miércoles, 28 de septiembre de 2016

Drogadicción impune

Benjamín Cuéllar 

“Corrupción es una palabra común en la actual América. Es la ley que rige donde no se obedece otra ley. Y está minando este país. Los legisladores honrados de cualquier ciudad pueden contarse con los dedos de las manos”. ¿Un luchador contra esa lacra social y política pronunció esas categóricas afirmaciones? No. Fueron brindadas al periodista Cornelius Vanderbilt Jr. al gran mafioso de la época, año 1931, conocido como Al Capone. Este criminal precisó que en Chicago solo hacía falta una mano para hacer esa inmoral contabilidad; no era necesario el par. Y acá, en El Salvador del siglo veintiuno, ¿bastará con dos o tres dedos?



“La virtud, el honor, la verdad y la ley –continuó Capone– han desaparecido de nuestras vidas. Somos de lo más listos. Nos gusta ser capaces de ‘sacar adelante las cosas’. Y si no podemos ganarnos la vida con una profesión honrada, de algún modo tendremos que hacerlo”. ¡Qué lindeza! Pero siguieron las exquisiteces de este prohombre del “bajo mundo” estadounidense, pronunciadas hace casi el centenar de años.

“Las personas que no tienen respeto a nada –añadió– temen al miedo. Y es sobre el miedo, sobre lo que yo he construido mi organización. Los que trabajan para conmigo no tienen miedo a nada. Los que trabajan para mí tienen confianza; no tanto por su paga, como porque saben que pasaría con ellos si esa confianza se quebrase. El gobierno de Estados Unidos blande un buen garrote ante quienes violan la ley y les dice que irán a la cárcel si la violan. Los que violan la ley se ríen y tienen buenos abogados. Algunos de los menos hábiles cargan con la culpa”.

Ostentación pura y dura; mescolanza de sentido común, cinismo a chorros, singular inteligencia, picardía descarada, lógica original y una buena dosis de perversidad. ¿Cuantos “patrones del mal” de similar o peor calaña, diestros y siniestros, con discursos y recursos parecidos se han regodeado históricamente con el patrimonio salvadoreño? ¿Cuantos distinguidos, finos y educados “señores de los cielos” lo han esquilmado hasta arrodillarlo ante la muerte, tanto lenta como violenta? ¿Cuántos? ¿Pocos, muchos?

¡Quién sabe! Nunca se habían investigado ni corruptos ni corruptores; cuando hasta hace poco se hizo, no se hizo en serio sino en medio de la eterna changoneta electorera en la que vive sumido este magullado terruño. De ahí la enorme dificultad para saber y entender el tamaño del fenómeno. En tal escenario, no resulta inapropiado y menos contraproducente insistirle a la gente que existe una relación directa entre corrupción y derechos humanos. La primera influye de manera clara, contundente y negativa en los segundos; los maltrata, estimula su depreciación y profundiza la precariedad en que se encuentran.



Es inaceptable la indecencia de quienes ‒desde la corrupción de bagatela o de “altos vuelos”‒ le chupan la sangre al fisco para su beneficio personal o en función de intereses arribistas, mercantilistas y partidistas, entre otros. Eso camina de la mano con la impunidad, pues acá ni siquiera se blande el garrote; mucho menos se golpea con todo. Por eso en este pobre país, esos delincuentes no se ríen; se carcajean.

Pobre país, pero también país pobre. Lo dicen todos los indicadores reales, no los maquillados. El Presupuesto General de la Nación ‒¿se puede llamar “nación” a esto que tenemos?‒ no alcanza para solventar necesidades vitales de las mayorías populares y de la población cuya calidad de vida va a la baja. A esta gente que debió ser la más favorecida por las políticas públicas después de la guerra, le taladraron la esperanza de vivir dignamente con trabajo y seguridad al robarle los dineros que debieron invertir en favor del bien común.

La referida muerte violenta que se pasea campante a lo largo y ancho del territorio nacional, que no es tan grande y por tanto la vuelve más visible, junto a otras formas criminales le costaron al país más de cuatro mil millones de dólares en el 2014 que debieron gastarse en seguridad privada, atención hospitalaria y otros rubros. Ese fue el costo de la violencia ese año y su monto se incrementó en el 2015 con toda seguridad, ya que solo en lo que toca a los homicidios y feminicidios pasaron ‒más o menos‒ de 3,900 a 6,650 las víctimas fatales.

