Benjamín Cuéllar
Qué rápido pasa el tiempo, se dice. Cierto. Los días duran
siempre las veinticuatro horas y las semanas los mismos invariables siete días,
pero esa sensación de premura es cada vez más fuerte en un mundo donde los
avances tecnológicos no tienen fin; sobre todo en los ámbitos de la información
y la comunicación. Así, pues, el presente año ya ingresó a su segundo semestre
como rayo y el siglo actual se encuentra a la mitad de su segunda década; la
antigua guerrilla salvadoreña convertida en un partido político más desde hace
un buen rato, está por cumplir los catorce meses de tener en sus manos –por
segunda ocasión en seis años– las riendas del Órgano Ejecutivo. Y, allá a mayor
distancia, se alcanza a ver el conflicto bélico que asoló al país y cuya final
se acerca, aceleradamente, a cumplir las décadas y media de ocurrido.
Ese enfrentamiento fratricida, quizás, se hubiese evitado
de haberse cumplido de la mejor forma posible los postulados de la “Proclama de
la Fuerza Armada ”,
conocida públicamente el 15 de octubre de 1979 cuando se alzó en armas la
llamada “juventud militar” y derrocó al Gobierno presidido por el general
Carlos Humberto Romero. Ese fue el último golpe de Estado ocurrido en El
Salvador. Pero hoy en día hay que precisar algo: el último sí, pero hasta la
fecha. Porque de unos días para acá se escuchan voceros de Casa Presidencial y
del partido oficial –el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN)– anunciando un sedicioso y tenebroso plan enfilado a destituir a
Salvador Sánchez Cerén.
Lo último aparece en un comunicado del FMLN, de fecha 18
de julio del año en curso. Plagado de “supuestos”, se dice que para tal fin la
“derecha oligárquica partidariamente (sic) representada por ARENA” y “pequeños
grupos de supuesta sociedad civil”, difunden rumores sobre supuestos atentados
contra “la casona” –como se conoce donde despacha el mandatario– junto a
supuestos “toques de queda” delincuenciales, supuestos indicios de una nueva
tregua y supuestos ataques al “poder judicial”. Pero, más grave aún, se asegura
que esas oscuras fuerzas diseminan –lo más ampliamente posible– mentiras tan
descaradas y escandalosas como una supuesta corrupción en el país y la
existencia de un supuesto Estado fallido.
Según el “Farabundo”, todo eso está orquestado con el
apoyo de “temibles” alianzas de fuera aunque bien cercanas; a la par, para ser
exactos. Según el citado texto oficial “efemelenista”, debe interpretarse que
las recientes y masivas protestas chapinas y catrachas son fruto de intrigas como
la que –a “fuego lento”– se está “cocinando” acá. El FMLN alerta y explica de
qué se trata. “La población –sostiene– debe saber también que la derecha
oligárquica tiene aliados externos que atentan contra la soberanía nacional, mediante
su injerencia en nuestros asuntos internos. Quieren hacernos creer que lo que
están haciendo en Guatemala y Honduras también lo pueden hacer en El Salvador,
como por ejemplo imponer una Comisión Supranacional (Guatemala), golpe de
Estado (Honduras) o movilizaciones para pedir la destitución del presidente
(Guatemala)”. Fin de la cita.
Pero en lugar de aclarar las cosas, la exguerrilla deja
sembradas serias interrogantes al menos entre quienes –más allá del
“pensamiento único”– aún les funciona el pensamiento propio. Eso ocurre por la manipulación
de conceptos y la tergiversación de visiones, ubicaciones y hasta pasiones
dentro del espectro político e ideológico. Para el FMLN, la Comisión internacional
contra la impunidad en Guatemala –la afamada CICIG– es “supranacional”; ello
supone estar sobre el Gobierno chapín. Nada más falso.
Es una entidad internacional
independiente en su actuar pero trabajando de la mano con el Ministerio
Público, la Policía
Nacional Civil y otras instituciones estatales. Las apoya en
la investigación y la persecución penal, limitada a ciertos casos emblemáticos,
cuya autoría es atribuible a cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de
seguridad; también secunda el desmantelamiento de esos grupos criminales. En
última instancia, mediante la capacitación en el terreno con la intervención en
experiencias concretas y exitosas, la
CICIG busca fortalecer el sistema de justicia para que pueda
por sí mismo seguir golpeándolos a futuro. Si el Gobierno del vecino país no lo
solicita, la Asamblea
General de las Naciones Unidas no puede renovarle su mandato;
la existencia y permanencia de la
CICIG en Guatemala es, pues, una decisión soberana.
