Benjamín Cuéllar
Este miércoles 11 noviembre, a cinco días
de otro aniversario de la masacre en la Universidad Centroamericana "José
Simeón Cañas" (UCA), en la ciudad colombiana cuna del “patrón del mal”
tuvo lugar un coloquio entre los tantos realizados en medio de la apoteósica
séptima conferencia de CLACSO, siglas del Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales. En la misma participaron representantes de la UCA. Organizado y
coordinado por el querido colega y amigo, Eduardo Alfonso Rueda, el coloquio
mencionado proponía una discusión académica y vivencial, abierta y libre. A
final de cuentas, resultó ser un encuentro en el cual –además– se rindió merecido
homenaje al maestro Guillermo Hoyos Vásquez, filósofo colombiano y pensador
comprometido con su país, la democracia y los derechos humanos desde la cátedra
y el quehacer político no partidista, honesto y coherente.
Ya instalados en una sala dentro de la
Plaza Mayor de Medellín, ciudad transformada para bien, Eduardo –profesor de la
Universidad Javeriana en Bogotá y Premio de investigación en Bioética 2011, de
la Fundación Víctor Grifols i Lucas 2011– introdujo el tema: “Democracia y
derechos. Entre la crítica y la utopía”. En ese escenario, consideré necesario
presentar el caso salvadoreño de forma descarnada, tal como se ha vivido y
sufrido: como un proceso pacificador frustrado y frustrante sobre el cual hay
quienes aún opinan que, con sus altas y bajas, ha sido y es “exitoso”.
Al público presente en la sesión,
entonces, había que dejarle clara la realidad real salvadoreña en la posguerra.
No se trataba de realizar en su presencia un ejercicio de masoquismo didáctico.
Pretendía, más bien, un compartir sincero. Sobre todo para que en la Colombia
que se espera edificar, no se haga lo que acá. Que no se cometan las mismas
barrabasadas, picardías e insensateces políticas, económicas, sociales y
mediáticas para favorecer “patrones del mal” entre victimarios impunes,
empresarios cínicos y delincuentes de otros niveles.
Que conste: como en Colombia, en El
Salvador no todos los empresarios son así; pero de que hay malandrines, los
hay. A esos sectores minoritarios privilegiados, le han servido muy bien las conducciones
del Estado desde que terminó la guerra hasta el día de hoy. No importa con qué
mano lo hayan hecho, izquierda o derecha, la constante ha sido “meter las
patas” en detrimento de las mayorías populares.
Al recibir la invitación para asistir a la
conferencia de CLACSO, como reflejo condicionado, vinieron como rayo a mi mente
unos versos del mejor exponente vivo del son arribeño. “Yo vengo de tierra
adentro –canta Guillermo Velásquez– y hay en mí un cruce de herencias,
ímpetus, mitos y creencias que en encuentro y desencuentro desestimo o
reconcentro, armonizo o descoyunto. Soy de un tiempo ya difunto y de otro que
quiere ser. Para más darme a entender, yo soy lo que soy y punto”.
¿Qué relación hay entre el coloquio en
mención y las anteriores estrofas del “huapanguero” guanajuatense, allá en el
México lindo y “qué herido”? Pues, para
mi gusto y disgusto, mucha. Colombia y El Salvador son tierras con historias –inspiradoras
unas y aterradoras otras– dentro y entre las cuales se tejen marañas de
sensaciones y emociones, devociones e inspiraciones… También lamentaciones y
muchas. Tierras donde se ha luchado por dejar de ser, desde las entrañas de sus
propios y ancestrales males, para llegar a ser en la liberación de los mismos…
Tierras adentro, la colombiana y la salvadoreña –como la mexicana–
ensangrentadas; tierras que son, han sido y serán…
Han sido, para bien, el teatro de
operaciones en las batallas por la defensa inalienable de los derechos humanos
y la protección de las víctimas. Han sido, para mal, calles y caminos por donde
transita la gente que se desplaza dejando atrás humildes viviendas, escasos
haberes y comunidades azotadas por la violencia criminal. Quién sabe cuántas
personas han visto caer en pedazos sus proyectos de vida, abandonando sus
comarcas para al menos salvarla.
Todo eso lo tratan de cubrir con
negociaciones y procesos de “paz”, entre quienes mucho tienen que ver con la
maquila del sufrimiento y la desgracia para las mayorías populares. Ojalá en
Colombia las víctimas irrumpan en lo que se viene, siendo parte de un proceso
de pacificación real para evitar que fracase en su perjuicio; para impedir que
solo los firmantes de los acuerdos se beneficien, apropiándose de su conducción
y dejando que aquellas únicamente reciban solo una parte de lo que les sobre.
Esto
último ocurre cuando las mafias politiqueras juegan sucio. Los ilusionantes
y promisorios “nuevos países” terminan
siendo, en palabras del maestro Hoyos, “democracias fetiche”, Como la
salvadoreña de la posguerra. Segundo Montes iba a participar en un evento que
se realizó, fuera del país, en diciembre de 1989. No pudo viajar. Lo masacraron
antes junto a Julia Elba, Celina y sus colegas jesuitas, el 16 de noviembre.
Pero al final del texto que leería, quedó algo que a la tierra colombiana y sus
mayorías populares –ahora que les ha llegado la hora– les viene bastante bien para
considerarlo: “No es tiempo todavía de cantar victoria por la vigencia de los derechos
humanos, pero tampoco es tiempo aún para la desesperanza”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario