si es cierto, ¿dónde están los indicadores para medir objetivamente eso y cuáles son los resultados para hacer una evaluación seria al respecto? Si no se respalda con información seria y confiable, lo que están haciendo es lo que hicieron los otros gobiernos durante todos los años transcurridos –casi veinticuatro– después de la guerra: hablar pura y dura “paja”. Y eso, hay que decirlo con todas sus letras como el gran Discépolo en su memorable tango “Cambalache”, es una falta de respeto y un atropello a la razón. Tal vez más que eso: es una burla descarada, un absoluto agravio a quienes sufren a diario el azote de la delincuencia y la inseguridad que la misma produce.     

Pero, ¡aleluya!, hay que creer con fe ciega lo que dicen allá en las alturas y no fijarse cuánto se incrementaron las víctimas asesinadas a lo largo de este 2015 en plena agonía; hay que hacerse de la vista gorda ante las ejecuciones que producen los sicarios de un lado y del otro; hay que asumir como parte del presupuesto individual, familiar y empresarial, el pago de todas las “rentas”… En fin, hay que tener fe y pensar que lo expresado por el ministro Lara y por Chicas –vocero presidencial– son los buenos deseos o los propósitos del actual Gobierno para los próximos doce meses.


Pero podrían hacer algo más que soñar despiertos o pretender tapar el sol con un dedo. Podrían, por ejemplo, dejar de repetir lo que es una de las herencias que esta administración del Órgano Ejecutivo recibió y mantiene de las anteriores. “Los padres son responsables de lo que sus hijos ven”, continúa advirtiendo el Ministerio de Gobernación antes de iniciar un programa de lo que sea en los canales de televisión “abierta”. En lugar de eso, deberían procurar que se deje de exhibir –película tras película– lo que por la de “cable” se mira y escucha en el llamado “Cinema dinamita”: sexo explícito, narcotraficantes convertidos en “íconos” y balaceras, una tras otra a diestra y siniestra con el reguero de cadáveres por todos lados. También se ve en otros canales, pero este es el que se lleva el primer sitio.

¿Cómo echarle oficialmente la responsabilidad de que niños, niñas y adolescentes vean semejantes “espectáculos”, a sus padres y madres que andan trabajando o buscando trabajo, que se fueron del país a “rebuscarse” allá en “el norte” o que partieron de este mundo, víctimas de la muerte lenta o de la muerte violenta? Eso es culpar a quienes dejan a sus hijos e hijas encerrados entre cuatro paredes, para evitar que algo malo les ocurra fuera.

Desde hace ratos deberían haber visto qué hacer, desde el Gobierno, para adecentar los malsanos contenidos televisivos o de plano erradicarlos. Si “patalean” quienes se lucran con estos negocios, llamen a sumar fuerzas a las voces que ahora se llenan la boca pronunciándose contra la corrupción; que no sean “sepulcros blanqueados” y que se lancen con igual ímpetu, junto a las autoridades estatales, en la lucha por evitar que se sigan corrompiendo las mentes y las almas de niñas, niños y adolescentes.

Esto es solo un ejemplo de algo práctico que se tendría que hacer con urgencia y contundencia. También habría que tener el valor necesario para enfrentar otro grave problema: el de las cientos de miles de armas de fuego que hay diseminadas por todo el país, sabiendo que la mayor parte de los asesinatos se cometen precisamente con esos instrumentos de muerte. ¿Por qué no empiezan por retirar las que son portadas ilegalmente y se impone una veda a la venta de otras más?

Hay mucho por hacer y el tiempo se le va acortando al Gobierno del “buen vivir”. Ya está por culminar una tercera parte de su período. Bueno, eso si no hubiesen elecciones en el horizonte. Pero las hay y seguidas, en el 2018 y el 2019, con sus consiguientes campañas  inmensamente caras, rebosantes de demagogia y adelantadísimas. Siendo “bien pensados”, en ese escenario y en “tiempo real”, quizás solo resta el 2016 para hacer algo en serio. Así que, para  comenzar a salir de este “mal morir” en el que se debate tanta gente, no queda otra que exigir más resultados y menos “paja”. No solo al Ejecutivo. ¡A todo el aparato estatal!


Si no, aténganse a las consecuencias. Bien dice Lanssiers que “quien vive de la esperanza, muere en ayunas, y los Padres de la Patria tendrían que percatarse de lo obvio: cuando el pueblo pierde la ilusión de poder cambiar las cosas a largo plazo, tiene la tentación de cambiarlas de inmediato”.   

Vamos patria a caminar

Benjamín Cuéllar
03 de diciembre de 2015
                                                            
El pasado lunes 30 de noviembre se presentó en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA) una revista. Realmente interesante, sí; hay que decirlo de entrada. Tanto por su contenido como por algo que no suele suceder tan frecuentemente: el público presente en el auditorio era bastante  nutrido. No estaba lleno a reventar el sitio, pero la asistencia había llegado por su gusto y no por obligación. Buen punto a favor del Centro de Asuntos Estudiantiles, que es la unidad de la UCA que la produce. “La letra capciosa” se llama. Acertadamente bautizada por quienes le dieron vida, los textos incluidos en el número presentado en esta ocasión –el octavo– giraron alrededor de lo que desde siempre es en El Salvador –a veces más, a veces menos y por las razones que sean– el “pan amargo de cada día”: la violencia. 

Al hablar sobre la misma, entre tantas cosas se aborda su prevención. Y salen personas expertas de todos lados: de organizaciones intergubernamentales y entidades de distintos países que no tienen nada que ver con los gobiernos, aunque las provean de fondos; de los mismos gobiernos; de grupos de la llamada “sociedad civil”, en medio de una sociedad incivilizada; de las iglesias y las universidades… En fin, de todos lados.

Y recomiendan, asesoran, advierten, critican, predican, investigan… Prevención de la violencia –se lanzan a definir– es la obligación estatal de garantizar vidas y seguridad de las personas, al dotarlas de los recursos básicos requeridos que les permitan el disfrute de un desarrollo humano digno. Prevenir la violencia –precisan– exige políticas públicas integrales –coordinadas, no sectoriales– que con enfoques de derechos, género y equidad, ataquen con todo a los factores estructurales que la originan y a sus consecuencias inmediatas que deterioran día a día la calidad de vida de la población.


