domingo, 6 de septiembre de 2015

¡Ya no jodan!

“Esta tarde, cuando venía de la oficina, un borracho me detuvo en la calle”. Así inició Martín Santomé, empleado y viudo, su relato breve de lo más significativo que le ocurrió un 21 de febrero de quién sabe qué año. A renglón seguido, el personaje principal de “La tregua” –célebre novela de Benedetti– recordó que el extraño ni “protestó contra el Gobierno, ni dijo que él y yo éramos hermanos”; tampoco “tocó ninguno de los temas de la beodez universal”. Solo le agarró del brazo para decirle: “¿Sabés lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte”. “Otro tipo que pasó en ese instante –terminó de escribir Santomé– me miró con una alegre dosis de comprensión y hasta me consagró un guiño de solidaridad. Pero ya hace cuatro horas que estoy intranquilo, como si realmente no fuera a ninguna parte y solo ahora me hubiese enterado”.

Tras cinco décadas y media de publicada esa obra, no cae mal tomar el anterior pasaje para ajustarlo a este aquí y a este ahora: El Salvador, donde aquella guerra larga y cruenta entre derecha gobernante e izquierda insurgente terminó hace casi veinticuatro años; donde, finalizada esa confrontación, las cúpulas de sus entidades partidistas –verdaderas aplanadoras electoreras– y sus membresías junto a sus “compañeros de viaje”, se descalifican a diario de las formas más burdas y absurdas. “¡Vos sos marero, porque velaste pandilleros en una sede de tu partido!”, señala la mano zurda. “¡Ah chís! ¡Más marero sos vos, que pactaste una tregua con sus dirigentes!”, apunta con el dedo flamígero la otra. Y así, la de nunca acabar…

En este “Macondo” guanaco, como parte de la voceada “campaña desestabilizadora”, ya no se sabe si David Beckham es un “terrorista duro” o un “golpista blando”; al menos la duda queda luego que el secretario general del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) acusara a UNICEF, a las Naciones Unidas y al ex jugador inglés, de nombrar a El Salvador como “el país más violento del mundo”. Eso, sostuvo literalmente Medardo González, “nos afecta a nuestra imagen, […] tiene un impacto negativo en nosotros”. Por su parte, el máximo dirigente de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) –Jorge Velado– demandó una “disculpa pública” al sostener que su partido era “víctima de una desesperada, falsa y oscura campaña de calumnias por parte del FMLN y su Gobierno”.


Semejantes necedades mediáticas de las dirigencias partidistas, se derraman hacia abajo y se reflejan en el comportamiento de sus bases. Así, una mañana aparece un montón de cruces de madera en un redondel emblemático para la “izquierda”, acompañadas de acusaciones echándole toda la culpa al actual Gobierno por la alarmante cantidad de muertes violentas ocurridas en agosto. Y las reacciones desde la otra esquina del cuadrilátero político, no tardan. Con los guantes bien amarrados, altas voces “efemelenistas” declaran belicosas que esas manifestaciones son parte de una perniciosa campaña desestabilizadora de la derecha.

Nidia Díaz, veterana dirigente del partido en el Gobierno, afirmó textualmente que “este tipo de acciones sobrepasa una libertad de expresión y organización, porque están haciendo como mucho temor a la población y en una plaza que nosotros reivindicamos”. A ese  muy particular, “bien elaborado” y por demás “sesudo” análisis, le siguió casi de inmediato la siembra de más cruces. Pero ahora del lado de quienes acusan a ARENA de ser responsable de la inseguridad y la violencia imperantes. En ambas expresiones públicas, tanto la de derecha como la de izquierda, se nota el paso de los años y el flujo de dinero que está detrás.


Hoy en día, ya no se protesta ni se reclaman cambios mediante aquellas multitudinarias marchas de antaño; ahora son reducidos grupos de personas probablemente remuneradas, que en la penumbra nocturnal realizan esos actos y colocan pancartas de lujo mandadas a hacer, a diferencia de aquellos años cuando las mantas rústicas pero auténticas eran pintadas con brochas gordas por manos callosas de un pueblo que –desde su dignidad– luchaba de verdad. Hoy en día, pues, hay otra gran muerte que lamentar: la de las “fuerzas vivas” del país, a manos de la “partidocracia”.

