sábado, 31 de diciembre de 2016

Navidad

Benjamín Cuéllar


Casaldáliga, en un poema, desafía el modo impuesto para celebrarla en sociedades consumistas como la salvadoreña. “Es difícil –sostiene– detectar El Anuncio entre tantos anuncios que nos invaden. ¿Existe aún la Navidad? ¿Navidad es Buena Nueva?”. Además, el obispo denuncia que el “buey y la mula, huyendo del latifundio, se han refugiado en los ojos de este Niño. El hambre no es sólo un problema social, es un crimen mundial. Contra el Agro-Negocio capitalista, la Agro-Vida, el Bien-Vivir”.

Mejor forma de evidenciar lo que ocurre en las entrañas de la exclusión económica y social que sufren las mayorías populares en el país más pequeño de Centroamérica, imposible.  



En El Salvador, a quienes cierran sus ojos o voltean la mirada ante esas realidades, el apellido Casaldáliga no les dice nada; menos su poesía que, como esa sobre el nacimiento de Jesús, es grito indignado contra el mal común. Pero quienes en esta sufrida tierra ‒desde su dolorosa realidad y su generosa solidaridad‒ se inspiran no solo de palabra sino de obra en el beato y mártir Óscar Romero, saben que don Pedro es quien lo proclamó santo así:

“Como un hermano herido por tanta muerte hermana, tú sabías llorar, solo, en el huerto. Sabías tener miedo, como un hombre en combate. ¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana! […] América Latina ya te ha puesto […] en la canción de todos sus caminos, en el calvario nuevo de todas sus prisiones, de todas sus trincheras, de todos sus altares... ¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos! San Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última homilía!”.


Don Pedro es, pues, obispo también del pueblo salvadoreño porque desde su poesía canonizó a Romero. Pero también por acompañar a las mayorías populares en el Mato Grosso brasileño, luchando por la vigencia de sus derechos y asumiendo los peligros que eso conlleva. Porque ‒tal como lo plantea este verdadero hombre de Iglesia‒ la “más esencial tarea de la humanidad es la tarea de humanizarse practicando la projimidad”.  

La Navidad es amor, dicen… Pero ese amor no es real si subsiste el dolor de la sangre derramada, el horror del hambre aguantado y el insulto de la impunidad protectora de maldad. Si esa es la realidad de las mayorías populares salvadoreñas, la Navidad es privilegio de pocos aunque mucha gente la “celebre” gastando sus precarios recursos en un consumo instigado desde los poderes.

Por eso, Don Pedro afirma en su poesía lo siguiente: “Todo puede ser mentira, menos la verdad de que Dios es amor y de que toda la humanidad es una sola familia. Dios continúa entrando por abajo, pequeño, pobre, impotente, pero trayéndonos su paz. Doña María y el señor José continúan en la comunidad. La sangre de los mártires continúa fecundando la primavera alternativa […] Y de noche surge el Resucitado. ‘No tengan miedo’. En coherencia, con tesón y en la esperanza, seamos cada día Navidad, cada día seamos Pascua”.



miércoles, 14 de diciembre de 2016

Ultraje continuado

Benjamín Cuéllar 

Este sábado 10 de diciembre se celebró el 68 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), cuyo preámbulo considera que “el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad […]”; también que la “aspiración más elevada” de la persona es “el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”. ¡Perfecto!


Pero hoy, martes 13 de diciembre, se conmemoraron 35 años del fin de una de las tantas expresiones de ese salvajismo condenado hace casi siete décadas. Se trata de la masacre más terrible ocurrida en la región durante la segunda mitad del siglo XX: la de El Mozote. Junto a la matanza en enero de 1932, la más terrible de la primera mitad de esa centuria, ambas ocurrieron en suelo salvadoreño donde las instituciones estatales castigaron a las víctimas negándoles justicia y premiaron a sus victimarios protegiéndolos con la impunidad.

El miércoles 13 de julio de 1932, Maximiliano Hernández Martínez concedió “amplia e incondicional amnistía” a quienes participaron en la “rebelión comunista” del 22 y 23 de enero ese año, exceptuando “los individuos que aparecieren culpables de los delitos de asesinato, homicidio, robo, incendio, violación y lesiones graves”. Esta salvedad debe ser bien ubicada: estaba dedica a la población indígena y campesina sobreviviente.

Igualmente amnistió a “funcionarios, autoridades, empleados, agentes de la autoridad y cualquiera otra persona civil o militar”, responsables “de infracciones a las leyes, que puedan conceptuarse como delitos de cualquier naturaleza, al proceder en todo el país, al restablecimiento del orden, represión, persecución, castigo y captura de los sindicados en el delito de rebelión antes mencionado”.

La otra amnistía mal exhibida como necesaria para “la consolidación de la paz”, aprobada en la Asamblea Legislativa el sábado ‒¡sábado!‒ 20 de marzo de 1993 y firmada dos días después por Alfredo Cristiani, también era amplia e incondicional pero además absoluta. Y eso fue lo que se alegó siempre para no castigar a los responsables de la ultrajante barbarie realizada por el ejército gubernamental en El Mozote y otros cantones aledaños; no solo a estos sino, también, a cualquier violador de derechos humanos de uno u otro bando en la preguerra y en la guerra finalizada hace ya casi 25 años.