Contar con un refuerzo internacional
especializado para golpear la dizque “supuesta” corrupción en El Salvador y
dejar capacidades nacionales instaladas para ello, ¿sería “injerencia externa”
y parte de un “complot golpista” de la “derecha oligárquica” guanaca? ¡Por
favor! Hay que aclarar, además, que la
CICIG es una especie de “pie plano”: pisa parejo. No
distingue ni condición social ni color político.
En el mencionado comunicado del FMLN, se
habla de Honduras y se recuerda el último golpe de Estado allá. Ese hecho
político sucedió hace ya más de seis años. Nefasto el mismo como también nefastas
sus consecuencias. Pero el partido oficial salvadoreño se refiere al
derrocamiento de Manuel Zelaya, en junio del 2009, como si hubiera ocurrido
ayer. La muchedumbre en pie de lucha en la tierra de Morazán, en la actualidad no
está reclamando el retorno del depuesto presidente. No, lo que exige la
sociedad catracha es la erradicación de la impunidad y la corrupción. Nada más
y nada menos. ¿Qué hay de malo en eso? ¡Al contrario!
Y, para colmo, quienes en algún momento se dijeron
“revolucionarios” en El Salvador hoy aparecen rebosantes de indignación, rasgándose
las vestiduras en defensa del general Otto Pérez Molina. Por lo menos eso se
entiende. Ese alto oficial de la milicia guatemalteca, hoy presidente de la República , se encuentra
en la soledad más evidente y en el desahucio político más patético. Por su
trayectoria durante buena parte del conflicto interno chapín, Pérez Molina siempre
fue acusado de haber sido uno de los perpetradores en el conflicto interno que
devastó al hermano país. Sin embargo, para la dirigencia “efemelenista” la
lucha que libra hoy en día ese pueblo vecino es un complot; una “maquiavélica”
conspiración que pretende ser copiada por la “derecha oligárquica” salvadoreña,
para deponer a Sánchez Cerén y dar marcha atrás a los logros del Gobierno
heredero del “cambio” y la “esperanza”, además de ser promotor del “buen vivir”.
“Tus ojos verán cosas extrañas”, dicen que dicen los proverbios
bíblicos. Fuera del Partido Comunista, en octubre de 1979 los otros grupos que
formaron luego el FMLN dijeron que el golpe de Estado era una maniobra del
“imperialismo yanki” para evitar el “triunfo revolucionario”, como en julio de
ese año acababa de pasar en Nicaragua. Con esa oposición y con la de una
derecha oligárquica, tozuda, impresentable y sanguinaria de la época, tal gesta
fue abortada por quienes estaban al servicio de la segunda: los “viejos zorros”
de la alta oficialidad castrense.
Hoy en día, algo ha cambiado y no ha sido poco. Dentro del
circo partidista electorero local, la izquierda no toca a los militares
responsables de graves violaciones de derechos humanos en aquellos años, pero denuncia
conjuras tendientes a consumar el delito de rebelión tipificado en el artículo 340
del Código Penal; mientras tanto, los voceros “areneros” niegan dichas
conspiraciones y piden al Ministerio Público que investigue semejante acusación.
El domingo 21 de octubre de 1979, el beato Romero dijo: “Llamé, en concreto, a los dos extremismos. Al […] de
derecha que ve sus privilegios en peligro y que puede dar un contragolpe […] para
mantener la situación injusta, diciéndoles que tienen que oír la voz de la
justicia y el reclamo de los pobres. También, me dirigí al extremismo de
izquierda para decirles que su imprudencia, el no esperar a ver hechos antes de
dar un juicio y, mucho más grave todavía, actuar. Una violencia en esa
situación no es insurrección legítima, porque ya hay un camino abierto para una
negociación pacífica. Y quien se obstina en no aceptar más camino que el que él
concibe […] En este momento es un pecado grave contra el bien común, el no
hacer un esfuerzo de madurez política y de reflexión para negociar con los
otros el bien de la patria y no el interés de mi grupo”.
Politicastros de este país, pues, aprendan del
verdadero pastor. En lugar de seguir gritando “¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene
el lobo!” o de andar por ahí como “lobos con piel de oveja”, mejor trabajen en
serio por erradicar el mal común que oprime a las mayorías populares. Si no, ya
dejen de hacer estorbo.
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