Benjamín Cuéllar
07 de abril de 2016
Hace cuarenta y seis años, el
primer día del cuarto mes de 1970, Salvador Cayetano Carpio –el legendario
“Marcial”– junto a un reducido grupo de personas dispuestas a impulsar la lucha
armada en El Salvador, se juntaron en lo que después se conoció como el “núcleo
inicial” de las Fuerzas Populares de Liberación. Así nacieron las FPL o las
“efe”, como fueron más conocidas; pero fueron mucho más reconocidas, dentro y
fuera del país, por su desarrollo político y militar. Venían de una larga lucha
ideológica en el seno de un Partido Comunista Salvadoreño aletargado, la cual
culminó con la salida de su secretario general –el mencionado “Marcial”– y una
parte de su militancia.
En sus primeros documentos, se
encuentran sus certeras críticas a las “organizaciones tradicionales”. Destacan
la pérdida del “espíritu de sacrificio revolucionario” y el acomodamiento de
muchos de sus miembros a una “vida fácil”, así como “las concepciones
derechistas y oportunistas, economistas y reformistas”, que hacían “estragos en
la mentalidad y en las acciones de tales organizaciones” al adoptar “posiciones
cada vez más oportunistas”. En sentido contrario, las FPL debían contar con
integrantes de “alta calidad revolucionaria”; ello conllevaba, entre otros requisitos,
“un profundo amor al pueblo” y “honestidad en su vida privada”.
Tanto en el tiempo como en su
nivel de respeto, qué lejos están hoy estos últimos valores y compromisos para
algunos. Si antes los enarbolaron y lucharon por los mismos, ahora distan mucho
de ser la guía de su práctica cotidiana. En estos días es más evidente; pero
desde que entregaron armas e ideales, la coherencia es cosa del pasado. Lo
primero, la entrega de armas, era parte esencial de los acuerdos para parar la
guerra. Lo segundo, la de los ideales, no; pero fue la decisión fundamental
para que viniera el cambio prometido. Cambio pero solo en sus vidas, tanto en lo político como
en lo económico y social. Para el resto, siguió vigente el “para vos nuay” de
Roque y Salarrué.
Y con esa renuncia al amor
profundo por el pueblo y a una vida honesta, no solo privada sino también
pública, traicionaron todo. Todo, empezando por su palabra empeñada en el texto
del Acuerdo de Ginebra firmado hace veintiséis años. Fue el 4 de abril de 1990
cuando ofrecieron el camino hacia la paz cierta y perdurable. Era la línea
recta hacia la construcción de un nuevo El Salvador, cimentado en el respeto
irrestricto de los derechos humanos y la democratización del país; sueños
realizables, a partir de algo elemental: la unidad nacional.
Pero no. Silenciados sus fusiles
y archivadas sus quimeras, encontraron su álter ego en el campo electorero; convirtieron
a su antípoda en alma gemela, dedicándose con iguales mañas a pelearle y
restarle votos al enemigo que combatieron a balazos cuando lo acusaban de
imponer, mantener y extender el mal común. Surgen entonces las irremediables interrogantes:
con los “héroes” de la insurgencia rural y urbana que tras la guerra ya fueron oposición
y ahora están instalados en Casa Presidencial, ¿se ha avanzado sustancialmente
en el imperio y el disfrute del bien común? ¿Qué pasó con esa paz, que “siempre noble soñó El Salvador”? ¿Se
logró siquiera la tan ansiada y urgente seguridad ciudadana? ¡Para nada!
Que no quepa duda. Hoy por hoy
“hay frente frío y mal tiempo” en el país, ha dicho alguien honda y
honradamente enamorado de ese pueblo que al beato Romero le facilitó ser buen
pastor. “Se ha dañado moral y éticamente a la izquierda –afirma– y al movimiento
social democrático, progresista”. En ese mismo tono, hay que decirlo claro: señoras
y señores de una “izquierda” hoy impresentable, “light” le dicen, dejen de
seguir mancillando la historia.
Con su actuar ofenden a “Polín” Serrano
y a “Juancito” Chacón, enormes dirigentes del Bloque Popular Revolucionario; a
“Memo” Rivas y a “Neto” Barrera, organizadores de la clase obrera; al liderazgo
campesino de Númas Escobar y “Chanito” Meléndez; al intachable trabajo en los
tugurios de Óscar López y de la preciosidad de adolescente que era María Elena
Salinas, cuando la masacraron aquel 25 de abril de 1979. No dañen, por favor, el
supremo encanto de la “Ticha” –la enorme Patricia Puertas– tan revolucionaria por
ser honesta, coherente y –en consecuencia– modelo impecable de rectitud y
valentía. No como ahora.
Tampoco hablen mal de la linda y
querida “Tulita” Alvarenga. No lograron ni
lograrán, por más que se esfuercen, enlodar la imagen de la compañera de
“Marcial”. La “tía”, en su precariedades de años y actuales, no renuncia a su
amor por el pueblo; sigue y seguirá siendo congruente como pocas, digna e
incorruptible a pesar de su limitación de recursos materiales. No transige. Es
de las revolucionarias de verdad.
Señores patrones hoy en el poder:
no sigan sumándose a su rival en la joda del país. No sigan siendo estorbo para
los cambios serios, por ser profundos. Ni la izquierda ni el Frente Farabundo
Martí para la
Liberación Nacional , el FMLN histórico, les pertenece. Dejen
de obstaculizar la organización popular, ya paren de ofender la memoria de
quienes sí fueron consecuentes hasta la muerte. No sigan siendo piedra en el
zapato.
Hoy no queda más que salvar la
integridad de un bien político que costó tantas vidas: la lucha social. Hay que
ejercer el derecho del pueblo a buscar el bien común, rescatando su honesta
militancia; hay que moverle el piso a las juventudes limpiamente rebeldes,
llamadas a irrumpir en pos de su protagonismo transformador. Son ese pueblo y
sus juventudes, titulares en la alineación para enfrentar y ganarle la partida
a quienes fingen representar sus intereses. Hoy por hoy, esta última es una
titularidad falsa y fraudulenta, espuria e inmerecida. Por eso, hay que
mandarla a la banca o sacarla del estadio.
PD: En Guatemala, la reciente caída
del Gobierno “Ottomano” inició siguiéndole “la línea” a su vice… En El Salvador, para cambiar de verdad, hay
que comenzar a delinear y escudriñar en serio “el caminito” de la gran
corrupción y la alta impunidad.
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