Casaldáliga, en un poema, desafía el modo
impuesto para celebrarla en sociedades consumistas como la salvadoreña. “Es difícil –sostiene– detectar El Anuncio entre tantos anuncios
que nos invaden. ¿Existe aún la Navidad? ¿Navidad es Buena Nueva?”.
Además, el obispo denuncia que el “buey
y la mula, huyendo del latifundio, se han refugiado en los ojos de este Niño.
El hambre no es sólo un problema social, es un crimen mundial. Contra el
Agro-Negocio capitalista, la Agro-Vida, el Bien-Vivir”.
Mejor forma de evidenciar lo que ocurre en las entrañas de la exclusión
económica y social que sufren las mayorías populares en el país más pequeño de
Centroamérica, imposible.
En El Salvador, a quienes cierran sus ojos o voltean
la mirada ante esas realidades, el apellido Casaldáliga no les dice nada; menos
su poesía que, como esa sobre el nacimiento de Jesús, es grito indignado contra
el mal común. Pero quienes en esta sufrida tierra ‒desde su dolorosa realidad y
su generosa solidaridad‒ se inspiran no solo de palabra sino de obra en el
beato y mártir Óscar Romero, saben que don Pedro es quien lo proclamó santo
así:
“Como un hermano herido por tanta
muerte hermana, tú sabías llorar, solo, en el huerto. Sabías tener miedo, como
un hombre en combate. ¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de
campana! […] América Latina ya te ha puesto […] en la canción de todos sus
caminos, en el calvario nuevo de todas sus prisiones, de todas sus trincheras,
de todos sus altares... ¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos! San
Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última
homilía!”.
Don Pedro es, pues, obispo también del pueblo salvadoreño porque
desde su poesía canonizó a Romero. Pero también por acompañar a las mayorías
populares en el Mato Grosso brasileño, luchando por la vigencia de sus derechos
y asumiendo los peligros que eso conlleva. Porque ‒tal como lo plantea este
verdadero hombre de Iglesia‒ la “más esencial tarea de la humanidad es la tarea
de humanizarse practicando la projimidad”.
La
Navidad es amor, dicen… Pero ese amor no es real si subsiste el dolor de la
sangre derramada, el horror del hambre aguantado y el insulto de la impunidad
protectora de maldad. Si esa es la realidad de las mayorías populares salvadoreñas,
la Navidad es privilegio de pocos aunque mucha gente la “celebre” gastando sus
precarios recursos en un consumo instigado desde los poderes.
Por
eso, Don Pedro afirma en su poesía lo siguiente: “Todo puede ser mentira, menos la verdad de que Dios es amor y de que
toda la humanidad es una sola familia. Dios continúa entrando por abajo,
pequeño, pobre, impotente, pero trayéndonos su paz. Doña María y el señor José
continúan en la comunidad. La sangre de los mártires continúa fecundando la
primavera alternativa […] Y de noche surge el Resucitado. ‘No tengan miedo’.
En coherencia, con tesón y en la esperanza, seamos cada día Navidad, cada día
seamos Pascua”.
Este
sábado 10 de diciembre se celebró el 68 aniversario de la Declaración Universal
de Derechos Humanos (DUDH), cuyo preámbulo considera que “el desconocimiento y
el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie
ultrajantes para la conciencia de la humanidad […]”; también que la “aspiración
más elevada” de la persona es “el advenimiento de un mundo en que los seres
humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de
palabra y de la libertad de creencias”. ¡Perfecto!
Pero
hoy, martes 13 de diciembre, se conmemoraron 35 años del fin de una de las
tantas expresiones de ese salvajismo condenado hace casi siete décadas. Se
trata de la masacre más terrible ocurrida en la región durante la segunda mitad
del siglo XX: la de El Mozote. Junto a la matanza en enero de 1932, la más terrible
de la primera mitad de esa centuria, ambas ocurrieron en suelo salvadoreño
donde las instituciones estatales castigaron a las víctimas negándoles justicia
y premiaron a sus victimarios protegiéndolos con la impunidad.
El
miércoles 13 de julio de 1932, Maximiliano Hernández Martínez concedió “amplia e incondicional amnistía” a quienes
participaron en la “rebelión comunista” del 22 y 23 de enero ese año,
exceptuando “los individuos que aparecieren culpables de los delitos de
asesinato, homicidio, robo, incendio, violación y lesiones graves”. Esta
salvedad debe ser bien ubicada: estaba dedica a la población indígena y
campesina sobreviviente.
Igualmente amnistió a “funcionarios, autoridades, empleados,
agentes de la autoridad y cualquiera otra persona civil o militar”,
responsables “de infracciones a las leyes, que puedan conceptuarse como delitos
de cualquier naturaleza, al proceder en todo el país, al restablecimiento del
orden, represión, persecución, castigo y captura de los sindicados en el delito
de rebelión antes mencionado”.
La otra amnistía mal exhibida como necesaria para “la
consolidación de la paz”, aprobada en la Asamblea Legislativa el sábado ‒¡sábado!‒
20 de marzo de 1993 y firmada dos días después por Alfredo Cristiani, también
era amplia e incondicional pero además absoluta. Y eso fue lo que se alegó
siempre para no castigar a los responsables de la ultrajante barbarie realizada
por el ejército gubernamental en El Mozote y otros cantones aledaños; no solo a
estos sino, también, a cualquier violador de derechos humanos de uno u otro
bando en la preguerra y en la guerra finalizada hace ya casi 25 años.
