Benjamín Cuéllar
“Se necesita algo de llanto y entonar un
dulce canto, para sentirse capaz de reclamar por la paz que necesitamos
tanto...” Bastante llanto se derramó y se sigue derramando, tanto en este país como
en el resto del llamado “triángulo norte de Centroamérica”. Pero, además, esa
letra del mexicano Marcial Alejandro reclama entonarle estrofas a la gran
ausente –desde siempre– en estas heredades: la paz. “Artistas unidos” le
ofrendaron una “rola” en 1992, tras el fin de aquella guerra salvadoreña;
aceptable era su letra, pero se quedó corta. Luego, “Músicos unidos” se
lanzaron de igual forma en pos de ese sueño postergado, como parte de una
campaña de las Naciones Unidas iniciada al comienzo de la presente década. “Yo
decido vivir en paz” llamaron a su simpática y pegajosa tonada. Sin embargo, ¿hoy
qué queda oír? Más lamentos y llantos lastimeros, con fondo musical de…
¡tambores de guerra!
Ya anunciaron las actuales autoridades al
más alto nivel, la creación de batallones de reacción inmediata para “limpiar”
el país de delincuentes; ya se ve venir la militarización total de sus sectores
más paupérrimos, como tabla de salvación nacional; ya está empuñada el arma
para darle el “tiro de gracia” al “punto de honor” que Shafik Handal y compañía
plantearon, en uno de los acuerdos con “el enemigo” hace casi exactamente veinticuatro
años –el 27 de abril de 1991– en la ciudad de México. Con todas sus letras, la
entonces audaz guerrilla declaró unilateralmente “que la redacción del Artículo
211 (de la Constitución) en el punto que define a la Fuerza Armada como
institución ‘permanente’ no es acorde con su posición sobre el particular”.
Pero ahora, en la subregión central de América,
faltaba poco para que El Salvador no desentonara. Según parece, se encamina a
pasos agigantados y veloces a ser como la Guatemala donde está por salir un
presidente acusado antes como violador de derechos humanos y embarrado ahora de
los pies a la cabeza –durante su gestión al frente del vecino país– por una
escandalosa corrupción. ¿Y Honduras? Infortunado pueblo catracho donde la “maña
vieja” de golpear al Estado ha hecho de su destino, un desatino de violencia y
también de corrupción. Y en ambos territorios, sigue enseñoreado el crimen
organizado en toda su expresión. En fin, le apostaron a “acuartelar” ambas
sociedades y vean como les va.
Acá lo que pasó fue distinto. Hubo una
guerra de verdad y el ejército no la ganó, pese al apoyo estadounidense con
dinero, armamento y tecnología. Acá, la insurgencia no fue vencida porque la apoyó
el pueblo y le dio vuelo a la creatividad para nacer, crecer y desarrollarse. Acá
también, para frenar ese enfrentamiento armado, hubo acuerdos entre los bandos y
diversos organismos permanentes o especiales de las Naciones Unidas fueron
testigos privilegiados, mediadores y verificadores de los compromisos que
dichas partes asumieron. Acá, pues, hay lecciones de dolor y esperanza de las
cuales se debería aprender para enfrentar los problemas –por graves que sean– y
salir adelante.
Pero no. Se le sigue apostando a lo mismo.
Más allá de lo que pueda opinarse sobre lo de la milicia guanaca sobre su
“profesionalismo”, aunque incapaz de vencer a unas fuerzas populares y de
liberación en aquella guerra, hay que repensar ese “honroso” sitial en el que se
le ha querido colocar después de dicho conflicto bélico. Para muestra en
contrario, dos botones. Primero: sus mandos nunca abrieron archivos ni estimularon
a su personal, para colaborar con las víctimas de graves violaciones de
derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la humanidad que
legítimamente reclaman verdad, justicia y reparación. Ello, pese a que en el
Acuerdo de Chapultepec –del 16 de enero de 1992– se reconoció necesario
“esclarecer y superar todo señalamiento de impunidad de oficiales de la Fuerza
Armada”; también se afirmó entonces que los tribunales debían actuar
ejemplarmente, sancionando a los autores de las atrocidades ocurridas.
