Benjamín Cuéllar
Fuera de las mentes cerradas, es
innegable que en Cuba sí valen los derechos a la salud, la educación, el arte, la
ciencia, la cultura, el deporte y la seguridad, entre otros. Su vigencia está, indiscutiblemente,
muy por encima de lo que pasa en El Salvador y se confirma al revisar ciertos
indicadores.
Margaret Chan, directora de la OMS,
reivindica el sistema de salud en la isla como “ejemplo a seguir por su
sostenibilidad y capacidad para actuar en situaciones de emergencia”. La tasa
de mortalidad infantil cubana del 2014, por ejemplo, fue de cuatro por cada mil
personas nacidas vivas antes de cumplir un año; la salvadoreña anduvo por las dieciocho.
UNICEF sostiene que el nivel educativo de la
madre es factor de alta incidencia al respecto.
La UNESCO da cuenta de algo sobresaliente: en
Latinoamérica y el Caribe, solamente la patria de José Martí alcanzó los
seis objetivos establecidos el 2010 en Dakar, en el marco de acción mundial
“Educación para todos”. El segundo planteaba que
antes del 2015 la niñez, sobre todo la “que se encuentra en situaciones
difíciles”, tuviese “acceso a una enseñanza primaria gratuita y obligatoria de
buena calidad” hasta terminarla.
Mientras, en El Salvador
–precisamente en el 2015‒ hubo 114,617 deserciones escolares en sus 6,053 escuelas
públicas y privadas. Por “delincuencia” 15,511; 32,637 por “cambio de
domicilio”; 12,996 porque “abandonarían el país”; 14,045 no dijeron por qué. La
primera causa está clara; las otras están relacionadas con la misma, en un país
donde la tasa de asesinatos durante el 2015 fue de casi 110 por cada 100,000
habitantes. La cubana es de cuatro muertes violentas intencionales.
Habiendo participado en veinte Olimpiadas, Cuba consiguió 220 medallas de oro, plata y bronce; El Salvador, en
trece ocasiones no ha ganado siquiera una. Finalmente, allá hay un solo partido
político; acá dos “pesados” y otros “por gusto”.
Sin embargo, en el balance global
Cuba no sale bien. Al triunfo de la revolución en 1959, hubo graves violaciones
de derechos humanos. Los argumentos para “justificarlas”, la “nueva trova” los
entonaba así: “Del amor estamos hablando, por amor estamos haciendo, por amor se está hasta matando para por amor seguir trabajando”. Eso
cantaban Pablo, Silvio y Noel.
Hoy,
el querido Pablo sostiene que su pueblo “lo único que tiene (…), hablando del
95%, es la esperanza. Lo demás son especulaciones, visiones, imágenes
turísticas, informaciones falsas”. “En esencia ‒sostiene‒ el país no ha
cambiado, sigue igual y yo creo que peor (...) No creo que se haya dado
apertura”.
"Hay
mecanismos represivos que no permiten la protesta en la calle, no permiten la
libre expresión de los sindicatos", ha dicho el autor de “Amo esta isla”.
La prensa está “totalmente vinculada al sistema”; si existen “periodistas que
piensan distinto, no se atreven a hablar”. No obstante, Pablito está convencido
de que “las ideas de un revolucionario no deben desviarse por los errores de
sus dirigentes”. Evaluar el estado de los derechos humanos en cualquier
realidad, pues, reclama eso: coherencia.
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