Esa millonada equivale al 16% del Producto Interno Bruto, si el monto oficial de este último fue verdadero; también a la suma de todas las remesas que llegaron al país, a la recaudación total de impuestos, a dos veces la factura petrolera y a la mitad de los depósitos bancarios durante ese año. Igual, representaron el doble de todo lo que el fisco dejó de percibir en el 2015 al sumar la evasión de la renta, la apropiación indebida del Impuesto al Valor Agregado ‒el pesado IVA‒ y el contrabando. De haber ingresado a las arcas estatales esos dos mil millones de dólares que no lo hicieron, en números redondos estaría casi del todo financiado el Plan  “El Salvador seguro” y quizás ‒ojalá‒ disminuiría el costo de la violencia.

Pero no. Esos delitos que no son perseguidos con la contundencia debida fueron y son cometidos, en su mayoría, por personas jurídicas. Así, pues, al pueblo salvadoreño lo han saqueado empresarios inescrupulosos, presidentes sinvergüenzas, funcionarios de cualquier color y otros especímenes que deberían estar en la cárcel, preparándose para su viaje al infierno. Porque la corrupción y sus consecuencias en detrimento de la calidad de vida de las mayorías populares, no son más que crímenes contra la humanidad aunque las legislaciones no lo estimen así; también son pecaminosas. 


Francisco compara la corrupción con la drogadicción. “Se comienza con poco: una pequeña suma de aquí, un soborno allá. Y entre esta y aquella, lentamente se pierde la libertad”. Produce “dependencia y genera pobreza, explotación, sufrimiento”. Pero cuando “buscamos seguir la lógica evangélica de la integridad, de la transparencia, (...) de la fraternidad, nos convertimos en artesanos de justicia”. Eso acaba de afirmar el tan querido Sumo Pontífice.




viernes, 16 de septiembre de 2016

Bajo amenaza


Un repaso por la historia y las leyes de El Salvador en la difícil batalla contra la impunidad. Bajo amenaza: Grupos armados ilegales en El Salvador. Desde los "escuadrones de la muerte" en la década de 1980 hasta los "grupos de exterminio".  

Puede consultar el libro dando clic aquí: Bajo amenaza



Querido Luis Eduardo

Benjamín Cuéllar

A día de hoy podrías decir que la sombra que arrastrás se te escapa; a día de hoy quisieras decir que no sabés de dónde venís ni adónde vas. Lo sabés: a día de hoy podés decir que la nada fue el fin de cada etapa. Ahora estás en esta: la de los cuidados intensivos, gran Aute, porque cuidarte es decisivo en este trance entre la vida y la muerte. Muerte que nunca llegará pues vivirás eternamente con las letras de tu música, los colores de tus lienzos y tu mirada adelantada que nos inspiró desde siempre.

El recién pasado 8 de agosto se infartó tu gran corazón que inspiró e inspira tanto a tanta gente porque le cantaste a la belleza, la verdad y la utopía. Cumpliste años antier en coma y en cama hospitalarias, pero acá estás y acá seguirás estando desde que aquel sábado 29 marzo del 2003 ‒décimo aniversario del luminoso informe de la Comisión de la Verdad y de la oscura amnistía‒ cuando viniste, cantaste y encantase.



“Autista” fui cuando descubrí, más de cuatro décadas atrás, que de ninguna manera podría olvidarte. Fue lo primero que dije al recibirte en esa tu única visita al país, que no duró ni  veinticuatro horas. Venías de Quito, de la “Casa del hombre” construida por tu colega Guayasamín, desvelado. Madrugáste para venir y no fuiste a descasar con tus “mercenarios”; así llamaste‒ a tus prodigiosos músicos. En lugar de eso, que era lo lógico, fuimos al bar. Querías saber qué pasaba entonces con El Salvador de Romero y Dalton. 

