Benjamín Cuéllar
Es el lema del Tribunal
internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador,
que arrancó ‒sin pensarlo así‒ durante las primeras ediciones del Festival
Verdad en aquellos foros por los derechos humanos, la verdad, la justicia y
la paz, a finales del pasado siglo y principios del actual. Transcurrieron los
años hasta que nació, en el 2009, la criatura que ya prepara su noveno período
de sesiones. Yo elaboré ese lema con palabras sentidas y sentido de realidad,
pues siguen abiertas las viejas heridas y se siguen abriendo nuevas. Por eso,
la paz es la gran tarea nacional pendiente. Además, diseñé su logotipo: un sol
naciente esperanzador, entre montañas, y una llama ardiente iluminadora del
sendero a transitar.
¿Por qué hablo en
primera persona? Porque es cierto y porque este es, tras más de dos décadas de
hacerlo casi ininterrumpida, mi último comentario semanal para la YSUCA. Al
terminar octubre, termina otra etapa de mi vida pero no mi vida. Aunque me
hayan querido cortar las alas y callar la boca varias veces, emprendo un nuevo
vuelo para seguir diciendo lo que pienso y haciendo lo que quiero. No es complicado: pienso que el pueblo salvadoreño
merece algo mejor y quiero seguir contribuyendo en lo posible para que eso
ocurra, a pesar de los pesares.
Pronto comunicaremos qué
haremos, porque no es solo un tal Benjamín Cuéllar el de ese afán. Hay más
personas; algunas trabajaron en el IDHUCA dejando el pellejo para ser
herramienta útil en manos de las víctimas que, por montones, se produjeron
antes de los veinte años de ARENA y durante los mismos; montones que sigue
produciéndose por la perversidad del sistema imperante, hoy administrado por
quienes prometieron “cambio” y “buen vivir”. Con algunas de estas, generosas y
utópicamente comprometidas, nos conocemos bien. Y entre bomberos no nos
pateamos la manguera. Hablo de hombres y mujeres de altos quilates, que se
meten al fuego sin arrugarse aunque se chamusquen en el intento; que no son
producto ni de la improvisación ni del oportunismo.
Me voy de la UCA no
porque quiera, sino porque no quiero seguir sin hacer lo que hice desde su
interior la gran mayoría de años, durante cinco lustros a cumplirse el próximo
6 de enero. Tres jesuitas tienen que ver con esta historia; a los tres les debo
tanto y se los agradezco. Por mí trajinar se cruzaran Michael Czerny, Rodolfo
Cardenal y “Chema” Tojeira. Michael me contrató allá por junio de 1991, en ese
México lindo e ‒igual que El Salvador‒ qué herido. Buscaba a “Nemo” para que lo
sustituyera como director del IDHUCA; en menos de media hora de plática y
sorbos de café, mejor se decidió por este servidor. A “Chema”, su actual
director, le escribí hace unos días esto:
“Me
voy apreciando en todo lo que vale ‒que es mucho‒ haber trabajado tantos años
de la mano con Rodolfo Cardenal y, por supuesto, con vos. Realmente la inmensa
mayoría de (…) mi paso por la Universidad jesuita, (…) fue un prolongado honor
y un apreciado privilegio, como lo fue también haber conocido en esta casa de
estudios y reflexiones a otras buenas personas con una enorme talla humana;
hablo de los dos Jon, del ‘padre Ibis’, de ‘Rafa’ Sivate, del ‘Dino’ Brackley,
Carlos Ayala, la Crista Béneke…
Asimismo,
lo fue el haber compartido tantas alegrías y problemas con el personal que ha
despachado en la cafetería, la despensa y la librería; igual con hombres y
mujeres que han barrido hasta los más recónditos rincones institucionales,
chapeado grama y hermoseado jardines, cuidado portones de pie ‒por horas y
horas‒ garantizando nuestra seguridad…
Lo
hice y lo disfrute siendo director del IDHUCA por veintidós años, secretario de
conflictos del Sindicato de Trabajadores y Trabajadoras de la UCA, portero
titular ‒más o menos eficiente‒ de muchos equipos de fútbol en los campeonatos
internos durante dos largas décadas. Por cierto, ‘Chema’, ¿recordás el partido
que inauguramos acá en presencia de Mario Acosta Oertel contra la ‘selecta’ de
Mariona? Por ahí tengo una foto.
