jueves, 4 de agosto de 2016

Al fondo, a la derecha...

Benjamín Cuéllar

El recién pasado lunes, primer día de agosto y primero en serio de las vacaciones de temporada, estuve en una agradable tertulia con amistades de verdad y con uno de los amores de mi vida. Entre estos últimos, no estuvieron presentes los tres restantes porque están fuera del país; el otro, mi madre, por razones lógicas no participó en la mentada reunión. Irremediablemente, la conversación arrancó con el tema del momento: la sentencia de inconstitucionalidad de la siniestra amnistía aprobada el 20 de marzo de 1993.

Este extraordinario fallo fue conocido mediante un comunicado oficial de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, emitido el miércoles 13 de julio y notificado posteriormente tanto a este servidor –José Benjamín Cuéllar Martínez– como al ciudadano Pedro Antonio Martínez González y a la ciudadana Ima Rocío Guirola, por ser sujetos procesales que asumimos los riesgos y firmamos el 20 de marzo de 2013 la demanda inicial, manteniéndonos vigentes como tales hasta el desenlace positivo del esfuerzo.

Regresando a la velada antes mencionada, frente a ese acontecimiento de trascendencia  mayúscula para el país y habiendo conocido ya la posición de la dirigencia del partido de Gobierno y de quien ingresó como inquilino principal a Casa Presidencial hace ya más de dos años, una de las personas asistentes me preguntó cuál era mi opinión al respecto. Lo hice con palabras duras, sí, pero ciertas. No faltó quien me pidiera fuese “políticamente correcto”, sugiriéndome resumir en una palabra mi juicio sobre la postura de eso que aún hay quien llama “izquierda”. “Pusilánimes”, me dijo a manera de ejemplo.

“¡No!”, arremetí indignado. “¿A cuenta de qué?”, rematé. Pusilánime es quien –según el diccionario– “muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros o dificultades o soportar desgracias”. Puede haber algo de eso, pero el término se  queda corto. Son, hay que decirlo con todas sus letras, simplemente traidores; es decir, quienes cometen traición. Y el significado de la palabra traición, siempre con el diccionario en la mano, es el siguiente: “Falta que comete una persona que no cumple su palabra o que no guarda la fidelidad debida”. 


 Lo anterior no hubiera trascendido más allá del lugar y el momento en que ocurrió, si el personaje ese que han instalado como secretario de comunicaciones del Ejecutivo, vocero gubernamental o merolico presidencial, no hubiese dicho lo que acaba de decir. “Durante muchos años –afirmó atrevido Eugenio Chicas– estuvimos esperando una resolución como esa; pero veinticinco años después, ¿qué utilidad práctica tiene eso realmente?”. Para este malogrado portavoz oficial, la inconstitucionalidad de la amnistía más aberrante de los tiempos modernos representa para el país “una enorme complicación”.

Quiere Chicas respuestas a su pregunta sobre la utilidad práctica de este excepcional suceso. Le va la primera: “La Ley de Amnistía viola el derecho de acceso a la justicia de ciertos casos que no se han querido ventilar aquí en el país… Mientras no se haga justicia, las estructuras que cometen graves violaciones a la sociedad van a seguir siendo impunes”. Fuente, lugar y año: Salvador Sánchez Cerén, hoy primer mandatario, en la Asamblea Legislativa en el 2007.

En otra sesión plenaria realizada antes, el 15 de abril del 2005, siendo oposición el FMLN también propuso derogarla. Ante el férreo rechazo del entonces granítico bloque de derechas, se escuchó otro argumento que confirma la utilidad práctica que entraña el haber mandado esa amnistía al basurero de la historia. “Les pedimos a los otros protagonistas del conflicto –se escuchó exigente al entonces diputado y ahora canciller, Hugo Martínez‒ que tengan la valentía, para que se sepa la verdad”.

Finalmente, su líder histórico sostuvo que la oposición de una fracción parlamentaria a dicha derogatoria era “para proteger a algunos de sus oficiales”, que entonces eran diputados. Eso aseveró Shafick Handal, agregando un interesante y sobre todo desafiante planteamiento: si ese bloque de derechas estaba convencido que únicamente la izquierda había cometido atrocidades, ¿por qué no desaparecían y sepultaban la amnistía, para juzgar a sus responsables? Shafick terminó exclamando: “¡Porqué quieren seguir mintiendo!”.

A esas palabras pronunciadas con coherencia y coraje por el finado Handal, no le están guardando la fidelidad debida quienes ven la derrota de la amnistía como una “complicación para el país”. Pero es ley de la vida: hasta en las mejores familias, así como hay personas encumbradamente grandes también las hay miserablemente chicas. 


Otra utilidad práctica que debe adicionarse es que con su actitud, de cara a este enorme e  histórico triunfo de las víctimas en su lucha contra la impunidad, la “izquierda” y la derecha partidistas han colocado otro clavo más en el ataúd de una polarización falsa y únicamente conveniente para quienes se han querido presentar ‒a lo largo de la posguerra‒ como acérrimos rivales. Sin embargo, a final de cuentas, en realidad han resultado ser patéticos iguales. Por ello, desde hace un buen rato, cuando me preguntan dónde está la izquierda salvadoreña no me queda más que responder: “Al fondo, a la derecha”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario