Benjamín Cuéllar
Comités gubernamentales de vecinos y armas para
que se defiendan; manos duras y súper duras; nuevos delitos y sanciones cada
vez más severas, hasta llegar la pena capital; grupos de exterminio y estados
de sitio... ¿Qué más? Pues hoy resulta que son seiscientos soldados y
cuatrocientos policías los que juntos, en un “súper batallón”, han sido
lanzados directo a la confrontación armada. Esas son algunas de las acciones
oficiales propuestas, impulsadas o no, en respuesta a las atrocidades de la
criminalidad y a los reclamos legítimos de una población del todo descorazonada,
sí, pero sobre todo y con toda la razón encachimbada. La gente ya no aguanta;
sin embargo sus quejas, hasta la fecha y por más de dos décadas, han caído en
el saco roto de un Estado incapaz de frenar la criminalidad que asola allá
abajo. ¿Por qué? En buena medida, por no tocar la criminalidad de allá arriba.
Pese a que la Administración Nacional de
Acueductos y Alcantarillados (ANDA) no les provee del “vital líquido”, quienes
habitan las comunidades de El Salvador difícil, ensangrentado y sin consuelo,
sobreviven día a día con “el agua hasta el cuello”. Por eso, por la brutalidad de
los asesinatos y las desapariciones forzadas, así como el mantenimiento de otros delitos como las extorsiones y los
robos, no son pocas las personas que afirman estar en toda la disposición de
llevar hasta el altar del sacrificio sus derechos humanos.
Pero eso es altamente peligroso. ¡Sí! Aunque
brinque alguien, así es. ¿Por qué? Hay que comenzar por uno de los
fundamentalísimos: el derecho a la seguridad personal y colectiva. Este está
siendo irrespetado, violado y hasta pisoteado por las maras y otras formas de
crimen organizado. La visión tradicional de la responsabilidad única de los
agentes estatales en esta materia, está por demás superada. Los actos
realizados por grupos de poder económico, político o de cualquier otro tipo,
integrados también por agentes no estatales, pueden influir negativa o
positivamente en el goce de los derechos humanos.
Y eso es lo que está ocurriendo,
desde hace bastante, en este pequeño país. Por tanto, hay que señalar a esos grupos delincuenciales como
autores de graves violaciones a la dignidad de las personas y de las
comunidades. Atentan a diario contra su vida, su integridad física y,
obviamente, su seguridad. Esos tres, en principio; pero también ese accionar
criminal alcanza y hasta sobra para afectar los derechos a la educación y la
salud, al trabajo y la libre circulación, a la vida privada y a tener una
familia, a la vivienda y a no tener que dejarla para salvarse.
Pero, ojo, lo que hasta ahora han ofrecido como
“medicinas” todos los gobiernos de la posguerra han resultado –ciertamente–
peores que la “enfermedad”. Antes nunca se pusieron de acuerdo, estuviera el
que estuviera en el lado oficial u opositor; también se daba el caso de que lo
terminaban haciendo de mala gana y rezongando, hasta que aquella mano de allá
del norte les movía la cuna. Hoy, hay que reconocerlo están en sintonía la oposición
de ARENA y el Gobierno del FMLN. Hoy, al parecer, se han vuelto el “dúo
dinámico” que suena bien afinado; al escucharlo, no hay quien desentone.
“Aniquilar sin piedad”, es ahora el título de la marcha; la música fúnebre,
pero con acompañamiento allá en el fondo de los tambores de guerra.
Pero, por favor, si van a concertar algo… ¡que
sea para bien! En los actuales relevos desnaturalizados de la indignación que
movía la acción social organizada, las enredadas discusiones en la redes
sociales, dirán: “Bueno y entonces, ¿qué quieren?”. Eso dirán, las voces más
mesuradas. Y seguro agregarán que eso es lo que merece quien ha matado sin
piedad: su aniquilamiento. Bueno y entonces, ¿por qué protegen a los coroneles
y a los comandantes que ordenaron masacres en el campo y la ciudad, detenciones
ilegales y torturas, desapariciones forzadas y familias que aún buscan a sus
seres queridos después de tantos años de ocurridas esas atrocidades?
Ambos, los criminales de antes y los criminales
de ahora, merecen castigo. Seguro que sí. Pero –citando al querido
Lanssiers– “no podemos defender la vida
matando. Y si tenemos que combatir caníbales, eso no nos otorga el derecho a
comer carne humana”. Eso es lo que puede pasar en lo que está por venir. Para
cazar cien delincuentes ya se desplegaron soldados y policías armados hasta los
dientes; más de los primeros que de los segundos, como parte de eso que alguien
afirmó ser una “cruzada” nacional.
A ese centenar de “cabecillas” de las maras ya
les avisaron que van a cogerlos. Pero, bien dicen: “Soldado avisado no muere en
guerra y si muere es por… descuidado”. Obvia y lamentablemente, no lo harán
allá donde bien viven los verdaderos “patrones del mal”, “los capos de capos”.
Esos son intocables. Por los que van
“con todo” y “sin piedad” los irán a buscar, es de suponer, en las
comunidades del país que se encuentran en mayores condiciones de vulnerabilidad.
En los sectores urbanos, lo harán en medio de la estrechez de sus pasajes y del
hacinamiento en que le toca vivir a su población; una población entre la que
abundan niñas y niños, jóvenes y adolescentes, personas de la tercera edad…
Todas, potenciales víctimas del “fuego cruzado”, del “tirito que a cualquiera
se le va”, del “yo no fui” o “fue un error”…
¿Hay un buen trabajo previo de inteligencia que
ampare ese despliegue o van a perseguirlos con una mala foto en mano? ¿Saben a
quién capturar y saben, sobre todo los militares, cómo capturarlos haciendo uso
menor o mayor –según sea el caso– de la violencia legítima estatal? ¿Será que
el país hoy si ya entró en un “callejón sin salida”, en un “viaje sin retorno”?
¿Habrá, finalmente, que volver a cantar “Mambrú se fue a la guerra. Qué dolor,
qué dolor, qué pena. No sé cuándo vendrá?”
Carlos: Perdón la tardanza en contestar. Gracias por su lectura y comentarios.
ResponderEliminarLas acciones que yo recomendaría son:
Prevención a tiempo
- Inteligencia y contrainteligencia certeras
- Alta capacidad de investigación policial y fiscal, con protocolos compartidos y funcionales
- Criterios compartidos: investigación, interpretación y valoración de la prueba
- De la prueba testimonial y el “criterio de oportunidad” a investigaciones y pruebas científicas y técnicas
- Pruebas sólidas
- Coordinación armónica al más alto nivel del sistema de justicia
- Capacitación a personal de todas las instituciones (adquirir conocimientos y compartir buenas prácticas)
- Represión contundente sin miedo al “qué dirán”. No más “intocables”. Hay que golpear abajo; pero hay que pegar, sobre todo, arriba y con todo
- Rehabilitación real: clasificación y separación de la población interna, según sea el grado de “peligrosidad”; alfabetización y educación en los distintos niveles, dentro de los sitios de reclusión y atención psicosocial; derechos humanos (teoría y práctica)
- (Re)inserción cierta o –más bien– “inserción” social, laboral y productiva: generación de empleo y oportunidades para obtenerlo, sin discriminación
- Reducción progresiva de la inequidad, la desigualdad y la exclusión
- Finalmente, no imponer sino fomentar la organización de la sociedad alrededor de la vida y su defensa en todas sus manifestaciones, para alcanzar el bien común
Saludos,
Benjamín.