Hablamos y luego reposaste un rato; tu fanaticada, ansiosa, te esperaba. ¿Qué dijiste al plantarte en el escenario del añorado concierto del Festival “Verdad”? “Muchas gracias. Muy buenas noches… Un auténtico placer estar en El Salvador por primera vez. Y sobre todo en una ocasión como esta, todavía mucho más placer y mucho más privilegio”. Con tus manos entrelazadas, continuaste así: “Bueno, en vista de que es la primera vez que estamos aquí en San Salvador, vamos a intentar ‒por lo menos yo (…)‒ que sea una noche maravillosa, pues, por un motivo muy (…) egoísta que es el que me vuelvan llamar y así vuelvo enseguida”.

En un video, “Chema” Tojeira, entonces rector de la UCA, cuenta algo que no querías se supiera pero yo lo revelé: nos regalaste el concierto. No cobraste ni una “cora”. Tu banda, obviamente sí. Y el entrañable Iñaki recuerda que mandaste una tarjeta, por correo ordinario, agradeciendo y aceptando la invitación. “Amigo Benjamín”, me respondiste a mano, “que la justicia y la libertad” imperen sobre “el universo infame de la injusticia”. 

Esa noche cerraste con lo que pariste la noche del 27 de septiembre 1975, previo al alba en la que el genocida Franco ordenó sus últimos fusilamientos. Absorto, conmovido, tu público coreó: “Si te dijera, amor mío que temo a la madrugada, no sé qué estrellas son estas que hieren como amenazas, ni sé qué sangra la luna al filo de su guadaña. Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga; quiero que no me abandones, amor mío, al alba. Miles de buitres callados van extendiendo sus alas; no te destroza, amor mío, esta silenciosa danza, maldito baile de muertos, pólvora de la mañana”.

A día de hoy, Luis Eduardo, seguirás siendo para siempre aquel ferviente convencido de que si aún se persigna un suicida antes del salto mortal, si todavía la carne de la soledad se perfuma con flores del mal, si aún no ha domado la bestia el alma del animal, si todavía aletea algún pájaro dulce entre tantas estatuas de sal, es porque ‒amor‒ existes… Aquel que sabe que esto tiene solución; que no todo está obsoleto, porque aún queda el esqueleto que no devoró la corrupción. Aquel quien sabiendo que han vendido hasta los sueños al padrino, dice: no importa,  porque a la corta habrá de nuevo alguien que sueñe por ahí

Y seguirás denunciando los demasiados profetas ‒profesionales de la libertad‒ que hacen del aire bandera, pretexto inútil para respirar. Y pedirás a la mujer sacar fuerzas de flaqueza, balas de belleza de la imaginación... Curioso, como te definiste, continuarás siendo libre, sin miedo de proclamar esa locura entre luces simples y ruidosas de nuevos conversos, propietarios de las más altas virtudes. 

Te duele tanto envejecer, porque puede que esto de vivir consista en disfrazarse de veleta y girar según sople el viento; de celebrar el triunfo de las estrategias sobre la caducidad del sentimiento y coronar las cumbres más resplandecientes, donde el águila es experta en alpinismo; de especular con el honor como la causa justa más preciada del mejor cinismo... Dejálos, Luis Eduardo, que invadan los vacíos que dejaron los santones que ocupaban los altares; que se llenen las barrigas con el fruto que comieron, insaciablemente, en otros huertos; que levanten podios a sí mismos sobre el mármol que sepulta su currículum de muertos. 

Son tiranos que se disfrazan de patriotas salvadores… Reptiles al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión. Siguen todos los caminos que conduzcan a la cumbre, locos por que nos deslumbre su parásita ambición. Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta; mercaderes, traficantes… Más que nausea dan tristeza; no rozaron ni un instante la belleza... Esos nos hablaron de futuros fraternales, solidarios, donde todo lo falsario acabaría en el pilón. Y ahora que ya cayó el muro, ya no somos tan iguales; tanto vendes, tanto vales, ¡viva la revolución!


