“Me quieren vender la
noche por luz, la calma por la tempestad y yo quiero saber dónde diablos está
la verdad...” Esta es parte de la “rola” con la que Alejandro Filio terminó su intervención el 3 de abril del
2005, hace una década, en el campus de la Universidad Centroamericana “José
Simeón Cañas” (UCA) en El Salvador. El mexicano fue parte del elenco
internacional que convocó, junto a grupos y solistas nacionales, al cierre del
Festival Verdad 2005 que en su octava edición se llamó: “De Romero a
Katya, veinticinco años de impunidad”. En esta iniciativa del Instituto de
Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA), con Filio también acompañaron entonces la
lucha de las víctimas que demandaban y aún demandan justicia en El Salvador, Luis Enrique Mejía Godoy y Norma
Helena Gadea de Nicaragua, Karla Lara de
Honduras y Adrián Goizueta de Costa Rica, para cerrar la velada con el
“musicón” de Panteón Rococó, también de México.
Ese año, el 10 de marzo inició el evento
con más de cien estudiantes de diferentes escuelas y universidades que
participaron en el “Tercer concurso por la verdad, la justicia y la paz” con
sus poemas, cuentos cortos, dibujos y pinturas. Esos trabajos fueron evaluados
por jurados salvadoreños de gran nivel profesional. Silvia Elena Regalado,
Manlio Argueta, Mario Noel Rodríguez, Ricardo Lindo, Augusto Crespín y Carmen
Elena Trigueros valoraron la imaginación, el compromiso y la creatividad de esa
juventud animada a trabajar sus obras alrededor de esos asuntos, tan
importantes para una convivencia social armónica.
En ese esfuerzo por promover tales valores
entre las nuevas generaciones, también se
agradeció el apoyo de empresas privadas e instituciones patrocinadoras. Microsoft
de El Salvador, la Asociación Infocentros, la Fundación Sigma, el Centro de
Estudios Brasileños y la Oficina de Cooperación Española, se sumaron al afán
por estimular las artes juveniles en torno a estos temas que siguen siendo parte
de la agenda pendiente en este país.
Con la premiación de esta actividad, también se reconoció al alumnado de Ciencias Jurídicas de la UCA que participó en el Concurso de Derechos Humanos “Segundo Montes”. En dicho certamen se simulaba el trámite de un caso hipotético ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Las y los participantes asumían el papel del Estado o de la Comisión Interamericana, para exponer sus argumentos sobre una violación de derechos humanos, entre las tantas ocurridas en el continente y que de hipotéticas o simuladas no tienen nada. Al final, el equipo triunfador representaba al país en eventos similares estadounidenses y ticos. El que ganó el citado concurso organizado por el IDHUCA en el 2004, consiguió agenciarse el primer sitio en la “Competencia internacional de derechos humanos Eduardo Jiménez de Aréchaga”. Ese fue otro de los logros del Festival Verdad.
Pero la conmemoración de las víctimas y quienes las acompañaban en el 2005, apenas comenzaba. Del 29 de marzo al 4 de abril, se desarrolló una jornada intensa alrededor de la misma. El turno al cine, le llegó entre el 29 y el 31 de marzo. En esos días se proyectaron filmes y documentales, seguidos de debates en los cuales se abordaron los desafíos y las dificultades en América Latina alrededor del rescate de la memoria, la lucha contra la impunidad y el trabajo infantil. En cada sesión, tras la presentación de la película, se compartieron las reflexiones de personas expertas en estas materias y del público asistente.
También hubo espacio para mostrar el trabajo que diversas organizaciones sociales realizaban en favor de la población más necesitada, víctima de la pobreza –la “muerte lenta”, según Sobrino– y de la muerte violenta durante de la preguerra y la guerra; también de la falta de justicia. La Feria de Derechos Humanos se llamaba ese espacio, que en el 2005 se realizó del 29 de marzo al 1 de abril con la participación de doce entidades.
Además, durante esa semana se llevó a cabo
por primera vez el Foro de San Salvador “Verdad, justicia y paz”, junto a la
“Ruta de la Memoria”. Representantes de organizaciones y redes sociales mexicanas,
chapinas, catrachas, nicas, canaleras, colombianas, peruanas, estadounidenses, españolas
y salvadoreñas participaron en estos dos eventos. Fruto de su trabajo en mesas
especializadas, se diseñaron estrategias regionales para promover esfuerzos a
fin de hacer realidad esas aspiraciones en la región.
Asimismo, hubo otras actividades de debate, pensamiento y propuesta. Una mesa redonda sobre esos tres temas centrales, el taller “Memoria y conciencia histórica” y la conferencia “Derecho penal y derechos humanos”, juntaron importantes personalidades latinoamericanas como Miguel Álvarez, de la organización Servicios y Asesorías para la Paz (SERAPAZ), de México; José Ramón Juaniz, de Abogados del Mundo, Valencia; Blanca Martínez, del Centro Fray Bartolomé de las Casas, junto al fallecido y siempre querido don Samuel Ruíz, obispo emérito de Chiapas; y Fernando Fragoso, brasileño integrante del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente (ILANUD).
El arduo trabajo académico, la reflexión seria y el entusiasmo, la pasión y las demandas de las víctimas en ese vigésimo quinto aniversario del martirio de Romero –hace dos lustros– junto a los esfuerzos anteriores realizados en el escenario del Festival Verdad desde 1998, abonaron el camino para que en estos días se haya realizado –en San Antonio Los Ranchos, Chalatenango– el séptimo Tribunal internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador. Críticas le han llovido a esta iniciativa única en el país, aunque también ha habido aprobaciones. Las primeras vienen desde quienes, acomodados en la teoría, le pretenden poner “camisa de fuerza” a las iniciativas no convencionales surgidas del dolor de las víctimas y de sus ansias de justicia. “Si no hay victimarios pidiendo perdón y si las víctimas no los perdonan, no hay tal justicia restaurativa”. Eso dicen orondos, los “sabios”.
En cambio, quien ahora va directo a ser
reivindicado por la Iglesia oficial como lo que es –mártir, profeta y santo–
dijo en agosto de 1977: “Queremos ser la voz de los que no tienen voz para
gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. ¡Que se haga
justicia! […] ¡Que se reconozca quienes
son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que queden
desamparadas!”.
Son esas, las víctimas y sus familias
desamparadas por los poderes después de la guerra, las que encuentran un
espacio para expresarse y ser escuchadas con respeto en ese Tribunal
internacional promovido, hace más de ocho años, desde el IDHUCA y asumido luego
como propio para su organización por un grupo de comités de víctimas de grave
violaciones de derechos humanos, ocurridas antes y durante la guerra. Hoy, sin
Romero ni nadie que se acerque a su altura siquiera un mínimo, es lo que se
necesita: que esas personas, familias y comunidades salgan del desamparo
oficial hablando, gritando, demandando y luchando por hacer valer esas demandas
de verdad, justicia y reparación integral. Monseñor, santo patrono de los
derechos humanos, interceda Usted para que esfuerzos como ese Tribunal se
reproduzcan y crezcan en el afán porque esta sociedad sea digna realmente,
sanando sus heridas y marchando en serio hacia la paz.