Con la tenaz lucha de las víctimas fue derogada esa
aberración el miércoles 13 de julio de este año, que ya está diciendo adiós;
exactamente 84 después de aprobada la de 1932. Ya no debería haber pretextos
para no impartir justicia. Los antes enfrentados en las trincheras de la
confrontación armada no se ponen de acuerdo, por su guerra electorera de
posguerra, en muchas materias decisivas para el bien común. Pero en esto sí. Se
niegan rotundamente a despojarse de la impunidad que los ha protegido desde ese
“sabadazo” el 20 de marzo de 1993. Ambas partes tienen
“la cola pateada”.
El
artículo 7 de la DUDH determina que todas las personas “son iguales ante la ley
y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley; asimismo,
establece que “tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que
infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación”. El 8
afirma que además tienen “derecho a un recurso efectivo, ante los tribunales
nacionales competentes”. Pero en este país, hasta ahora, eso ha sido letra
muerte para las víctimas sobrevivientes de la masacre en El Mozote y todas las
otras atrocidades ocurridas antes y durante la guerra.
En
el marco de esas fechas emblemáticas para los derechos humanos, este lunes 12
de diciembre fue juramentado Antonio Guterres como nuevo secretario general de
la ONU: El portugués llega con bríos. Declaró que la organización que estará a
su cargo a partir del primer día del 2017, “debe estar lista para cambiar”.
Habló de agilidad, efectividad y eficiencia para centrarse “más en la gente y
menos en la burocracia”. Ojalá lo haga en favor de quienes en El Salvador y el
mundo siguen, con su dolor e indignación, siendo discriminadas y ultrajadas con
la impunidad.
Consciente del malestar mundial de la gente con sus
“líderes”, sostuvo que se deben “reconstruir”
sus muy malas relaciones. La ONU nació de la guerra y por eso hay que cuidar la paz, afirmó
Guterres. Pero esa paz aún no llega a este país, porque sus “líderes” siempre
le cerraron la puerta a la justicia para las víctimas. Esperemos…
Fuera de las mentes cerradas, es
innegable que en Cuba sí valen los derechos a la salud, la educación, el arte, la
ciencia, la cultura, el deporte y la seguridad, entre otros. Su vigencia está, indiscutiblemente,
muy por encima de lo que pasa en El Salvador y se confirma al revisar ciertos
indicadores.
Margaret Chan, directora de la OMS,
reivindica el sistema de salud en la isla como “ejemplo a seguir por su
sostenibilidad y capacidad para actuar en situaciones de emergencia”. La tasa
de mortalidad infantil cubana del 2014, por ejemplo, fue de cuatro por cada mil
personas nacidas vivas antes de cumplir un año; la salvadoreña anduvo por las dieciocho.
UNICEF sostiene que el nivel educativo de la
madre es factor de alta incidencia al respecto.
La UNESCO da cuenta de algo sobresaliente: en
Latinoamérica y el Caribe, solamente la patria de José Martí alcanzó los
seis objetivos establecidos el 2010 en Dakar, en el marco de acción mundial
“Educación para todos”. El segundo planteaba que
antes del 2015 la niñez, sobre todo la “que se encuentra en situaciones
difíciles”, tuviese “acceso a una enseñanza primaria gratuita y obligatoria de
buena calidad” hasta terminarla.
Mientras, en El Salvador
–precisamente en el 2015‒ hubo 114,617 deserciones escolares en sus 6,053 escuelas
públicas y privadas. Por “delincuencia” 15,511; 32,637 por “cambio de
domicilio”; 12,996 porque “abandonarían el país”; 14,045 no dijeron por qué. La
primera causa está clara; las otras están relacionadas con la misma, en un país
donde la tasa de asesinatos durante el 2015 fue de casi 110 por cada 100,000
habitantes. La cubana es de cuatro muertes violentas intencionales.
Habiendo participado en veinte Olimpiadas, Cuba consiguió 220 medallas de oro, plata y bronce; El Salvador, en
trece ocasiones no ha ganado siquiera una. Finalmente, allá hay un solo partido
político; acá dos “pesados” y otros “por gusto”.
Sin embargo, en el balance global
Cuba no sale bien. Al triunfo de la revolución en 1959, hubo graves violaciones
de derechos humanos. Los argumentos para “justificarlas”, la “nueva trova” los
entonaba así: “Del amor estamos hablando,por amor estamos haciendo,por amor se está hasta matandopara por amor seguir trabajando”. Eso
cantaban Pablo, Silvio y Noel.
Hoy,
el querido Pablo sostiene que su pueblo “lo único que tiene (…), hablando del
95%, es la esperanza. Lo demás son especulaciones, visiones, imágenes
turísticas, informaciones falsas”. “En esencia ‒sostiene‒ el país no ha
cambiado, sigue igual y yo creo que peor (...) No creo que se haya dado
apertura”.
"Hay
mecanismos represivos que no permiten la protesta en la calle, no permiten la
libre expresión de los sindicatos", ha dicho el autor de “Amo esta isla”.
La prensa está “totalmente vinculada al sistema”; si existen “periodistas que
piensan distinto, no se atreven a hablar”. No obstante, Pablito está convencido
de que “las ideas de un revolucionario no deben desviarse por los errores de
sus dirigentes”. Evaluar el estado de los derechos humanos en cualquier
realidad, pues, reclama eso: coherencia.
" En una entrevista con la revista cibernética EL FARO, el Col. Adolfo Majano, líder golpista salvadoreño en 1979, acusa al Beato Óscar Romero de ser desequilibrado, improcedente y hasta irresponsable en sus actuaciones.“Monseñor Romero cometió muchas imprudencias temerarias, estaba toreando el toro a cada rato”, asevera Majano en su polémica entrevista.“El discurso en el que monseñor Romero gritó ‘¡Cese la represión!’ fue una estupidez”.