Nunca pretendiste, Aute, fortalezas ni fortuna. Un sueño soñaste: entre un mar de girasoles, encontrar  tu giraluna que velara y desvelara cada noche la otra cara de la luna... Ni la mano del rey Midas ni la piedra del poder filosofal, te sedujeron… Abrazá, querido, tu giraluna y su belleza. Mientras, acá, seguiremos buscando el lugar perdido donde habrá rosas en el mar… 



martes, 13 de septiembre de 2016

Feliz cumpleaños Luis Eduardo Aute

Cierto que cuando aprendí que la vida iba en serio
quise quemarla deprisa jugando con fuego
y me abrasé defendiendo mi propio criterio
porque vivir era más que unas reglas en juego.



jueves, 8 de septiembre de 2016

Yo, el Supremo

Benjamín Cuéllar

Según el diccionario, megalómana es la persona con delirios de grandeza. Mitómano es, asimismo, quien desfigurara la realidad agigantándola. Cobarde resulta ser alguien falto de valor, pusilánime, miedoso. Y sacrílego el que profana o es irreverente con lo sagrado o lo que se tiene por sagrado. Mauricio Funes ha sido y es todo eso; lo fue desde que era el periodista “atrevido” y lo sigue siendo en las condiciones en que se encuentra hoy, de sobra conocidas y sobre las cuales tanto se ha hablado y escrito. Para no repetir, mejor examinar a este personaje desde esas cuatro condiciones que le caracterizan.

Cuando ocupaba el micrófono sin ser presidente sino entrevistador, se soltó “sin censura” contra el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. La fecha: 30 de julio del 2002; el motivo: su molestia inocultable por no haber recibido un modesto diploma, al celebrarse el día dedicado a quienes ejercen la profesión de informar y formar opinión. Entonces, montado en cólera, textualmente arremetió así:

“El halago, viniendo de instituciones o empresas que no creen que el periodismo deba ser ejercido de esta manera, busca la compra de voluntades y acaba corrompiendo al más débil. Son precisamente estas fuerzas las que más se oponen a la existencia de un periodismo democrático y bloquean su desarrollo atentando contra su estabilidad y sobrevivencia. Ejemplos de esta práctica sobran. Pero están también aquellos que navegan con bandera de democráticos pero que en el fondo acaban promoviendo un tipo de homenaje que tiene el mismo efecto pernicioso sobre la construcción de una prensa independiente”.



“Hace unos días –siguió sin mencionar al IDHUCA– una institución promotora de los derechos humanos tuvo la ocurrencia de homenajear el trabajo de medios de prensa que en su opinión han contribuido a la difusión y defensa de los derechos humanos en el país. Por supuesto que a la institución que patrocina el homenaje le asiste el derecho de decidir a quién premia y a quién no. Sin embargo, lo paradójico de esta acción es que uno de los medios galardonados es el mismo que en todos estos años ha contado entre su ‘staff’ de generadores de opinión con el personaje que las propias investigaciones de esta institución llevan a incriminar como responsable de graves violaciones a los derechos humanos”.

A ese “supremo” en ciernes, Funes, ya desde entonces le hacía cosquillas una megalomanía pura y dura. “Por ahora la posteridad –escribió Augusto Roa Bastos– no nos interesa a nosotros. La posteridad no se regala a nadie. Algún día retrocederá a buscarnos”. Así hablaba José Gaspar Rodríguez de Francia, dictador en el Paraguay entre 1814 y 1840; así actuaba y actúa funestamente “Mauricio I”. Sus osados defensores a ultranza encabezados por Medardo González, secretario general del partido que lo llevó a Casa Presidencial, consideran que el expresidente debería pasar a la posteridad y estar en el altar de los próceres nacionales. Funes seguro piensa igual.

“Históricamente ‒alardeó el 11 de noviembre del 2007‒ a nuestros gobernantes les ha temblado el pulso para castigar a los evasores y a los que viven a costa del erario público. Nosotros si tenemos la voluntad y la fuerza para combatir estos males”. ¿Lo hizo? Parece que no. Según los medios, hace unos días Carlos Cáceres –ministro de Hacienda en el actual gobierno y en el de Funes– visitó la Asamblea Legislativa para solicitar reformas penales en función de “combatir estos males”. A casi nueve años de la promesa hecha por  su exjefe, ¿dónde quedaron la voluntad y la fuerza de las que presumía en aquel entonces?

Lo mismo ocurrió con otros graves “males” que afectaban a las grandes mayorías en esa época y que al finalizar su período presidencial se habían agravado; ejemplos claros: la inseguridad y la violencia. El citado tirano paraguayo ‒personaje principal en la novela “Yo, el Supremo”‒ explicaba esto así: “Las palabras de mando, de autoridad, palabras por encima de las palabras, serán transformadas en palabras de astucia, de mentira. Palabras por debajo de las palabras”.

