martes, 28 de abril de 2015

Tiempos difíciles

La situación conflictiva del país se había empeorado desde el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, cuando jóvenes oficiales derrocaron al régimen del general Carlos Humberto Romero.  
http://www.contrapunto.com.sv/cpcultura/cultura/la-anecdota/cronica-de-dias-dificiles-crimen-de-un-arzobispo

Un buen consejo: marchando van

Benjamín Cuéllar

“Se necesita algo de llanto y entonar un dulce canto, para sentirse capaz de reclamar por la paz que necesitamos tanto...” Bastante llanto se derramó y se sigue derramando, tanto en este país como en el resto del llamado “triángulo norte de Centroamérica”. Pero, además, esa letra del mexicano Marcial Alejandro reclama entonarle estrofas a la gran ausente –desde siempre– en estas heredades: la paz. “Artistas unidos” le ofrendaron una “rola” en 1992, tras el fin de aquella guerra salvadoreña; aceptable era su letra, pero se quedó corta. Luego, “Músicos unidos” se lanzaron de igual forma en pos de ese sueño postergado, como parte de una campaña de las Naciones Unidas iniciada al comienzo de la presente década. “Yo decido vivir en paz” llamaron a su simpática y pegajosa tonada. Sin embargo, ¿hoy qué queda oír? Más lamentos y llantos lastimeros, con fondo musical de… ¡tambores de guerra!

Ya anunciaron las actuales autoridades al más alto nivel, la creación de batallones de reacción inmediata para “limpiar” el país de delincuentes; ya se ve venir la militarización total de sus sectores más paupérrimos, como tabla de salvación nacional; ya está empuñada el arma para darle el “tiro de gracia” al “punto de honor” que Shafik Handal y compañía plantearon, en uno de los acuerdos con “el enemigo” hace casi exactamente veinticuatro años –el 27 de abril de 1991– en la ciudad de México. Con todas sus letras, la entonces audaz guerrilla declaró unilateralmente “que la redacción del Artículo 211 (de la Constitución) en el punto que define a la Fuerza Armada como institución ‘permanente’ no es acorde con su posición sobre el particular”.

Pero ahora, en la subregión central de América, faltaba poco para que El Salvador no desentonara. Según parece, se encamina a pasos agigantados y veloces a ser como la Guatemala donde está por salir un presidente acusado antes como violador de derechos humanos y embarrado ahora de los pies a la cabeza –durante su gestión al frente del vecino país– por una escandalosa corrupción. ¿Y Honduras? Infortunado pueblo catracho donde la “maña vieja” de golpear al Estado ha hecho de su destino, un desatino de violencia y también de corrupción. Y en ambos territorios, sigue enseñoreado el crimen organizado en toda su expresión. En fin, le apostaron a “acuartelar” ambas sociedades y vean como les va.

Acá lo que pasó fue distinto. Hubo una guerra de verdad y el ejército no la ganó, pese al apoyo estadounidense con dinero, armamento y tecnología. Acá, la insurgencia no fue vencida porque la apoyó el pueblo y le dio vuelo a la creatividad para nacer, crecer y desarrollarse. Acá también, para frenar ese enfrentamiento armado, hubo acuerdos entre los bandos y diversos organismos permanentes o especiales de las Naciones Unidas fueron testigos privilegiados, mediadores y verificadores de los compromisos que dichas partes asumieron. Acá, pues, hay lecciones de dolor y esperanza de las cuales se debería aprender para enfrentar los problemas –por graves que sean– y salir adelante.

Pero no. Se le sigue apostando a lo mismo. Más allá de lo que pueda opinarse sobre lo  de la milicia guanaca sobre su “profesionalismo”, aunque incapaz de vencer a unas fuerzas populares y de liberación en aquella guerra, hay que repensar ese “honroso” sitial en el que se le ha querido colocar después de dicho conflicto bélico. Para muestra en contrario, dos botones. Primero: sus mandos nunca abrieron archivos ni estimularon a su personal, para colaborar con las víctimas de graves violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la humanidad que legítimamente reclaman verdad, justicia y reparación. Ello, pese a que en el Acuerdo de Chapultepec –del 16 de enero de 1992– se reconoció necesario “esclarecer y superar todo señalamiento de impunidad de oficiales de la Fuerza Armada”; también se afirmó entonces que los tribunales debían actuar ejemplarmente, sancionando a los autores de las atrocidades ocurridas.