Para avanzar en este ámbito –aterrizan las iluminadas mentes– es necesario garantizar en la sociedad seguridad cierta y efectiva, pronta y cumplida justicia, recuperación y creación de espacios públicos comunitarios y municipales, que las armas solo estén en manos autorizadas por ley… Según los sesudos análisis, habría que establecer las prioridades por sectores de población y zonas geográficas. Son indispensables los mejores recursos humanos y materiales, dicen; también la participación de la familia, la comunidad, la escuela, la empresa privada y demás. Y hablan de valores, transformación de conflictos, cultura, deporte, recreación…

“Arte, belleza, poesía… Extrañas palabras, ¿serán un conjuro?”. Esto que canta Aute, bien puede aplicarse a todo lo anterior. Porque conjuro es –por definición– la “fórmula mágica que se dice, recita o escribe para conseguir algo que se desea”; también es “ruego encarecido”. Y es que acá en este país se desea, mucha gente y con mucha urgencia, que la violencia se reduzca a su más mínima expresión y que se den las condiciones para su permanente prevención. Tratados, estudios, propuestas, buenas intenciones y “ruegos encarecidos” al Creador, no faltan. Pero –siguiendo con Aute– “hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro”. Cobrar el seguro pesa más que hacer realidad el conjuro. 


Pero hay salida para ponerle paro a los eternos pleitos partidistas que han achicharrado, hasta ahora, el “paraíso”; ese que prometieron y se comprometieron a construir cuando firmaron, hace casi ya veinticuatro años, el Acuerdo de Chapultepec. “Alcanzamos la paz”, decían entonces. Claro que sí, pero solo para ese par de ejércitos que pasaron a ser –con la conversión política de la antigua insurgencia– dos aplanadoras electoreras que viven en pleito permanente por conseguir votos y más votos.

No habrá nunca salida de este infierno de exclusión política, económica y social –quemante con su altísima temperatura de inseguridad, violencia y mortandad mientras sean solo cuarenta o cincuenta personas protestando contra la corrupción fuera del Centro Judicial “Isidro Menéndez”, mientras se espera la decisión del juez en el caso del expresidente Francisco Flores. No habrá nunca salida de este averno, mientras no haya una tan sola persona en la Asamblea Legislativa reclamando la elección –por fin– de la mejor persona para ocupar la titularidad en la Fiscalía General de la República.


No habrá salida mientras la gente siga creyendo que las cosas se arreglarán, con miles y miles de “no me gusta” la realidad nacional  en las “redes sociales”. Así solo se enredan e inmovilizan las necesarias luchas sociales, quedando las demandas sentidas de la población entre la politiquería barata en provecho de quienes se lucran de la misma. ¿Socialismo? ¿Capitalismo? Esos dos “conceptos” añejos y trasnochados quedaron atrás. Hoy, la bandera que enarbolan es la del “cinismo”. Por eso, ser revolucionario ahora es sinónimo de ser decente, de hacer el bien y de luchar por la justicia integral; ser contrarrevolucionario ahora es ser indecente, hacer maldades y asegurar su impunidad.

El 18 de febrero de 1979, en tiempos terribles como los actuales, el beato Romero –tan necesario hoy, dentro y fuera del clero– proclamaba esperanza. “Muchas veces –afirmó entonces desde su púlpito en su catedral– me lo han preguntado […]: ¿Qué podemos hacer? ¿No hay salida para la situación de El Salvador? Y yo, lleno de esperanza y de fe, no solo una fe divina sino una fe humana, creyendo también en los hombres, digo: sí hay salida; pero, ¡que no se cierren esas salidas! ¿Cuáles son esas salidas? […] Ustedes, los cristianos políticos; ustedes, los que tienen capitales y son cristianos; ustedes: los sociólogos, los técnicos, los profesionales… Ustedes tienen la llave de la solución. […] La Iglesia les da lo que no pueden tener ustedes: la esperanza, el optimismo para luchar, la alegría de saber que hay solución, de que Dios es nuestro Padre y nos va impulsado”.

“Porque así como para curar al paralítico –continuó predicando el obispo mártir– necesitó hombres que lo subieran al techo y lo pusieran frente a Cristo, también Cristo y Dios podrán hacer, ellos solos, la salvación de nuestro pueblo. Pero quieren, también, tener camilleros; hombres que le ayuden a llevar a este paralítico que aquí se llama la república, la sociedad, para que lo pongamos con manos de hombre, con soluciones de hombre, con pensamientos de hombre, frente a Cristo que es el único que puede decir: ‘He visto tu fe, levántate y camina’. Y yo creo que, nuestro pueblo, ¡se levantará y caminará!”.

Sí, monseñor, caminará cuando pase de la indignación individual y casera en Internet, a la acción general y certera en las calles. Ya lo anunció el gran poeta chapín, Otto René Castillo, “vamos patria a caminar, yo te acompaño”.
                                                                                     


martes, 1 de diciembre de 2015

El Salvador, de nuevo reprobado

Benjamín Cuéllar

En este “paisito” lo que sobran son situaciones inadmisibles y hechos concretos que no violan derechos humanos; más bien, los devastan. Para denunciar o solo comentar eso, no habría que escribir una vez a la semana; habría que hacerlo los siete días y no bastarían. Hubo quien dijo hace poco: “¡Ahí está el tema semanal para la YSUCA!”, refiriéndose al sonado caso del  “descuartizador”, Rodrigo Chávez Palacios, quien recientemente recobró su libertad en medio de –todo apunta a ello– una terrorífica y descarada “leguleyada” o una descabellada “locura” judicial en un sistema de justicia desquiciado por la corrupción, la ineficacia y la impunidad. ¿Cómo un criminal confeso puede andar entre la gente sin más, tras haber hecho lo que hizo hace quince meses?


Matar a un ser humano y luego cercenar su cuerpo para distribuir sus pedazos a diestra y siniestra en la ciudad capital, no es ningún simple homicidio como lo planteó la acusación fiscal. Pero bueno, así son las cosas en un El Salvador donde la indignación individual o casera no se transforma –de una vez por todas– en una digna acción colectiva contundente en aras de cambiar de tajo semejante estado de caos, no de cosas. Mientras, hay mujeres humildes condenadas a treinta o cuarenta años de cárcel por supuestos “delitos” satanizados por “gente bien”, que implacablemente las señalan con su dedo flamígero como las peores asesinas del universo acusándolas de haber abortado. Los sepulcros blanqueados, en estos escenarios, se quedan “pachitos”. 


Entre los temas recientes que podrían merecer atención en este modesto espacio de humilde opinión, está el de más de un medio centenar de víctimas mortales contabilizadas el pasado jueves 19 de noviembre en el territorio nacional. También lo acontecido en París un día después, en el marco de un mundo barbarizado por los intereses de dominación económica y política por parte de potencias del todo impotentes para sembrar y cosechar la paz, en cuyo nombre pasan perennemente haciendo la guerra. Hay más de qué hablar, como lo que ocurre en las calles de la vecina ciudad de Santa Tecla: la violencia que enfrenta la venta informal con el Gobierno municipal, con hondas raíces estructurales.