Ocho días antes de que le otorgara asilo político Daniel Ortega, a propósito de caudillos “tercermundistas”, Funes se empachó desmintiendo al fiscal Douglas Meléndez. Lo acusó de hacer “eco de chambres”. El titular del Ministerio Público había recibido información sobre las gestiones de Funes en Nicaragua para conseguir esa “gracia” y garantizar así su protección. 


Él es perseguido penalmente por delitos cometidos en su gestión como presidente. No es perseguido político”. Esas palabras no son del fiscal Meléndez. Salieron de la boca de Funes; iniciaba mayo del 2014, aún era presidente y su lengua larga, ligera e intrigante apuntaba contra el finado Francisco Flores. Contra Funes ni siquiera ha sido presentado un requerimiento fiscal en un tribunal, hasta el momento, y él se dice perseguido político sin serlo. Chorreando una enorme y descarada poquedad, tramitó el asilo y Ortega le dio dónde esconderse; no debajo de su cama, sino en una vistosa residencia.

Su escaso valor, Funes lo pretende disimular diciendo que hasta lo pueden matar tras haber luchado por la democracia, la paz, la justicia y los derechos humanos. “Entronizada en la tramoya del poder absoluto ‒escribió Roa Bastos‒ la suprema persona construye su propio patíbulo. Es ahorcada con la cuerda que sus manos hilaron”.

Finalmente, Funes es un sacrílego al compararse insolentemente con el beato Óscar Romero. Una de esas ofensas a la memoria del buen pastor salvadoreño, ahora universal, ocurrió el 17 de febrero del 2008 en la ciudad de Suchitoto. “No hay crimen que se quede sin castigo”, sentenció monseñor. “El que a espada hiere, a espada muere ha dicho la Biblia. Todos estos atropellos del poder (…) no se pueden quedar impunes”. Eso dijo el 7 de agosto de 1977, hace casi cuatro décadas, el guía espiritual de la gente buena; no de la canallada.












sábado, 3 de septiembre de 2016

Remedo "reparador"

Benjamín Cuéllar

“Recuperar de nuevo los nombres de las cosas. Llamarle pan al pan, vino llamar al vino, sobaco al sobaco, miserable al destino… Y al que mata llamarle, de una vez, asesino”. Eso hay que hacer, como canta el gran Sabina, cuando se trata de las víctimas de antes y durante una guerra en la que solo salieron gananciosos algunos victimarios, de entre  quienes la dirigieron; gananciosos, de uno y otro bando, por la impunidad que se autoconcedieron y los negocios lícitos o ilícitos en los que se metieron. Hay que llamarles asesinos no solo de hombres y mujeres de todas las edades, en su mayoría de una sola condición social marcada por la exclusión y la desigualdad; también hay que llamarles ‒tras alzar sus armas, darse las manos y abrazarse‒ asesinos de la esperanza.

De unos, no había que esperar mucho. Nunca simpatizaron con la verdad, la justicia y la reparación integral para las víctimas; si firmaron algo que tuviese que ver con esas legítimas demandas, lo hicieron en función de sus intereses políticos y económicos. De los otros fueron muchas –inmensamente muchas– las personas que dentro y fuera del país esperaban mucho al respecto; pero está comprobado que también firmaron y se comprometieron, sabiendo que no cumplirían, por las mismas razones que su contraparte. Además de asesinos, a estos hay llamarles desleales, ingratos… ¡Judas! ¿Muy duro? ¡No! Eso merecen luego de ver lo que le hicieron y le están haciendo a las víctimas de aquella barbarie.
                                                                                                           
¿Cuántas fueron? ¿Las reportadas por la Comisión de la Verdad, que sumaban casi veintiún mil? ¿Las setenta y cinco mil o más, siempre mencionadas, de la población civil no combatiente asesinadas por razones políticas? ¿Las ocho mil o más desaparecidas por la fuerza y cuyos familiares aún esperan encontrarlas vivas o muertas? ¿Las quién sabe cuántas detenidas ilegalmente y torturadas? ¿Las cientos y cientos de miles que abandonaron sus hogares, por humildes que fueran, para salvarse? 