Con la facilitación de Paulita Pike y Cultura Romeriana, Súper Martirio ha consultado el tema al Dr. Benjamín Cuellar, el destacado abogado salvadoreño, hasta hace poco director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (la “UCA”), defensor y experto en derechos humanos y en las estrategias de promoción y activismo en la materia, quien convalida rotundamente la actuación de Mons. Romero y desvirtúa las conclusiones de Majano."
" Conociendo esos antecedentes y su tendencia a consultar, no es posible aceptar que venga alguien a descalificar la denuncia profética del beato tachándola de parcial, desequilibrada; menos quien antes de tratarlo unas pocas veces en unos pocos meses, no lo conoció antes ni dijo nada al respecto inmediatamente después del martirio...)" Continuar su lectura en Romero fue reflexivo (http://polycarpi.blogspot.com/2016/11/romero-fue-reflexivo-cauteloso-no-un.html)
Transitando por las calles de la mexicana “ciudad de
los ángeles” con Víctor Flores al timón de su “nave”, quién sabe en qué año, este
hermano del alma y décadas me dijo: “Mincho, oí esto”. Una voz grave y pastosa,
seductora y adictiva sin remedio, colmó el interior del carro y me atrapó para
siempre. El Víctor, no nos hagamos, se regodeó al verme en plena Puebla caer atrapado
por Leonard Cohen. Era la primera vez que le ponía atención.
Lo había oído. Pero, “autista” confeso que soy, no le había
puesto atención. No me percaté antes del monstruo que, en ese instante, irrumpía
en el “disco duro” musical de este servidor. Como buen disc-jockey frustrado
que soy, previo a escuchar su versión de “The future” en aquel homenaje a Cohen
hace casi una década en Barcelona, ya sabía que Luis Eduardo Aute lo citaba en
“La barbarie” que es la octava de sus “aleluyas”.
Con este antecedente, mientras se votaba el pasado
martes 8 de noviembre en los Estados Unidos de América, decidí escuchar mejor al
canadiense. No sabía que había muerto un día antes; su familia hizo público el
suceso hasta el jueves 10, al enterrarlo junto sus padres. Hoy me entero,
además, que
el fin de su paso por el mundo llegó mientras
dormía luego de haberse caído en su vivienda. Murió –acaba de comunicar Robert B. Kory, su manager‒ de forma “repentina, inesperada y pacífica”.
Ese electorero día, buena parte de la humanidad estaba
pendiente de lo que ocurría en suelo estadounidense. Se realizaban las
elecciones más impresentables que yo recuerde, de entre las muchas que recuerdo.
Relajado, a estas alturas de “mi partido” ese será el estado normal que
intentaré mantener, renuncié a las noticias; preferí, como dije, escuchar a Cohen.
¿Con cuál empezar? Pues por la que la ocasión ameritaba y reclamaba: “Democracia”.
“Viene ‒escribió‒ a través de un agujero
en el aire, de esas noches en la plaza de Tiananmen. Viene del sentimiento de
que esto no es exactamente real; o es real, pero no está exactamente ahí. De
las guerras contra el desorden, de las sirenas noche y día, de los fuegos de
los mendigos, de las cenizas de los gays: la democracia llega a los Estados
Unidos”. Así llega, gran Cohen, entre la protesta y la represión; se siente y
no se siente; se aprecian y desprecian algunas de sus grandezas, se esconden y
exhiben algunas de sus miserias.
“Viene a través de un hueco en la pared,
en un visionario torrente de alcohol; de la tartamudeante transcripción del
Sermón de la Montaña, que no voy a molestarme en hacer como si entendiera.
Viene del silencio en el muelle de la bahía; del valiente, audaz, maltratado
corazón de Chevrolet: la democracia llega a los Estados Unidos”. Así llega y se
va, dilecto Leonard, en ese país del norte de América y en sus pares del
“primer mundo”: forzada, ebria y malhablada; silenciosa y escamoteada, a bordo
de un viejo pero aún venerado coche.
“Navega, navega ‒¡oh poderoso barco del
Estado!‒ hacia las orillas de la necesidad, pasados los acantilados de la codicia
a través de las ventoleras del odio. Navega, navega… Llega primero a América, la
cuna de lo mejor y lo peor. Es aquí donde tienen el alcance y la maquinaria
para el cambio, y es aquí donde tienen la sed espiritual. Es aquí donde la
familia está rota y es aquí donde los solitarios dicen que ha de abrirse el
corazón a un nivel fundamental: la democracia llega a los Estados Unidos”.
¡Imponente y contundente! Retratar así
al “imperio” es desnudar las falacias de sus acólitos y lameculos de hoy; esos que
siempre, cuando lo “combatieron”, lo satanizaban por los siglos de los siglos
amén. ¡Implacable e impecable! Este ser acaba de lograr su trascendencia más
trascendental: de mortal excelso ya pasó a la excelsitud de la inmortalidad.
“Mientras hacía las valijas en Los
Ángeles ‒expresó modesto al recibir el Príncipe de Asturias de las Letras 2011‒
me sentía un poco inquieto, porque los premios de poesía siempre me han
resultado algo equívocos. La poesía viene de un lugar que nadie comanda, que
nadie conquista. Por eso me siento casi un charlatán, aceptando un premio por
una actividad que no domino. En otras palabras, si yo supiera de dónde vienen
las buenas canciones, iría a ese lugar más seguido”.
Y contó su relación de juventud con los
poetas ingleses; los estudió y copió, ansioso por tener una voz que no logró.
Cuando leyó a Lorca no se la copió; él le dio “permiso” para hallar la propia.