Pero no. De lo anterior, hay muchas y mejores plumas que ya consignaron y siguen consignando esos sucesos. De igual forma, atacando y defendiendo posturas encontradas por ser partidistas y electoreras, algo se ha dicho sobre un asunto crucial para un decoroso desarrollo nacional: los resultados de la última “Prueba de aprendizaje y aptitudes para egresados de Educación Media”. La “traída”, “llevada” y muy manoseada “PAES”. 


En medio de un promedio nacional de 5.3 sobre diez, el ente laureado como el mejor fue el “Colegio Español Padre Arrupe” con una calificación general de 8.61. Felicitaciones dobles porque su éxito es prueba palpable y a la vez denuncia inobjetable del fracaso de un sistema educativo salvadoreño que termina incorporando, al nivel de estudios superiores, un estudiantado entre mediocre –en el mejor de los casos– o del todo mal preparado en realidad. No es un fracaso individual; es una grave crisis institucional no etiquetada ni como de “izquierda” ni como de “derecha”. Es fruto de la torpeza de dos proyectos partidistas, hay que insistir, que como el avestruz entierran la cabeza ante las críticas en su contra y sacan las garras afiladas para criticar a su “enemigo”.

Es así. No hay “vuelta de hoja”. Pero hay casos dignos de considerar. Está el de un joven inteligente, creativo y prometedor, al que su madre valiosa y valiente crió sola. Sola, léase, sin el progenitor; pero –eso sí– acompañada de una dignidad única, ética y hasta a veces defensiva a morir, educando y formando a su vástago con un enfoque de derechos humanos sin importar privaciones económicas y otro sinfín de dificultades nada sencillas. Se acaban de graduar él y ella. Él como bachiller. Ella, como mujer exitosa al ser parte esencial de ese importante logro académico al que le aportó lágrimas y sacrificio; igual del que también cosechó alegrías y orgullos como –por ejemplo– la calificación de su hijo: 8.5 en la PAES. Casi, por poca diferencia, la nota promedio del “Colegio Español Padre Arrupe”.

Al ver el cuadro de la educación nacional, hay que recordar lo dicho por un “gurú” de la coherencia –Hubert Lanssiers– al preguntarle qué esperaba de su alumnado en “La Recoleta”. “Encuentro triste –lamentó este cura belga fallecido en Perú hará casi una década– que solo se enseñe el resultado de las ciencias y no su historia: este fascinante viaje entre las hipótesis adoptadas y descartadas, entre las intuiciones y los instrumentos de medida que las confirman o las desmientes; […] este recorrido alucinante que nos lleva de Demócrito hasta Einstein; estos millones de experiencias detestivescas que sirvieron para desenmascarar un virus; esta concatenación, en el tiempo y en el espacio, de conocimientos elaborados por una multitud de cerebros hermanados que rescatan lo que queda, en el [ser humano],  de grandeza y dignidad. Actualmente, un alumno de primer año de ingeniería sabe más de física que Leonardo da Vinci o Pascal; pero, ¿sabrá pensar como ellos?”. Se cierran comillas. 



Pues bien, al promisorio y querido estudiante salvadoreño capaz de sacar 8.5 de nota “PAES” en medio de un 5.3 en “aprendizaje y aptitudes”, junto a un menos cero en seguridad para la comunidad educativa, no queda más que felicitarlo encarecidamente. A un Estado gobernado, Gobierno tras Gobierno con proyectos descalabrados y reprobados, no queda más que evidenciarlo y –más aún– condenarlo por condenar a la mala educación y la intolerable desesperación a la niñez, la adolescencia y las juventudes. Y así seguirá, elección tras elección, de no hacer lo debido: organización social de la indignación, encaminada a la acción firme contra los males que laceran la dignidad de las mayorías populares en este sufrido país. Si no, habrá que abrazarse a cualquier religión y encomendarse a su deidad para que nos cuide con un espíritu lleno de justicia, libertad y dignidad.

        


viernes, 27 de noviembre de 2015

"Es un hecho totalmente condenable tratándose de líderes religiosos, y sobre todo porque se habla de una niña que fue víctima continuada de esta aberración, con ejercicio del poder"... leer más en...
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/26/america/1448567863_160911.html

lunes, 23 de noviembre de 2015

Alegre rebeldía

Benjamín Cuéllar

Guillermo Hernández, “Albertico”, se pegó un balazo en la sien el 19 de noviembre de 1971; hay quienes dicen que, como era en vida, murió “chisteando”. Carlos Álvarez Pineda, “Aniceto Porsisoca”, cerró del todo su “Oficina para todo” y con sus “puesiyas” se marchó de este mundo el 9 de junio de 1993. María Teresa Yanes Moreira, “Doña Terésfora”; quien fuera también personaje en dicha “Oficina”, se despidió para siempre de su pareja –Mauricio Bojórquez, “Pánfilo a puras cachas”– el 18 de febrero de 1995. Arístides Alfaro Samper, “Chirajito” partió de su “Jardín infantil” a otra parcela, quizás más linda, el 22 de enero del 2010. Estas figuras se lucieron en la radio y la televisión nacionales por décadas, dejando recuerdo perdurables entre quienes disfrutaron genialidades que arrancaba sonrisas, carcajadas.


Hubo más que ya partieron, claro que sí. Pero entre tantos artistas notables de antaño, en medio de una muy difícil contienda, muchas opiniones coinciden en otorgarle el primer sitial a don Eladio Velásquez. ¿Cuándo murió? A saber. Pero este singular artista –conocido como “Chocolate”– recorrió el país de punta a punta con su carpa “México” contagiando alegría de la buena entre el pueblo pobre, sobre todo. Quién sabe desde cuándo y hasta qué año, él y “Cañonazo”, “Tortillazo”, “el hombre orquesta” y hasta “Chirajito” en algún momento,  hicieron las delicias entre hombres y mujeres de todas las edades y de todos los estratos sociales.

En ese circo, “Chocolate” presentaba una cándida función infantil; fuera de este, amenizaba cumpleaños y primeras comuniones. El espectáculo para el público adulto era de antología por su doble sentido y por su no pocas veces sentido “único”, directo y sin maquillar el chiste bien “colorado”. En fin, le sacaba a montones las risas a quien fuera; lo hacía payasada tras payasada pero de las buenas, para gozo de la gente. No de las entrecomilladas; de esas que, para nuestro mal, se dan a cada rato entre la farándula politiquera de esta comarca guanaca donde sus personajes tragicómicos se exhiben en la Asamblea Legislativa y en la Comisión Interpartidaria, en los medios y en las “redes sociales”, fuera del país y dentro de sus extrañas “asambleas” para “elegir” sus “autoridades”. 

