Benjamín Cuéllar
¿La paz colombiana?
¿La salida inglesa de la Copa y la Unión europeas? ¿El día internacional de
apoyo a víctimas de torturas? ¿La renuncia de Messi a la “albiceleste”? ¿La
represión en Nochixtlán, Oaxaca? ¿La pública solicitud de matrimonio de un policía
británico a su pareja, en plena marcha del orgullo gay? ¿La sorpresa en que se
convirtió la “selecta” islandesa? ¿O el sorpresivo anuncio presidencial de las “medidas extraordinarias” para prevenir la violencia?
De esos sucesos ocurridos durante los últimos días dentro y fuera de El
Salvador, ni alcanza el conocimiento detallado ni el espacio para comentar cada
uno.
Quizás convenga mejor hablar solo de lo que el Ejecutivo publicita –en
su sitio oficial– como “acciones estratégicas e integrales que fortalecerán las
capacidades y oportunidades de la población, para mejorar la seguridad de las
familias, fortalecer la armonía social y recuperar la belleza de los
territorios”. Y de esas promesas, conviene priorizar la opinión sobre el subsidio
a la juventud etiquetada peyorativamente como “nini”. Hay que hacerlo porque, mientras
estuvo en “agenda”, en su mayoría solo se escucharon necedades propias de una
polarización soez. Ni desde la oposición mezquina, egoísta; ni desde el
Gobierno de oficina, populista; ni en su defensa ni en su ataque… Hay que ubicar
el asunto desde la perspectiva de los derechos humanos.
Acá y en el resto del mundo, en documentos y discursos
se reconocen a las juventudes –“divino tesoro”, según Darío– como un vasto grupo
humano con igual dignidad; aunque en El Salvador, la realidad sea otra. No
obstante tanta guerra militar y electorera, en esta comarca les son negados y
violados a diario sus derechos. Se supone que los tienen –entre otros– para vivir
con seguridad, educación y trabajo; este último, reivindicable por quienes
están en edad y condiciones de hacerlo: la ley determina que una persona puede trabajar a
partir de los catorce años, cumplidos los requisitos establecidos para ello.
Pero entre esa población nacional mayoritaria,
preguntas incómodas, ¿se ha invertido para generar oportunidades laborales decentes y desarrollar
capacidades productivas, que permitan convertir a las y los jóvenes en motor de
las transformaciones a fondo? ¿Se ha hecho lo debido para que no solo vean su
realización fuera de las fronteras patrias? ¿Para que además de ese
“destierro”, no sean sus otras opciones fatales el “encierro” y el “entierro”?
¿O son, simple y descaradamente, el sufragio clave a enamorar?
Ojo: estas interrogantes críticas no son exclusivas
para la actual administración presidencial. Lo son para todas las de antes y
para la alta cúpula empresarial; también para los ciento sesenta millonarios
que en el 2014 –según OXFAM– acumulaban veintiún mil millones de dólares. No se
salva nadie. Son responsabilidades compartidas al no intentar, siquiera, una
solución cierta a problemas estructurales tales como la pobreza y la
desigualdad, la violencia y la inseguridad.
Y toda esa gente metida en la “política” –quizás
hay alguna excepción– utilizó y sigue utilizando electoreramente a las juventudes
en condiciones de mayor vulnerabilidad. Y, puestos en el puesto, “si te vi ni
me acuerdo”. Por de pronto no hay una nueva y real, diferente y edificante alternativa
partidista. No hay pues, como dicen en México, “otro palo onde horcarse”. Por
eso, en la actualidad y cada vez más, la mayoría de las personas pensantes y
conscientes del país se posiciona: ni con uno ni con el otro.
A propósito,
en el supuesto Gobierno esperanzador y cambiador –previo al del “buen vivir”– se
publicitó el peliagudo Programa de Apoyo Temporal al Ingreso. “PATI” le decían por
sus siglas, casi hasta con cariño. ¿Alguien lo evaluó? ¿Valió la pena? ¿Favoreció
a las maras o a jóvenes que no lo son, entre una población donde policías y
militares no distinguen? ¿“Victimizó” más a sus víctimas? ¿Fue prevención o urgente
sed de votos? Las críticas al mismo, ¿fueron infundios contra el fantasioso “cambio”
que nunca llegó?
Hoy como antes, con el subsidio ya notificado,
surgen inquietudes legítimas que no tienen sesgo de ningún tipo ni son fruto de
algún prejuicio. Surgen desde los derechos humanos. Una: esas mujeres que se
afanan en su hogar, las imaginadas e imaginarias “amas de casa”, ¿serán
consideradas personas que ni trabajan ni estudian? En realidad, esas de las que –por una nefasta
“construcción social”– designan y clasifican como “trabajadoras domésticas sin
remuneración”, pero no son reconocidas como tales. Y jóvenes, entre ellas, hay
un montón. ¿Serán favorecidas por la última pensada oficial?
Otra: el beneficio anunciado es para quince
mil jóvenes y, obviamente, sus familias. De acuerdo. Pero, según el Programa de
las Naciones Unidas, en su informe del 2015 denominado “Trabajo al servicio del desarrollo humano”,
el veintisiete por ciento de jóvenes entre quince y veintinueve años de edad ni
estudia ni trabajaba. El estimado para el 2012 hecho por la Fundación
“Guillermo Manuel Ungo”, partiendo de los dieciséis años, es casi el mismo: veintiséis.
En cifras, esta Fundación estableció una cantidad superior a las cuatrocientas
mil personas hace cuatro años. ¿Será progresivo y sostenible el subsidio
oficial ante un escenario de semejante tamaño?
Finalmente,
está lo relativo a su conducción adecuada y a la información transparente. Porque
hay quienes hacen de las instituciones estatales una especie de “torre de
Babel” guanaca. Salvador Sánchez Cerén, el presidente, dijo: “Si su hijo no
estudia, si su hijo no trabaja, pues, este programa le va a dar un apoyo en
dinero por doce meses para que […] pueda tener formación y si tiene formación,
enviarlo a pasantías. Que trabaje”. Para quien preside la actual legislatura,
Lorena Peña, no se trata “de salir a repartir billetes ni salir a buscar vagos”,
sino de brindar quince mil “oportunidades de empleo”.
Y
el responsable de ver cómo se financia esta “extraordinaria” medida, Carlos
Cáceres, ofensivo e irresponsable declaró textualmente lo siguiente: “El dinero es para prevención. Imagínese qué significa
la prevención, de que aquellos jóvenes que ni estudian ni trabajan y que son
vagos, ahora se dediquen a estudiar o a trabajar”.
Que alguien me explique, ¡por favor!
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