Eso es, afirmó Cohen, “encontrar un yo. Un yo que no es estático; un yo que
lucha por su existencia”. Pasó el tiempo y comprendió además que la voz “incluía
algunas instrucciones”. ¿Cuáles? “Nunca plañir con displicencia. Y que si
alguien va a expresar la gran inevitable caída que nos espera a todos, debe
hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza”.
Ya tenía la voz, pero
le faltaban instrumento y canción. Así, empezando la década de 1960, en un
parque de Montreal descubrió a un joven y magnífico guitarrista español que no
hablaba inglés. En un “francés precario” acordaron comenzar las respectivas y
necesarias clases. El primer día evidenció su torpeza con el instrumento; el
segundo aprendió una “progresión de seis
acordes, que es la base de muchas canciones de flamenco”; el tercero, el
maestro no apareció y el alumno se enteró que se había suicidado.
Esa progresión de seis
acordes fue “la base de todas mis canciones y de toda mi música”, confesó. Por
ese desconocido suicida y Lorca, Cohen transitó la vida hasta llegar a su
inevitable caída batiendo las alas que lo eternizaron: dignidad y belleza.
Desde lo alto del vuelo vio el futuro y sentenció: “Es un crimen”.
Hoy
hay desconcierto planetario. Creyeron que la elección estadounidense del pasado
martes 8 de noviembre, aunque apretada, sería ganada por la oferta demócrata;
pero no, la ganó alguien considerado intratable e impresentable. Y estupefacta,
mucha gente cuerda y decente en El Salvador vio asumir la presidencia de la
Asamblea Legislativa a quien declara que “la
pena de muerte, a manos de ciudadanos honrados o del Gobierno, es una
solución”. Años atrás, haciendo proselitismo,
externó su deseo de que Antonio Saca ‒entonces candidato y luego primer
mandatario‒ fuera “clonado”; suerte que no se le hizo, porque actualmente su
amigo está preso y procesado por corrupción de altos vuelos.
¿Cómo pueden estos
personajes, cada cual en su país y guardando las distancias, ocupar cargos
importantes no obstante sus cuestionables trayectorias? Esa interrogante debe o debería estar en las
mentes sensatas asustadas por el triunfo de Donald Trump; también entre las
conocedoras, en nuestro país, del traspaso de la conducción parlamentaria que
hizo una ex guerrillera a quien ‒como afirma él mismo‒ toda su vida quiso ser
militar y se preparó para ello. Lorena Peña, la comandante “Rebeca” en la
guerra, le entregó el cargo a Guillermo Gallegos cuyo prototipo de militar
siempre fue alguien que estuvo en las filas contrainsurgentes: su padre.
Hace quince lustros
nació quien a sus veintiún años se hizo otras preguntas, mucho más profundas
que la anterior, y le dijo a la humanidad cómo responderlas. ¿Cuántos caminos
debe recorrer un hombre, antes de que le llames “hombre”? ¿Cuántas veces deben
volar las balas de cañón, antes de ser prohibidas para siempre? ¿Cuántos años
pueden vivir algunos, antes de que se les permita ser libres? ¿Cuántas veces
debe un hombre levantar la vista, antes de poder ver el cielo? ¿Cuántas orejas
debe tener un hombre, antes de poder oír a la gente llorar? ¿Cuántas muertes
serán necesariasantes de que él
se dé cuenta, de que ha muerto demasiada gente?
Las
respuestas, aseguró Robert Allen Zimmerman en 1961, están “flotando en el viento”. Once
quinquenios después, la Academia Sueca le entregó el Premio Nobel de
Literatura. ¿Por qué? Porque este músico y poeta que pasó a llamarse Bob Dylan,
creó “nuevas expresiones poéticas dentro de la
gran tradición de la canción estadounidense”.
“No puedo evitar avergonzarme ‒escribió en 1974‒ de vivir en un paísdonde la justicia es un juego. Ahora
todos los criminales con sus trajes y corbatasestán libres para beber ‘martinis’ y
mirar el amanecer. Mientras, Rubin se sienta como
Buda en una celda de diez pies. Esa es la historia del ‘Huracán’.Pero no terminará hasta que limpien su
nombre”.
Indignado ante el caso de Rubin “Hurricane” Carter, el boxeador preso injustamente por años, Dylan se
inspiró para ofrecerle al mundo esta fuerte denuncia del racismo imperante en
un sistema considerado impecable. “No tenía ni
idea de la clase de mierda que le iba a caer ‒cantó
el hoy premio nobel‒ cuando un ‘poli’ lo empujó a un lado del camino, como
la vez anterior (…) En Paterson así es como son las cosas. Si eres negro es
mejor que no salgas a la calle”. Y el desprecio a la persona vista de menos por
su color de piel o su país de origen sigue vigente allá, con posibilidades de
agravarse en los años que vienen.
“Venid amigos y reuníos a mi alrededor, os
contaré una historiade cuando
las minas rebosaban de rojo metal”. Así inició otra denuncia hecha canción, “North country blues”, de algo también vigente: las
consecuencias de la extracción minera. “Pero las ventanas tapadas con cartón ‒continuó‒ y los viejos de los bancos,te dicen ahora que la ciudad entera
está vacía (…)En las cortas
horas de mi juventudmi madre
enfermóy fui criada por mi
hermano (…) Hasta que un día mi hermanono
regresó a casa,como le ocurrió a
mi padre antes”.
“Ya con tres hijos,el trabajo fue reducidosin razón alguna a media jornada.No mucho más tarde el pozo fue cerradoy escaseó aún más el trabajo,y el fuego en el aire se sintió helarhasta que un hombre vino a decirnosque en una semanael pozo número once cerraba(…) Dijeron que no era rentable
extraer el mineral,que era mucho
más barato allá abajo,en las
ciudades de Sudamérica,donde los
mineros trabajan casi por nada”.