A la membresía de esa especie no le alcanzan las “pistas” para mostrarse tal cual son: coloridos bufones, charlatanes y sin gracia, al servicio de los dueños de cada una de esas “carpas” que –más de una vez– las llaman pomposamente “institutos políticos”. A propósito, teniendo como escenario el Salón Azul legislativo, precisamente, “Chocolate” fue declarado “artista sobresaliente de El Salvador” y el 9 de noviembre de 1989 recibió el pergamino que lo acreditaba como tal. El primer considerando de ese decreto reconocía que “por muchas generaciones”, individual “o a través de grupos artísticos en carpas de circo”, él se perfiló como un artista cómico que supo “brindar sana alegría a personas adultas y, especialmente,” a la niñez en el país.

Así, dos días antes de la ofensiva insurgente que fue la máxima expresión militar de aquella pasada y lejana rebeldía, esta chispeante estrella circense recibió un homenaje oficial tras tantos años de bregar en aguas agitadas, derrochando picardía y fiesta. Al interrogarlo la prensa sobre dicho reconocimiento, con su peculiar agudeza –que impide transcribir su respuesta– dio a entender lo poco que le importaba. Y como era costumbre, provocó las risotadas de quienes lo escucharon.

Por cierto, vale la pena traer a cuenta una anécdota. No es chiste, pues dicen que se trata de un ex funcionario muy conocido por su pasado antes de ocupar el cargo; hoy, tras su paso por el Gobierno, vive y disfruta como auténtico “empresario exitoso”. Un día, su hijo le preguntó qué era la ética política. Serio y molesto, como siempre se mostró cuando se sentía interpelado con o sin razón, el cumplidor padre prefirió ilustrarlo con un ejemplo. “Estás en un puesto público importante –dijo– y el gestor de una multinacional te ofrece doscientos mil dólares, a cambio de adjudicarle el contrato en una licitación multimillonaria”. Ahí aparece nuestra ética política, porque estás ante disyuntivas que cuestionan y retan. Tenés que decidir. Difícil pero vital: agarrás el maletín con los billetes y te callás, o averiguás cuánto le ofreció a los demás para sacarle algo mejor; pedís que el dinero te lo den cheque o mejor en efectivo”. 


Esa, hablando en serio, no es ética política. Es la “ética”, igual entre comillas, de quienes vegetan a gusto y bien redituados en la “partidocracia”. Pero en ese entorno turbio también existen personas “extrañas”, “raras” por ser dignas. Abundan entre las primeras quienes solo pueden decir, cuando agradecen una invitación, “me siento honrada”; las segundas, escasas, son honradas sin más por ser rectas y porque honran su compromiso con el pueblo sufrido al que el gran “Aniceto Porsisoca” le escribió la siguiente “puesiya”:

“Si usté supiera, patrón, lo que es estar en el mundo no teniendo qué comer. Vivir con seis riales diarios, con familia y aflicciones, más trabajo y sin raciones. ¡Esto ya no puede ser! Pero usté qué sabe déso,… del campesino. Déso no hay en el casino, solo hay bebida y placeres […] Qué sabe usté de sufrir, si vive con paz y calma. Quisiera verlo, patrón, achicharrándose el alma para poder existir”.

¿Cuánta falta hacen para cambiar de verdad, no solo como promesa electoral, esa realidad tan bien descrita en esta “puesiya” de Aniceto? ¿Cuánta falta hacen quienes sin pedir nada a cambio entregaron todo? ¡Hasta la vida! “Juancito” Chacón, “Quique” Álvarez Córdova, Manuel Franco, Humberto Mendoza, Doroteo Hernández, Enrique Escobar Barrera… Vuelvan de la terrible masacre impune en la que fallecieron, esa que ya ni sus ex “compas” recuerdan como debe ser, ocurrida en aquel pavoroso 27 de noviembre de 1980. Hace veinticinco años, ya. 



Vuelan por favor, encarnados en sangre ardiente y liderazgos nuevos, a sacar de la anquilosada burocracia partidista la alegría de una rebeldía robada e instálenla en este tiempo. Alegría y rebeldía que en mancuerna, ni cómodas ni acomodaticias –mucho menos complacientes– son la única solución para que este país no vuelva a tocar el fondo del barranco.


domingo, 22 de noviembre de 2015

Yo vengo de tierra adentro

Benjamín Cuéllar

Este miércoles 11 noviembre, a cinco días de otro aniversario de la masacre en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA), en la ciudad colombiana cuna del “patrón del mal” tuvo lugar un coloquio entre los tantos realizados en medio de la apoteósica séptima conferencia de CLACSO, siglas del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. En la misma participaron representantes de la UCA. Organizado y coordinado por el querido colega y amigo, Eduardo Alfonso Rueda, el coloquio mencionado proponía una discusión académica y vivencial, abierta y libre. A final de cuentas, resultó ser un encuentro en el cual –además– se rindió merecido homenaje al maestro Guillermo Hoyos Vásquez, filósofo colombiano y pensador comprometido con su país, la democracia y los derechos humanos desde la cátedra y el quehacer político no partidista, honesto y coherente.

Ya instalados en una sala dentro de la Plaza Mayor de Medellín, ciudad transformada para bien, Eduardo –profesor de la Universidad Javeriana en Bogotá y Premio de investigación en Bioética 2011, de la Fundación Víctor Grifols i Lucas 2011– introdujo el tema: “Democracia y derechos. Entre la crítica y la utopía”. En ese escenario, consideré necesario presentar el caso salvadoreño de forma descarnada, tal como se ha vivido y sufrido: como un proceso pacificador frustrado y frustrante sobre el cual hay quienes aún opinan que, con sus altas y bajas, ha sido y es “exitoso”.


Al público presente en la sesión, entonces, había que dejarle clara la realidad real salvadoreña en la posguerra. No se trataba de realizar en su presencia un ejercicio de masoquismo didáctico. Pretendía, más bien, un compartir sincero. Sobre todo para que en la Colombia que se espera edificar, no se haga lo que acá. Que no se cometan las mismas barrabasadas, picardías e insensateces políticas, económicas, sociales y mediáticas para favorecer “patrones del mal” entre victimarios impunes, empresarios cínicos y delincuentes de otros niveles.

Que conste: como en Colombia, en El Salvador no todos los empresarios son así; pero de que hay malandrines, los hay. A esos sectores minoritarios privilegiados, le han servido muy bien las conducciones del Estado desde que terminó la guerra hasta el día de hoy. No importa con qué mano lo hayan hecho, izquierda o derecha, la constante ha sido “meter las patas” en detrimento de las mayorías populares.  


