“Esta tarde,
cuando venía de la oficina, un borracho me detuvo en la calle”. Así inició
Martín Santomé, empleado y viudo, su relato breve de lo más significativo que
le ocurrió un 21 de febrero de quién sabe qué año. A renglón seguido, el personaje
principal de “La tregua” –célebre novela de Benedetti– recordó que el extraño ni
“protestó contra el Gobierno, ni dijo que él y yo éramos hermanos”; tampoco “tocó
ninguno de los temas de la beodez universal”. Solo le agarró del brazo para
decirle: “¿Sabés lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte”. “Otro tipo que
pasó en ese instante –terminó de escribir Santomé– me miró con una alegre dosis
de comprensión y hasta me consagró un guiño de solidaridad. Pero ya hace cuatro
horas que estoy intranquilo, como si realmente no fuera a ninguna parte y solo
ahora me hubiese enterado”.
Tras cinco
décadas y media de publicada esa obra, no cae mal tomar el anterior pasaje para
ajustarlo a este aquí y a este ahora: El Salvador, donde aquella guerra larga y
cruenta entre derecha gobernante e izquierda insurgente terminó hace casi
veinticuatro años; donde, finalizada esa confrontación, las cúpulas de sus entidades
partidistas –verdaderas aplanadoras electoreras– y sus membresías junto a sus
“compañeros de viaje”, se descalifican a diario de las formas más burdas y
absurdas. “¡Vos sos marero, porque velaste pandilleros en una sede de tu
partido!”, señala la mano zurda. “¡Ah chís! ¡Más marero sos vos, que pactaste
una tregua con sus dirigentes!”, apunta con el dedo flamígero la otra. Y así,
la de nunca acabar…
En este
“Macondo” guanaco, como parte de la voceada “campaña desestabilizadora”, ya no
se sabe si David Beckham es un “terrorista duro” o un “golpista blando”; al
menos la duda queda luego que el secretario general del Frente Farabundo Martí
para la Liberación Nacional (FMLN) acusara a UNICEF, a las Naciones Unidas y al
ex jugador inglés, de nombrar a El Salvador como “el país más violento del
mundo”. Eso, sostuvo literalmente Medardo González, “nos afecta a nuestra
imagen, […] tiene un impacto negativo en nosotros”. Por su parte, el máximo
dirigente de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) –Jorge Velado– demandó una “disculpa pública” al sostener que su partido era
“víctima de una desesperada, falsa y oscura campaña de calumnias por parte del
FMLN y su Gobierno”.
Semejantes necedades mediáticas de las dirigencias partidistas, se
derraman hacia abajo y se reflejan en el comportamiento de sus bases. Así, una
mañana aparece un montón de cruces de madera en un redondel emblemático para la
“izquierda”, acompañadas de acusaciones echándole toda la culpa al actual
Gobierno por la alarmante cantidad de muertes violentas ocurridas en agosto. Y
las reacciones desde la otra esquina del cuadrilátero político, no tardan. Con
los guantes bien amarrados, altas voces “efemelenistas” declaran belicosas que
esas manifestaciones son parte de una perniciosa campaña desestabilizadora de
la derecha.
Nidia Díaz, veterana dirigente del partido en el Gobierno, afirmó
textualmente que “este tipo de acciones sobrepasa una libertad de expresión y
organización, porque están haciendo como mucho temor a la población y en una
plaza que nosotros reivindicamos”. A ese
muy particular, “bien elaborado” y por demás “sesudo” análisis, le siguió
casi de inmediato la siembra de más cruces. Pero ahora del lado de quienes
acusan a ARENA de ser responsable de la inseguridad y la violencia imperantes.
En ambas expresiones públicas, tanto la de derecha como la de izquierda, se
nota el paso de los años y el flujo de dinero que está detrás.
Hoy en día,
ya no se protesta ni se reclaman cambios mediante aquellas multitudinarias marchas
de antaño; ahora son reducidos grupos de personas probablemente remuneradas,
que en la penumbra nocturnal realizan esos actos y colocan pancartas de lujo
mandadas a hacer, a diferencia de aquellos años cuando las mantas rústicas pero
auténticas eran pintadas con brochas gordas por manos callosas de un pueblo que
–desde su dignidad– luchaba de verdad. Hoy en día, pues, hay otra gran muerte
que lamentar: la de las “fuerzas vivas” del país, a manos de la
“partidocracia”.
