Benjamín Cuéllar
Ese
título, bien podría imaginarse, se debe al recién pasado 22 de junio cuando
–como siempre– se rinde el ritual y gastado homenaje anual al magisterio
nacional. Pero, por más que traten, es imposible ocultar que este gremio es
realmente sufrido; lo ha sido desde siempre. Ciento tres años atrás, Vicente Alberto Masferrer Mónico –maestro y filósofo–
escribió: “[V]ivimos en una época en que el Gobierno
paga exactamente a militares, jueces, administradores de rentas y demás personal
administrativo. A los maestros de escuela se les debía hasta catorce meses y
nadie, lo que se llama nadie, había escrito ni siquiera una carta para suplicar
que se les pagara”. Esa queja minimalista la plasmó en su obra “Leer y
escribir”.
Casi medio siglo ha transcurrido desde aquella gran huelga
iniciada el 21 de junio de 1968. Esa valiosa gesta dio vida a la gloriosa Asociación
Nacional de Educadores Salvadoreños: “ANDES 21 de junio”, de cuya gloria no
queda más que la añoranza. Pero la cuota de sangre entregada por sus
integrantes antes del inicio de la guerra, fue abundante. Con la guerra siguió
el sangramiento y, además, se vino otro golpe artero: el despojo de las
instalaciones de la Escuela Normal “Alberto Masferrer” en 1981, para
entregárselas sin fecha de devolución al terrible batallón “Atlacatl”.
De ahí salieron por la fuerza y la estulticia –hasta el día
de hoy siguen fuera– quienes se formaban en sus aulas, para convertirse en
excelentes profesores y profesoras. Y a casi veinticinco años del fin de
aquella confrontación bélica, aún no salen de ahí los militares. El “Atlacatl”
desapareció, pero permanecen usurpadores sus herederos. Incluso hasta en estos
tiempos cuando quien levanta la vara de mando y jura con la mano izquierda,
egresó de esa Escuela magisterial.
Gobiernos llegan, gobiernos van… Y la queja añeja de don
Alberto permanece vigente: privilegian a la milicia y abandonan al magisterio.
Paradoja de país, por su eterna mala conducción. Sin duda, le queda bien otro
texto sacado de la centenaria obra antes citada: “El pueblo, crédulo e
irreflexivo, es presa fácil de conductores egoístas o ineptos”.
Y a ese magisterio que anda “de la ceca a La Meca” buscando
formación de calidad, año tras año le entonan un encargo nada sencillo. Más en
estos días. “De tus hijos la más rica prenda –finaliza su himno– de virtud el
ejemplo les das y sobre ellos has tú que descienda de los cielos, hermosa, la
paz”. ¡La paz! La fallida y ansiada paz que las mayorías populares continúan
esperando, ojalá ya no tan crédulas e irreflexivas. Porque, si no…
Acá llaman escuelas a precariedades sin pupitres suficientes
y con techos cayéndose a pausas, sin agua más que la bendita venida del cielo.
Para arribar a tales planteles, buena parte de ese profesorado heroico transita
kilómetros –cotidianamente– por rutas de alto riesgo. Sea a pie o en bus, van
de la A a la Z. Léase y óigase bien, porque no se trata del silabario. Es de
Apopa a Zacatecoluca, donde ahora la gente tiene que desconfiar hasta de los
“cercanos” gobiernos locales. No solo de los del par de municipios donde, según
el alboroto mediático todavía caliente, sus autoridades le facilitaron a la
criminalidad organizada realizar sus maldades. No. Hay que desconfiar, ¡de
todos!
Hablemos del territorio. Cuidado, mucho cuidado si el centro
de trabajo donde hay que ser abnegado y abnegada “en loor” –según reza el
susodicho himno– está situado en otro territorio donde reina la mara contraria
y es ahí donde viven o mejor sobreviven a diario el mentor y la mentora. Su
existencia pende de un hilo. ¿Y si no pagan la “renta”? Y, peor aún, ¿si noble
y valientemente defienden a su alumnado del acecho “pandilleril”?
Sobre quienes han
intentado o aparentado dirigir la política educativa en el país, antes y
durante los dos últimos gobiernos, recién dijo alguien que las fronteras de su
gestión abarcan apenas su escritorio y no pasan los límites de su despacho. Ese
es su mundo y no el de afuera –el real– donde de la A a la Z –de Apopa a
Zacatecoluca– las cosas no pintan nada bien por más afanes propagandísticos
oficiales y oportunistas críticas opositoras.
Pero mientras no se haga nada interesante, creativo y
coherente, ahí seguirá esa “clase política” autóctona sin clase, decencia y
pudor, turnándose cual “rueda de caballitos” el manejo –el mal manejo– de la
cosa pública. Si no reaccionan sus víctimas, que somos todas las personas que
aguantamos estoicamente hasta que el cuerpo aguante y el fatal destino nos
vuelva a alcanzar, los ignominiosos presagios van a seguir creciendo y van seguir poniendo en vilo al país. Así las cosas, cabe
preguntar: ¿Feliz día maestra? ¿Felicidades maestro?