domingo, 29 de marzo de 2015

Sanar heridas para alcanzar la paz

“Me quieren vender la noche por luz, la calma por la tempestad y yo quiero saber dónde diablos está la verdad...” Esta es parte de la “rola” con la que Alejandro Filio terminó su intervención el 3 de abril del 2005, hace una década, en el campus de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) en El Salvador. El mexicano fue parte del elenco internacional que convocó, junto a grupos y solistas nacionales, al cierre del Festival Verdad 2005 que en su octava edición se llamó: “De Romero a Katya, veinticinco años de impunidad”. En esta iniciativa del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA), con Filio también acompañaron entonces la lucha de las víctimas que demandaban y aún demandan justicia en El Salvador,  Luis Enrique Mejía Godoy y Norma Helena Gadea de Nicaragua, Karla Lara  de Honduras y Adrián Goizueta de Costa Rica, para cerrar la velada con el “musicón” de Panteón Rococó, también de México.

Ese año, el 10 de marzo inició el evento con más de cien estudiantes de diferentes escuelas y universidades que participaron en el “Tercer concurso por la verdad, la justicia y la paz” con sus poemas, cuentos cortos, dibujos y pinturas. Esos trabajos fueron evaluados por jurados salvadoreños de gran nivel profesional. Silvia Elena Regalado, Manlio Argueta, Mario Noel Rodríguez, Ricardo Lindo, Augusto Crespín y Carmen Elena Trigueros valoraron la imaginación, el compromiso y la creatividad de esa juventud animada a trabajar sus obras alrededor de esos asuntos, tan importantes para una convivencia social armónica. 
  
En ese esfuerzo por promover tales valores entre las nuevas generaciones, también se  agradeció el apoyo de empresas privadas e instituciones patrocinadoras. Microsoft de El Salvador, la Asociación Infocentros, la Fundación Sigma, el Centro de Estudios Brasileños y la Oficina de Cooperación Española, se sumaron al afán por estimular las artes juveniles en torno a estos temas que siguen siendo parte de la agenda pendiente en este país.

Con la premiación de esta actividad, también se reconoció al alumnado de Ciencias Jurídicas de la UCA que participó en el Concurso de Derechos Humanos “Segundo Montes”. En dicho certamen se simulaba el trámite de un caso hipotético ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Las y los participantes asumían el papel del Estado o de la Comisión Interamericana, para exponer sus argumentos sobre una violación de derechos humanos, entre las tantas ocurridas en el continente y que de hipotéticas o simuladas no tienen nada. Al final, el equipo triunfador representaba al país en eventos similares estadounidenses y ticos. El que ganó el citado concurso organizado por el IDHUCA en el 2004, consiguió agenciarse el primer sitio en la “Competencia internacional de derechos humanos Eduardo Jiménez de Aréchaga”. Ese fue otro de los logros del Festival Verdad.

Pero la conmemoración de las víctimas y quienes las acompañaban en el 2005, apenas comenzaba. Del 29 de marzo al 4 de abril, se desarrolló una jornada intensa alrededor de la misma. El turno al cine, le llegó entre el 29 y el 31 de marzo. En esos días se proyectaron filmes y documentales, seguidos de debates en los cuales se abordaron los desafíos y las dificultades en América Latina alrededor del rescate de la memoria, la lucha contra la impunidad y el trabajo infantil. En cada sesión, tras la presentación de la película, se compartieron las reflexiones de personas expertas en estas materias y del público asistente.

También hubo espacio para mostrar el trabajo que diversas organizaciones sociales  realizaban en favor de la población más necesitada, víctima de la pobreza –la “muerte lenta”, según Sobrino– y de la muerte violenta durante de la preguerra y la guerra; también de la falta de justicia. La Feria de Derechos Humanos se llamaba ese espacio, que en el 2005 se realizó del 29 de marzo al 1 de abril con la participación de doce entidades.

Además, durante esa semana se llevó a cabo por primera vez el Foro de San Salvador “Verdad, justicia y paz”, junto a la “Ruta de la Memoria”. Representantes de organizaciones y redes sociales mexicanas, chapinas, catrachas, nicas, canaleras, colombianas, peruanas, estadounidenses, españolas y salvadoreñas participaron en estos dos eventos. Fruto de su trabajo en mesas especializadas, se diseñaron estrategias regionales para promover esfuerzos a fin de hacer realidad esas aspiraciones en la región.

Asimismo, hubo otras actividades de debate, pensamiento y propuesta. Una mesa redonda sobre esos tres temas centrales, el taller “Memoria y conciencia histórica” y la conferencia “Derecho penal y derechos humanos”, juntaron importantes personalidades latinoamericanas como Miguel Álvarez, de la organización Servicios y Asesorías para la Paz (SERAPAZ), de México; José Ramón Juaniz, de Abogados del Mundo, Valencia; Blanca Martínez, del Centro Fray Bartolomé de las Casas, junto al fallecido y siempre querido don Samuel Ruíz, obispo emérito de Chiapas; y Fernando Fragoso, brasileño integrante del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente (ILANUD).