En realidad, nadie sabe a ciencia cierta cuántas fueron exactamente. Lo indiscutible es que no fueron las 6,235 personas a quienes, el pasado miércoles 31 de agosto, el profesor Salvador Sánchez Cerén les notificó ‒con “bombo y platillo”‒ que recibirán un pago mensual indigno de llamarse “resarcimiento” o “compensación”.

Dependiendo del tamaño del grupo familiar y las edades de sus integrantes, le tocan de quince a veinte dólares; si hay mujer embarazada, también cuenta; y si la víctima pasa de cincuenta y cinco años, le corresponden cincuenta dólares. Para colmo, ni dinero tienen. Esta ofensa al dolor humano, ya la desmenuzó Rodolfo Cardenal en su última columna publicada en la página web de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA).[1]
                                                                                                           
Una de las víctimas asistentes al oficialista evento, afirma que recibió un sobre vacío; dentro no tenía nada de nada. Otra asegura que ni sobre recibió. ¿Será cierto que no era cierta la vocación de la exguerrilla por las víctimas? ¿Será que, al aspirar al poder o estar administrándoselo a sus verdaderos dueños, renunciaron a eso? Pensando y sintiendo desde la gente agraviada, cabe preguntar cuánto le ha costado llegar hasta esta nueva afrenta proveniente de quienes ‒en algún momento‒ dijeron estar de su lado.

Desde el fin de la guerra hasta que el FMLN instaló en Casa Presidencial a Mauricio Funes, ARENA nunca hizo nada para cumplir lo establecido en el primer artículo constitucional, el cual dice que El Salvador “reconoce a la persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado, que está organizado para la consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común”. Hace 505 años, en la isla La Española donde hoy día coexisten Haití y República Dominicana, fray Antón Montesino pronunció su quizás más célebre sermón. Parafraseándolo, habría que preguntar a las dirigencias “areneras” de hace un cuarto de siglo para acá si las víctimas de uno u otro bando ‒ese “pueblo crucificado” salvadoreño‒ no son personas humanas.

Funes, el 16 de enero de 2010, les pidió el primer perdón general; de entonces a la fecha, tanto él como su sucesor lo siguieron haciendo. Pero en esa citada ocasión, el primero manifestó que crearía una comisión con una “finalidad única”: que le propusiera cómo impulsar –dicho con sus palabras– “la reparación moral, simbólica y material, dentro de las posibilidades que las finanzas del Estado nos brindan y con la obligación de ofrecer resultados concretos en tiempo y forma”. 

Tal Comisión arrancó en mayo de ese año. El tiempo se fue alargando y no se veía forma, hasta que el 16 de enero del 2012 ‒allá en El Mozote‒ Funes volvió mencionar el asunto. Textualmente, anunció “el inmediato lanzamiento de (sic) los próximos días, del Programa Nacional de Reparación para las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos en el marco del conflicto armado interno”.

Esos “próximos días” también se alargaron y fue hasta el 23 de octubre del 2013, transcurridos casi dos años, que por Decreto Ejecutivo apareció el “dichoso” Programa; en sus considerandos decía que sería de “inmediata aplicación”. ¿Cumplieron? Cerca estuvieron de tardar los tres años para llegar al remedo de reparación anunciado este miércoles 31 de agosto, horas después de conmemorarse el “Día internacional de las víctimas de desapariciones forzadas”.

Pero hoy se han vuelto defensores del general José Atilio Benítez, a quien la Fiscalía General de la República lo señala como traficante de armas; en ese marco, afirman que la embajadora estadounidense está “desestabilizando” a la Fuerza Armada. En lugar de estar impidiendo que la justicia funcione en este y en otros casos, mejor que entreguen o abran los archivos militares de aquella terrible época para que se conozca ‒siquiera‒ parte de la verdad; eso sí sería realmente reparador.

Lo que se ha hecho hasta ahora profesor, dispense, no significa para nada que el salvadoreño se haya convertido ‒como usted afirmó‒ en un “Estado responsable, comprometido con la construcción de la paz e impulsor de la justicia social y la justicia restaurativa”. Lastimosamente, profesor, no es así. Solo lo será cuando cumpla a cabalidad la sentencia que declaró inconstitucional la amnistía de 1993. Léala bien y actúe, también, bien.