En ese
ambiente político, caliente y torpe, se quiere desarrollar un proceso de
diálogo y entendimiento político bajo la sombrilla de otra “interpartidaria”.
Nadie en su sano juicio se atreverá a cuestionar que para ello se hayan reunido
las dirigencias partidistas en Ataco, Ahuachapán, hace unos días. Ni que hayan
acordado lo que acordaron. Pero eso no es agenda de país ni visión de futuro.
Fuera
de las declaraciones líricas, lo acordado es tan elemental como –por ejemplo–
redactar proyectos puntuales de leyes, integrar los partidos al seguimiento del
Plan “El Salvador seguro”, estudiar la creación del Instituto de criminalística
e investigación científica del delito, pedir a los medios que “se porten bien”
e informen sobre los “avances” en materia de seguridad, solicitar a la Sala de
lo Constitucional que resuelva sobre la contratación de préstamos y la
colocación de bonos por novecientos millones de dólares. También que se respalden
las medidas que el Gobierno adopte para bloquear las señales telefónicas en los
centros penales, cosa que desde hace rato debió haberse hecho con la ley en la
mano.
Más
allá de sus malogrados antecedentes como el de enero del 2007, al conmemorarse
quince años del fin de la guerra pareciera que el clima actual no da para mucho
en cuanto a convertir a esta nueva “interpartidaria” en un buen impulso para –de
una vez por todas– cambiarle el rumbo al país. De seguir así, los personajes de
esa recién puesta en escena lo están llevando –directa e inexorablemente– al
despeñadero. Mientras las “soluciones” se
discutan arriba y afuera, no habrá “golpe de timón”
alguno. No lo habrá si no se toman en cuenta las víctimas del
sufrimiento allá abajo y adentro, donde no se disfruta el “buen vivir” sino que
se sufre a diario el “mal morir”. De eso, El Salvador tiene en su pasado
dolorosas experiencias, en su pasado tenebrosas realidades y en su futuro amargas
pesadillas.
Pero no se hace
nada distinto para evitar la debacle. Retomando el pasaje inicialmente citado
de la novela escrita por el enorme Benedetti, en el presente drama nacional no
irrumpe un único borracho sino varios. Y “Los borrachos y los niños”, según el
refranero popular, “siempre dicen la verdad”. Dentro y fuera del país abundan las
voces que le están diciendo una y otra vez a la administración del Estado –con
todos sus órganos de Gobierno– y a los partidos políticos, lo mismo que aquel
extraño ebrio le dijo a Martín Santomé la tarde
de un 21 de febrero: “¿Sabés lo que te pasa? Que no vas a ninguna parte”.
Pero picados en
su orgullo y en defensa de sus intereses, no faltan quienes brinquen alegando que
sí; que en el país funcionan las instituciones y que se está caminando por el
sendero correcto. Si así fuera ya estuviera completa la Corte Suprema de
Justicia, a la que desde hace dos meses le faltan cinco integrantes
propietarios y cinco suplentes; no habría necesidad de crear “interpartidaria”
alguna para hacer lo que no se hace en la gestión parlamentaria. Pero para su
desgracia, en el país se continúa haciendo más de lo mismo y eso lo tiene padeciendo
sus mismas consecuencias lamentables.
No hay que ir
muy lejos para descubrir la solución. Solo basta voltear la vista a Guatemala. Ahí
nomás, ya sentaron en el banquillo de los acusados a un militar –golpista de
verdad, que usurpó la primera magistratura– y lo condenaron por genocida; ahí
ya encarcelaron a la vicepresidenta de
la República y acaban de lograr la renuncia del hasta hace unos días jefe de
Estado. Determinante para ello ha sido una muy buena ciudadanía frente a una
muy mala politiquería. En El Salvador debería retomarse ese ejemplo resucitando
“de entre los muertos” a sus “fuerzas vivas”, para comenzar a exigir y lograr algo
mucho más elemental que en el vecino país: que los politiqueros de uno y otro
bando pacten una necesaria tregua entre sí y acuerden lo necesario para
enderezarle el rumbo al país.
triste pero cierto.
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