El arduo trabajo académico, la reflexión seria y el entusiasmo, la pasión y las demandas de las víctimas en ese vigésimo quinto aniversario del martirio de Romero –hace dos lustros– junto a los esfuerzos anteriores realizados en el escenario del Festival Verdad desde 1998, abonaron el camino para que en estos días se haya realizado –en San Antonio Los Ranchos, Chalatenango– el séptimo Tribunal internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador. Críticas le han llovido a esta iniciativa única en el país, aunque también ha habido aprobaciones. Las primeras vienen desde quienes, acomodados en la teoría, le pretenden poner “camisa de fuerza” a las iniciativas no convencionales surgidas del dolor de las víctimas y de sus ansias de justicia. “Si no hay victimarios pidiendo perdón y si las víctimas no los perdonan, no hay tal justicia restaurativa”. Eso dicen orondos, los “sabios”.


En cambio, quien ahora va directo a ser reivindicado por la Iglesia oficial como lo que es –mártir, profeta y santo– dijo en agosto de 1977: “Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. ¡Que se haga justicia! […] ¡Que  se reconozca quienes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que queden desamparadas!”.

Son esas, las víctimas y sus familias desamparadas por los poderes después de la guerra, las que encuentran un espacio para expresarse y ser escuchadas con respeto en ese Tribunal internacional promovido, hace más de ocho años, desde el IDHUCA y asumido luego como propio para su organización por un grupo de comités de víctimas de grave violaciones de derechos humanos, ocurridas antes y durante la guerra. Hoy, sin Romero ni nadie que se acerque a su altura siquiera un mínimo, es lo que se necesita: que esas personas, familias y comunidades salgan del desamparo oficial hablando, gritando, demandando y luchando por hacer valer esas demandas de verdad, justicia y reparación integral. Monseñor, santo patrono de los derechos humanos, interceda Usted para que esfuerzos como ese Tribunal se reproduzcan y crezcan en el afán porque esta sociedad sea digna realmente, sanando sus heridas y marchando en serio hacia la paz.


jueves, 26 de marzo de 2015

Para frisar

"Podrías partir hacia algún lado, ser de izquierda o de derecha... Eres la sombra de un cuerpo, eres la vida de un muerto" (Roberto González)


viernes, 20 de marzo de 2015

De exportación, no de consumo interno

Benjamín Cuéllar

El 24 de marzo del 2010, hace casi cinco años, cumplió tres décadas aquel trágico crepúsculo de un lunes que saltó a la posteridad de la peor forma posible: pasadas las seis de la tarde se consumó el magnicidio de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez. Nueve meses después, el 21 de diciembre de ese mismo año, la Asamblea General de la ONU determinó que –a partir de entonces– en esa recordada fecha martirial se conmemoraría el Día internacional del derecho a la verdad, en relación con violaciones graves de los derechos humanos y de la dignidad de las víctimas.

¡Qué bien! Consumada por un diestro francotirador y gestada en una siniestra cabeza obstruida por su anticomunismo demencial, esa que mandó a la tumba a tanta gente buena en el país más pequeño de Centroamérica, resulta ser un buen telón de fondo para honrar tan legítimas aspiraciones de quienes –en el mundo– son damnificadas sobrevivientes y familiares dolientes de la barbarie. Esa ofrenda en el altar, desde hace siete lustros también es buen escenario para reivindicar y reafirmar la dignidad de las víctimas, en torno a la entrega de ese ser excepcional: uno de los más dignos y humanos que fue forjado así desde las entrañas del pueblo, tanto en su espacio como en su tiempo e historia.


En el centro de ese homenaje universal a Romero y a las víctimas, está la verdad. Pero la verdad no camina sola; va de la mano con la justicia. Prueba de ello es lo que el santo patrón de los derechos humanos reclamó en su homilía del 20 de agosto de 1978, al citar un reporte del Socorro Jurídico del Arzobispado sobre casi un centenar de personas desaparecidas por la fuerza, con sus nombres y edades, sitios de detención y recursos jurídicos activados. “Y soy testigo –se alzó como trueno la voz de los sin voz– de la verdad de estos noventa y nueve casos. Y por eso tengo todo el derecho de preguntar: ¿Dónde están? Y en nombre de la angustia de este pueblo, decir: ¡Póngalos a la orden de un tribunal, si están vivos! Y si lamentablemente ya los mataron los agentes de seguridad, dedúzcanse responsabilidades y sanciónese, sea quien sea. ¡Ha matado! ¡Tiene que pagar! Yo creo que la demanda es justa”.

Esos delitos contra la humanidad denunciados entonces por Romero, junto a decenas y decenas de miles de graves violaciones de derechos humanos más, siguen sin esclarecerse acá en El Salvador. Gobiernos llegan y se van atropellando a las víctimas; pero la dignidad de estas, esa sí, permanece intacta porque siguen demandando lo que les corresponde: verdad y justicia. Sin embargo, ni siquiera en el caso del pastor mártir han brillado ambas.

