Benjamín Cuéllar
7 de enero 2016
Sumando esfuerzos entre la representación fiscal y el
Instituto de Derechos Humanos de la UCA, al menos en el asesinato de Adriano
Vilanova durante la segunda mitad de la década de 1990, fue posible conocer al
recién nombrado “cabeza” de la Fiscalía General de la República (FGR). En el
boletín “Proceso” del 18 de octubre de 1998 ‒días después de la condena de los
policías que ejecutaron a ese joven estudiante‒ el IDHUCA reconoció el “importante papel desempeñado por los agentes de la FGR,
tanto el de los dos fiscales específicos designados para el caso como el del
fiscal adscrito al tribunal”. A renglón seguido, señaló: “No obstante los
escollos que debieron superar en las diferentes etapas de este largo proceso,
estos tres funcionarios salieron adelante y ‒con ello‒ demostraron que, cuando
existe voluntad y cuentan con apoyo para realizar su labor, las instituciones
oficiales pueden contribuir a alcanzar justicia y generar confianza entre la
población”.
Ya nombró a su adjunto. Qué bien, por dos razones.
Quitó al asistente de quien a regañadientes desocupó la silla, el “pintoresco” Luis
Martínez, y quien calculó bastante mal al pretender dejar a su predecesor
calentándosela mientras ‒según él‒ lo reelegían. Casi “le pega al gordo”, pero los
“casi” nunca existen. No son parte de la historia; lo son solo de las
anécdotas. La otra razón para aplaudirle es que colocó en ese puesto a Aquiles Roberto
Parada Vizcarra, también instalado en la memoria histórica del IDHUCA cuando en
mancuerna con la representación fiscal se empujó el proceso por el asesinato de
Ramón Mauricio García Prieto Giralt. Un colega suyo sintetiza así el perfil de
Parada Vizcarra: “Buen compañero, muy gente, técnico”.
Meléndez Ruiz ha dicho que trabajará con la
Biblia en una mano y con la Constitución en la otra. Mejor que suelte el libro
sagrado, que siempre ahí estará, para mantener bien apretado el texto
constitucional y agarrar con firmeza otros más: la legislación penal y la
procesal penal junto a los instrumentos internacionales de derechos humanos. Pero
sus primeros pasos, no han sido malos. Sin mayor demora, pues conoce bien la
institución tras haber sido parte de la misma durante dieciséis años y
comenzando desde abajo, ahora tiene ante sí grandes e importantes desafíos
entre los cuales destaca ‒en primer lugar‒ el impulso de una necesaria y
urgente depuración, así como la asignación de jefaturas y otros cargos de
importancia a quienes tengan los méritos profesionales, personales y éticos
para ejercerlos. Asimismo, deberá impulsar una reforma integral institucional
y legal de la Fiscalía.
Debe, además,
fortalecer las capacidades instaladas ‒tanto humanas como materiales‒ para elevar
en cantidad y calidad la investigación científica del delito, en aras de perseguir
y someter judicialmente ‒con la suficiente garantía de éxito‒ a quienes sean responsables
de hechos violentos; sobre todo en aquellos que afectan a la niñez, la
adolescencia y las mujeres. Su gestión tendrá que ser impulsada con
independencia de intereses económicos, partidistas o de cualquier otro tipo que
no sean los del Estado y de la sociedad.
Para el nuevo
“fiscalón” también es un reto particularmente importante, luego de la experiencia
con Luis Martínez al frente de la institución, transparentar en lo que cabe sus
decisiones y procedimientos. Hay que volver creíble una institución que en este
momento, según la encuesta presentada por la UCA en estos días, anda “por los
suelos” al hablar de la confianza que genera entre la gente. Suerte tiene la
Fiscalía que existan la Asamblea Legislativa y los partidos políticos; si no
estuvieran este par, la institución del Ministerio Pública sería la entidad
menos confiable en el país.
Lamentable
realidad, sí, pero cierta e innegable. Esa es la percepción generalizada. Pero
es mayor o del todo plena, la desconfianza de las víctimas que han acudido a la
Fiscalía demandando verdad y justicia sin obtenerla. Para revertir tan
deplorable estado de cosas, el fiscal Meléndez Ruiz deberá liderar una
administración no solo independiente sino también valiente, atrapando y logrando condenas de “peces gordos” ‒no solo de
“chimbolos”‒ en los tres charcos del crimen organizado. El de las maras y los
traficantes de algo ‒drogas, armas, vehículos, personas y demás‒ es uno.
También está el de la corrupción, donde haya tanto por pescar.
Finalmente
está el charco del crimen organizado, constituido por quienes teniendo el
control del aparato estatal fueron cerebro y mando en la realización de graves
violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la
humanidad, antes y durante el conflicto armado. Del nuevo Fiscal General
depende que no siga el juicio allá en España, contra el grupo de militares con
órdenes internacionales de captura por su responsabilidad en la masacre
ocurrida en la UCA, hace veintiséis años. Si el fiscal Meléndez Ruiz los
investiga acá y presenta el caso dentro del sistema nacional, quizás no habrá
necesidad de extraditarlos. ¿Lo hará? En Guatemala, para no ir muy lejos, lo
han hecho y lo siguen haciendo. ¿Por qué acá no? ¿Les estará llegando su hora,
la de la justicia, a las víctimas de esta y otras tantas atrocidades? ¡Ojalá!
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