Benjamín Cuéllar
No hay que perder la capacidad de
asombro, cierto, pero la gente cuerda y sensible de este “paisito” ya está a
punto de… No solo por la violencia criminal, artera e inadmisible como la que
provocó las muertes a balazos de una niña de cuatro meses, de varios policías
en una emboscada infame, de un maestro protector del alumnado frente a su hijo
mientras abría su escuela y de tantas víctimas diarias que no cesan con nada de
lo que –hasta ahora– se ha querido vender como “soluciones”. Si hubiese un
“Nobel” para el populismo del todo barato, la estupidez más burda y el cinismo
al cien por ciento craso y descarado, se lo pelearían todos los gobiernos de
este pequeño pedazo de tierra supremamente malogrado desde siempre.
¿De qué sirvieron los acuerdos
que firmaron los eternos enemigos de papel? ¿De qué la impostora “alternancia”?
¡De nada! Así de lapidario. ¿O cambió en algo El Salvador, para bien, después
de lo que firmaron ambos en Ginebra y Chapultepec? Si se valora desde la
situación de las mayorías populares, no. Esos dos momentos de la historia
nacional fueron el principio y el fin de la negociación que culminó con lo que,
luego y hasta la fecha, se convertiría en la insufrible “partidocracia” tan
actual y dañina para una democracia sin pero alguno y el disfrute real de una
paz que alcance para toda la población.
Bueno, en realidad sí lo hubo. Fue
un cambio de cancha: el que jugaba en la oposición pasó al Gobierno y el que lo
hacía en el Gobierno pasó a la oposición. Eso benefició únicamente a esas
élites “politiqueras” dominantes y a sus serviles acólitos, desagradables satélites
o tristes adláteres –llámenlos como quieran– bien maiceados con las migajas nada
despreciables que desde arriba les avientan unos poderes no solo egoístas, sino
también sin vergüenzas y sin cargos de conciencia; sin, siquiera, nudos en sus
insaciables gargantas.
Lo anterior es “verífico”, como
dijo alguien, por verídico y verificable. ¿O no? Ahí les va un ejemplo de la
melodramática “puesta en escena” cuyo título es, redoble de tambores, “El ejemplar
proceso salvadoreño”. Pero antes hay que recordar que la complaciente
Organización de las Naciones Unidas sigue necia alabando su criatura. Le acaba
de pedir al Gobierno nacional –lo dijo Salvador Sánchez Cerén– colaborar en la realización del “sueño de los
colombianos”: la paz. Suerte que Juan Manuel Santos, su homólogo “cafetero”,
parece tener los “pies en la tierra” pues además de sostener que querían
aprender de la afamada experiencia guanaca –obvio– advirtió que verían “lo que
funcionó” y “lo que no funcionó”. Así insinuó, derrochando diplomacia, que no
es tan modélico lo ocurrido en el “señorío” cuscatleco.
Dicho
lo anterior, hay que mostrar de forma concreta lo que manifiestamente ha
sufrido la gente más ninguneada y amolada en este penado país, como resultado
de su patético manejo por ese par de partidos casi o del todo “pandilleriles”
por estafadores del destino nacional y de sus efímeras esperanzas. El cambio
prometido, ya se dijo, fue tan solo de cancha y en beneficio de sus intereses.
Sus pleitos son por los votos, no por el bien común. Por lo demás, se llevan
bastante bien al punto de estar de acuerdo en no dar el necesario paso –en la Asamblea Legislativa –
para que les “cuenten las costillas” en lo que toca a sus oscuros financiamientos.
Consta en los medios que en 1995,
ante la urgencia de enfrentar la matanza que seguía y seguía tras la recién
inaugurada posguerra, Hugo Barrera –de conocido pedigrí dentro y fuera de su
partido ARENA– impulsó una iniciativa que denominó “Juntas de vecinos”. El
propósito teórico era la prevención del delito, mediante la colaboración de la ciudadanía
con la entonces novata Policía Nacional Civil. Se trataba, textualmente, de
crear “organizaciones cívico-sociales formadas por personas naturales de
reconocida honradez y responsabilidad, trabajadoras y de buena conducta, de
preferencia aquellas que permanecen más tiempo en su residencia”. Se pretendía
contar con la participación de la gente para
contribuir “a la seguridad y tranquilidad de su familia y la conservación de
sus bienes”.
Sin
decir “agua va”, la entonces oposición partidista –léase FMLN– se le lanzó al
pescuezo gritando “¡Vade retro Satanás!” y negó sus votos parlamentarios para
un préstamo que pagaría, en parte, esa pensada oficialista. Humberto Centeno dijo que estaban armando una “red de
espionaje” gubernamental. Pero este personaje ya falleció. Quien aún vive y
está sentando en la silla presidencial es Sánchez Cerén; en esa época, él
sostuvo que su partido veía bien la
colaboración ciudadana para combatir la delincuencia, pero lo que estaba
haciendo Barrera –afirmó– era “nombrar a dedo a personas” que luego exigirían “armamento
para defenderse de la delincuencia y así se van generando mecanismos
paraestatales, paramilitares”.
A
renglón seguido, el ahora primer mandatario –en su coloquial forma de hablar–
sostuvo que dichas juntas eran “un mecanismo que puede restablecer los
mecanismos del pasado, cuando las juntas de vecinos se convirtieron en
escuadrones de la muerte, tales como la Organización Democrática
Nacionalista (ORDEN)”. Eso dijo hace dos
décadas. Pero como “todo cambia”… Hoy su vocero oficial y exageradamente oficioso,
Eugenio Chicas, anunció que impulsarán “comités ciudadanos” a los que… ¡les darán
armas! Lo harán, alegó, para combatir a los delincuentes en las comunidades. Estas
“genialidades” las notificaron tras la audiencia en la capital estadounidense
con la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el pasado lunes
4 de abril; si las hubieran “destapado” antes, este Gobierno habría sido
cuestionad con todo y sin piedad por sus integrantes.
Por eso,
el hoy dizque partido “opositor” debería andar feliz y orondo, presumiendo de
algo que hasta el más “frentudo” tendría que darse cuenta y entender: que sus
políticas militaristas y de “manos duras”, “súper duras” y “puños de hierro”, antes
criticadas y del todo fracasadas en materia de seguridad, son ahora las
abrazadas y besuqueadas por una izquierda degradada y lastimera. Mientras
tanto, el dolor humano y el decaimiento político de la gente crecen y crecen hasta
el punto del hartazgo frente a su situación.
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