Entre 1992 y 1993 nació, se desarrolló y desapareció una Comisión cuyo informe no fue reproducido más allá de un par de publicaciones, impulsadas no por el Estado sino desde la sociedad. Era la “de la Verdad”, concebida en medio de los devaneos negociadores entre el entonces Gobierno y la entonces guerrilla, pero parida después por la ONU. Esas dos partes firmantes de los acuerdos que terminaron su guerra, también se comprometieron a superar la impunidad poniéndole especial atención a los casos en los que estuviera –literalmente– “comprometido el respeto a los derechos humanos”.

Para ello, remitirían “la consideración y resolución de este punto” a la citada Comisión de la Verdad. Sin embargo, independientemente del bando responsable, esas demostraciones del salvajismo más aberrante también se someterían al funcionamiento “ejemplarizante” del sistema de justicia interno, para aplicarles todo el peso de la ley a sus responsables. Ello, así lo acordaron, independientemente del bando al que hubiesen pertenecido.    

Dolor más grande de pueblo por la muerte nunca aclarada –como deberá ser algún día– de quien durante los dos últimos gobiernos ha sido enarbolado como estandarte en el marco de un fariseísmo oficial, que lo presume como “guía espiritual” sin que sus precarios logros pasen de una petición general de perdón y de la nominación de ese Día internacional del derecho a una verdad que –más allá de la retórica– aún permanece soterrada en lo más hondo de este país. En la posguerra, de los anteriores períodos presidenciales a los de la antigua insurgencia era de esperarse la negación de la misma y su ocultamiento. No podía ser de otra manera, si entre sus filas participaron herederos políticos del cerebro criminal así como cómplices, financiadores y encubridores de la perversa conspiración. Por tanto, no se iban a hacer cargo de nada aunque ahora –rebosando hipocresía– más de uno incline la testa ante el venerable prelado, en la víspera de su anunciada beatificación.

¿Hubo algún chance de hacer algo por la verdad y la justicia en este caso? En la década de 1980, quizás ninguno. De lo actuado por la Comisión de la Verdad y reseñado en su informe, se puede establecer que desde las investigaciones iniciales fue evidente y descarada la deliberada ineficacia. Esas pesquisas fueron del todo discutibles, nada confiables y apestadas por razones políticas. La Policía Nacional, por ejemplo, no recolectó indicios materiales en el lugar sino hasta el 2 de abril de 1980, a más de una semana del hecho. Atilio Ramírez Amaya fue el juez que condujo la autopsia del santo cadáver, abrió el expediente judicial –cuyo número de referencia era el 134-80– y debió renunciar para abandonar el país y salvar su vida, luego de un atentado que sufrió tres días después del martirio. Además, un testigo presencial del magnicidio fue detenido y nunca apareció.

El 7 de mayo de 1980 capturaron a doce militares –incluido Roberto D'Aubuisson– y doce civiles, acusados de complotar contra el Gobierno de la época. En ese operativo se confiscó valiosa documentación que bien pudo utilizarse para descubrir la verdad y hacerle justicia a Romero, a la Iglesia católica y al pueblo. Pero no. Nada fue entregado al Juzgado Cuarto de lo Penal, hasta que dos años después se tuvo en el tribunal una copia –no original– de la agenda incautada entonces con información inapreciable. En marzo de 1984, en plena campaña presidencial, D’Abuisson presentó una grabación en la que un supuesto “comandante” guerrillero “confesaba” ser cómplice del crimen. Este delincuente común encarcelado entre 1979 y 1981, luego declaró que le ofrecieron cincuenta mil dólares si se  hacía cargo. D'Aubuisson insistió en culpar a la insurgencia; también lo hizo el ejército.

Y así siguió el desatinado curso del proceso judicial interno, cerrándose y abriéndose la causa según los vaivenes políticos y electorales hasta que –el 31 de marzo de 1993– un juez sobreseyó definitivamente al único acusado: el mayor Álvaro Saravia. Lo hizo el 31 de marzo de 1993, alegando que lo favorecía la amnistía aprobada días antes. El juez no resolvió sobre D'Aubuisson, al sostener que nunca fue imputado y que al morir se extinguió su responsabilidad penal. La última pieza del expediente se cerró en 1994.

La conmoción nacional e internacional que generó el martirio de Romero, fue suficiente razón para que la Comisión de la Verdad investigara los hechos y difundiera –el 15 de marzo de 1993– sus conclusiones, que eran contundentes y pudieron servir para abrir un nuevo proceso. Pero no; tampoco se hizo nada. Luego, en marzo del 2000 se publicó el informe de fondo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; de igual manera, sus resultados apuntaban a los mismos responsables y a las mismas motivaciones. Y la historia se repitió: no se movió un dedo, pese a la obligación estatal de esclarecer la verdad e impartir justicia.


Verdad… justicia… En este país, al escucharlas, no queda más que recordar al enigmático  Pessoa en pareja con el prolífico Aute: “¡Extrañas palabras! ¿Serán un conjuro? ¡Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro!” Eso han dicho ese par. Hoy también, digo yo, cualquier lerdo es capaz de usar a Romero para presumir de ser puro. Por eso, más que andar afuera llenándose la boca y luciendo lo “buenos” que son en la ONU o donde sea, hagan bien lo que tienen que hacer quienes tiene que hacerlo acá adentro, para honrar al mártir y a quienes fueron en serio la razón de ser de su martirio: las víctimas.