Al recibir la invitación para asistir a la conferencia de CLACSO, como reflejo condicionado, vinieron como rayo a mi mente unos versos del mejor exponente vivo del son arribeño. “Yo vengo de tierra adentro –canta Guillermo Velásquez– y hay en mí un cruce de herencias, ímpetus, mitos y creencias que en encuentro y desencuentro desestimo o reconcentro, armonizo o descoyunto. Soy de un tiempo ya difunto y de otro que quiere ser. Para más darme a entender, yo soy lo que soy y punto”.

¿Qué relación hay entre el coloquio en mención y las anteriores estrofas del “huapanguero” guanajuatense, allá en el México lindo y “qué herido”?  Pues, para mi gusto y disgusto, mucha. Colombia y El Salvador son tierras con historias –inspiradoras unas y aterradoras otras– dentro y entre las cuales se tejen marañas de sensaciones y emociones, devociones e inspiraciones… También lamentaciones y muchas. Tierras donde se ha luchado por dejar de ser, desde las entrañas de sus propios y ancestrales males, para llegar a ser en la liberación de los mismos… Tierras adentro, la colombiana y la salvadoreña –como la mexicana– ensangrentadas; tierras que son, han sido y serán…

Han sido, para bien, el teatro de operaciones en las batallas por la defensa inalienable de los derechos humanos y la protección de las víctimas. Han sido, para mal, calles y caminos por donde transita la gente que se desplaza dejando atrás humildes viviendas, escasos haberes y comunidades azotadas por la violencia criminal. Quién sabe cuántas personas han visto caer en pedazos sus proyectos de vida, abandonando sus comarcas para al menos salvarla.  


Todo eso lo tratan de cubrir con negociaciones y procesos de “paz”, entre quienes mucho tienen que ver con la maquila del sufrimiento y la desgracia para las mayorías populares. Ojalá en Colombia las víctimas irrumpan en lo que se viene, siendo parte de un proceso de pacificación real para evitar que fracase en su perjuicio; para impedir que solo los firmantes de los acuerdos se beneficien, apropiándose de su conducción y dejando que aquellas únicamente reciban solo una parte de lo que les sobre.


Esto último ocurre cuando las mafias politiqueras juegan sucio. Los ilusionantes y  promisorios “nuevos países” terminan siendo, en palabras del maestro Hoyos, “democracias fetiche”, Como la salvadoreña de la posguerra. Segundo Montes iba a participar en un evento que se realizó, fuera del país, en diciembre de 1989. No pudo viajar. Lo masacraron antes junto a Julia Elba, Celina y sus colegas jesuitas, el 16 de noviembre. Pero al final del texto que leería, quedó algo que a la tierra colombiana y sus mayorías populares –ahora que les ha llegado la hora– les viene bastante bien para considerarlo: “No es tiempo todavía de cantar victoria por la vigencia de los derechos humanos, pero tampoco es tiempo aún para la desesperanza”.

martes, 10 de noviembre de 2015

Injusticia tradicional

Benjamín Cuéllar

Este jueves 5 de noviembre, en Brasilia se inauguró el evento denominado “Judicialización de la justicia de transición en América Latina”. Interesante en sí mismo por lo que trató. Pero también porque, además, el caso salvadoreño fue materia de estudio. Dividido en temas, dentro de los cuales se incluían preguntas atinentes, había que escoger en el menú del encuentro qué era pertinente contestar; asimismo, debía seleccionarse por dónde hacerlo dependiendo de la experiencia de cada país examinado, entre los cuales estaban algunos del norte, del sur y del centro de estas tierras “ameríndias” esquilmadas ayer, hoy y ojalá no para siempre. Había, pues, que hacer el esfuerzo por sincerase con todo de cara a la realidad. Y había que comenzar por donde es debido: por el principio.  


El tema inicial, el de la responsabilidad penal por las atrocidades cometidas, arrancaba con las siguientes interrogantes: ¿Hubo concesión de amnistía, indulto o cualquier otra forma de impunidad para los agentes estatales o no, responsables por las graves violaciones de los derechos humanos cometidas en su país? ¿Por cuales medios? ¿Cuál fue el tipo de amnistía? Pues había que responder que sí; que en El Salvador hubo auto amnistía por la vía legislativa, la cual fue inconsulta, amplia, incondicional y violatoria de todos los estándares internacionales de derechos humanos habidos y por haber.

¿En caso afirmativo –seguía el cuestionario– las medidas permanecen vigentes, o han sido anuladas o derogadas? ¿Han sido superadas o limitadas de modo interpretativo? La respuesta: en El Salvador de hoy, a casi veintitrés años de aprobada, la amnistía se mantiene vigente. No ha sido ni anulada ni derogada. Tras la presentación de varias demandas que acumuló, la Sala de lo Constitucional emitió el 26 de septiembre del 2000 una sentencia “gallo gallina”. Resolvió que era constitucional. Pero determinó que no debía aplicarse cuando se restringieran la conservación y la defensa de los derechos humanos fundamentales, tanto de las víctimas de antes y durante el conflicto armado como los derechos de sus familiares.

Tampoco cuando los responsables de los delitos hubiesen sido funcionarios en el período presidencial de Alfredo Cristiani, que es durante el cual se aprobó ese nefasto “cheque en blanco” de arbitraria protección para los responsables de la barbarie. En virtud del artículo 244 constitucional, aquella sala bastante sucia y desordenada con minúscula, por serlo de hecho desaprobó apocadamente la amnistía que se recetaron para sí, quienes dirigieron la Fuerza Armada durante los últimos años de la guerra. Léase u óigase: el general René Emilio Ponce ya fallecido y su “tandona” aún vivita y coleando. Sobre esa base, entonces, cada juez debía decidir si otorgaba la amnistía o no, en un determinado caso. Ello, para mal actual del país, según el Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no tuvo “como consecuencia, en la práctica, la reapertura de investigaciones por estos graves hechos”.

De todo el universo de atrocidades que se cometieron, han sido muy pocas las denuncias de las víctimas presentadas ante una Fiscalía General de la República históricamente inoperante, tanto en esta como en otros sensibles asuntos justiciables. Y de esa escasa demanda, solo en una ocasión se declaró inaplicable la amnistía: en el caso de la masacre en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), ordenada y realizada por militares el 16 de noviembre de 1989. Eso ocurrió en el 2000 con los autores intelectuales,  pero fueron sobreseídos por una ilegal prescripción. A punto de cumplir veintiséis años de ocurrida, mientras van y vienen los gobiernos de cualquier signo, sus responsables mediatos e inmediatos  permanecen protegidos por la más absoluta impunidad.