Ciertamente, las respuestas para descifrar las
interrogantes que deberían plantearnos las causas de lo injusto y presentarnos
las fórmulas para superarlas, están ahí: “flotando en el viento”. El problema
es enredarse, como es costumbre, en la mediocridad de lo rastrero y olvidarse
de lo sublime que está allá en los cielos. De qué sirve averiguar cómo llegaron
Trump y Gallegos a ser presidentes de algo, por importante que sea, si resulta
evidente que para ello hay que practicar el más puro y duro cinismo político.
Mejor escuchar y seguir fielmente a Dylan y a quien pudo haber sido nobel, pero
va camino a las alturas de los altares: el beato Romero.
“La Iglesia ‒denunció este
buen pastor‒ no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del
orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el
que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se
aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar
económicamente, políticamente, y marginar una inmensa mayoría del pueblo”.
Es el lema del Tribunal
internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador,
que arrancó ‒sin pensarlo así‒ durante las primeras ediciones del Festival
Verdad en aquellos foros por los derechos humanos, la verdad, la justicia y
la paz, a finales del pasado siglo y principios del actual. Transcurrieron los
años hasta que nació, en el 2009, la criatura que ya prepara su noveno período
de sesiones. Yo elaboré ese lema con palabras sentidas y sentido de realidad,
pues siguen abiertas las viejas heridas y se siguen abriendo nuevas. Por eso,
la paz es la gran tarea nacional pendiente. Además, diseñé su logotipo: un sol
naciente esperanzador, entre montañas, y una llama ardiente iluminadora del
sendero a transitar.
¿Por qué hablo en
primera persona? Porque es cierto y porque este es, tras más de dos décadas de
hacerlo casi ininterrumpida, mi último comentario semanal para la YSUCA. Al
terminar octubre, termina otra etapa de mi vida pero no mi vida. Aunque me
hayan querido cortar las alas y callar la boca varias veces, emprendo un nuevo
vuelo para seguir diciendo lo que pienso y haciendo lo que quiero. No es complicado: pienso que el pueblo salvadoreño
merece algo mejor y quiero seguir contribuyendo en lo posible para que eso
ocurra, a pesar de los pesares.
Pronto comunicaremos qué
haremos, porque no es solo un tal Benjamín Cuéllar el de ese afán. Hay más
personas; algunas trabajaron en el IDHUCA dejando el pellejo para ser
herramienta útil en manos de las víctimas que, por montones, se produjeron
antes de los veinte años de ARENA y durante los mismos; montones que sigue
produciéndose por la perversidad del sistema imperante, hoy administrado por
quienes prometieron “cambio” y “buen vivir”. Con algunas de estas, generosas y
utópicamente comprometidas, nos conocemos bien. Y entre bomberos no nos
pateamos la manguera. Hablo de hombres y mujeres de altos quilates, que se
meten al fuego sin arrugarse aunque se chamusquen en el intento; que no son
producto ni de la improvisación ni del oportunismo.
Me voy de la UCA no
porque quiera, sino porque no quiero seguir sin hacer lo que hice desde su
interior la gran mayoría de años, durante cinco lustros a cumplirse el próximo
6 de enero. Tres jesuitas tienen que ver con esta historia; a los tres les debo
tanto y se los agradezco. Por mí trajinar se cruzaran Michael Czerny, Rodolfo
Cardenal y “Chema” Tojeira. Michael me contrató allá por junio de 1991, en ese
México lindo e ‒igual que El Salvador‒ qué herido. Buscaba a “Nemo” para que lo
sustituyera como director del IDHUCA; en menos de media hora de plática y
sorbos de café, mejor se decidió por este servidor. A “Chema”, su actual
director, le escribí hace unos días esto:
“Me
voy apreciando en todo lo que vale ‒que es mucho‒ haber trabajado tantos años
de la mano con Rodolfo Cardenal y, por supuesto, con vos. Realmente la inmensa
mayoría de (…) mi paso por la Universidad jesuita, (…) fue un prolongado honor
y un apreciado privilegio, como lo fue también haber conocido en esta casa de
estudios y reflexiones a otras buenas personas con una enorme talla humana;
hablo de los dos Jon, del ‘padre Ibis’, de ‘Rafa’ Sivate, del ‘Dino’ Brackley,
Carlos Ayala, la Crista Béneke…
Asimismo,
lo fue el haber compartido tantas alegrías y problemas con el personal que ha
despachado en la cafetería, la despensa y la librería; igual con hombres y
mujeres que han barrido hasta los más recónditos rincones institucionales,
chapeado grama y hermoseado jardines, cuidado portones de pie ‒por horas y
horas‒ garantizando nuestra seguridad…
Lo
hice y lo disfrute siendo director del IDHUCA por veintidós años, secretario de
conflictos del Sindicato de Trabajadores y Trabajadoras de la UCA, portero
titular ‒más o menos eficiente‒ de muchos equipos de fútbol en los campeonatos
internos durante dos largas décadas. Por cierto, ‘Chema’, ¿recordás el partido
que inauguramos acá en presencia de Mario Acosta Oertel contra la ‘selecta’ de
Mariona? Por ahí tengo una foto.