Para frisar...

"Vivas se las llevaron, vivas las queremos... Vivas las mantendremos, vivas las amaremos..."


jueves, 19 de marzo de 2015

Para frisar

“La misión y la visión, se paga la consultoría y se tienen… La pasión y el corazón, la imaginación y la creación, la indignación y la acción, se tienen o no se tienen ni pagando"


miércoles, 18 de marzo de 2015

A Romero

A una semana del trigésimo quinto aniversario de su martirio, dos homenajes al santo patrón de los derechos humanos...



martes, 17 de marzo de 2015

lunes, 16 de marzo de 2015

Frase para frisar

"Comuniquémonos hoy y siempre, enredados en el internet con corazón, conectados al skype de la ternura y desvelados en el blog de la emoción..." 


sábado, 14 de marzo de 2015

DEMOCRATIZACIÓN, MÁS QUE O ADEMÁS DE “ELECCIÓN”

Benjamín Cuéllar

El pasado primer día de marzo tuvieron lugar los comicios para integrar una “nueva” Asamblea Legislativa y todos los concejos municipales; son los octavos desde que terminó la guerra. No hay resultados oficiales aún, ni preliminares ni definitivos. Pero unos y otros, en medio del limbo en el que tiene al país el Tribunal Supremo Electoral, los partidos que participaron en la contienda ya están haciendo sus “cuentas alegres” las cuales –de ser ciertas– darían como resultado un Parlamento con cien o más integrantes. El “silencio electoral” era antes, no después. Por eso, pronunciarse hoy sobre denuncias de ciertas irregularidades y defensas de groseras incapacidades –evidencias patéticas de una “democracia” pírrica y miserable reinante en el país, a un cuarto de siglo del Acuerdo de Ginebra– es “llover sobre mojado” y ganarse detractores sin oficio ni beneficio.

Mejor y más importante resulta, quizás, analizar el camino andado desde el 4 de abril de 1990. Ese día, los enconados rivales firmaron el primer documento para ponerle fin a su enfrentamiento armado e iniciar las negociaciones que impulsarían lo que llamaron el “proceso de pacificación”. Los componentes del mismo eran –además de “callar los fusiles”– una pretendida “reunificación” de una sociedad que nunca estuvo unida antes, el respeto irrestricto de los derechos humanos y la democratización del país. A la distancia de  los veinticinco años transcurridos, siempre es útil analizar esos grandes propósitos a la luz de la realidad actual. Y ahora, por la sui géneris coyuntura poselectoral, es oportuno hablar precisamente del tercero.

¿Votar por alguien de quien se desconocen sus virtudes y defectos, capacidades y limitaciones, es prueba fehaciente de esa deseable y necesaria democratización? Evidentemente, eso no es ni suficiente ni satisfactorio. Porque primero, las elecciones deben desarrollarse en un ambiente de tolerancia, apertura e igualdad de condiciones y oportunidades, lo cual acá no ocurre ni por asomo. También porque esos eventos son solo una pieza en el rompecabezas de lo que, en la Carta Democrática Interamericana, se enuncia como “democracia representativa”.

En su artículo tercero determina que son “elementos esenciales” de la misma, “entre otros”, los siguientes: el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de Derecho; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; la separación e independencia de los poderes públicos; y la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto, como expresión de la soberanía del pueblo.

Ahí se encuentran los comicios, subsumidos en un conjunto más amplio de asuntos capitales, cuya realización plena en El Salvador no merece más que estar en tela de juicio. Ahí están los votos válidos y nulos; también las abstenciones e indiferencias ciudadanas, resultado indudable y entendible de la falta de “clase”, buen gusto o caché, que abunda entre la politiquería guanaca.     

Pero además, para presumir de ser y parecer un país donde la bandera de la democracia ondea orgullosa, la mencionada Carta Democrática Interamericana exige –en su siguiente artículo– que sean realidades tangibles y comprobables tanto la transparencia de las actividades gubernamentales como la probidad, la responsabilidad gubernamental en la gestión pública, el respeto de los derechos sociales y de las libertades de expresión y prensa. “La subordinación constitucional de todas las instituciones del Estado a la autoridad civil legalmente constituida y el respeto al Estado de Derecho de todas las entidades y sectores de la sociedad –continúa dicha regulación– son igualmente fundamentales para la democracia”. Ni “raspada” pasa la salvadoreña, si se examina con esos indicadores.

Es prioritario además, según la citada Carta regional, fortalecer los partidos y otras organizaciones políticas. Asimismo, se debe “prestar atención especial a la problemática derivada de los altos costos de las campañas electorales y al establecimiento de un régimen equilibrado y transparente de financiación de sus actividades”. Ni por cerca salen solventes en estas tierras los “dinosaurios”, allá en lo alto de la “partidocracia”.