En ese ambiente político, caliente y torpe, se quiere desarrollar un proceso de diálogo y entendimiento político bajo la sombrilla de otra “interpartidaria”. Nadie en su sano juicio se atreverá a cuestionar que para ello se hayan reunido las dirigencias partidistas en Ataco, Ahuachapán, hace unos días. Ni que hayan acordado lo que acordaron. Pero eso no es agenda de país ni visión de futuro.

Fuera de las declaraciones líricas, lo acordado es tan elemental como –por ejemplo– redactar proyectos puntuales de leyes, integrar los partidos al seguimiento del Plan “El Salvador seguro”, estudiar la creación del Instituto de criminalística e investigación científica del delito, pedir a los medios que “se porten bien” e informen sobre los “avances” en materia de seguridad, solicitar a la Sala de lo Constitucional que resuelva sobre la contratación de préstamos y la colocación de bonos por novecientos millones de dólares. También que se respalden las medidas que el Gobierno adopte para bloquear las señales telefónicas en los centros penales, cosa que desde hace rato debió haberse hecho con la ley en la mano.


Más allá de sus malogrados antecedentes como el de enero del 2007, al conmemorarse quince años del fin de la guerra pareciera que el clima actual no da para mucho en cuanto a convertir a esta nueva “interpartidaria” en un buen impulso para –de una vez por todas– cambiarle el rumbo al país. De seguir así, los personajes de esa recién puesta en escena lo están llevando –directa e inexorablemente– al despeñadero. Mientras las “soluciones” se discutan arriba y afuera, no habrá “golpe de timón” alguno. No lo habrá si no se toman en cuenta las víctimas del sufrimiento allá abajo y adentro, donde no se disfruta el “buen vivir” sino que se sufre a diario el “mal morir”. De eso, El Salvador tiene en su pasado dolorosas experiencias, en su pasado tenebrosas realidades y en su futuro amargas pesadillas.

Pero no se hace nada distinto para evitar la debacle. Retomando el pasaje inicialmente citado de la novela escrita por el enorme Benedetti, en el presente drama nacional no irrumpe un único borracho sino varios. Y “Los borrachos y los niños”, según el refranero popular, “siempre dicen la verdad”. Dentro y fuera del país abundan las voces que le están diciendo una y otra vez a la administración del Estado –con todos sus órganos de Gobierno– y a los partidos políticos, lo mismo que aquel extraño ebrio le dijo a Martín Santomé la tarde de un 21 de febrero: “¿Sabés lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte”.

Pero picados en su orgullo y en defensa de sus intereses, no faltan quienes brinquen alegando que sí; que en el país funcionan las instituciones y que se está caminando por el sendero correcto. Si así fuera ya estuviera completa la Corte Suprema de Justicia, a la que desde hace dos meses le faltan cinco integrantes propietarios y cinco suplentes; no habría necesidad de crear “interpartidaria” alguna para hacer lo que no se hace en la gestión parlamentaria. Pero para su desgracia, en el país se continúa haciendo más de lo mismo y eso lo tiene padeciendo sus mismas consecuencias lamentables.


No hay que ir muy lejos para descubrir la solución. Solo basta voltear la vista a Guatemala. Ahí nomás, ya sentaron en el banquillo de los acusados a un militar –golpista de verdad, que usurpó la primera magistratura– y lo condenaron por genocida; ahí ya encarcelaron a la  vicepresidenta de la República y acaban de lograr la renuncia del hasta hace unos días jefe de Estado. Determinante para ello ha sido una muy buena ciudadanía frente a una muy mala politiquería. En El Salvador debería retomarse ese ejemplo resucitando “de entre los muertos” a sus “fuerzas vivas”, para comenzar a exigir y lograr algo mucho más elemental que en el vecino país: que los politiqueros de uno y otro bando pacten una necesaria tregua entre sí y acuerden lo necesario para enderezarle el rumbo al país.

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