Benjamín Cuéllar
Hay
en España, Argentina, Colombia, Perú y otros países que sufrieron las
consecuencias de ese flagelo… Ha habido congresos internacionales de sus
víctimas… En el quinto, realizado el 2009, ubicó al terrorismo como un “fenómeno
global (…) injusto e injustificado, cruel, abominable y rechazable”. Igualó a
sus víctimas como “seres inocentes cuyas vidas se ven quebradas por la maldad
de aquellos que no saben exponer sus ideas de otra forma que no sea usando la
violencia”.
Además de las víctimas
directas, se refirió a otras: sus familiares, amigos, comunidades y “el
conjunto de la sociedad que se ve amenazada por el riesgo de acciones
terroristas o alteradas por la realidad de las mismas”.
Ahora aparece en
El Salvador una agrupación que, parece, consideró lo anterior pues no son
víctimas directas pero denunciaron ‒este 8 de febrero‒ a integrantes
de la comandancia general del Frente Farabundo Martí para la Liberación
Nacional (FMLN), incluido el presidente Salvador Sánchez Cerén; también a dirigentes
de organizaciones integrantes del mismo y autores materiales de graves
violaciones de derechos humanos.
Ojalá
no pretendan utilizar esos casos para fines políticos y electoreros, algo de lo
que nos acusaron durante 23 años a quienes batallamos hasta derrotar la
amnistía; ojalá tampoco busquen atemorizar a quienes acusan y, desde esa
“posición de fuerza”, negociar una artificial “salvación” de victimarios pertenecientes
a uno y otro bando. Esos dos sempiternos rivales de papel, luego del fin de su
guerra, acordaron hace 25 años superar la impunidad; en lugar de eso, algo muy sano,
la fortalecieron con una autorecetada amnistía. Esto fue dañino.
Era literalmente necesario “esclarecer y
superar todo señalamiento de impunidad de oficiales de la Fuerza Armada,
especialmente en casos donde esté comprometido el respeto a los derechos
humanos”. Asimismo, reconocieron que “hechos de esa naturaleza, independientemente
del sector al que pertenecieren sus autores, deben ser objeto de la actuación
ejemplarizante de los tribunales de justicia, a fin de que se aplique a quienes
resulten responsables las sanciones contempladas por la ley”.
Los 32 casos publicados por la Comisión
de la verdad, son emblemáticos; hay mucho más que también lo son. Pero no
bastaba que aquellos se conocieran, aunque se les diera muy poca difusión. Al
menos esos había que volverlos ejemplarizantes sometiéndolos al sistema de
justicia interno, por dos elementales razones. Hacerlo funcionar como se debía
y mostrarle al mundo ‒al país también, principalmente‒ que en adelante nadie
estaría por encima de la ley. Hace rato, si se hubiera hecho antes, este país
fuera “normal” o “casi normal”.
A eso le llaman hoy litigio estratégico
y puede contribuir a educar en el sentido más profundo de lo que significa un
proceso de pacificación. Este debe cimentarse en la verdad, la justicia, la
reparación integral y las garantías de no repetición. La verdad no es de la
izquierda ni de la derecha; esas están sesgadas y son incompletas. La verdad
verdadera y, en lo posible, total la establece la Fiscalía General de la
República (FGR); la justicia, el ente responsable de impartirla.
Como eso no se hizo durante 25 años. Por
ello, callaron los fusiles aquellos pero las atrofiadas instituciones no cambiaron
para bien y la violencia siguió. No son las mismas causas, dicen; antes eran
políticas y ahora sociales. Conformarse con eso es aceptar algo cierto, pero
que facilita evadir la discusión juiciosa y la superación de las causas profundas
que son las mismas de antes: exclusión, desigualdad e impunidad.
No habrá país decente para su gente ni
memoria histórica congruente con la verdad, si no se le da este enfoque y
tratamiento a cualquier esfuerzo que pretenda contribuir a alcanzar la paz.
Para ello, hay tres fuentes primarias de inspiración y dirección. El Acuerdo de
Ginebra, firmado por los responsables de que el país siga estando mal; también
las homilías y cartas pastorales del beato Romero. Finalmente, está la
sentencia de inconstitucionalidad de la ley de amnistía.
“Deben” es el verbo utilizado en el
compromiso antes citado para superar la impunidad. Exige la obligatoriedad de
hacerlo; obligatoriedad que continúa vigente. La amnistía fue, durante 23 años,
la herramienta ocupada para incumplirlo y ya no la tienen para favorecer a
victimarios.
Cualquier persona que se considere
víctima directa o desde la perspectiva amplia consignada al inicio, puede demandarle
a la FGR que investigue seriamente y proceda como sea debido. Eso es lo que hizo
la agrupación denominada “Víctimas del terrorismo”. No son las primeras ni
serán las últimas porque, dice la gente, “ahora es cuando, papito…”
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