Segundo: en la posguerra se han conocido casos de contrabando de armas y otros hechos delictivos al interior de la institución castrense, sin que se haya hecho mayor cosa por investigar hasta el fondo ni castigar a sus principales responsables. Pero hay algo más de lo que no se habla mucho. Ahora que la población –hastiada y desesperada por la criminalidad, la inseguridad y la violencia– ve con buenos ojos que nazcan los hijos del “Atlacatl”, el “Atonal” y el “Belloso” en los cuarteles o que clonen a Domingo Monterrosa, nadie o casi nadie se acuerda desde cuándo se estrenó la Fuerza Armada del “nuevo El Salvador” en tareas de seguridad.

Otra vez hay que leer despacito –muy despacito, decía José Alfredo Jiménez– el Acuerdo de Chapultepec. El mantenimiento de la paz interna, la tranquilidad, el orden y la seguridad pública no tiene que ver con su misión; por eso se convino y además está en la Constitución, que solo excepcionalmente podría meterse en esos asuntos; únicamente cuando se hubieran agotado los medios ordinarios para ello. Pero el ejército está “excepcionalmente” en ese afán, que no es parte de su mandato constitucional, desde julio de 1993. Alfredo Cristiani lo sacó entonces con el “Plan Vigilante”; Armando Calderón Sol con los dos “Guardianes”. De ahí en adelante se llamaron “Caminante”, “Grano de oro”, “Tregua I”, “Tregua II”, “Mano dura” y “Súper mano dura”, hasta meter las extremidades inferiores con las “patadas de ahogado”. ¿Y qué se ha resuelto con cerca de ocho mil soldados a la fecha, aplanando calles en las ciudades y veredas en los cantones? Y si eso vuelve a fallar, ¿qué queda?

Pero quieren vender la Fuerza Armada como parte de una “nueva estrategia”. Lo que pueden conseguir, de seguir así y como dicen por ahí, es “que les den en la nuca” como pasó en Honduras. Tan consentidos están los militares que mientras José Atilio Benítez desacataba, Jorge Palencia aconsejaba. ¿Quién es el primero? El que fue viceministro y ministro de la Defensa Nacional en tiempos de Mauricio Funes, al que desobedeció manteniendo los homenajes institucionales a violadores de derechos humanos castrenses. Como “castigo”, su entonces flamante “comandante general”  lo mandó como embajador a España y el actual lo trasladó a Alemania.

¿Quién es el segundo? Pues quien fungía como consejero en la sede diplomática salvadoreña allá en Madrid y de quien todo mundo esperaba sería el representante “rojo” salvadoreño ante aquella monarquía. Pero no. Le tocó mudarse acá cerquita a Guatemala, donde sí es el embajador de este Gobierno. Pero qué “baje” le dieron a quien en la década de 1970 “sudó la camiseta” y “se jugó el pellejo”, siendo coordinador del Movimiento de la Cultura Popular; el “MCP”, le decían, del aguerrido Bloque Popular Revolucionario.

Y a propósito de aprender de las lecciones de dolor y esperanza que quedaron de aquellos años, el querido “viejo” Palencia supo sintetizar una con la letra de su pluma y los acordes de su guitarra. “Marchando van –cantaba– los obreros con las manos campesinas. Qué belleza, qué belleza compañeros… La alianza obrero-campesina. ¡Los oligarcas ya se han puesto a temblar!”. Esa alianza en el abajo y el adentro del país, donde corre la sangre de las víctimas que desesperadas ya no hayan qué hacer, debería reeditarse para poner a temblar a la delincuencia exigiéndole a las autoridades estatales con marchas como las de antes – auténticas y combativas– que la enfrente en serio.


