domingo, 4 de diciembre de 2016

Coherencia

Benjamín Cuéllar

Fuera de las mentes cerradas, es innegable que en Cuba sí valen los derechos a la salud, la educación, el arte, la ciencia, la cultura, el deporte y la seguridad, entre otros. Su vigencia está, indiscutiblemente, muy por encima de lo que pasa en El Salvador y se confirma al revisar ciertos indicadores.

Margaret Chan, directora de la OMS, reivindica el sistema de salud en la isla como “ejemplo a seguir por su sostenibilidad y capacidad para actuar en situaciones de emergencia”. La tasa de mortalidad infantil cubana del 2014, por ejemplo, fue de cuatro por cada mil personas nacidas vivas antes de cumplir un año; la salvadoreña anduvo por las dieciocho. UNICEF sostiene que el nivel educativo de la madre es factor de alta incidencia al respecto.


La  UNESCO da cuenta de algo sobresaliente: en Latinoamérica y el Caribe, solamente la patria de José Martí alcanzó los seis objetivos establecidos el 2010 en Dakar, en el marco de acción mundial “Educación para todos”. El segundo planteaba que antes del 2015 la niñez, sobre todo la “que se encuentra en situaciones difíciles”, tuviese “acceso a una enseñanza primaria gratuita y obligatoria de buena calidad” hasta terminarla.

Mientras, en El Salvador –precisamente en el 2015‒ hubo 114,617 deserciones escolares en sus 6,053 escuelas públicas y privadas. Por “delincuencia” 15,511; 32,637 por “cambio de domicilio”; 12,996 porque “abandonarían el país”; 14,045 no dijeron por qué. La primera causa está clara; las otras están relacionadas con la misma, en un país donde la tasa de asesinatos durante el 2015 fue de casi 110 por cada 100,000 habitantes. La cubana es de cuatro muertes violentas intencionales.

Habiendo participado en veinte Olimpiadas, Cuba consiguió 220 medallas de oro, plata y bronce; El Salvador, en trece ocasiones no ha ganado siquiera una. Finalmente, allá hay un solo partido político; acá dos “pesados” y otros “por gusto”.

Sin embargo, en el balance global Cuba no sale bien. Al triunfo de la revolución en 1959, hubo graves violaciones de derechos humanos. Los argumentos para “justificarlas”, la “nueva trova” los entonaba así: “Del amor estamos hablando, por amor estamos haciendo, por amor se está hasta matando para por amor seguir trabajando”. Eso cantaban Pablo, Silvio y Noel. 

Hoy, el querido Pablo sostiene que su pueblo “lo único que tiene (…), hablando del 95%, es la esperanza. Lo demás son especulaciones, visiones, imágenes turísticas, informaciones falsas”. “En esencia ‒sostiene‒ el país no ha cambiado, sigue igual y yo creo que peor (...) No creo que se haya dado apertura”.

"Hay mecanismos represivos que no permiten la protesta en la calle, no permiten la libre expresión de los sindicatos", ha dicho el autor de “Amo esta isla”. La prensa está “totalmente vinculada al sistema”; si existen “periodistas que piensan distinto, no se atreven a hablar”. No obstante, Pablito está convencido de que “las ideas de un revolucionario no deben desviarse por los errores de sus dirigentes”. Evaluar el estado de los derechos humanos en cualquier realidad, pues, reclama eso: coherencia. 





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