Segundo: en la posguerra se han conocido
casos de contrabando de armas y otros hechos delictivos al interior de la
institución castrense, sin que se haya hecho mayor cosa por investigar hasta el
fondo ni castigar a sus principales responsables. Pero hay algo más de lo que
no se habla mucho. Ahora que la población –hastiada y desesperada por la
criminalidad, la inseguridad y la violencia– ve con buenos ojos que nazcan los
hijos del “Atlacatl”, el “Atonal” y el “Belloso” en los cuarteles o que clonen
a Domingo Monterrosa, nadie o casi nadie se acuerda desde cuándo se estrenó la
Fuerza Armada del “nuevo El Salvador” en tareas de seguridad.
Otra vez hay que leer despacito –muy
despacito, decía José Alfredo Jiménez– el Acuerdo de Chapultepec. El
mantenimiento de la paz interna, la tranquilidad, el orden y la seguridad
pública no tiene que ver con su misión; por eso se convino y además está en la
Constitución, que solo excepcionalmente podría meterse en esos asuntos;
únicamente cuando se hubieran agotado los medios ordinarios para ello. Pero el
ejército está “excepcionalmente” en ese afán, que no es parte de su mandato
constitucional, desde julio de 1993. Alfredo Cristiani lo sacó entonces con el
“Plan Vigilante”; Armando Calderón Sol con los dos “Guardianes”. De ahí en
adelante se llamaron “Caminante”, “Grano de oro”, “Tregua I”, “Tregua II”,
“Mano dura” y “Súper mano dura”, hasta meter las extremidades inferiores con las
“patadas de ahogado”. ¿Y qué se ha resuelto con cerca de ocho mil soldados a la
fecha, aplanando calles en las ciudades y veredas en los cantones? Y si eso vuelve
a fallar, ¿qué queda?
Pero quieren vender la Fuerza Armada como parte
de una “nueva estrategia”. Lo que pueden conseguir, de seguir así y como dicen
por ahí, es “que les den en la nuca” como pasó en Honduras. Tan consentidos
están los militares que mientras José Atilio Benítez desacataba, Jorge Palencia
aconsejaba. ¿Quién es el primero? El que fue viceministro y ministro de la
Defensa Nacional en tiempos de Mauricio Funes, al que desobedeció manteniendo los
homenajes institucionales a violadores de derechos humanos castrenses. Como
“castigo”, su entonces flamante “comandante general” lo mandó como embajador a España y el actual
lo trasladó a Alemania.
¿Quién es el segundo? Pues quien fungía
como consejero en la sede diplomática salvadoreña allá en Madrid y de quien
todo mundo esperaba sería el representante “rojo” salvadoreño ante aquella
monarquía. Pero no. Le tocó mudarse acá cerquita a Guatemala, donde sí es el embajador
de este Gobierno. Pero qué “baje” le dieron a quien en la década de 1970 “sudó
la camiseta” y “se jugó el pellejo”, siendo coordinador del Movimiento de la
Cultura Popular; el “MCP”, le decían, del aguerrido Bloque Popular
Revolucionario.
Y a propósito de aprender de las lecciones
de dolor y esperanza que quedaron de aquellos años, el querido “viejo” Palencia
supo sintetizar una con la letra de su pluma y los acordes de su guitarra. “Marchando
van –cantaba– los obreros con las manos campesinas. Qué belleza, qué belleza
compañeros… La alianza obrero-campesina. ¡Los oligarcas ya se han puesto a
temblar!”. Esa alianza en el abajo y el adentro del país, donde corre la sangre
de las víctimas que desesperadas ya no hayan qué hacer, debería reeditarse para
poner a temblar a la delincuencia exigiéndole a las autoridades estatales con
marchas como las de antes – auténticas y combativas– que la enfrente en serio.
“Basta y sobra con recordar lo que nos hizo llorar la madre
naturaleza, para no pensar jamás que son la guerra y la paz un simple juego de mesa” Eso dice la canción de
Marcial Alejandro, finamente interpretada por Tania Libertad y recordada al
principio de estas líneas. Que dejen ya de jugar, pues, con esos asuntos en las
lujosas mesas de los poderes. Porque en este país “se necesita mucha firmeza,
el amor y la ternaza… Ganas de reconstruir y nunca más permitir que perdamos la
cabeza”.
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