“Basta y sobra con recordar lo que nos hizo llorar la madre naturaleza, para no pensar jamás que son la guerra y la paz un simple juego de mesa” Eso dice la canción de Marcial Alejandro, finamente interpretada por Tania Libertad y recordada al principio de estas líneas. Que dejen ya de jugar, pues, con esos asuntos en las lujosas mesas de los poderes. Porque en este país “se necesita mucha firmeza, el amor y la ternaza… Ganas de reconstruir y nunca más permitir que perdamos la cabeza”.


viernes, 24 de abril de 2015

Cuanto te amo

Cuando te amo, cuánto me elevo hasta el tope de un silencio que armoniza la brisa, que sostiene con prisa el momento en que presencio tu sonrisa. Y entonces, ¡cuánto te amo!


lunes, 20 de abril de 2015

¿Y qué culpa tengo yo?

Benjamín Cuéllar

“No tuvo culpa quien nos inventó el dinero ni el pobre chino que a la pólvora dio a luz, ni la oratoria encumbrada de los griegos ni el carpintero de la tan famosa cruz”. Qué bien y con cuánta razón canta esto “Buena fe”, el hasta ahora excepcional dúo caribeño que es sensación musical dentro y fuera de su isla natal. Y qué bien –¡pero qué bien!– le cae al pelo esa tonada a este sufrido país en el que, ni marchando por sus calles de San Salvador y otras ciudades al son de “La ballamesa”, el “bueno” logra derrotar al “malo”.

Contemplad nuestras huestes triunfantes, contempladlos a ellos caídos. Por cobardes huyen vencidos; por valientes… supimos triunfar”. Ni esa inspiradora lírica de ese que es el himno nacional cubano, llama a pensar y mueve a El Salvador entero para que la sociedad y los aparatos de gobiernos central y locales se unan después y más allá de la numerosa caminata reciente –gozada, obligada, alabada y hasta ninguneada– para lanzarse en pos de hacer realidad lo que hace más de veintitrés años se pactó: la “paz”.

Pero lo que se logró, esta solo alcanzó para los guerreros. Esa “paz” tantas veces examinada por los sistemas intergubernamentales universal y americano, por académicos y pensadores, analistas muy listos y demás, no dio para más. Porque, hasta ahora, esa “paz” exclusiva y excluyente no ha sido saboreada por las víctimas de antes, durante y después del pleito armado entre aquellos que no murieron en el mismo aunque sí lo dirigieron y se sirvieron con las cucharas más grandes.

Pero bien y con toda la razón, “Buena fe” entona lo siguiente: “Ni aquella bala de andar perdida, ni los gusanos en la cosecha podrida… Huérfana culpa vuela sin dueños. Donde se pose, nunca crecerán los sueños… No tiene culpa el papel por lo que aguante ni el instrumento por el disonante acorde, ni las costuras para que se vea elegante la recia porra que cuelga del uniforme”. Y sigue necia esta pareja inmejorable de creadores culturales nacidos en Cuba: “Me duele tanto cuando la culpa –¡ay, la culpa, la maldita culpa!– no la tiene nadie”.

De las inseguridades ciudadana, económica y jurídica –por no mencionar otras tantas más,  vigentes y dolientes– nadie, nadie tiene la culpa en El Salvador. En este país no son culpables de eso ni ARENA con su veinte años de mal Gobierno y sus casi seis de deficiente oposición, ni el FMLN al revés. Bien les valdría mejor entonar como alabanza conjunta de un bipartidismo hipócrita e indolente ante el dolor profundo de las víctimas, intentando tener conciencia de sus deudas con las mismas y armonizando a una sola voz con un poquito de decencia ante el pueblo –el que no le pertenece ni a uno ni a otro– lo que alguna vez cantó y puso de moda el venezolano José Luis Rodríguez. “No te engaño al pedirte perdón –imploraba “El Puma”– por el daño que pude causarte. No des vueltas buscando un culpable. ¡Culpable soy yo!”  
   