De seguir citando este documento regional, se extendería demasiado este humilde comentario. Y ContraPunto no se puede dar semejante “lujo”. Por tal motivo, para que gobernantes de cualquier signo no anden maliciando de arriba para abajo de ser exitosos y para que opositores de turno no sean críticos del discurso oficial sin haber hecho méritos para ello, hay que hablar claro: las dos fracciones que hicieron la guerra y deshicieron la paz, son igualmente responsables de un “mal común” que no lo supera ni el meter en la “tumba” a los “rojos” ni entonar que un pueblo “hundido” jamás será… ¿vendido? Eso es así le duela a quien le duela, para no citar una muletilla que anda por ahí de moda.

Ser una democracia preciada y apreciada como tal requiere –además de elecciones– contar con instituciones fuertes y confiables para impartir justicia y solucionar las necesidades de las personas y los grupos sociales, sobre todo en lo relativo a su seguridad ciudadana y a su desarrollo  humano. Eso tampoco ocurre en este país. ¿O sí? La mayoría de su gente vive y sobrevive en medio del temor y la aprehensión que le producen la muerte violenta y la muerte lenta, por lo que muchas veces decide abandonarlo. Y es que casi el cincuenta por ciento de la gente –reportó el Instituto de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (IUDOP), hace unos meses– piensa que en el 2014 la economía nacional empeoró y el setenta por ciento sostiene que la delincuencia aumentó.

En lo que toca a las instituciones estatales, entre la Policía Nacional Civil –que apenas le genera confianza a un poco más del veinte por ciento de la población– y la Asamblea Legislativa que se arrastra en el siete por ciento, están muchas entidades que no salen bien libradas en el juicio de las personas encuestadas. Y el Gobierno central no llega ni a seis de nota, según tal sondeo.

En ese escenario riesgoso, hay que citar de nuevo la Carta Democrática Interamericana para ver cómo driblar y superar los obstáculos a fin de avanzar hacia el cumplimiento de lo pactado en Ginebra, hace cinco lustros. En su sexto artículo, se lee que la “participación de la ciudadanía en las decisiones relativas a su propio desarrollo es un derecho y una responsabilidad. Es también una condición necesaria para el pleno y efectivo ejercicio de la democracia. Promover y fomentar diversas formas de participación fortalece la democracia”.

He ahí la clave. Pero, ¿cómo hacerlo con los liderazgos actuales? Con esos, no hay por dónde. Para eso se necesita que surjan nuevos; frescos e inteligentes, que crean y creen; capaces de hacer lo que hasta ahora nadie ha hecho: construir una paz verdadera, llena de democracia, cimentada en el respeto de los derechos humanos y dignificada con justicia para las víctimas, como ruta segura de una posible reconciliación. El desencanto de lo malhecho por la “vieja guardia” política, mal hechora de lo hecho hasta ahora, no debe ser obstáculo para que irrumpa ya en la escena una juventud “encantadora” que le devuelva la ilusión a esta sociedad.


viernes, 13 de marzo de 2015

Para frisar...

"Hoy.. Hoy también quiero sentirte cerca, no importa la distancia. Pero hoy quiero que estés acá, tan cerca desde allá...Cálida y perfecta, triste y melancólica, curada en salud y en sentimiento..." (BC)



martes, 10 de marzo de 2015

Si Dios fuera mujer...


"Ser y estar, pensar y hablar, soñar y actuar… Sin eso, nada de lo malo que abunda va a cambiar... Al contrario"





lunes, 9 de marzo de 2015

Reflexión para hoy

"Escuchar, acompañar, animar, trabajar y transformar desde, con y para las mayorías populares que deben liberarse de sus males... Esa es la elección real, para que se caiga el sistema... Pero no el electoral, sino el que produce esos males: hambre, sangre e impunidad; es decir, el mal común"

(A propósito del veinticinco aniversario del martirio de Julia Elba, Celina y quien denunciara el "mal común" --Ellacuría-- junto a sus cinco colegas más)

Cálice


viernes, 6 de marzo de 2015

La mujer (Se va la vida, compañera)



"Ser mujer acá y ahora es
prestarse a descansar tensa en la noche, bien noche, sin saber qué pasará
mañana"

Ser mujer, acá y ahora

Benjamín Cuéllar

Es madrugar con la cabeza erguida a trabajar en la casa para el resto de la familia, a veces con la sonrisa por la ilusión de un nuevo día que se encarga –rápido e implacable– de arrancársela de cualquier forma. Es vivir condiciones despiadadas y ofensivas, que no perdonan y que son imperdonables. Es dolor de cuerpo y alma en una puesta en escena cotidiana, que es su dolorosa realidad. Es, con la mirada alicaída o del todo caída, moverse perdida en sus recuerdos y en sus pocas posibilidades de salir de ese círculo infernal de las muertes lenta y violenta. Es prestarse a descansar tensa en la noche, bien noche, sin saber qué pasará mañana. Es ser madre, hermana, hija, tía, amiga, esposa, compañera de vida, sufriente nunca consolada y siempre relegada, amenazada, violada, ejecutada, desaparecida… Es ser, simple y sencillamente, parte de una buen parte de la población en este país: mujeres echas trizas en su vida y en la de su descendencia.