Trabajar
a tu lado, echándote la mano en el caso de la masacre en la UCA desde el
momento que llegué acá en enero de 1992 ‒siempre con el consejo atinado de
Rodolfo, mi jefe inmediato‒ fue realmente una escuela. Pude investigar, opinar,
discutir y proponer en lo que fue un aprendizaje de primer nivel y (…) altos
vuelos. Ambos me brindaron su confianza y me dieron el chance de imaginar,
inventar, arriesgar, tratar, lograr cosas novedosas y más de alguna vez hacer
alguna locura que ‒bien o mal‒ quedará registrada en la historia de la lucha
contra la impunidad en El Salvador y la defensa de las víctimas de violaciones
de sus derechos humanos (…)
Pero
también me arroparon; estuvieron junto a mí y salieron en mi defensa cuando ‒en
medio del litigio estratégico por el asesinato del joven Adriano Vilanova‒ fui
señalado por la máxima autoridad de Seguridad Pública como enemigo de la
Policía Nacional Civil, tan solo por acusar a algunos de sus miembros como
autores del crimen y pretender hacer funcionar el sistema de justicia. Estaba
yo, según el ministro Hugo Barrera, fraguando un ‘complot’ contra dicha
institución. La conjura real fue la de ellos. Eso pasó a mediados de septiembre
de 1998; el 17 de ese mes declaraste entre otras cosas, ‘Chema’, lo
siguiente:
‘Yo quisiera afirmar el respaldo institucional de la Universidad a
la labor del IDHUCA, (…) extensa y muy amplia dentro del país. Y muy necesaria.
Extensa en lo que es educación en derechos humanos (…); y muy amplia porque
hemos dado cursos, incluso a la PNC, sobre el tema de los derechos humanos. El
otro aspecto más concreto y educativo es el de la defensa, apoyo y asesoría a
personas que han sido víctimas en sus derechos fundamentales. En este terreno,
la labor del IDHUCA no se centra en la simple denuncia sino que trata
fundamentalmente de conseguir, a través del acompañamiento de las víctimas, que
las instituciones del país funcionen realmente’.
También me sentí del todo respaldado por ustedes cuando, el 4 de
octubre de 1995, (…) salí bien librado de un atentado que todo apuntaba a que
sería mortal (…) Por eso, cuando me decían ‘tenés valor’ muchas veces respondí:
‘No, tengo el apoyo de ‘Chema’ y Rodolfo’.
‘Me
llevaré conmigo en los pliegues del
alma‒cantó (…) Alberto
Cortéz‒ la sonrisa de un niño; es
decir, la esperanza. Esa brisa constante que sostiene mis alas’. Sí,
ciertamente, me llevaré esa sonrisa de la niñez y la adolescencia en su mayoría
tan maltratada en este ‘paisíto’, junto con mis alas que aún las tengo largas y
dispuestas a volar (…) batiéndolas sobre la injusticia y la impunidad. Me la
llevo junto con la capacidad de indignación que mantengo intacta y hasta de
sobra para ‒como lo hice antes y durante mi paso por el IDHUCA‒ transformarla
en una acción que cuestione el mal común y aporte a su contrario: el bien
común.
No quiero seguir sin hacer nada, mientras las
mayorías populares se desangran unas y se desplazan otras, desesperadas para no
morir violentamente o desaparecer de este mundo forzadamente. Quiero poner mi
esfuerzo al servicio de quienes desde hace cuatro décadas y media lo he puesto,
para que contribuya a construir ‒terco que soy‒ un mejor El Salvador o, por qué
no decirlo, un mejor y más amable ‘triángulo norte’ centroamericano.
Te reitero mi gratitud y respeto, ‘Chema’,
pidiéndote que lo hagás extensivo también en lo que le corresponde justamente a
Rodolfo”.
Así siento y quiero yo a estos dos curas; ese
sentir y querer con el cual me voy alcanza para el personal de la YSUCA y su
comunidad de “radio hablantes”. Y, ¿cómo no? También para aquel equipo valioso,
hermoso, que hizo histórico al IDHUCA y quizás parecido a lo que soñó su
fundador: Segundo Montes, otro jesuita de alta valía. Y ojo: hay que seguir
neceando hasta sanar heridas y alcanzar paz. No importa quién se oponga.
Gracias y hasta pronto…
Posdata: La Almudena; sí la Bernabeu… La
destacada abogada del Centro de Responsabilidad y Justicia (CJA), también acaba de renunciar. Es pura
casualidad, no vayan a pensar mal; pero no hay mal que
por bien no venga, dicen.
Cada
16 de enero, durante las casi dos décadas y media transcurridas desde que acabó
la guerra en El Salvador, en las discusiones políticas sobre el país y los
discursos de ocasión, casi siempre o siempre se hace referencia al “aniversario
de los acuerdos de paz”. Hoy solo son recuerdos… Faltan ya menos de tres meses
para llegar a esa fecha en la que, seguramente, la oficialidad y las Naciones
Unidas echarán las campanas al vuelo y tiraran la casa por la ventana. El país,
en esa fecha, volverá a ser noticia en el mundo por algo positivo: el “adiós a
las armas”.
Sí,
positivo pero lejano y nunca logrado a plenitud. Los enemigos acérrimos se
“amistaron” entre sí; dejaron de matarse mutuamente. Pero la muerte siguió
presente, paseándose por y en la patria; el pueblo nunca pudo estar unido y,
dividido como está, ya casi está vencido.
Muerte
violenta en medio de una “paz” guanaca demoledora de esquemas y marcas en materia de temor y dolor, dentro de un país
sin guerra declarada; también derrochadora de descaros e hipocresías entre
gobiernos centrales y locales, órganos que juzgan mal y legislan igual o peor,
partidos que le parten el alma a la sociedad… Pero, sobre todo, generadora de
víctimas. Es una “muerte natural” que no debería serlo. No debería; sin
embargo, lamentable y dolorosamente, lo es.