Pero no. Acá, en la que consideran su finca, “culpable es el otro y no yo”. Eso dicen ambos partidos que tiene en sus manos el hacer y el no hacer en la politiquería vernácula. Es ese el “ping-pong” guanaco de la evasión de responsabilidades mutuas y la falta de compromisos de país; es el andar permanentemente enfrascados en “dimes y diretes” necios y por gusto, no en función de las víctimas de un sistema generador de muerte lenta y violenta sino de los votos –los tan ansiados votos– de la próxima elección. La “culpa real” dijeron antes los unos y hoy dicen los otros –ambos chocantes entes electoreros– la tuvieron y la tienen quienes informan sobre lo que pasa en esa realidad hambrienta y sangrienta.

Lo que sí es cierto, es que hay una tremenda culpa dentro de una sociedad blandengue que no culpa y no castiga a esas maquinarias partidistas sin alma de pueblo sufrido y sufriente; dentro de una sociedad que no les reclama con fuerza y sin treguas, que cumplan el mandato constitucional de tener a la persona humana como centro de la actividad estatal y alcanzar el bien común. Sí tiene culpa la sociedad salvadoreña de no exigirles que trabajen para eso y que, de no hacerlo, expíen sus culpas en el averno del ostracismo político. 

“Lo que grita la calle, el informe lo oculta”, dice la gente y la canción. Por eso, peor aún. Pero no se puede tapar el sol ni siquiera desde el “poder”, señalando con un dedo acusador a quien observa la realidad y critica los responsables de que esté tan mal. Parafraseando a “Buena fe”, la cobardía pretende ocultarse con el disfraz de la tolerancia. No tener la valentía para tocar lo intocable es “políticamente correcto”, porque hay que ser “complacientes” para no arriesgar esa “paz” exclusiva; esa “paz” que nunca ha disfrutado la gente de abajo y de adentro, a la que recurrentemente le piden los votos queriendo convencerla de que son los otros los culpables del mal común.

Esas han sido y son las guías máximas de los gobiernos que después de la guerra en El Salvador, sin vergüenzas de ningún tipo, han defraudado a sus mayorías populares. Pero también, es ese el desafío a encarar por parte de estas para cambiar en serio lo que las abruma día a día. Porque hay otra culpa, según el citado y pequeño texto musicalizado hecho de muy buena fe por ese par de intérpretes cubanos.

Ambos le cantan muy afinados y mejor atinados a una “ilusión como linterna en la penumbra”. Dice la letra de su novísima trova: “Quiero esa culpa de empinar los imposibles que mis abuelos me obsequiaron en la infancia; denme la culpa de estallar cuando se arrime la cobardía con disfraz de tolerancia. Culpa coraje, culpa valiente”. Bien dicho, “Buena fe”. Porque de no ser así, ¿de qué otra forma será posible enfrentar y superar todo eso que angustia, desespera y hace morir, desaparecer y emigrar a otras tierras a tanta población salvadoreña?

Si no se explota de indignación y con coraje, si no se pasa del lamento al grito y a la acción con inteligencia y creatividad, ¿qué va a cambiar solo yendo a cada rato a las urnas sin opción real para que gane el país? Como bien dicen en México y bien sirve para ya dejar de hablar de culpas no asumidas arriba y no reclamadas abajo: “No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre”





lunes, 13 de abril de 2015

¿Qué tal si deliramos un ratito?

"Pero en este mundo, en este mundo chambón y jodido, seremos capaces de vivir cada día como si fuera el primero y cada noche como si fuera la última" 
(Eduargo Galeano, del 3 de septiembre de 1940 hasta hoy, 13 de abril del 2015, y para siempre...)


Si no fuera por vos

"Por siempre tuyo, por siempre mía... Que el mundo se quede con lo suyo"



viernes, 10 de abril de 2015

Declarase culpable

"Caer de tanta altura y tanta muerte debe ser bofetada memorable nosotros los sencillos esperamos ver la justicia roer augusta carne". (Illapu) 


El bumerang ya inició su retorno

Benjamín Cuéllar

Autoridades del Gobierno estadounidense deportaron al general Eugenio Vides Casanova y ya comenzaron los trámites finales para extraditar a España al coronel Inocente Montano Morales; además, el promedio diario de homicidios en el país llegó a dieciséis. El miércoles 8 de abril del 2015, esas fueron noticias de última hora en El Salvador. Pero no son novedades. Las dos primeras, las relacionadas con ese par de altos jefes militares de antes y durante la guerra que en el país inició el 10 de enero de 1981 y terminó el 16 de enero de 1992, son fruto de un largo y pertinaz esfuerzo de sus víctimas y de los organismos defensores de derechos humanos que –dentro y fuera de El Salvador– las han acompañado por años.