A ellas les han entonado cantos de sirena todos los gobiernos. Dijeron y dicen, donde se pudo y se puede, que todo va mejor. Que la culpa de lo malo es por lo mal que gobernaron otros, pero que ya no hay tiempo ni espacio para el llanto y la desesperanza. Que este país es el de la sonrisa y las oportunidades; que le llegó la hora al “buen vivir”. Y ante un grupo de trabajo de la ONU que examina periódicamente la situación de los países allá en Ginebra, se enorgullecen de lo “buenos” que son.

Desde el primer examen en el 2010 hasta octubre del 2014, cuando le hicieron el segundo, el Gobierno salvadoreño presumió en esa ciudad de los progresados alcanzados en materia de derechos humanos y siempre dijo que en adelante se dedicaría “a consolidar los logros estructurales de los últimos años, que habían permitido mejorar las condiciones de vida de sectores de la sociedad que habían sido excluidos y empobrecidos durante décadas”. Hace más de cuatro años, en el 2010, entre otros compromisos adquiridos entonces la representación estatal aseguró que ratificaría varios instrumentos internacionales.

Fuera de un par de los que le pidieron ratificar, el resto lo siguen “estudiando” para ver si más adelante pueda que sí; mientras tanto, entre tantos adeudos ante la ONU y sobre todo ante su pueblo, sigue la larga espera para que el Estado salvadoreño se haga cargo de una de las tantas recomendaciones no cumplidas ante ese grupo, censor universal del comportamiento de los gobiernos en lo que a derechos humanos corresponde. ¿Cuál? La de ratificar el Protocolo facultativo de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Sin temor a caer en el error, dentro de cuatro años, este mismo Gobierno de “izquierda” se seguirá haciendo el “suizo” allá en Ginebra, cuidando no molestar –en este y otros asuntos– a una “derecha” cuaternaria.

Ser mujer acá y ahora, entonces, seguirá siendo ser alguien que se encuentra cada mañana en un hogar que no es el propio, acariciando hijos e hijas que parieron otras; en un rincón de una cocina ajena arrinconando garganta, estómago y corazón para tragarse lo que les dan de la comida que ellas cocinaron para otras personas. Ser mujer acá y ahora, seguirá siendo ser quien en la noche, reposando en una cama y a oscuras, llora al recordar el día adornado con las exigencias y los gritos del “patrón”, la “patrona” y los “patroncitos”.

Ser mujer acá y ahora es ser de las que hoy buscan dormir tranquilas, a la espera de llevar el sustento a sus casas realizando ese trabajo doméstico en casas que no son las suyas. Pero también es ser de aquellas trabajadoras que al poner sus pies en el piso y al hacer contacto con la tierra, se percatan de que no es la que les vio nacer. Una de ellas salió de su cantón con, apenas, segundo grado de educación formal. Pero cayó en las manos de “buenos patrones” que le pagaron una miseria por algunos años y hasta la llegaron a considerar “de la familia”; por eso se la llevaron fuera, bien al norte de su país, como “premio” por ser buena trabajando para hacer allá el mismo trabajo.

Otra, prima de la anterior, llena de años y desgastada, absorbida por el quehacer casero mal remunerado pasó –con una hija y sin marido– a hacerlo sin pago por ser también “de la familia” y “no necesitar nada” pues ya “no tenía responsabilidades” en su casa. Es más, ya ni casa tenía. De vez en cuando se juntan las dos y recuerdan cuando eran niñas de diez o doce años. Pero su infancia fue bloqueada por servirle a otra gente. Ahora, entradas en años y sin salario digno –o de plano sin salario y sin pensión– dan cuenta de lo que es ser mujer acá y ahora.

También es ser una de las 292 asesinadas en el 2014, según el informe de la Policía Nacional Civil; setenta y siete más que en el 2013. Es ser, además, una más entre las 2,475 que se atrevieron a denunciar ser víctimas del delito de violencia dentro de sus familias; en su mayoría fueron jóvenes, reportó la corporación en su recuento del año pasado. Y siguiendo con ese mismo informe policial, de las 1,695 personas que desaparecieron por la fuerza durante esos doce meses, casi el 34% eran mujeres; en números puros y duros, fueron 566 las víctimas femeninas de este delito contra la humanidad.

La misma PNC le dice a El Salvador y al mundo que ser mujer acá y ahora, es ser una de tantas entre las tantas víctimas de la violencia sexual que tienen el valor de denunciar el delito: 2,423 en el 2014. Eso se traduce en más de seis denuncias por día, que desagregadas se leen así: 923 violaciones a menor “incapaz”, tal como reza en la legislación penal; 554 estupros y 367 violaciones, a las que se agregan 581 hechos calificados como agresiones sexuales y otras agresiones sexuales.

Esa cantidad de denuncias más la seguramente grande y existente “cifra negra” –aquellos de  delitos consumados y no denunciados– podría reducirse en lugar de ir en aumento, si la justicia fuera regla y no excepción. Pero ser mujer acá y ahora es ser, además, víctima de la impunidad. Por eso un diputado y un futbolista seleccionado, “envitrinados” en todos los medios, andan tan tranquilos tras cometer sus crímenes.