 Siempre, la UCA y su Instituto de Derechos Humanos le han exigido a esa Fiscalía sin importar quién sea su titular total, todos han sido muy parecidos para mal investigar y juzgar sobre todo a sus responsables intelectuales. Tan legítima acción no progresó nunca hasta la fecha, pues las “autoridades” de todo el sistema de justicia conspiraron y siguen conspirando para garantizarles su ilegal e ilegítima seguridad. En realidad, tanto el “proceso judicial” contra los autores materiales en 1990 y 1991 como la bufonada judicial que culminó con una audiencia inicial arreglada en el 2000 no fueron más que tremendos fraudes. Por eso, desde el 2008, este caso emblemático está sometido a la jurisdicción universal en la Audiencia Nacional de España.  


Así las cosas, la amnistía no ha sido superada ni siquiera de modo interpretativo en el país, no obstante exista la citada sentencia constitucional. Más aún, dicha ley espuria sigue siendo obstáculo quizás el principal para alcanzar la ansiada paz en El Salvador pese a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos le ha ordenado al Estado salvadoreño “abstenerse de recurrir a figuras como la amnistía, la prescripción y el establecimiento de excluyentes de responsabilidad, así como medidas que pretendan impedir la persecución penal o suprimir los efectos de la sentencia condenatoria”. 



La impunidad en El Salvador fue, es y será mientras persista, propiciadora de luto y dolor. Pero a quienes dizque gobernaron y dizque gobiernan este país donde la sangre corre y corre sin sequía alguna que la pare esa dolorosa realidad parece que les vale o por lo menos disimulan muy bien que no. De ahí que la violencia atroz y despiadada, diaria e insoportable, ya asumida como causa natural de muerte en el país, siga y siga. En el nombre del padre, pues, del hijo y del espíritu santo también, no queda más que persignarse aunque no resignarse esa injusticia tradicional. 

domingo, 1 de noviembre de 2015

Día de “muertos”, “país de muertes”

Benjamín Cuéllar

Se acerca el primero de noviembre. Será este domingo cuando en todo El Salvador se conmemore el “día de todos los santos”; en todo El Salvador aunque no toda su población, por la diversidad de creencias y cultos. Luego, el lunes 2, se recordarán los llamados “fieles difuntos”. Esas fechas, en el país, siempre son de un enorme significado y generan variados sentimientos. ¿Por qué? Pues por lo obvio: la tradición. Pero no solo por eso. También porque las personas que fallecieron violentamente, con todo el sufrimiento que padecen sus familias, lastimosamente han sido el eterno “calvario” para las mayorías populares en esta dolida parcela. En medio de esa periódica y eternizada realidad, a la gente que la padece no le queda más que ponerse en manos del santo o la santa de su mayor devoción.  


A lo largo y ancho del territorio nacional, según el director de la Policía Nacional Civil, durante el fin de semana recién pasado fueron setenta y dos las víctimas mortales. El comisionado Mauricio Ramírez Landaverde agregó, el lunes recién pasado, que ya suman 4,500 las de todo el presente año. Ese mismo día fallecieron más, al siguiente más y al otro  más… Y así, la de nunca acabar. En ese campo de batalla nacional no hay que hablar de una guerra, ni cansarse de repetirlo. Hay que hablar de tres: entre maras, contra las maras y de las maras contra las personas decentes e indefensas.

De estas últimas, cabe decir que no tienen seguras ni sus vidas ni sus pocas pertenencias. Solo las tienen quienes viven en el confort y la opulencia, con la seguridad que les brinda tener recursos en abundancia. Al resto lo que le toca es caminar −cotidiana y llena de miedo− por el filo de la navaja sorteando cintas amarillas que rodean cuerpos inanimados tendidos en el suelo, ante los cuales se detiene un instante a observarlos, pensando en una posibilidad cercana y cierta a todas luces: la de estar quién sabe cuándo en esa misma posición y lugar. Le toca, además, andar esquivando las balas que van y vienen de acá para allá y de allá para acá en medio de enfrentamientos armados, como en los tiempos de antes: a plena luz del día y cada vez más frecuentes.

Esas muertes no deberían seguir ocurriendo cuando faltan unos meses ‒menos de tres‒ para que vuelvan a encenderse los reflectores, a sonar las trompetas y a escucharse los aplausos en torno a un glorificado “proceso de paz” que está por cumplir veinticuatro años, el próximo 16 de enero. Esas muertes son las que desmienten el discurso optimista que habla de logros y avances, cuando proviene del lado oficial; esas muertes son las  que cuestionan la sinceridad de las críticas y condenas, surgidas desde el lado opositor. Desde el fin de aquella su guerra, gobiernos y oposiciones van y vienen mientras las muertes no se detienen.

Niñas y niños, adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres de cualquier edad junto a policías y militares, jueces y fiscales… La lista es larga, amplia y sigue creciendo. Son casi cinco lustros de una falsa “paz”, de una “paz” armada y feroz; son casi cinco lustros de quién sabe cuántas víctimas, tanto las que mueren directamente como sus familias, también víctimas al quedar muertas en llanto. Igual lo son las comunidades anegadas en sangre y abatidas por todas las manifestaciones de violencia e inseguridad.   

El “día de todos los santos” y el de “los fieles difuntos” que se acercan, en El Salvador ya no tendrían que ser un par más en el calendario ni solo deberían estar dedicados a los rezos y los recuerdos. Deberían comenzar a convertirse en los días de la indignación, la unión y la acción de todas las víctimas para cambiar de veras la realidad actual. Tienen que juntarse para ello las víctimas de antes, durante y después de aquella guerra librada entre los grupos de poder, cuyas dirigencias negociaron y acordaron terminarla; esas dirigencias, junto a sus  alianzas de la posguerra –antes impensables algunas− son las únicas que han disfrutado la supuesta “paz” salvadoreña.   


