Benjamín Cuéllar
Día: 6 de abril de 1944. Lugar: un refugio con más
de cuatro decenas de niños y niñas, ubicado en un pueblo francés cercano a la
ciudad de Lyon. Hecho: su detención. Pecado: su nacionalidad judía. Destino: su
ejecución en Auschwitz, Polonia. Ese fue su destino, pero no el final de la
historia. Esta ni siquiera terminó el 4 de julio de 1987 cuando, a sus setenta
y tres años de edad, Klaus Barbie fue condenado a prisión perpetua por crímenes
contra la humanidad. Ahí murió el 25 de septiembre de 1991.
En estos días pues, pero hace ya casi treinta años, con
la mentada sentencia de culpabilidad se escribió el último capítulo de esa
particular historia para dar paso a la memoria, con la cual muchas víctimas
ulteriores –en todas partes del mundo– siguieron escribiendo y resguardando sus
preciadas historias, para forjar así el triunfo de la dignidad sobre las
escorias.
Más de un centenar de personas testificaron en el
juicio del “carnicero de Lyon”. Una acaba
de partir, dejando tras de sí su enorme y valioso legado. Este sábado 2 de
julio falleció Elie Wiesel, Nobel de la Paz en 1986. De sus 87 años de vida, un
par los pasó precisamente en Auschwitz donde vio morir a su padre; donde,
además, asesinaron a su madre y a su menor hermana. Casi al final de la emblemática
vista pública antes referida, Wiesel redactó un texto dentro del cual se leía
en alguna de sus partes esto:
“¿Buscas el fuego?, decía un gran rabino hasídico.
Búscalo en la ceniza. Es lo que ustedes están haciendo desde el principio de
este proceso; es lo que intentamos hacer desde la liberación. Hemos buscado en
la ceniza una verdad para afirmar –a pesar de todo– la dignidad del hombre, que
no existe sino en la memoria”.
Esa profunda reflexión es el epígrafe con el que
inició un esfuerzo investigativo bien fundamentado que, durante un tiempo
relativamente prolongado, realizó el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad
Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA). El resultado fue publicado
por la revista Estudios Centroamericanos (ECA), también de la UCA; apareció hace
casi dos décadas, en el último número de 1997. El título, una obviedad:
“Buscando entre las cenizas”.
Al inicio, en el resumen del mismo, se decía que el
documento mostraba “los hechos pasados acontecidos en El Salvador, los cuales
han sido deliberadamente silenciados o tergiversados”. Rescatar la verdad de la
historia del sufrimiento y establecer responsabilidades aunque sea de manera
general –no solo cuantitativa, sino también cualitativamente– tenía un
propósito: dejar atrás la impunidad y construir una convivencia pacífica,
democrática y participativa.
En cuanto a cifras, esta búsqueda universitaria
arrojó una cantidad superior a las publicadas por la Comisión de la Verdad. Era de
esperarse por diversos motivos como –por ejemplo– el tiempo disponible para
investigar, la información asequible por parte de organizaciones sociales
colegas, la cercanía natural con las víctimas y un conocimiento más profundo de
la realidad nacional, incluido el de sus protagonistas y de las instituciones
nacionales con todas las mañas de unos y otras en varias acepciones y
decepciones.
En lo que toca a imputaciones para ambos ejércitos,
no existe mayor diferencia entre los hallazgos del IDHUCA y los de la citada
Comisión. Según el primero, las fuerzas insurgentes aparecen como responsables
del 5.33% de todos los hechos, entre los cuales destacan los mal llamados
“ajusticiamientos” y los secuestros con fines extorsivos, políticos o ambos
combinados.
Además, el ente universitario atribuyó a agentes
estatales –militares, policiales y paramilitares– el 84.47% de la autoría en
detenciones ilegales, ejecuciones extrajudiciales individuales y masacres,
desapariciones forzadas y torturas. Existe un porcentaje de crímenes
adjudicados a autores desconocidos, dentro de los cuales se ubican los
“escuadrones de la muerte” con participación oficial o con su tolerancia; parte
de estos hechos, seguramente en mucha menor cuantía, también debe cargarse a
los comandos guerrilleros clandestinos.
Con las anteriores y otras iniciativas, resulta necio
preguntar si en El Salvador se ha buscado entre las cenizas. ¡Claro que sí! Y
se ha encontrado el fuego abrasador de la verdad dignificadora. En tal sentido,
desde y con las víctimas, se han hecho todos los esfuerzos nacionales e internacionales posibles. Pero
para que esa verdad libere y sane, falta mucho aún. La resistencia de los
poderes infames sigue siendo enorme.
Elie
Wiesel fue Premio Nobel de la paz en 1986 y, consecuente con el significado y
el peso de ese galardón, el año siguiente declaró contra Klaus Barbie. Nadie le
pidió que devolviera el reconocimiento mundial por ello; nadie le dijo que
estaba “abriendo heridas” ni valieron los alegatos, en favor del genocida nazi,
de que era ya un hombre de la “tercera” o la “cuarta” edad.
Con
su testimonio, con el juicio en general y con la condena del “carnicero de
Lyon”, Wiesel y el resto de las más de cien víctimas declarantes sembraron las
semillas para cosechar un futuro de paz con justicia, donde no exista la
impunidad premiando a los perpetradores y castigando a sus víctimas; tampoco
las venganzas remuneradas o por “mano propia”. Le apostaron a construir, desde
su dolor, un escenario donde la armonía estuviera resguardada por el
funcionamiento aceptable de las instituciones.
En tal dirección y a punto de finalizar hace veintiocho
años el juicio comentado, Wiesel se dirigió a las víctimas en los siguientes
términos: “Es lo que ustedes están haciendo desde el principio de este proceso;
es lo que intentamos hacer desde la liberación. Hemos buscado en la ceniza una
verdad para afirmar –a pesar de todo– la dignidad del hombre, que no existe
sino en la memoria. Gracias a este proceso, los sobrevivientes encuentran una
justificación a su supervivencia. Su testimonio cuenta, su memoria será parte
de la memoria colectiva. Está claro que nada podría volver a los muertos a la
vida. Pero, gracias a las palabras pronunciadas ahí, el acusado no podrá matar
otra vez a los muertos”.
Gracias
Elie Wiesel, nobel de la paz. Descanse en la misma…
Lástima para nuestros países (como además Guatemala y Honduras...) que las victimas no tiene el poder de los judíos. Todavía en nuestros países el poder está en manos de las bestias de siempre, que no dudarían en mandar al ejército local para volver a hacer as mismas desgracias si su poder es amenazado!
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