Y hablando de impunidad, ser mujer acá y ahora es –lamentable y vergonzosamente para la sociedad salvadoreña– tener sobre sí la condena de andar buscando verdad, justicia y reparación integral por aquellas graves violaciones de derechos humanos ocurridas en el país, que comenzaron a incrementarse hace cuatro décadas con la masacre de estudiantes y pueblo que acompañaba su protesta el 30 de julio de 1975. A esas bestialidades, le siguieron numerosos crímenes de guerra y delitos contra la humanidad que obligaron y continúan obligando a cientos y cientos de madres e hijas a buscar sus amores desaparecidos, a seguir enflorando sus dolores sepultados y a insistir en su clamor al Estado para que escuche sus legítimas demandas.

En la víspera del 8 de marzo, Día internacional de la mujer desde 1975 por obra y gracia de las Naciones Unidas, el Estado de El Salvador debe tener presente que es necesario ponerse al día de cara al cumplimiento de sus obligaciones extra fronteras en la materia. Para no seguir presumiendo lo que no está haciendo, debe hacerlo. Pero también porque las mujeres son mayoría entre sus habitantes y lo merecen, pues acá y ahora –como lo escribió León Chávez Texeiro y lo cantó el entrañable Gabino Palomares– son tantas y tantas a las que se les “va la vida al agujero, como la mugre en el lavadero”.  

jueves, 5 de marzo de 2015

Debo aprender a escribir...para escribir paz, amor, realidad pero sobre todo, para escribir mi nombre y tu nombre....


Frase para hoy

"Un poderoso no negocia y acuerda con un débil. El poder solo le teme a otro poder. Hay que construir poder (sustantivo), para poder (verbo) cambiar la realidad injusta".

miércoles, 4 de marzo de 2015

Frase para el día...

"Sin imaginación ni pasión por lo que se hace, ¿de qué sirve tener "misión" y "visión"? 
De muy poco, sino de nada"


La combinación letal: Aute y Silvio..

martes, 3 de marzo de 2015

“POPULÍSTICA"

Benjamín Cuéllar


Al hablar de política se puede hacer referencia a las acciones, planes o programas de un Gobierno; también a un determinado ordenamiento o sistema prevaleciente en una sociedad que se dé a respetar; igualmente a su condición de ciencia; por último, al ejercicio ciudadano de participación en los asuntos públicos que tienen que ver con la realidad local, nacional e incluso internacional. Por tanto, se requiere precisar a cuál de esos ámbitos se está haciendo alusión cuando se discute al respecto. Pero hablar de populismo, es aún más complicado debido a que el término da para tanto. Desde la demagogia barata que adormece la voluntad de un conglomerado para hacerlo asumir como algo bueno lo que –a final de cuentas– resulta contraproducente a sus intereses más elementales, hasta la adoración ciega y tozuda a un caudillo o un partido que actúan en sentido contrario al bien común, pero sostienen un discurso que encanta hasta las serpientes.

Desde ambas perspectivas, la de la política en esas sus cuatro visiones y la del populismo en todo lo que pueda dar para provecho exclusivo de sus promotores y sus acólitos, El Salvador no está nada bien de cara al evento electoral recién pasado para constituir una Asamblea Legislativa más e integrar todos los concejos municipales a lo largo y ancho de su territorio. Desde las caras y las banderas entre las cuales había que decidir a la hora de sufragar, hasta las escuálidas propuestas –si es que las hubo– la situación se resume en eso: pura y dura mediocridad, para no ocupar otro calificativo que seguramente heriría susceptibilidades entre quienes no tiene ni objeción ni delicadeza alguna, al momento de insultar la inteligencia ciudadana con su publicidad y de dilapidar abundantes recursos enviando mensajes que a nadie le interesan, motivan y mueven a votar.

Y todo ello, pese a que este país tiene su historia de lucha en materia electoral. Con la ilusión y la organización popular, hace cuarenta y tres años se logró algo inédito para la época en un entorno nacional y regional del todo desfavorable: el partido de los militares y sus dueños, dueños también del país, fueron derrotados en las urnas por una amplia alianza denominada Unión Nacional Opositora, mejor conocida como “la UNO”. Pero su entrada a Casa Presidencial fue negada por la fuerza de un descomunal fraude y de la represión oficial. Comenzaba a mostrarse con mayor claridad el camino hacia el precipicio, pues en el escenario político salvadoreño se desgastaba la vía electoral y emergía la armada revolucionaria. El tiro de gracia a la primera se lo dieron cinco años después, en las elecciones de 1977.