La última de esas tres últimas noticias ha sido el pan amargo de cada día a lo largo y ancho del territorio nacional, al menos por más de cuatro décadas y media. Ese desangramiento en ese largo trayecto de la historia salvadoreña, provocado por razones políticas o por políticas irracionales, ha tenido subidas y bajadas en el “muertómetro” pero no ha cesado desde la década de 1970 hasta  la fecha.

Hace cuatro años, escribí algo que –palabras más, palabras menos– iniciaba contando la historia de un hombre que consultó a una vidente su destino y así supo que la muerte lo visitaría pronto. “No voy a permitir que me encuentre; huiré lejos de aquí”, se dijo a sí mismo. Angustiado, atravesó tierra y mar hasta llegar a otro continente donde cruzó ríos, montañas y bosques para encontrar una distante y casi inalcanzable cueva. “En este lugar tan lejano no me hallará la muerte”, pensó. Al ingresar a la caverna, se encontró con la última sorpresa de su vida. Sentada, tranquila, la muerte lo aguardaba. “Te estaba esperando; llegaste a tiempo”, le dijo y se lo llevó.    
Llegada de Vides Casanova a El Salvador 

A continuación, en el texto antes citado, reflexionaba sobre los responsables de crímenes aberrantes y grandes violaciones de derechos humanos que permanecen protegidos cuando ellos o sus herederos, detentaban el poder. Mentira oficial, leyes de amnistía, procesos viciados, funcionarios comprados, inmunidades vitalicias, evidencias destruidas y testigos fallecidos –dije entonces– son algunas de las piedras con las cuales se levantan verdaderos muros de impunidad; lo hacen sobre la falsa creencia de que la verdad y la justicia nunca los podrán sortear. Pero quienes colocan a las víctimas esos valladares llevan las de perder, pues la falsedad y la infamia –por su misma inconsistencia y mezquindad– se desvirtúan y superan en la medida que, con el esfuerzo de quienes las padecen, asoman pinceladas de esa verdad y esa justicia escamoteadas.

Tales líneas fueron escritas a propósito del proceso de Vides Casanova que, en una corte de Estados Unidos de América, iniciaba entonces. Lo largo del brazo de la justicia gringa llega hasta ahí; ahora le toca encajar el suyo a la guanaca, a ver de qué tamaño es y hasta dónde alcanza. Por de pronto, ni los dedos ha metido para investigar, juzgar y sancionar a este oficial que hace años dirigió la Guardia Nacional y luego fue Ministro de la Defensa Nacional. Lo acusaron en el país del norte tres víctimas salvadoreñas de crueles torturas y lograron su condena en el 2012; él y el general Guillermo García –quien pronto será también deportado– apelaron sin éxito. Pero acá, aún no tienen de qué preocuparse.

Esa condena y la deportación de Vides Casanova lanzan tres mensajes. El primero: la certeza de que la justicia, irreversible e irremediablemente, prevalecerá sobre cualquier intento de evadirla. El segundo: que esos hechos, ocurridos irónicamente en el país cuyo Gobierno fue el principal aliado del ejército salvadoreño durante la guerra de once años y seis días, marcan el inicio de una nueva etapa en los intentos por hacer valer los derechos de las víctimas, por primera vez reivindicadas ante los responsables de un aparato organizado de poder que ordenó, toleró y encubrió grandes atrocidades. Y el tercero, consecuencia de los anteriores: que comenzó a hacerse más difícil para los altos jefes castrenses de aquella época cruenta, eludir sus responsabilidades. 