Mientras, las mayorías populares solo conocieron y conocen la de los cementerios. Ahí van día tras día  a ser sepultadas o cada año, el 2 de noviembre, de visita a rezar por sus seres queridos. Ahí esperan para ser enflorados, quienes no siguieron el consejo de Serrat en su “Pueblo blanco”: “Escapad gente tierna, porque esta tierra está enferma. Y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer”. Pero como no pueden escapar las mayorías populares en pleno y parece que todavía hay algo que hacer, “quizás mañana sonría la fortuna”…


Pero esa fortuna que anuncia el catalán en su canción, nunca les sonreirá de no rebelarse contra ese fatal estado de cosas y contra los responsables del mismo. Si no asumen el protagonismo masivo e insumiso, con objetivos claros y sin pérfidos liderazgos de cara a la defensa de sus derechos humanos, no faltará mucho para que llegue el tiempo también de enflorar las pocas esperanzas que aún puede que les queden.


martes, 27 de octubre de 2015

Todo cambia

Benjamín Cuéllar

Décadas atrás, ese era un himno de las izquierdas latinoamericanas. Sí, himno y no canción. Ahora, es una realidad plena e indiscutible. ¡Todo cambia! Todo. Hasta el discurso y la práctica de la antigua insurgencia que en este país cantaba y quizás todavía canta –del “diente al labio”, probablemente– que no cambia su amor por más lejos que se encuentre, ni el recuerdo ni el dolor de su pueblo y de su gente. Sin más, remitámonos a tres pruebas. Una se produjo este lunes 19 de octubre, en la sede de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; la otra, tiene que ver con el combate de la impunidad; por último, algo relacionado con lo anterior: la elección del Fiscal General de la República. Nada que hablar, por ahora, de las denuncias sobre manejos extraños de fondos públicos.

En la citada entidad regional, durante su 156 periodo de sesiones, hubo una audiencia sobre desplazamiento forzado de población a causa de la violencia criminal; otra sobre “mujeres privadas de libertad por emergencias obstétricas”. En la primera, la delegación del Estado  salvadoreño –administrado durante seis años y cuatro meses por el partido que todavía se dice de “izquierda”– no aceptó la existencia de dicho desplazamiento forzado. La gente no abandona sus viviendas y huye desesperada, llena de pánico y desesperanzada por el asedio de las maras. La versión oficial sostiene que es “movilidad humana” en busca de una ansiada “reunificación familiar”. 


En la otra audiencia, la principal agente estatal –antes dirigente de una conocida organización feminista– cambió nacionalidad: se “hizo la suiza”. De entrada, dirigiéndose a sus contrapartes y a las tres comisionadas presentes dijo: “El Estado quizás, en primer orden, realiza una disculpa porque realmente lo que traemos preparado no refiere a nada de lo que ustedes han planteado, porque el documento que nosotras recibimos de parte de la CIDH hace referencia a la situación particular de mujeres privadas de libertad”.

¡Oh, sorpresa! La petición de las organizaciones sociales para comparecer en ese foro era clara, pero el Estado no entendió bien de qué se trataba el asunto o se confundió de audiencia. Eso que afirmó la vocera oficial, textual y de antología, fue inmediatamente refutado por la presidenta de la Comisión Interamericana, Rose Marie Belle Antoine. Al final, la vocera oficial de nuevo trató de justificar lo injustificable. En realidad, se quedó en un torpe intento por evadir el debate sobre las mujeres condenadas a décadas de prisión, por delitos inexistentes: abortos, homicidios agravados y homicidios agravados en grado de tentativa.

La funcionaria salvadoreña terminó su intervención así: “Si, no. Decir que El Salvador, bueno, tiene toda la disponibilidad –como lo ha hecho a lo largo de estos años– de asistir a estas audiencias, de abrir un diálogo siempre sincero ante toda circunstancia y que estamos en plena disponibilidad de contestar por escrito a todas las interrogantes que se han efectuado esta mañana”. Cierre, también de antología. No solo por la forma sino, además, por el fondo. Nadie del Estado asistió el 16 de marzo del 2013 a otra audiencia, con la presencia de las mismas comisionadas; casualmente el asunto a discutir giraba entorno a derechos sexuales y reproductivos.

Sobre el combate a la impunidad, está más que clara la posición del partido de Gobierno: no acepta que se cree una comisión internacional encargada de contribuir a eso que –sin lugar a dudas– es una deuda pendiente con las víctimas de antes, durante y después de la guerra. Ello, sabiendo que de no hacerlo seguirán produciéndose más y más víctimas.

La férrea y furibunda negativa actual del “farabundo”, solo es comparable con la férrea y arenosa negativa del partido de Gobierno en 1993. Ante una de las recomendaciones que la Comisión de la Verdad hizo también para golpear ese muro, resultó evidente el rechazo “arenero”. Aceptó a regañadientes, solo después de la fuerte presión ejercida mediante las repetidas visitas al país por parte del secretario adjunto de la Organización de Naciones Unidas, don Marrack Gouldin. Así nació el llamado Grupo conjunto para la investigación de grupos armados ilegales con motivación política. Era de esperarse tal aversión ante la pretensión de investigar, en serio, y desmantelar los escuadrones de la muerte. Claro. El que nada debe, nada teme; pero el que algo debe, tiene razón de temer y oponerse a cualquier riesgoso escudriñamiento si es de verdad. Y entre más debe, más teme y se opone.  


Las instituciones salvadoreñas funcionan, dicen sin inmutarse. Por eso, rematan, no es necesaria una comisión internacional para erradicar la impunidad o reducirla a su mínima expresión. Es más, al hablar de las que integran el remedo de sistema interno, se llenan la boca diciendo que el actual “fiscalón” –Luis Martínez– ha “hecho el esfuerzo necesario” y aseguran que en la Fiscalía ya es notoria su “capacidad investigativa”, lo que “ha ayudado a que mejore la aplicación de la justicia en el país”. Eso no lo dijo ningún derechista retrógrado y recalcitrante; es la posición de José Luis Merino, alto dirigente “efemelenista”, quien agregó que por eso el partido oficial está valorando la continuidad de Martínez.


Se acerca la “magna” asamblea general del partido de “izquierda”. Quien sueñe con recrear en ese escenario la célebre obra de George Orwell, publicada en 1945, andará más perdido que Adán en el día de la madre. No habrá ninguna “rebelión en la granja”. Quizás, “un día primero Dios…” Mientras tanto habrá que seguir entonando, ya no como himno ni como canción sino como alabanza: “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo…” Tenía razón mi primo “Pikín”, cuando escribió: “Contigo hay miles y miles que murieron, valiosos compañeros que amaron de verdad. Contigo Silvia, los mejores ya partieron… Los que cayeron por nuestra libertad”. Pero, como todo cambia, sin duda nacerán nuevas Silvias…



viernes, 16 de octubre de 2015

Huesos

Hoy, jueves 15 de octubre, se cumplen treinta y seis años del día en que la “juventud militar” lanzó el último golpe de Estado en el país. Último, hasta la fecha. Coincide el día con el cierre del Congreso internacional “Justicia transicional en México y Latinoamérica”. ¿Qué relación existe entre ambos asuntos? Mucha, aunque no tan visible. Para evidenciarla, se requiere conocer la historia política salvadoreña; al menos,  de 1970 a la fecha. Eso, por un lado. Por el otro, es necesario saber en qué mesa participó el representante del Instituto de Derechos Humanos de la UCA en el marco del citado encuentro académico, realizado en la tierra donde luego de un año persiste la dolorosa búsqueda de cuarenta y tres jóvenes víctimas de Ayotzinapa, en medio de la cual se sigue escarbando y encontrando fosas con huesos y más huesos de numerosas personas también desaparecidas de manera forzada.

