Benjamín Cuéllar
03 de diciembre de 2015
El pasado lunes 30 de noviembre
se presentó en la Universidad Centroamericana "José Simeón
Cañas" (UCA) una revista. Realmente interesante, sí; hay que decirlo de
entrada. Tanto por su contenido como por algo que no suele suceder tan
frecuentemente: el público presente en el auditorio era bastante nutrido. No estaba lleno a reventar el sitio,
pero la asistencia había llegado por su gusto y no por obligación. Buen punto a
favor del Centro de Asuntos Estudiantiles, que es la unidad de la UCA que la produce. “La letra
capciosa” se llama. Acertadamente bautizada por quienes le dieron vida, los textos
incluidos en el número presentado en esta ocasión –el octavo– giraron alrededor
de lo que desde siempre es en El Salvador –a veces más, a veces menos y por las
razones que sean– el “pan amargo de cada día”: la violencia.
Al hablar sobre la misma, entre
tantas cosas se aborda su prevención. Y salen personas expertas de todos lados:
de organizaciones intergubernamentales y entidades de distintos países que no
tienen nada que ver con los gobiernos, aunque las provean de fondos; de los
mismos gobiernos; de grupos de la llamada “sociedad civil”, en medio de una
sociedad incivilizada; de las iglesias y las universidades… En fin, de todos
lados.
Y recomiendan, asesoran,
advierten, critican, predican, investigan… Prevención de la violencia –se
lanzan a definir– es la obligación estatal de garantizar vidas y seguridad de
las personas, al dotarlas de los recursos básicos requeridos que les permitan el
disfrute de un desarrollo humano digno. Prevenir la violencia –precisan– exige
políticas públicas integrales –coordinadas, no sectoriales– que con enfoques de
derechos, género y equidad, ataquen con todo a los factores estructurales que
la originan y a sus consecuencias inmediatas que deterioran día a día la
calidad de vida de la población.
Para avanzar en este ámbito –aterrizan
las iluminadas mentes– es necesario garantizar en la sociedad seguridad cierta
y efectiva, pronta y cumplida justicia, recuperación y creación de espacios
públicos comunitarios y municipales, que las armas solo estén en manos
autorizadas por ley… Según los sesudos análisis, habría que establecer las
prioridades por sectores de población y zonas geográficas. Son indispensables
los mejores recursos humanos y materiales, dicen; también la participación de
la familia, la comunidad, la escuela, la empresa privada y demás. Y hablan de
valores, transformación de conflictos, cultura, deporte, recreación…
“Arte,
belleza, poesía… Extrañas palabras, ¿serán un conjuro?”. Esto que canta Aute,
bien puede aplicarse a todo lo anterior. Porque conjuro es –por definición– la
“fórmula mágica que se dice, recita o
escribe para conseguir algo que se desea”; también es “ruego encarecido”.
Y es que acá en este país se desea, mucha gente y con mucha urgencia, que la
violencia se reduzca a su más mínima expresión y que se den las condiciones
para su permanente prevención. Tratados, estudios, propuestas, buenas
intenciones y “ruegos encarecidos” al Creador, no faltan. Pero –siguiendo con
Aute– “hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro”.
Cobrar el seguro pesa más que hacer realidad el conjuro.
Pero hay salida para ponerle paro a los
eternos pleitos partidistas que han achicharrado, hasta ahora, el “paraíso”;
ese que prometieron y se comprometieron a construir cuando firmaron, hace casi
ya veinticuatro años, el Acuerdo de Chapultepec. “Alcanzamos la paz”, decían
entonces. Claro que sí, pero solo para ese par de ejércitos que pasaron a ser
–con la conversión política de la antigua insurgencia– dos aplanadoras
electoreras que viven en pleito permanente por conseguir votos y más votos.
No habrá nunca salida de este infierno de
exclusión política, económica y social –quemante con su altísima temperatura de
inseguridad, violencia y mortandad mientras sean solo cuarenta o cincuenta
personas protestando contra la corrupción fuera del Centro Judicial “Isidro
Menéndez”, mientras se espera la decisión del juez en el caso del expresidente
Francisco Flores. No habrá nunca salida de este averno, mientras no haya una
tan sola persona en la
Asamblea Legislativa reclamando la elección –por fin– de la
mejor persona para ocupar la titularidad en la Fiscalía General
de la República.
No habrá salida mientras la gente siga
creyendo que las cosas se arreglarán, con miles y miles de “no me gusta” la
realidad nacional en las “redes
sociales”. Así solo se enredan e inmovilizan las necesarias luchas sociales,
quedando las demandas sentidas de la población entre la politiquería barata en
provecho de quienes se lucran de la misma. ¿Socialismo? ¿Capitalismo? Esos dos
“conceptos” añejos y trasnochados quedaron atrás. Hoy, la bandera que enarbolan
es la del “cinismo”. Por eso, ser revolucionario ahora es sinónimo de ser
decente, de hacer el bien y de luchar por la justicia integral; ser
contrarrevolucionario ahora es ser indecente, hacer maldades y asegurar su
impunidad.
El 18 de febrero de 1979, en tiempos
terribles como los actuales, el beato Romero –tan necesario hoy, dentro y fuera
del clero– proclamaba esperanza. “Muchas veces –afirmó entonces desde su
púlpito en su catedral– me lo han preguntado […]: ¿Qué podemos hacer? ¿No hay
salida para la situación de El Salvador? Y yo, lleno de esperanza y de fe, no solo
una fe divina sino una fe humana, creyendo también en los hombres, digo: sí hay
salida; pero, ¡que no se cierren esas salidas! ¿Cuáles son esas salidas? […] Ustedes,
los cristianos políticos; ustedes, los que tienen capitales y son cristianos;
ustedes: los sociólogos, los técnicos, los profesionales… Ustedes tienen la
llave de la solución. […] La
Iglesia les da lo que no pueden tener ustedes: la esperanza,
el optimismo para luchar, la alegría de saber que hay solución, de que Dios es
nuestro Padre y nos va impulsado”.
“Porque así como para curar al paralítico –continuó
predicando el obispo mártir– necesitó hombres que lo subieran al techo y lo
pusieran frente a Cristo, también Cristo y Dios podrán hacer, ellos solos, la
salvación de nuestro pueblo. Pero quieren, también, tener camilleros; hombres
que le ayuden a llevar a este paralítico que aquí se llama la república, la
sociedad, para que lo pongamos con manos de hombre, con soluciones de hombre,
con pensamientos de hombre, frente a Cristo que es el único que puede decir: ‘He
visto tu fe, levántate y camina’. Y yo creo que, nuestro pueblo, ¡se levantará
y caminará!”.
Sí, monseñor, caminará cuando pase de la
indignación individual y casera en Internet, a la acción general y certera en
las calles. Ya lo anunció el gran poeta chapín, Otto René Castillo, “vamos
patria a caminar, yo te acompaño”.
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