Cinco
lustros después de haberse vendido como esperanzador y luminoso ejemplo de
diálogo y acuerdo para alcanzar la democracia y el respeto irrestricto de los
derechos humanos, en este país se ha vuelto a hacer que se asuma como algo
normal la muerte brutal. Sobre todo la producida a balazos y que genera diez,
quince, veinte o veinticinco personas al día. “Murió de muerte natural”,
certifica la agudeza forense popular: le metieron siete u ocho “plomazos”. Era
natural que falleciera; raro sería que hubiera quedado con vida, dicen quienes
ni la burla perdonan.
Pero
la venta y el contrabando de armas de fuego, es negocio redondo que ni unos ni
otros lo han querido parar. Eso sí, unos y otros –firmantes de aquellos
acuerdos, vueltos difusos recuerdos manoseados a conveniencia– se acusan
implacables de todo y por todo, sin asumir la corresponsabilidad que tienen y
tendrán por los siglos de los siglos en la emergencia nacional económica ‒también
política, social y de seguridad‒ reconocida oficial y públicamente al más alto
nivel del poder formal. Los poderes oscuros, unos y otros, se empecinan en serrucharle
el piso al presente nacional y en dinamitar su futuro.
No
les quita el sueño ver en Caluco, Mejicanos y San Jacinto al pueblo –por el
cual se rasgan las vestiduras acusando al rival– agarrando sus bártulos en su
precariedad para salir huyendo de cualquier tipo de violencia que lo mantiene
en vilo, rumbo a no importa dónde con tal de salvarse. Eso sí, los politiqueros
ya casi están en campaña electoral; perdón, más bien, nunca han dejado de estarlo.
Que los veinte años de ARENA; que los siete del Frente. Y ni sumados todos,
hacen uno bueno.
Esa
es la historia de esta “paz” guanaca, que nunca existió y debe desmentirse. El
cercano 16 de enero del 2017 renovará peroratas gastadas, nada creíbles a estas
alturas. Le dará un respiro por unos cuantos días, quizás, a una “clase
política” del todo desprovista de elegancia y dignidad; eso sí, para la
ocasión, la falta de caché tratarán de enmascararla o al menos disimularla con más y más derroche
de hipocresía y descaro. “No hay más patrón ‒les endosa Aute‒ ni más ley ni más Dios
ni más rey que el maldito dinero… Arte, poseía, belleza, ¡qué extrañas
palabras! ¿Serán un conjuro? Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por
cobrar un seguro”. Por eso este país, va como va.
Ante
semejante e innegable escenario que hasta sus mismos arquitectos reconocen como
cierto ‒eso sí, en privado y echándose la culpa uno al otro‒ se debería
plantear tres desafíos con pretensión de propuestas pensando qué hacer para
cambiar o, al menos, comenzar a salir de la emergencia presidencialmente reconocida
y decretada. Emergencia que ‒por cierto‒ no es nuevo sino de quién sabe cuántos
años de preguerra, once de guerra y veinticinco de posguerra. Por eso, hay que
hacer algo. Eso sí, partiendo no del indefinido e incierto “buen vivir” sino
del certero bien común; el primero característico de cualquier campaña
electoral y el segundo derivado del mandato constitucional.
Para
empezar, hay que exigir a las instituciones que funcionen “topándolas contra el
cerco” ¡Eso y ya! Asimismo, hay que mandar al carajo a las “barras bravas”, las
“turbas divinas” y otras especies propias del clientelismo partidista propiciado
y alentado por unos y otros. ¿Qué no nos damos cuenta que quienes repudian a esas
dos atrofiadas maquinarias electoreras, somos mayoría? ¿Qué no nos damos cuenta
que esas dos empresas que comercian votos vendiendo falsas promesas, cada vez
más y más convocan menos y menos?
Y
por último. ¿Qué tiene usted que hacer, persona indignada, ante su vida real
ninguneada? ¿Pasar de la indignación a la acción o quedarse en el vacío, en la
nada? ¡La suerte está echada de ahora a siete años más! Habrá que hacer algo o seguir
mal, bajo la dominación de los dos “partidosaurios”. Cierto que van camino a su
extinción; pero a paso lento y a esa ritmo ‒como el paso del “pato criollo”‒ tras de sí seguirán obrando mal.
Es en
torno a las demandas de justicia que debe surgir la nueva organización popular;
la de las mayorías excluidas y de las víctimas de la violencia de antes, durante
y después de la guerra. Solo así se lograrán los cambios radicales y profundos postergados
pues ‒lo afirmó el beato Romero el 2 de marzo de 1980, veintidós días antes de
su martirio‒ “un pueblo desorganizado es una masa con la que se puede jugar;
pero un pueblo que se organiza y defiende sus valores, su justicia, es un
pueblo que se hace respetar”.
¡Hay
que despertar y hacerse respetar! Si no se reacciona ya, amalgamando a la
población no sedada por los discursos populistas gastados de unos y otros,
pasará lo peor. Parafraseando a Augusto Monterroso: el 2024 despertaremos y los
dinosaurios todavía estarán ahí.
Ayer
miércoles 12 de octubre escuché en una entrevista a mi estimado amigo Roberto
Cañas, integrante del grupo negociador y firmante de los acuerdos que le
pusieron paro a la guerra salvadoreña; a esa cruenta y prolongada confrontación
bélica que asoló al país, oficialmente desde el 10 de enero de 1981 hasta el 16
de enero de 1992. Roberto fue protagonista de aquellas conversaciones siendo
miembro del FMLN histórico, ese que nació en octubre de 1980 y falleció a una
muy corta edad: ni siquiera había cumplido doce años, cuando se convirtió en la
politiquera maquinaria que es al día de hoy.
