lunes, 23 de noviembre de 2015

Alegre rebeldía

Benjamín Cuéllar

Guillermo Hernández, “Albertico”, se pegó un balazo en la sien el 19 de noviembre de 1971; hay quienes dicen que, como era en vida, murió “chisteando”. Carlos Álvarez Pineda, “Aniceto Porsisoca”, cerró del todo su “Oficina para todo” y con sus “puesiyas” se marchó de este mundo el 9 de junio de 1993. María Teresa Yanes Moreira, “Doña Terésfora”; quien fuera también personaje en dicha “Oficina”, se despidió para siempre de su pareja –Mauricio Bojórquez, “Pánfilo a puras cachas”– el 18 de febrero de 1995. Arístides Alfaro Samper, “Chirajito” partió de su “Jardín infantil” a otra parcela, quizás más linda, el 22 de enero del 2010. Estas figuras se lucieron en la radio y la televisión nacionales por décadas, dejando recuerdo perdurables entre quienes disfrutaron genialidades que arrancaba sonrisas, carcajadas.


Hubo más que ya partieron, claro que sí. Pero entre tantos artistas notables de antaño, en medio de una muy difícil contienda, muchas opiniones coinciden en otorgarle el primer sitial a don Eladio Velásquez. ¿Cuándo murió? A saber. Pero este singular artista –conocido como “Chocolate”– recorrió el país de punta a punta con su carpa “México” contagiando alegría de la buena entre el pueblo pobre, sobre todo. Quién sabe desde cuándo y hasta qué año, él y “Cañonazo”, “Tortillazo”, “el hombre orquesta” y hasta “Chirajito” en algún momento,  hicieron las delicias entre hombres y mujeres de todas las edades y de todos los estratos sociales.

En ese circo, “Chocolate” presentaba una cándida función infantil; fuera de este, amenizaba cumpleaños y primeras comuniones. El espectáculo para el público adulto era de antología por su doble sentido y por su no pocas veces sentido “único”, directo y sin maquillar el chiste bien “colorado”. En fin, le sacaba a montones las risas a quien fuera; lo hacía payasada tras payasada pero de las buenas, para gozo de la gente. No de las entrecomilladas; de esas que, para nuestro mal, se dan a cada rato entre la farándula politiquera de esta comarca guanaca donde sus personajes tragicómicos se exhiben en la Asamblea Legislativa y en la Comisión Interpartidaria, en los medios y en las “redes sociales”, fuera del país y dentro de sus extrañas “asambleas” para “elegir” sus “autoridades”. 

A la membresía de esa especie no le alcanzan las “pistas” para mostrarse tal cual son: coloridos bufones, charlatanes y sin gracia, al servicio de los dueños de cada una de esas “carpas” que –más de una vez– las llaman pomposamente “institutos políticos”. A propósito, teniendo como escenario el Salón Azul legislativo, precisamente, “Chocolate” fue declarado “artista sobresaliente de El Salvador” y el 9 de noviembre de 1989 recibió el pergamino que lo acreditaba como tal. El primer considerando de ese decreto reconocía que “por muchas generaciones”, individual “o a través de grupos artísticos en carpas de circo”, él se perfiló como un artista cómico que supo “brindar sana alegría a personas adultas y, especialmente,” a la niñez en el país.

Así, dos días antes de la ofensiva insurgente que fue la máxima expresión militar de aquella pasada y lejana rebeldía, esta chispeante estrella circense recibió un homenaje oficial tras tantos años de bregar en aguas agitadas, derrochando picardía y fiesta. Al interrogarlo la prensa sobre dicho reconocimiento, con su peculiar agudeza –que impide transcribir su respuesta– dio a entender lo poco que le importaba. Y como era costumbre, provocó las risotadas de quienes lo escucharon.

Por cierto, vale la pena traer a cuenta una anécdota. No es chiste, pues dicen que se trata de un ex funcionario muy conocido por su pasado antes de ocupar el cargo; hoy, tras su paso por el Gobierno, vive y disfruta como auténtico “empresario exitoso”. Un día, su hijo le preguntó qué era la ética política. Serio y molesto, como siempre se mostró cuando se sentía interpelado con o sin razón, el cumplidor padre prefirió ilustrarlo con un ejemplo. “Estás en un puesto público importante –dijo– y el gestor de una multinacional te ofrece doscientos mil dólares, a cambio de adjudicarle el contrato en una licitación multimillonaria”. Ahí aparece nuestra ética política, porque estás ante disyuntivas que cuestionan y retan. Tenés que decidir. Difícil pero vital: agarrás el maletín con los billetes y te callás, o averiguás cuánto le ofreció a los demás para sacarle algo mejor; pedís que el dinero te lo den cheque o mejor en efectivo”. 


Esa, hablando en serio, no es ética política. Es la “ética”, igual entre comillas, de quienes vegetan a gusto y bien redituados en la “partidocracia”. Pero en ese entorno turbio también existen personas “extrañas”, “raras” por ser dignas. Abundan entre las primeras quienes solo pueden decir, cuando agradecen una invitación, “me siento honrada”; las segundas, escasas, son honradas sin más por ser rectas y porque honran su compromiso con el pueblo sufrido al que el gran “Aniceto Porsisoca” le escribió la siguiente “puesiya”:

“Si usté supiera, patrón, lo que es estar en el mundo no teniendo qué comer. Vivir con seis riales diarios, con familia y aflicciones, más trabajo y sin raciones. ¡Esto ya no puede ser! Pero usté qué sabe déso,… del campesino. Déso no hay en el casino, solo hay bebida y placeres […] Qué sabe usté de sufrir, si vive con paz y calma. Quisiera verlo, patrón, achicharrándose el alma para poder existir”.

¿Cuánta falta hacen para cambiar de verdad, no solo como promesa electoral, esa realidad tan bien descrita en esta “puesiya” de Aniceto? ¿Cuánta falta hacen quienes sin pedir nada a cambio entregaron todo? ¡Hasta la vida! “Juancito” Chacón, “Quique” Álvarez Córdova, Manuel Franco, Humberto Mendoza, Doroteo Hernández, Enrique Escobar Barrera… Vuelvan de la terrible masacre impune en la que fallecieron, esa que ya ni sus ex “compas” recuerdan como debe ser, ocurrida en aquel pavoroso 27 de noviembre de 1980. Hace veinticinco años, ya. 



Vuelan por favor, encarnados en sangre ardiente y liderazgos nuevos, a sacar de la anquilosada burocracia partidista la alegría de una rebeldía robada e instálenla en este tiempo. Alegría y rebeldía que en mancuerna, ni cómodas ni acomodaticias –mucho menos complacientes– son la única solución para que este país no vuelva a tocar el fondo del barranco.


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