lunes, 20 de febrero de 2017

Trumpadas

En este caso es posible, ojalá, que dos más dos sean cuatro. En política, se dice, no es cierto y se agrega que en esta hasta los ríos se devuelven. Pero ante lo ocurrido durante las primeras cien horas de la nueva administración de la Casa Blanca ‒no durante sus primeros cien días, que aún no llegan‒ lo que dijeron era una estrategia de campaña ahora apunta a ser una extraña pero muy embarazosa y hasta espantosa realidad.  



Donald Trump tenía enemistades antes de ser el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América (EUA), el 20 de enero de este año; desde entonces, parece haberse agenciado más. Entre todas, la peor no el terrorismo fundamentalista; tampoco la “invasión” al territorio que hoy “dirige”, de una emigración que para nada es reciente; es histórica y cupo hasta su madre en la misma. No son esas las más grandes; sus más terribles enemistades son su propia personalidad, sus decisiones y sus acciones.

Con decretos, declaraciones o tuits que ha emitido desde que está al frente de tan poderosa nación ‒esa que hace más de ocho años parecía profundizar su democracia, con la elección de un mandatario federal afroamericano‒ le ha ido hincado clavos, uno a uno, a su ataúd político. Ya le renunció por torpe Michael Flynn, uno de sus asesores “estrella”, y no aceptó sustituirlo el vicealmirante Robert Harward.

De seguir así, como parece seguirá, cabe considerar como posibilidad para frenar sus ímpetus lo establecido en la sección cuarta, artículo II, de la Constitución estadounidense: sacarlo de la presidencia si es acusado y declarado culpable “de traición, cohecho u otros delitos y faltas graves”.

Otro escenario podría ser el de una oposición social interna fuerte y masiva, permanente y creativa, a la que se sumen liderazgos políticos, religiosos y morales dentro y fuera de aquel país. Llama poderosamente la atención que importantes funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas ‒el alto comisionado para los derechos humanos y el relator especial sobre la tortura, en concreto‒ lo han cuestionado públicamente.

Todo eso, en conjunto, vendría a ser una especie de détente global en defensa de valores incuestionables fundados en la dignidad de la persona humana y de los pueblos.

Tras esta preocupada combinación de cruda realidad e ilusionada especulación, no es descabellado ver lo que ocurre en EUA y el mundo como una oportunidad para la subregión ‒hoy por hoy y desde antes‒ considerada la más violenta y peligrosa del planeta: los territorios chapín, catracho y guanaco, conocidos como el “triángulo norte centroamericano”.


Ingenuo o deschavetado, dirán. Pero debe verse, asumirse y administrarse la actual coyuntura internacional, con visión de real oportunidad para estos pequeños países cuyos esfuerzos ‒separados‒ son pequeños y débiles; sumados, pueden ser mayores y más fuertes. No hay que desaprovecharla indolentemente.

¿Qué se puede esperar de sus gobiernos? Desde la administración Obama,  andaban en la rebusca de más ayuda proveniente de aquel país en cuya agenda tienen lugar prioritario combatir la narcoactividad, reducir la inseguridad, luchar contra la corrupción y superar la impunidad. En esos menesteres, los presidentes de los mismos elaboraron y presentaron en septiembre del 2014 los “Lineamientos del Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte”.

Les aceptaron la propuesta. Para eso, el trío original –falta  un integrante, precisamente por obediencia a dicha agenda en Guatemala– se desnudó reconociendo los grandes males que azotan a las mayorías populares y de los cuales son responsables, junto a sus antecesores; luego, cada cual extendió la mano para empezar a recibir algunos millones de dólares aprobados para echarla a andar.  


Habrá que ver si Trump no los arrodilla; también si la dichosa propuesta surte efecto en una subregión donde el principal ejemplo del fracaso es El Salvador. ¿Hay mejor agenda para transformarlo que los acuerdos de Ginebra y Chapultepec? No. ¿Cuánto dinero se invirtió para cumplirla, mediante su democratización y el respeto de los derechos humanos? Se dice que casi $ 2,500. Y véanlo hoy, a más de cinco lustros transcurridos del fin de la guerra.

Háblese entonces, mejor, de movimientos sociales organizados y activos luchando por hacer de sus países los lugares donde se pueda vivir bien y la gente no tenga que huir de la violencia y la falta de oportunidades. Si no, seguirán siendo “cantos de sirena” los “planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar”. (Papa Francisco, octubre del 2014; discurso en el Encuentro mundial de movimientos populares”).


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