martes, 6 de octubre de 2015

Solamente una vez

Benjamín Cuéllar


Quienes nacieron el 16 de enero de 1992, cuando se pactó el fin del enfrentamiento armado firmando el Acuerdo de Chapultepec, cumplirán veinticuatro años dentro de unos meses. Casi dos décadas y media han pasado viviendo tanto su niñez como su adolescencia, en un país donde en teoría se iniciaría entonces el tránsito “de la locura a la esperanza” –como dijo la Comisión de la Verdad– o “de la guerra a la paz”, según Naciones Unidas y los bandos que tras una intensa negociación, se amistaron y sin duda se aprovecharon del final de los combates entre sí. A diferencia de las generaciones anteriores, el futuro se les abría de par en par ofreciéndoles óptimas expectativas para su progreso y realización humana. Era la primera camada de un “nuevo El Salvador”.

Más poético se hubiese escuchado que se les prometiera, a esa infancia que entonces abría sus ojos a la vida, pasar de los versos de Oswaldo Escobar Velado –inmortalizados en su “Patria exacta”– a los de su “Regalo para un niño”; de la tierra con “casas donde el desahucio llega y los muebles se quedan en la calle mientras los niños y las madres lloran”, a la de “una paz iluminada” con “holandas de mieses aromadas” y “californias de melocotones”.  De haber sido cierto, ¡qué felicidad se disfrutaría ahora en esta tierra! 


Pero no. La inmensa mayoría de esa inocencia recién parida se quedó a la espera de una nueva oportunidad la cual, quién sabe, cuando llegará. Se le escapó de entre las manos, no por su culpa, el sueño de vivir en un país donde la muerte lenta –la del hambre– y la muerte violenta –la de la sangre– únicamente fueran recuerdos de un pasado ominoso al cual nunca habría que volver; se perdió la quimera de gozar un país donde sus aspiraciones no se trocaran en suspiros, donde sus ilusiones no se volvieran quejidos.

A estas alturas, bastante frustrada y con ganas de no creer en nada ni en nadie, esa mayoría aún joven se quedó esperando “la paz y su flor pura” a la que le cantó Escobar Velado. Para salir de tal situación, más allá de sentirse malograda o algo similar, le falta volver a descubrir la vigorosa rebeldía contra lo injusto y la verdadera lucha por su superación.

Muchas de las personas nacidas de 1992 en adelante, las que deberían disfrutar un mejor El Salvador que aquel de antaño, las mataron y las siguen matando sin saber quién y mucho menos por qué, Además, se les niega educación y cultura, ocio y esparcimiento, nutrición sana y salud completa, oportunidades de desarrollo digno. Son muchas –perdón la insistencia– las que se va de este mundo, asesinadas o forzadamente desaparecidas, imaginando ver en el horizonte un El Salvador distinto a este que sigue siendo el espacio donde se les violentan sus derechos fundamentales, sin piedad ni cargos de conciencia.  


Viven, permanentemente, con la invitación en mano para abandonar tan rápido como les sea posible la tierra que las vio nacer. Eso sí, les piden sus votos cuando llegan a los dieciocho. ¡Cómo no! Para ello les prometen el cielo y la tierra. A final de cuentas, si no pegan las millonarias ofertas de campaña del par de maquinarias electoreras, intentan comprárselos a como dé lugar. ¿Culpables? ¡Claro que hay! Son, principalmente, esos partidos que nunca tuvieron la mínima lucidez y la necesaria humildad para dejar atrás sus ambiciones y unir sus fuerzas, en aras de favorecer en serio a la sufrida niñez de este país.

Y sin pudor, ni siquiera esconden sus codicias y falsedades. Al contrario, las exhiben campantes en los medios masivos de información y en los podios vacíos de realidad. Son quienes pasan de ser figuras que presumen donde sus “compromisos” con el país, a mutarse en malandrines protagonistas de una burocracia en el Gobierno o la “partidocracia” farandulera. En busca de cargos públicos y sobre todo de su “buen vivir”, resultan ser capaces de hacer lo que antes condenaban: vender su alma al diablo en medio de la guasa política. Y no les va mal. Sus capitales crecidos de la noche a la mañana dan cuenta de ello.

No faltarán este primero de octubre, dedicado en el país a la niñez, quienes de entre esa ralea se inflen discurseando sobre lo que debe hacerse para cambiar un estado de cosas que –tras tantos años después de aquella guerra– se debe superar. Superar, sí, pero solo por medio de las ofertas que únicamente se materializaran si su partido gana las elecciones que vienen. Para esa raza, no hay de otra más que seguir engañando. “El que mejor ha sabido ser zorro”, sentenció Nicolás Maquiavelo, “ha triunfado. Los hombres son tan simples, que aquel que engaña siempre encontrará quien se deje engañar […] No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes, pero es indispensable que aparente poseerlas. Tenerlas y practicarlas siempre será perjudicial; aparentar tenerlas, siempre será útil”

A eso le apuesta la caterva partidista, que hasta ahora disfruta haciendo y deshaciendo para favorecerse y favorecer a sus padrinos. Pero no. Están mal las “estrellas” del embuste. Este pueblo –incluida la militancia de ambos “titanes en el ring”– tiene mucha pero mucha historia que apreciar. Dolorosa sin duda, pero que debe ser resucitada por ser además llena de valor. Y las generaciones que no la vivieron deben conocerla para transformar lo que les ofrece la realidad actual, sin taras “derechistas” ni “izquierdistas”. Lo que está pasando ya rebasó lo racional y llegó al punto de ser insufrible, a menos que el pueblo que lo padece se vuelva del todo masoquista.

Y es que, ¿cuántas niñas y cuántos niños no alcanzan a llegar a su escuela por haberse convertido en víctimas mortales en el trayecto de su casa al pupitre que ocupaban, aunque fuera compartido? ¿Cuántas niñas y cuántos niños se quedaron en el camino al aula, desapareciendo de la faz de la tierra hasta que un remoto día alguien encontró bajó la misma sus humanidades fenecidas? ¿Cuántas niñas y cuántos niños están a sus ocho años esperando con ansias escalar al segundo grado, pero sin saber leer porque la “seño solo saca un libro de ‘ayer pase por tu casa’…”? ¿Cuántas niñas y cuántos niños deben guiarse para transitar del saber leer y escribir mecánicamente, al poder pensar críticamente y hablar creativamente?  

Solamente una vez al año, cada primero de octubre, no basta para recordar a la niñez salvadoreña en “su día”. De nada sirven los campos pagados felicitándola, cuando la felicidad no tiene precio. Hay que tenerla siempre presente y hacer lo necesario para que la alcancen, sin minarle el terreno en el cual pueda disfrutarla durante esa etapa de su desarrollo y se proyecte a la vida con optimismo.  



Y eso no ocurrirá si la gente no le suma a la abundante indignación que tiene por lo que pasa, la urgente acción para que ya no siga pasando. Hay que hacerlo. Entre más rápido mejor, a fin de regalarle a la niñez salvadoreña “la paz y su flor pura”; en aras de entregarle “un clavel meditabundo” y ponerlo en su “mano de criatura”. En definitiva, para lograr que su mundo no sea a diario “por la muerte sorprendido”.















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