viernes, 6 de marzo de 2015

Ser mujer, acá y ahora

Benjamín Cuéllar

Es madrugar con la cabeza erguida a trabajar en la casa para el resto de la familia, a veces con la sonrisa por la ilusión de un nuevo día que se encarga –rápido e implacable– de arrancársela de cualquier forma. Es vivir condiciones despiadadas y ofensivas, que no perdonan y que son imperdonables. Es dolor de cuerpo y alma en una puesta en escena cotidiana, que es su dolorosa realidad. Es, con la mirada alicaída o del todo caída, moverse perdida en sus recuerdos y en sus pocas posibilidades de salir de ese círculo infernal de las muertes lenta y violenta. Es prestarse a descansar tensa en la noche, bien noche, sin saber qué pasará mañana. Es ser madre, hermana, hija, tía, amiga, esposa, compañera de vida, sufriente nunca consolada y siempre relegada, amenazada, violada, ejecutada, desaparecida… Es ser, simple y sencillamente, parte de una buen parte de la población en este país: mujeres echas trizas en su vida y en la de su descendencia.

A ellas les han entonado cantos de sirena todos los gobiernos. Dijeron y dicen, donde se pudo y se puede, que todo va mejor. Que la culpa de lo malo es por lo mal que gobernaron otros, pero que ya no hay tiempo ni espacio para el llanto y la desesperanza. Que este país es el de la sonrisa y las oportunidades; que le llegó la hora al “buen vivir”. Y ante un grupo de trabajo de la ONU que examina periódicamente la situación de los países allá en Ginebra, se enorgullecen de lo “buenos” que son.

Desde el primer examen en el 2010 hasta octubre del 2014, cuando le hicieron el segundo, el Gobierno salvadoreño presumió en esa ciudad de los progresados alcanzados en materia de derechos humanos y siempre dijo que en adelante se dedicaría “a consolidar los logros estructurales de los últimos años, que habían permitido mejorar las condiciones de vida de sectores de la sociedad que habían sido excluidos y empobrecidos durante décadas”. Hace más de cuatro años, en el 2010, entre otros compromisos adquiridos entonces la representación estatal aseguró que ratificaría varios instrumentos internacionales.

Fuera de un par de los que le pidieron ratificar, el resto lo siguen “estudiando” para ver si más adelante pueda que sí; mientras tanto, entre tantos adeudos ante la ONU y sobre todo ante su pueblo, sigue la larga espera para que el Estado salvadoreño se haga cargo de una de las tantas recomendaciones no cumplidas ante ese grupo, censor universal del comportamiento de los gobiernos en lo que a derechos humanos corresponde. ¿Cuál? La de ratificar el Protocolo facultativo de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Sin temor a caer en el error, dentro de cuatro años, este mismo Gobierno de “izquierda” se seguirá haciendo el “suizo” allá en Ginebra, cuidando no molestar –en este y otros asuntos– a una “derecha” cuaternaria.

Ser mujer acá y ahora, entonces, seguirá siendo ser alguien que se encuentra cada mañana en un hogar que no es el propio, acariciando hijos e hijas que parieron otras; en un rincón de una cocina ajena arrinconando garganta, estómago y corazón para tragarse lo que les dan de la comida que ellas cocinaron para otras personas. Ser mujer acá y ahora, seguirá siendo ser quien en la noche, reposando en una cama y a oscuras, llora al recordar el día adornado con las exigencias y los gritos del “patrón”, la “patrona” y los “patroncitos”.

Ser mujer acá y ahora es ser de las que hoy buscan dormir tranquilas, a la espera de llevar el sustento a sus casas realizando ese trabajo doméstico en casas que no son las suyas. Pero también es ser de aquellas trabajadoras que al poner sus pies en el piso y al hacer contacto con la tierra, se percatan de que no es la que les vio nacer. Una de ellas salió de su cantón con, apenas, segundo grado de educación formal. Pero cayó en las manos de “buenos patrones” que le pagaron una miseria por algunos años y hasta la llegaron a considerar “de la familia”; por eso se la llevaron fuera, bien al norte de su país, como “premio” por ser buena trabajando para hacer allá el mismo trabajo.