Encuentro Justicia transicional en México y Latinoamerica
Escuela Libre de Derecho, México, D.F.
12-15 de octubre de 2015


Al hablar de eso, revolotea en el aire la inspiración del canario Pedro Guerra: “Podrían ser a simple vista solo huesos, desvencijados huesos enterrados al borde del camino. Abandonados huesos, no acariciados huesos de un dolor no amortajado. Pero no son a simple vista solo huesos, desvencijados huesos. En el calcio del hueso hay una historia. Desesperada historia, desmadejada historia de terror premeditado”.  Sin, importar el paso del tiempo, ahí está precisamente la conexión advertida antes entre ambos eventos: en la centralidad de las víctimas directas que ya no están y la de sus familiares que reclaman sin ser atendidas responsablemente en serio la verdad completa de lo ocurrido, la justicia plena que les deben y la reparación integral que precisan.

A lo largo del Congreso en mención tanto en la exposición como en el intercambio fructífero con alumnado y profesorado de la Escuela Libre de Derecho, en cuya sede se realizó el ponente del IDHUCA compartió con el público lo relativo a la naturaleza, la función y los alcances de la Comisión de la Verdad en El Salvador. Las experiencias colombiana y peruana fueron expuestas en el panel por investigadoras especialistas en la materia de ambos países; además, de cara a una posible entidad similar a futuro, intervino un colega mexicano.

En el caso salvadoreño, hubo que mencionar el antecedente nacional de la Comisión que investigó y esclareció atrocidades ocurridas entre 1980 y 1991, además de recomendar medidas para garantizar su no repetición. Producto de los acuerdos negociados y firmados por los bandos que aún siguen su pleito eterno, ya no con las armas y en las trincheras sino en las urnas y los medios, esa Comisión de la posguerra tuvo su precedente en la preguerra: la creada con la aprobación del noveno decreto de la Junta Revolucionaria de Gobierno, la primera de las tres que se formaron tras el exitoso levantamiento del 15 de octubre de 1979. 

Bueno, eso de exitoso es relativo pues pese a lograr la caída del general Carlos Humberto Romero el movimiento insurrecto vino al mundo contaminado con un virus mortal: el de los intereses perversos de poderes ocultos que, antes de nacer, le inyectaron oficiales de la vieja guardia castrense en su cabeza y su cuerpo. Esas ponzoñosas bacterias, echaron al traste las buenas y esperanzadoras intenciones contenidas en la proclamación del ideario  golpista en el que en esencia se justificaba la sublevación acusando al régimen de violar derechos humanos, fomentar y tolerar la corrupción y la impunidad, generar un desastre económico y social, y desacreditar “profundamente al país y a la noble institución armada”. 

Además, se sostenía que eso era “producto de anticuadas estructuras económicas, sociales y políticas” que no ofrecían a la mayoría de las personas “condiciones mínimas” para su  realización “como seres humanos”. También se denunciaban los “escandalosos fraudes electorales”, los “programas inadecuados de desarrollo” y la defensa de “privilegios ancestrales”. Había que instaurar, pues, un Gobierno “auténticamente democrático”. En coherencia con lo último, debía derribarse el muro de la impunidad que impedía avanzar con paso seguro hacia la democracia.  


Por eso se creó la Comisión especial para buscar presos políticos desaparecidos. Así la bautizaron. Su alcance, de forma intencional o no, ha sido ignorado dentro y fuera del país. Ni siquiera Amnistía Internacional la reporta. Pero, luego de las creadas en Bangladesh (1971) y en Uganda (1974), la salvadoreña sería la siguiente comisión de la verdad moderna. Tres abogados la integraron. Roberto Lara Velado, Luis Alonso Posada y Roberto Suárez Suay, eran sus nombres; el tercero fungía como Fiscal General de la República. Su labor fue impecable e encomiable, sobre todo por haberla desarrollado sin mayores recursos y sin conocimientos, ni teóricos ni prácticos. Pero les valsaba la ética, la rectitud y el valor para cumplir su misión.

En su informe incluyeron nombres de víctimas desaparecidas cuyos huesos ubicaron y las “cárceles clandestinas” que detectaron. Arriesgando sus vidas, pidieron juicio y castigo para Romero y su antecesor, coronel Arturo Armando Molina; también para los destituidos directores de los cuerpos de seguridad. Los integrantes de esta Comisión renunciaron a finales de 1979, tras el giro de ciento ochenta grados que le dio a un prometedor proceso que terminó desnaturalizado del todo. Su desempeño no solo incomodó a militares responsables de graves violaciones de derechos humanos; también a los poderes fácticos que los usó para mantener un  estado de cosas que les favorecía. Así las cosas, se desperdició la posibilidad de evitar la guerra que inició en enero de 1981.

En el espacio virtual se lee, hasta el día de hoy, una nota del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo el PNUD cuyo titular dice que El Salvador es “ejemplo de consolidación de la paz”. De la misma, no aparece la fecha de cuándo la “colgaron”; pero debe haber sido después del 2011, porque al final se habla de una reducción de las muertes violentas en el área metropolitana en febrero de ese año. Por ello, debe colegirse que es de al menos hace tres o cuatro años. Después vino la cuestionada “tregua” y, tras su final, de nuevo el montón de homicidios y feminicidios que nunca con o sin “tregua” dejaron de ser nada despreciables. 


¿Cuál pacificación, entonces? Solo la de los cementerios para la pobrería; también la de las “alturas” económicas y partidistas. Ojalá no les toquen sus puertas. ¿Por qué no, de una vez por todas, se intenta lo que Pedro Guerra propone? Él dice: “Y habrá que contar, desenterrar, emparejar, sacar el hueso al aire puro de vivir. Pendiente abrazo, despedida, beso, flor, en el lugar de la cicatriz”. Eso se traduce en hacer lo que hasta la fecha no se ha hecho en El Salvador: dignificar a las víctimas de antes, durante y después de la guerra para sentar el precedente necesario de lo que falta y se necesita con urgencia. Sin duda, la derrota de la impunidad. Hay que tocar lo, hasta ahora, “intocable”. Si no, habrá que seguir esperando desenterrar los huesos de un afamado pero fallido proceso de paz.