Ilustre
personaje este Roberto, al cual me quiero parecer cuando sea grande. Entre sus
muy bien confeccionadas y mediáticas pullas políticas, en esta ocasión soltó
una que se me antoja simpática y a la vez atinada: se refirió a la bipolaridad
del Gobierno actual y su partido, corriendo siempre el riesgo de ser etiquetado
como un “golpista suave” y hasta “delicado” por excelencia, traidor y aliado de
la “nauseabunda” Sala de lo Constitucional, vocero de la derecha oligárquica y “merolico”
del “enemigo”. Gajes del oficio de alguien con mucho oficio, que sigue siendo
coherente y consecuente con los ideales que lo llevaron a meterse en líos desde
sus épocas universitarias.
Cañas
no iba a hacer semejante señalamiento sin respaldo. Puso como ejemplo los
discursos “buscapleitos” ‒así lo ha dicho‒ que este sábado 8 de octubre
pronunciaran Medardo González, secretario general del hoy “duroblandito” FMLN;
de Norma Guevara, jefa de la burocrática fracción parlamentaria del mismo; y
del profesor Salvador Sánchez Cerén, el otrora “comandante Leonel González”, ahora
al frente de un país maltrecho por quienes ‒unos y otros‒ después del conflicto
armado se dedicaron precisamente a eso: a llevarlo a su ruina. Ya casi lo
logran.
Además
de las incendiarias arengas en la plaza pública, también defendieron el “nuevo
El Salvador” que dicen haber comenzado a construir desde la gestión del
“honesto” e “insigne” Mauricio Funes, a la fecha protegido por otro parecido a
él en Nicaragua. Parecido pero no igual; el de la tierra de Sandino, juega en las
“grandes ligas” de la corrupción y la impunidad.
Tras
tan “levantisco” acto, la noche del martes 11 el profesor irrumpió mediante una
“cadena nacional” de medios ‒ganándose la molestia de personas adictas a novelas y noticieros‒ para anunciar que el
país va viento en popa y nadie debería dudarlo; crece económicamente y casi
alcanza un sitial en el “primer mundo”. Solo hay un pequeño problema: no tiene
pisto, dinero, efectivo, liquidez… Se ha declarado en estado de emergencia, casi
toca fondo y quiere hacer las paces con quienes fueron el blanco de sus
virulentos ataques y los de sus “compas”, el pasado sábado 8 de octubre en la
plaza pública. Su mensaje en diez palabras: El Salvador está sano, pero padece
de un cáncer terminal.
Roberto
puso otro ejemplo de la manifiesta bipolaridad gubernamental. El “profe” fue
anfitrión del antiimperialista “Foro de Sao Paulo” y luego estuvo en Caracas,
donde hace unos días participó en la reunión de los “países no alineados”; de
ahí viajó a la capital del imperio, junto con sus colegas del “triángulo norte”
centroamericano a pedirle dólares al “archienemigo” de los “diablos rojos”
vernáculos.
Un
par de notorios voceros de estos últimos, se echaron una súbita “gira
artística” también a la capital del imperio. Su “misión”: limpiar el “buen
nombre” de uno de sus máximos jerarcas, “mancillado” por un político
estadounidense “gusano” y “contrarrevolucionario” radicado en Miami. Según el
“emblemático”, “didáctico” y formalmente máximo dirigente del FMLN ‒el antes
mencionado González‒ tal expedición fue un “éxito total”. Deberá repetirse las
veces que sean necesarias, cuando algún “gringo de pacotilla” ofenda la “pureza
ideológica y política” de un miembro del liderazgo “efemelenista”. Blandirán
sus nervios, otrora rebeldes, contra cualquier voz “enemiga” que ose criticar u
ofenderlo.
El diputado Roger Blandino Nerio, parte de esa
comitiva que visitó la capital estadounidense, días antes había censurado
acremente a la embajadora de aquel país en El Salvador. La acusó de ejercer presión sobre colegas de
la legislatura para que aprobaran el antejuicio del general José Atilio Benítez
Parada, quien enfrenta un señalamiento
fiscal por tráfico de armas y a quien el FMLN ha defendido “a capa y
espada”. “Los problemas de nuestro país son de los salvadoreños; ella que se
ocupe de sus cosas”, dijo Blandino Nerio refiriéndose a la diplomática Jane
Manes. “Aquí, a esta Asamblea ‒recalcó‒ ha estado llamando esta señora más de
una vez a fracciones”. Se asegura que en Washington, D. C., reiteró su queja.
Pero
vuelto a casa, le “corrigieron la plana”. De eso se encargó el canciller Hugo
Martínez, quien puso los puntos sobre las “íes”. “Si anda Nerio en Estados Unidos es
normal”, afirmó; luego agregó “que la política exterior la lleva el presidente
y el canciller”; esa es “la única opinión que cuenta en relaciones exteriores”,
remató. Y de esas, las que mantiene el Gobierno de Sánchez Cerén con el de su
colega Barack Obama “son sólidas y están en sus mejores momentos”, sentenció
Martínez.
Tras
ese “jalón de orejas” del canciller, Blandino Nerio y
compañía le bajaron volumen a la ya legendaria pero vetusta consigna:
“¡Yanquis, go home!” Para no “regarla” de nuevo, deberán aprenderse muy bien la
no tan nueva pero ‒hoy sí vigente‒ vigente en el Frente. No es difícil
pronunciarla; quizás pueda costar un poco tragarla y digerirla, pero se parece
a la anterior. Vamos, “repeat after me”: “¡Yanquis, welcome!”. Lo pueden hacer
con el puño izquierdo alzado. “Be happy, no problem”.