Benjamín Cuéllar
“No tuvo culpa quien nos inventó el
dinero ni el pobre chino que a la pólvora dio a luz, ni la oratoria encumbrada
de los griegos ni el carpintero de la tan famosa cruz”. Qué bien y con cuánta
razón canta esto “Buena fe”, el hasta ahora excepcional dúo caribeño que
es sensación musical dentro y fuera de su isla natal. Y qué bien –¡pero qué
bien!– le cae al pelo esa tonada a este sufrido país en el que, ni marchando
por sus calles de San Salvador y otras ciudades al son de “La ballamesa”, el
“bueno” logra derrotar al “malo”.
“Contemplad nuestras huestes
triunfantes, contempladlos a ellos caídos. Por cobardes huyen vencidos; por
valientes… supimos triunfar”. Ni esa inspiradora lírica de ese que es el himno
nacional cubano, llama a pensar y mueve a El Salvador entero para que la
sociedad y los aparatos de gobiernos central y locales se unan después y más
allá de la numerosa caminata reciente –gozada, obligada, alabada y hasta
ninguneada– para lanzarse en pos de hacer realidad lo que hace más de
veintitrés años se pactó: la “paz”.
Pero lo que se logró, esta solo
alcanzó para los guerreros. Esa “paz” tantas veces examinada por los sistemas
intergubernamentales universal y americano, por académicos y pensadores,
analistas muy listos y demás, no dio para más. Porque, hasta ahora, esa “paz”
exclusiva y excluyente no ha sido saboreada por las víctimas de antes, durante
y después del pleito armado entre aquellos que no murieron en el mismo aunque
sí lo dirigieron y se sirvieron con las cucharas más grandes.
Pero bien y con toda la razón, “Buena
fe” entona lo siguiente: “Ni aquella bala de andar perdida, ni los gusanos en
la cosecha podrida… Huérfana culpa vuela sin dueños. Donde se pose, nunca
crecerán los sueños… No tiene culpa el papel por lo que aguante ni el
instrumento por el disonante acorde, ni las costuras para que se vea
elegante la recia porra que cuelga del uniforme”. Y sigue necia esta
pareja inmejorable de creadores culturales nacidos en Cuba: “Me duele
tanto cuando la culpa –¡ay, la culpa, la maldita culpa!– no la tiene nadie”.
De las inseguridades ciudadana,
económica y jurídica –por no mencionar otras tantas más, vigentes y
dolientes– nadie, nadie tiene la culpa en El Salvador. En este país no son
culpables de eso ni ARENA con su veinte años de mal Gobierno y sus casi seis de
deficiente oposición, ni el FMLN al revés. Bien les valdría mejor entonar como
alabanza conjunta de un bipartidismo hipócrita e indolente ante el dolor
profundo de las víctimas, intentando tener conciencia de sus deudas con las
mismas y armonizando a una sola voz con un poquito de decencia ante el pueblo
–el que no le pertenece ni a uno ni a otro– lo que alguna vez cantó y puso de
moda el venezolano José Luis Rodríguez. “No te engaño al pedirte perdón
–imploraba “El Puma”– por el daño que pude causarte. No des vueltas buscando un
culpable. ¡Culpable soy yo!”
Pero no. Acá, en la que consideran su
finca, “culpable es el otro y no yo”. Eso dicen ambos partidos que tiene en sus
manos el hacer y el no hacer en la politiquería vernácula. Es ese el
“ping-pong” guanaco de la evasión de responsabilidades mutuas y la falta de
compromisos de país; es el andar permanentemente enfrascados en “dimes y
diretes” necios y por gusto, no en función de las víctimas de un sistema
generador de muerte lenta y violenta sino de los votos –los tan ansiados votos–
de la próxima elección. La “culpa real” dijeron antes los unos y hoy dicen los
otros –ambos chocantes entes electoreros– la tuvieron y la tienen quienes
informan sobre lo que pasa en esa realidad hambrienta y sangrienta.
Lo que sí es cierto, es que hay una
tremenda culpa dentro de una sociedad blandengue que no culpa y no castiga a
esas maquinarias partidistas sin alma de pueblo sufrido y sufriente; dentro de
una sociedad que no les reclama con fuerza y sin treguas, que cumplan el
mandato constitucional de tener a la persona humana como centro de la actividad
estatal y alcanzar el bien común. Sí tiene culpa la sociedad salvadoreña de no
exigirles que trabajen para eso y que, de no hacerlo, expíen sus culpas en el
averno del ostracismo político.
“Lo que grita la calle, el informe lo
oculta”, dice la gente y la canción. Por eso, peor aún. Pero no se puede tapar
el sol ni siquiera desde el “poder”, señalando con un dedo acusador a quien observa
la realidad y critica los responsables de que esté tan mal. Parafraseando a
“Buena fe”, la cobardía pretende ocultarse con el disfraz de la tolerancia. No
tener la valentía para tocar lo intocable es “políticamente correcto”, porque
hay que ser “complacientes” para no arriesgar esa “paz” exclusiva; esa “paz”
que nunca ha disfrutado la gente de abajo y de adentro, a la que
recurrentemente le piden los votos queriendo convencerla de que son los otros
los culpables del mal común.
Esas han sido y son las guías máximas de
los gobiernos que después de la guerra en El Salvador, sin vergüenzas de ningún
tipo, han defraudado a sus mayorías populares. Pero también, es ese el desafío
a encarar por parte de estas para cambiar en serio lo que las abruma día a día.
Porque hay otra culpa, según el citado y pequeño texto musicalizado hecho de
muy buena fe por ese par de intérpretes cubanos.
Ambos le cantan muy afinados y
mejor atinados a una “ilusión como linterna en la penumbra”. Dice la letra
de su novísima trova: “Quiero esa culpa de empinar los imposibles que mis
abuelos me obsequiaron en la infancia; denme la culpa de estallar cuando se
arrime la cobardía con disfraz de tolerancia. Culpa coraje, culpa
valiente”. Bien dicho, “Buena fe”. Porque de no ser así, ¿de qué
otra forma será posible enfrentar y superar todo eso que angustia, desespera y
hace morir, desaparecer y emigrar a otras tierras a tanta población
salvadoreña?
Si no se explota de indignación y con
coraje, si no se pasa del lamento al grito y a la acción con inteligencia y
creatividad, ¿qué va a cambiar solo yendo a cada rato a las urnas sin opción
real para que gane el país? Como bien dicen en México y bien sirve para ya
dejar de hablar de culpas no asumidas arriba y no reclamadas abajo: “No tiene la culpa el
indio, sino el que lo hace compadre”
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