Benjamín Cuéllar
El
recién pasado lunes, primer día de agosto y primero en serio de las vacaciones
de temporada, estuve en una agradable tertulia con amistades de verdad y con uno
de los amores de mi vida. Entre estos últimos, no estuvieron presentes los tres
restantes porque están fuera del país; el otro, mi madre, por razones lógicas
no participó en la mentada reunión. Irremediablemente, la conversación arrancó
con el tema del momento: la sentencia de inconstitucionalidad de la siniestra
amnistía aprobada el 20 de marzo de 1993.
Este
extraordinario fallo fue conocido mediante un comunicado oficial de la Sala de
lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, emitido el miércoles 13 de
julio y notificado posteriormente tanto a este servidor –José Benjamín Cuéllar
Martínez– como al ciudadano Pedro Antonio Martínez González y a la ciudadana
Ima Rocío Guirola, por ser sujetos procesales que asumimos los riesgos y
firmamos el 20 de marzo de 2013 la demanda inicial, manteniéndonos vigentes como
tales hasta el desenlace positivo del esfuerzo.
Regresando
a la velada antes mencionada, frente a ese acontecimiento de trascendencia mayúscula para el país y habiendo conocido ya
la posición de la dirigencia del partido de Gobierno y de quien ingresó como
inquilino principal a Casa Presidencial hace ya más de dos años, una de las
personas asistentes me preguntó cuál era mi opinión al respecto. Lo hice con
palabras duras, sí, pero ciertas. No faltó quien me pidiera fuese
“políticamente correcto”, sugiriéndome resumir en una palabra mi juicio sobre
la postura de eso que aún hay quien llama “izquierda”. “Pusilánimes”, me dijo a
manera de ejemplo.
“¡No!”,
arremetí indignado. “¿A cuenta de qué?”, rematé.
Pusilánime es quien –según el diccionario– “muestra poco ánimo y falta de valor
para emprender acciones, enfrentarse a peligros o dificultades o soportar
desgracias”. Puede haber algo de eso, pero el término se queda corto. Son, hay que decirlo con todas
sus letras, simplemente traidores; es decir, quienes cometen traición. Y el
significado de la palabra traición, siempre con el diccionario en la mano, es
el siguiente: “Falta que comete una persona que no cumple su palabra o que no
guarda la fidelidad debida”.
Quiere Chicas respuestas a su
pregunta sobre la utilidad práctica de este excepcional suceso. Le va la
primera: “La Ley de Amnistía viola el derecho de
acceso a la justicia de ciertos casos que no se han querido ventilar aquí en el
país… Mientras no se haga justicia, las estructuras que cometen graves
violaciones a la sociedad van a seguir siendo impunes”. Fuente, lugar y año:
Salvador Sánchez Cerén, hoy primer mandatario, en la Asamblea Legislativa en el
2007.
En
otra sesión plenaria realizada antes, el 15 de abril del 2005, siendo oposición
el FMLN también propuso derogarla. Ante el férreo rechazo del entonces
granítico bloque de derechas, se escuchó otro argumento que confirma la
utilidad práctica que entraña el haber mandado esa amnistía al basurero de la
historia. “Les pedimos a los otros protagonistas del conflicto –se escuchó
exigente al entonces diputado y ahora canciller, Hugo Martínez‒ que tengan la
valentía, para que se sepa la verdad”.
Finalmente,
su líder histórico sostuvo que la oposición de una fracción parlamentaria a
dicha derogatoria era “para proteger a algunos de sus oficiales”, que entonces
eran diputados. Eso aseveró Shafick Handal, agregando un interesante y sobre
todo desafiante planteamiento: si ese bloque de derechas estaba convencido que
únicamente la izquierda había cometido atrocidades, ¿por qué no desaparecían y
sepultaban la amnistía, para juzgar a sus responsables? Shafick terminó
exclamando: “¡Porqué quieren seguir mintiendo!”.
A esas
palabras pronunciadas con coherencia y coraje por el finado Handal, no le están
guardando la fidelidad debida quienes ven la derrota de la amnistía como una
“complicación para el país”. Pero es ley de la vida: hasta en las mejores
familias, así como hay personas encumbradamente grandes también las hay miserablemente
chicas.
Otra
utilidad práctica que debe adicionarse es que con su actitud, de cara a este
enorme e histórico triunfo de las
víctimas en su lucha contra la impunidad, la “izquierda” y la derecha
partidistas han colocado otro clavo más en el ataúd de una polarización falsa y
únicamente conveniente para quienes se han querido presentar ‒a lo largo de la
posguerra‒ como acérrimos rivales. Sin embargo, a final de cuentas, en realidad
han resultado ser patéticos iguales. Por ello, desde hace un buen rato, cuando
me preguntan dónde está la izquierda salvadoreña no me queda más que responder:
“Al fondo, a la derecha”.
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