Estaba visto a todas luces, pues, que para un buen sector de la población los partidos políticos y las votaciones ya no eran alternativa alguna para sacar a flote la nación. Desde agosto de 1975 hasta 1980, el Bloque Popular Revolucionario –el legendario “BPR”– con sus organizaciones integrantes inundaba con gente dispuesta a todo las calles de San Salvador y otras ciudades importantes, con la certeza de no tener nada que perder y la esperanza de tener mucho que ganar. El pueblo organizado y combativo tomaba tierras, ocupaba fábricas, incursionaba y se instalaba por días en el Ministerio de Trabajo, exigiendo lo que era su derecho con cantos como este: “Acérquese compañero a reclamar su salario, porque es lo que exigimos todos los revolucionarios. Nosotros lo que exigimos es salario de once colones y también lo que exigimos: ¡arroz, tortilla y frijoles!”.

Y desde antes, el primer día de abril de 1970, un grupo que no alcanzaba siquiera la decena de miembros, pistola en mano se decantaba por pelear y alcanzar eso y más. “Nuestras montañas –decía su máximo líder, Salvador Cayetano Carpio– son las masas populares”. Esa era su respuesta a quienes, desde la comodidad de la estructura y la burocracia del “partido”, se burlaban de una opción valiente por novedosa en el país y arriesgada por el régimen que lo dominaba a placer. “Electoreros… ¡al basurero!” era otra de las consignas que, sobre todo de 1977 en adelante, resonaban a lo largo y ancho del “Pulgarcito de América”.

Este esfuerzo que nació de lo simple y fue creciendo hacia lo cada vez más complejo con una fuerza inusitada, puso en jaque tanto al sistema dominante como a sus patrocinadores y sus beneficiarios cuando en una histórica manifestación realizada el 22 de enero de 1980, por primera vez los poderosos cayeron en la cuenta que ya tenían ante sí otro poder: el popular. Ese día fue “presentada en sociedad” la Coordinadora Revolucionaria de Masas, ocupando la gran alameda capitalina desde el monumento al Divino Salvador del Mundo hasta el Palacio Nacional, en bloques ordenados que sumaban doscientas  mil, doscientas cincuenta mil, trescientas mil personas… “Nunca se había visto algo así”, declaró en algún momento Héctor Dada Hirezi. Él, que era miembro de la mal llamada “Junta Revolucionaria de Gobierno”, resumió semejante acontecimiento así: “Y yo, honestamente, pensé que con esa manifestación iban a intentar tomarse Casa Presidencial”.

Jamás se sabrá la cantidad exacta, pero tampoco jamás alguien podrá negar que era una enorme marea humana sedienta de justicia y consciente de que –para ello– por mucho tiempo habría que recoger heridos y muertos. Entre veintidós y cincuenta víctimas fatales ese día, según el informe de la Comisión de la Verdad; también hubo dos estudiantes universitarios desaparecidos: Francisco Arnulfo Ventura y José Humberto Mejía eran sus nombres.

Y hoy, ¿que se recoge después de las raquíticas concentraciones de los partidos que cambiaron política por publicidad y mercadeo? Basura. Aclaro: la de los carteles con fotos retocadas, la de las bolsas en que entregan dádivas baratas, la de los depósitos de los panes, la de los envoltorios de las pupusas que reparten, la de los volantes con mensajes lejanos y sin sentido… ¿Para eso hubo una guerra? ¿Y qué pretendían sus principales protagonistas a la hora de acabarla?

A partir de los “cambios políticos” convenidos en los “recuerdos de paz”, uno buscaba consolidar el sistema económico y social excluyente. Un “modelo” –así le dicen, sin serlo– promotor de una mayor de desigualdad, generador de pobreza entre las mayorías y de riqueza para sus patrocinadores minoritarios. El otro, a partir de lo mismo, convertido en partido soñaba con la posibilidad cierta de llegar a ser Gobierno para administrar ese sistema, cambiando algunas formas pero sin tocar el fondo donde siguen estando los tres grandes males nunca superados, que históricamente han sido el látigo en la espalda de las mayorías populares: el hambre, la sangre y la impunidad.

Para bailar se necesitan dos y esa pareja viene haciéndolo desde hace más de dos décadas en la pista institucional y en su “paz”. Y al baile ese le llaman “democracia”, aunque tenga algo de “perreo”; sobre todo cuando se observan movimientos sensuales y provocadores para seducir a sus comparsas, con las que terminan dando espectáculos obscenos. Y eso desencanta a la gente, la ahuyenta y aleja de las urnas para acercarla a otras alternativas peligrosas. Además, como consecuencia, niega lo que establece el sexto artículo de la Carta Democrática Interamericana sobre la “participación de la ciudadanía en las decisiones relativas a su propio desarrollo”. La misma “es un derecho y una responsabilidad. Es también una condición necesaria para el pleno y efectivo ejercicio de la democracia”.


“Promover y fomentar diversas formas de participación –termina el citado enunciado– fortalece la democracia”. Pero eso, en el “Olimpo” partidista nacional parece no importar. En lugar de una participación consciente, informada y activa, lo que recomendaban desde allá arriba entre tantos y tan caros desperdicios publicitarios es esto: “No pensés”. O no es eso lo que decían en el fondo, con el estribillo de la cancioncita: “No te compliqués, votá por las tres”. Esta fue otra muestra, entre tantas, de la bajera “populística guanaca”.