Trabajar
a tu lado, echándote la mano en el caso de la masacre en la UCA desde el
momento que llegué acá en enero de 1992 ‒siempre con el consejo atinado de
Rodolfo, mi jefe inmediato‒ fue realmente una escuela. Pude investigar, opinar,
discutir y proponer en lo que fue un aprendizaje de primer nivel y (…) altos
vuelos. Ambos me brindaron su confianza y me dieron el chance de imaginar,
inventar, arriesgar, tratar, lograr cosas novedosas y más de alguna vez hacer
alguna locura que ‒bien o mal‒ quedará registrada en la historia de la lucha
contra la impunidad en El Salvador y la defensa de las víctimas de violaciones
de sus derechos humanos (…)
Pero
también me arroparon; estuvieron junto a mí y salieron en mi defensa cuando ‒en
medio del litigio estratégico por el asesinato del joven Adriano Vilanova‒ fui
señalado por la máxima autoridad de Seguridad Pública como enemigo de la
Policía Nacional Civil, tan solo por acusar a algunos de sus miembros como
autores del crimen y pretender hacer funcionar el sistema de justicia. Estaba
yo, según el ministro Hugo Barrera, fraguando un ‘complot’ contra dicha
institución. La conjura real fue la de ellos. Eso pasó a mediados de septiembre
de 1998; el 17 de ese mes declaraste entre otras cosas, ‘Chema’, lo
siguiente:
‘Yo quisiera afirmar el respaldo institucional de la Universidad a
la labor del IDHUCA, (…) extensa y muy amplia dentro del país. Y muy necesaria.
Extensa en lo que es educación en derechos humanos (…); y muy amplia porque
hemos dado cursos, incluso a la PNC, sobre el tema de los derechos humanos. El
otro aspecto más concreto y educativo es el de la defensa, apoyo y asesoría a
personas que han sido víctimas en sus derechos fundamentales. En este terreno,
la labor del IDHUCA no se centra en la simple denuncia sino que trata
fundamentalmente de conseguir, a través del acompañamiento de las víctimas, que
las instituciones del país funcionen realmente’.
También me sentí del todo respaldado por ustedes cuando, el 4 de
octubre de 1995, (…) salí bien librado de un atentado que todo apuntaba a que
sería mortal (…) Por eso, cuando me decían ‘tenés valor’ muchas veces respondí:
‘No, tengo el apoyo de ‘Chema’ y Rodolfo’.
‘Me
llevaré conmigo en los pliegues del
alma ‒cantó (…) Alberto
Cortéz‒ la sonrisa de un niño; es
decir, la esperanza. Esa brisa constante que sostiene mis alas’. Sí,
ciertamente, me llevaré esa sonrisa de la niñez y la adolescencia en su mayoría
tan maltratada en este ‘paisíto’, junto con mis alas que aún las tengo largas y
dispuestas a volar (…) batiéndolas sobre la injusticia y la impunidad. Me la
llevo junto con la capacidad de indignación que mantengo intacta y hasta de
sobra para ‒como lo hice antes y durante mi paso por el IDHUCA‒ transformarla
en una acción que cuestione el mal común y aporte a su contrario: el bien
común.
No quiero seguir sin hacer nada, mientras las
mayorías populares se desangran unas y se desplazan otras, desesperadas para no
morir violentamente o desaparecer de este mundo forzadamente. Quiero poner mi
esfuerzo al servicio de quienes desde hace cuatro décadas y media lo he puesto,
para que contribuya a construir ‒terco que soy‒ un mejor El Salvador o, por qué
no decirlo, un mejor y más amable ‘triángulo norte’ centroamericano.
Te reitero mi gratitud y respeto, ‘Chema’,
pidiéndote que lo hagás extensivo también en lo que le corresponde justamente a
Rodolfo”.
Así siento y quiero yo a estos dos curas; ese
sentir y querer con el cual me voy alcanza para el personal de la YSUCA y su
comunidad de “radio hablantes”. Y, ¿cómo no? También para aquel equipo valioso,
hermoso, que hizo histórico al IDHUCA y quizás parecido a lo que soñó su
fundador: Segundo Montes, otro jesuita de alta valía. Y ojo: hay que seguir
neceando hasta sanar heridas y alcanzar paz. No importa quién se oponga.
Gracias y hasta pronto…
Posdata: La Almudena; sí la Bernabeu… La
destacada abogada del Centro de Responsabilidad y Justicia (CJA), también acaba de renunciar. Es pura
casualidad, no vayan a pensar mal; pero no hay mal que
por bien no venga, dicen.