domingo, 22 de noviembre de 2015

Yo vengo de tierra adentro

Benjamín Cuéllar

Este miércoles 11 noviembre, a cinco días de otro aniversario de la masacre en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA), en la ciudad colombiana cuna del “patrón del mal” tuvo lugar un coloquio entre los tantos realizados en medio de la apoteósica séptima conferencia de CLACSO, siglas del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. En la misma participaron representantes de la UCA. Organizado y coordinado por el querido colega y amigo, Eduardo Alfonso Rueda, el coloquio mencionado proponía una discusión académica y vivencial, abierta y libre. A final de cuentas, resultó ser un encuentro en el cual –además– se rindió merecido homenaje al maestro Guillermo Hoyos Vásquez, filósofo colombiano y pensador comprometido con su país, la democracia y los derechos humanos desde la cátedra y el quehacer político no partidista, honesto y coherente.

Ya instalados en una sala dentro de la Plaza Mayor de Medellín, ciudad transformada para bien, Eduardo –profesor de la Universidad Javeriana en Bogotá y Premio de investigación en Bioética 2011, de la Fundación Víctor Grifols i Lucas 2011– introdujo el tema: “Democracia y derechos. Entre la crítica y la utopía”. En ese escenario, consideré necesario presentar el caso salvadoreño de forma descarnada, tal como se ha vivido y sufrido: como un proceso pacificador frustrado y frustrante sobre el cual hay quienes aún opinan que, con sus altas y bajas, ha sido y es “exitoso”.


Al público presente en la sesión, entonces, había que dejarle clara la realidad real salvadoreña en la posguerra. No se trataba de realizar en su presencia un ejercicio de masoquismo didáctico. Pretendía, más bien, un compartir sincero. Sobre todo para que en la Colombia que se espera edificar, no se haga lo que acá. Que no se cometan las mismas barrabasadas, picardías e insensateces políticas, económicas, sociales y mediáticas para favorecer “patrones del mal” entre victimarios impunes, empresarios cínicos y delincuentes de otros niveles.

Que conste: como en Colombia, en El Salvador no todos los empresarios son así; pero de que hay malandrines, los hay. A esos sectores minoritarios privilegiados, le han servido muy bien las conducciones del Estado desde que terminó la guerra hasta el día de hoy. No importa con qué mano lo hayan hecho, izquierda o derecha, la constante ha sido “meter las patas” en detrimento de las mayorías populares.  


Al recibir la invitación para asistir a la conferencia de CLACSO, como reflejo condicionado, vinieron como rayo a mi mente unos versos del mejor exponente vivo del son arribeño. “Yo vengo de tierra adentro –canta Guillermo Velásquez– y hay en mí un cruce de herencias, ímpetus, mitos y creencias que en encuentro y desencuentro desestimo o reconcentro, armonizo o descoyunto. Soy de un tiempo ya difunto y de otro que quiere ser. Para más darme a entender, yo soy lo que soy y punto”.

¿Qué relación hay entre el coloquio en mención y las anteriores estrofas del “huapanguero” guanajuatense, allá en el México lindo y “qué herido”?  Pues, para mi gusto y disgusto, mucha. Colombia y El Salvador son tierras con historias –inspiradoras unas y aterradoras otras– dentro y entre las cuales se tejen marañas de sensaciones y emociones, devociones e inspiraciones… También lamentaciones y muchas. Tierras donde se ha luchado por dejar de ser, desde las entrañas de sus propios y ancestrales males, para llegar a ser en la liberación de los mismos… Tierras adentro, la colombiana y la salvadoreña –como la mexicana– ensangrentadas; tierras que son, han sido y serán…

Han sido, para bien, el teatro de operaciones en las batallas por la defensa inalienable de los derechos humanos y la protección de las víctimas. Han sido, para mal, calles y caminos por donde transita la gente que se desplaza dejando atrás humildes viviendas, escasos haberes y comunidades azotadas por la violencia criminal. Quién sabe cuántas personas han visto caer en pedazos sus proyectos de vida, abandonando sus comarcas para al menos salvarla.  


Todo eso lo tratan de cubrir con negociaciones y procesos de “paz”, entre quienes mucho tienen que ver con la maquila del sufrimiento y la desgracia para las mayorías populares. Ojalá en Colombia las víctimas irrumpan en lo que se viene, siendo parte de un proceso de pacificación real para evitar que fracase en su perjuicio; para impedir que solo los firmantes de los acuerdos se beneficien, apropiándose de su conducción y dejando que aquellas únicamente reciban solo una parte de lo que les sobre.


Esto último ocurre cuando las mafias politiqueras juegan sucio. Los ilusionantes y  promisorios “nuevos países” terminan siendo, en palabras del maestro Hoyos, “democracias fetiche”, Como la salvadoreña de la posguerra. Segundo Montes iba a participar en un evento que se realizó, fuera del país, en diciembre de 1989. No pudo viajar. Lo masacraron antes junto a Julia Elba, Celina y sus colegas jesuitas, el 16 de noviembre. Pero al final del texto que leería, quedó algo que a la tierra colombiana y sus mayorías populares –ahora que les ha llegado la hora– les viene bastante bien para considerarlo: “No es tiempo todavía de cantar victoria por la vigencia de los derechos humanos, pero tampoco es tiempo aún para la desesperanza”.

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