domingo, 1 de noviembre de 2015

Día de “muertos”, “país de muertes”

Benjamín Cuéllar

Se acerca el primero de noviembre. Será este domingo cuando en todo El Salvador se conmemore el “día de todos los santos”; en todo El Salvador aunque no toda su población, por la diversidad de creencias y cultos. Luego, el lunes 2, se recordarán los llamados “fieles difuntos”. Esas fechas, en el país, siempre son de un enorme significado y generan variados sentimientos. ¿Por qué? Pues por lo obvio: la tradición. Pero no solo por eso. También porque las personas que fallecieron violentamente, con todo el sufrimiento que padecen sus familias, lastimosamente han sido el eterno “calvario” para las mayorías populares en esta dolida parcela. En medio de esa periódica y eternizada realidad, a la gente que la padece no le queda más que ponerse en manos del santo o la santa de su mayor devoción.  


A lo largo y ancho del territorio nacional, según el director de la Policía Nacional Civil, durante el fin de semana recién pasado fueron setenta y dos las víctimas mortales. El comisionado Mauricio Ramírez Landaverde agregó, el lunes recién pasado, que ya suman 4,500 las de todo el presente año. Ese mismo día fallecieron más, al siguiente más y al otro  más… Y así, la de nunca acabar. En ese campo de batalla nacional no hay que hablar de una guerra, ni cansarse de repetirlo. Hay que hablar de tres: entre maras, contra las maras y de las maras contra las personas decentes e indefensas.

De estas últimas, cabe decir que no tienen seguras ni sus vidas ni sus pocas pertenencias. Solo las tienen quienes viven en el confort y la opulencia, con la seguridad que les brinda tener recursos en abundancia. Al resto lo que le toca es caminar −cotidiana y llena de miedo− por el filo de la navaja sorteando cintas amarillas que rodean cuerpos inanimados tendidos en el suelo, ante los cuales se detiene un instante a observarlos, pensando en una posibilidad cercana y cierta a todas luces: la de estar quién sabe cuándo en esa misma posición y lugar. Le toca, además, andar esquivando las balas que van y vienen de acá para allá y de allá para acá en medio de enfrentamientos armados, como en los tiempos de antes: a plena luz del día y cada vez más frecuentes.

Esas muertes no deberían seguir ocurriendo cuando faltan unos meses ‒menos de tres‒ para que vuelvan a encenderse los reflectores, a sonar las trompetas y a escucharse los aplausos en torno a un glorificado “proceso de paz” que está por cumplir veinticuatro años, el próximo 16 de enero. Esas muertes son las que desmienten el discurso optimista que habla de logros y avances, cuando proviene del lado oficial; esas muertes son las  que cuestionan la sinceridad de las críticas y condenas, surgidas desde el lado opositor. Desde el fin de aquella su guerra, gobiernos y oposiciones van y vienen mientras las muertes no se detienen.

Niñas y niños, adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres de cualquier edad junto a policías y militares, jueces y fiscales… La lista es larga, amplia y sigue creciendo. Son casi cinco lustros de una falsa “paz”, de una “paz” armada y feroz; son casi cinco lustros de quién sabe cuántas víctimas, tanto las que mueren directamente como sus familias, también víctimas al quedar muertas en llanto. Igual lo son las comunidades anegadas en sangre y abatidas por todas las manifestaciones de violencia e inseguridad.   

El “día de todos los santos” y el de “los fieles difuntos” que se acercan, en El Salvador ya no tendrían que ser un par más en el calendario ni solo deberían estar dedicados a los rezos y los recuerdos. Deberían comenzar a convertirse en los días de la indignación, la unión y la acción de todas las víctimas para cambiar de veras la realidad actual. Tienen que juntarse para ello las víctimas de antes, durante y después de aquella guerra librada entre los grupos de poder, cuyas dirigencias negociaron y acordaron terminarla; esas dirigencias, junto a sus  alianzas de la posguerra –antes impensables algunas− son las únicas que han disfrutado la supuesta “paz” salvadoreña.   


Mientras, las mayorías populares solo conocieron y conocen la de los cementerios. Ahí van día tras día  a ser sepultadas o cada año, el 2 de noviembre, de visita a rezar por sus seres queridos. Ahí esperan para ser enflorados, quienes no siguieron el consejo de Serrat en su “Pueblo blanco”: “Escapad gente tierna, porque esta tierra está enferma. Y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer”. Pero como no pueden escapar las mayorías populares en pleno y parece que todavía hay algo que hacer, “quizás mañana sonría la fortuna”…


Pero esa fortuna que anuncia el catalán en su canción, nunca les sonreirá de no rebelarse contra ese fatal estado de cosas y contra los responsables del mismo. Si no asumen el protagonismo masivo e insumiso, con objetivos claros y sin pérfidos liderazgos de cara a la defensa de sus derechos humanos, no faltará mucho para que llegue el tiempo también de enflorar las pocas esperanzas que aún puede que les queden.


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