Otra, prima de la anterior, llena de años y desgastada, absorbida por el quehacer casero mal remunerado pasó –con una hija y sin marido– a hacerlo sin pago por ser también “de la familia” y “no necesitar nada” pues ya “no tenía responsabilidades” en su casa. Es más, ya ni casa tenía. De vez en cuando se juntan las dos y recuerdan cuando eran niñas de diez o doce años. Pero su infancia fue bloqueada por servirle a otra gente. Ahora, entradas en años y sin salario digno –o de plano sin salario y sin pensión– dan cuenta de lo que es ser mujer acá y ahora.

También es ser una de las 292 asesinadas en el 2014, según el informe de la Policía Nacional Civil; setenta y siete más que en el 2013. Es ser, además, una más entre las 2,475 que se atrevieron a denunciar ser víctimas del delito de violencia dentro de sus familias; en su mayoría fueron jóvenes, reportó la corporación en su recuento del año pasado. Y siguiendo con ese mismo informe policial, de las 1,695 personas que desaparecieron por la fuerza durante esos doce meses, casi el 34% eran mujeres; en números puros y duros, fueron 566 las víctimas femeninas de este delito contra la humanidad.

La misma PNC le dice a El Salvador y al mundo que ser mujer acá y ahora, es ser una de tantas entre las tantas víctimas de la violencia sexual que tienen el valor de denunciar el delito: 2,423 en el 2014. Eso se traduce en más de seis denuncias por día, que desagregadas se leen así: 923 violaciones a menor “incapaz”, tal como reza en la legislación penal; 554 estupros y 367 violaciones, a las que se agregan 581 hechos calificados como agresiones sexuales y otras agresiones sexuales.

Esa cantidad de denuncias más la seguramente grande y existente “cifra negra” –aquellos de  delitos consumados y no denunciados– podría reducirse en lugar de ir en aumento, si la justicia fuera regla y no excepción. Pero ser mujer acá y ahora es ser, además, víctima de la impunidad. Por eso un diputado y un futbolista seleccionado, “envitrinados” en todos los medios, andan tan tranquilos tras cometer sus crímenes.

Y hablando de impunidad, ser mujer acá y ahora es –lamentable y vergonzosamente para la sociedad salvadoreña– tener sobre sí la condena de andar buscando verdad, justicia y reparación integral por aquellas graves violaciones de derechos humanos ocurridas en el país, que comenzaron a incrementarse hace cuatro décadas con la masacre de estudiantes y pueblo que acompañaba su protesta el 30 de julio de 1975. A esas bestialidades, le siguieron numerosos crímenes de guerra y delitos contra la humanidad que obligaron y continúan obligando a cientos y cientos de madres e hijas a buscar sus amores desaparecidos, a seguir enflorando sus dolores sepultados y a insistir en su clamor al Estado para que escuche sus legítimas demandas.

En la víspera del 8 de marzo, Día internacional de la mujer desde 1975 por obra y gracia de las Naciones Unidas, el Estado de El Salvador debe tener presente que es necesario ponerse al día de cara al cumplimiento de sus obligaciones extra fronteras en la materia. Para no seguir presumiendo lo que no está haciendo, debe hacerlo. Pero también porque las mujeres son mayoría entre sus habitantes y lo merecen, pues acá y ahora –como lo escribió León Chávez Texeiro y lo cantó el entrañable Gabino Palomares– son tantas y tantas a las que se les “va la vida al agujero, como la mugre en el lavadero”.  

1 comentario:

  1. Muy bueno, apoyemos a la mujer, tomando en cuenta que son víctimas mayormente de hombres con temperamento depresivo y bastante frustrados en sus vidas. Creo ayudaría mucho que nuestra Iglesia Católica admitiera a mujeres en el sacerdocio, pues enviaría un buen mensaje a la sociedad machista.

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