Con la tenaz lucha de las víctimas fue derogada esa aberración el miércoles 13 de julio de este año, que ya está diciendo adiós; exactamente 84 después de aprobada la de 1932. Ya no debería haber pretextos para no impartir justicia. Los antes enfrentados en las trincheras de la confrontación armada no se ponen de acuerdo, por su guerra electorera de posguerra, en muchas materias decisivas para el bien común. Pero en esto sí. Se niegan rotundamente a despojarse de la impunidad que los ha protegido desde ese “sabadazo” el 20 de marzo de 1993. Ambas partes tienen “la cola pateada”.

El artículo 7 de la DUDH determina que todas las personas “son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley; asimismo, establece que “tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación”. El 8 afirma que además tienen “derecho a un recurso efectivo, ante los tribunales nacionales competentes”. Pero en este país, hasta ahora, eso ha sido letra muerte para las víctimas sobrevivientes de la masacre en El Mozote y todas las otras atrocidades ocurridas antes y durante la guerra.

En el marco de esas fechas emblemáticas para los derechos humanos, este lunes 12 de diciembre fue juramentado Antonio Guterres como nuevo secretario general de la ONU: El portugués llega con bríos. Declaró que la organización que estará a su cargo a partir del primer día del 2017, “debe estar lista para cambiar”. Habló de agilidad, efectividad y eficiencia para centrarse “más en la gente y menos en la burocracia”. Ojalá lo haga en favor de quienes en El Salvador y el mundo siguen, con su dolor e indignación, siendo discriminadas y ultrajadas con la impunidad.


Consciente del malestar mundial de la gente con sus “líderes”, sostuvo que se deben  “reconstruir” sus muy malas relaciones. La ONU nació de la guerra y por eso hay que cuidar la paz, afirmó Guterres. Pero esa paz aún no llega a este país, porque sus “líderes” siempre le cerraron la puerta a la justicia para las víctimas. Esperemos…


domingo, 4 de diciembre de 2016

Coherencia

Benjamín Cuéllar

Fuera de las mentes cerradas, es innegable que en Cuba sí valen los derechos a la salud, la educación, el arte, la ciencia, la cultura, el deporte y la seguridad, entre otros. Su vigencia está, indiscutiblemente, muy por encima de lo que pasa en El Salvador y se confirma al revisar ciertos indicadores.

Margaret Chan, directora de la OMS, reivindica el sistema de salud en la isla como “ejemplo a seguir por su sostenibilidad y capacidad para actuar en situaciones de emergencia”. La tasa de mortalidad infantil cubana del 2014, por ejemplo, fue de cuatro por cada mil personas nacidas vivas antes de cumplir un año; la salvadoreña anduvo por las dieciocho. UNICEF sostiene que el nivel educativo de la madre es factor de alta incidencia al respecto.


La  UNESCO da cuenta de algo sobresaliente: en Latinoamérica y el Caribe, solamente la patria de José Martí alcanzó los seis objetivos establecidos el 2010 en Dakar, en el marco de acción mundial “Educación para todos”. El segundo planteaba que antes del 2015 la niñez, sobre todo la “que se encuentra en situaciones difíciles”, tuviese “acceso a una enseñanza primaria gratuita y obligatoria de buena calidad” hasta terminarla.

Mientras, en El Salvador –precisamente en el 2015‒ hubo 114,617 deserciones escolares en sus 6,053 escuelas públicas y privadas. Por “delincuencia” 15,511; 32,637 por “cambio de domicilio”; 12,996 porque “abandonarían el país”; 14,045 no dijeron por qué. La primera causa está clara; las otras están relacionadas con la misma, en un país donde la tasa de asesinatos durante el 2015 fue de casi 110 por cada 100,000 habitantes. La cubana es de cuatro muertes violentas intencionales.

Habiendo participado en veinte Olimpiadas, Cuba consiguió 220 medallas de oro, plata y bronce; El Salvador, en trece ocasiones no ha ganado siquiera una. Finalmente, allá hay un solo partido político; acá dos “pesados” y otros “por gusto”.

Sin embargo, en el balance global Cuba no sale bien. Al triunfo de la revolución en 1959, hubo graves violaciones de derechos humanos. Los argumentos para “justificarlas”, la “nueva trova” los entonaba así: “Del amor estamos hablando, por amor estamos haciendo, por amor se está hasta matando para por amor seguir trabajando”. Eso cantaban Pablo, Silvio y Noel. 

Hoy, el querido Pablo sostiene que su pueblo “lo único que tiene (…), hablando del 95%, es la esperanza. Lo demás son especulaciones, visiones, imágenes turísticas, informaciones falsas”. “En esencia ‒sostiene‒ el país no ha cambiado, sigue igual y yo creo que peor (...) No creo que se haya dado apertura”.

"Hay mecanismos represivos que no permiten la protesta en la calle, no permiten la libre expresión de los sindicatos", ha dicho el autor de “Amo esta isla”. La prensa está “totalmente vinculada al sistema”; si existen “periodistas que piensan distinto, no se atreven a hablar”. No obstante, Pablito está convencido de que “las ideas de un revolucionario no deben desviarse por los errores de sus dirigentes”. Evaluar el estado de los derechos humanos en cualquier realidad, pues, reclama eso: coherencia.