¿Será casualidad?  ¡Quién sabe! Pero el mismo día que subió esposado Vides Casanova al avión en el que volaría a El Salvador, el Departamento de Justicia estadounidense aprobó extraditar al coronel Montano a España, por su participación en la masacre realizada por el batallón “Atlacatl” en la UCA. Esa “aguerrida” tropa, en medio de lo más duro de sus combates contra la difunta guerrilla, tuvo el “valor” de “enfrentarse” a ocho personas para ejecutarlas con saña: una adolescente, su madre y seis curas jesuitas. Esa “peligrosa” gente, enemiga a liquidar, estaba desarmada y –evidentemente así pasaría y así pasó– no opuso resistencia.

Montano, su jefe de hecho –el general René Emilio Ponce– y un reducido grupo de los más altos oficiales de entonces, fueron responsables intelectuales de esa monstruosidad y de su posterior auto encubrimiento. Falta un trámite formal, pero es casi un hecho que dentro de poco este Inocente –nomás de nombre– estará sentado en el banquillo de las acusados en Madrid frente Eloy Velasco, juez sexto de la Audiencia Nacional de España y quien lo ha reclamado para juzgarlo a él y –aunque no estén presentes– a cerca de una veintena de militares partícipes de alguna forma en dicha masacre.

Ya inició y se avanzó, pues, en lo que Roque llamó el “turno del ofendido”. Esa parte de la historia tan anhelada y tan buscada por las víctimas –la del triunfo de la verdad y la justicia– ya comenzó a asomarse, producto de la imaginación y los esfuerzos de aquellas. Eso también fue parte del texto antes citado, en el cual agregué que luego de ser y permanecer pisoteadas por el sistema en lo más profundo de su dignidad nunca perdida, las víctimas ven hoy una luz esperanzadora: que los torturadores y asesinos junto a sus mentores, encubridores y facilitadores, están ya ante la posibilidad cierta de que terminen para ellos las comodidades de la impunidad que han disfrutado.

La historia da vueltas, sostuve hace cuatro años, añadiendo que en materia de graves violaciones de derechos humanos es como el bumerang que regresa exacto al lugar de donde fue lanzado; sólo que con sus puntas al revés y en dirección de quien lo lanzó. Así, pues, ha llegado el momento de la siega y –tal como pasó con el hombre que quiso escapar de la muerte– no importa donde se escondan los responsables de tanta crueldad ocurrida en el país ni la textura de los tejidos para enmarañar la verdad. Lo cierto es que la ignominia terminará siendo derrotada, pues tarde o temprano la honradez y la decencia prevalecerán. Si ha pasado en otros lugares, ¿por qué no acá?          

Cuando las instituciones busquen verdad, impartan justicia y reparen el daño causado a las víctimas, se podrá hablar con certeza de un El Salvador distinto y no de esta caricatura de país. Solo así existirá una democracia real en esta tierra. Y la principal responsabilidad de su construcción, no deberá adjudicarse a quienes firmaron sus acuerdos para luego disfrutar el “descanso del guerrero”. No, por favor. En la lucha de las víctimas está la solución: unidas las de antes, durante y también las de después del conflicto armado protagonizado entre los que entonces pelearon con los fusiles y ahora se pelean por los votos.
Esa solución será la de las víctimas sobrevivientes y de las familias de las personas ejecutadas y desaparecidas, que han declarado ante el Tribunal internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador; de las que han denunciado crímenes abominables en el sistema interamericano de derechos humanos y obtenido la condena del Estado en su Corte; de las que han presentado sus denuncias en una Fiscalía General de la República casi siempre inoperante; de las que siguieron muriendo y desapareciendo después de aquella guerra.


Hace cuatro años, el título de aquel comentario que escribí fue: “El bumerang regresa”. Según parece, ya empezó a retornar y no hay que aflojar para que le pegue con todo a quienes lo lanzaron.


miércoles, 8 de abril de 2015

Nunca dejaré que te vayas

“Sé que la situación no está para bromas, pero en la confusión no hay otra forma… Sé que debemos discutir hasta donde tú,hasta donde yo… Porqué yo digo si, porqué tú dices no. ¡Ay! Peroeste momento, en serio, lo único queencuentro es volverle a decir: Nunca dejaré que te vayas…” (Carlos Arellano)







miércoles, 1 de abril de 2015