Benjamín Cuéllar
“Los muertos están cada día más indóciles”,
sentenció el poeta. “Antes era fácil con ellos. Les dábamos un cuello duro, una
flor. Loábamos sus nombres en una larga lista: ‘que los recintos de la patria’,
‘que las sombras notables’, ‘que el mármol monstruoso’... El cadáver firmaba en
pos de la memoria. Iba de nuevo a filas y marchaba al compás de nuestra vieja
música”. Él, el poeta engrosó –luego, luego a sus casi cuarenta años– la lista
de esos muertos que empezaban a ser distintos por incómodos. Un 10 de mayo, el
de 1975, dejó de estar entre los vivos; se supo después que lo habían ejecutado
sus compañeros de lucha. ¿Compañeros? ¿De lucha? ¡Por favor! Sus asesinos, ¡eso
sí! En seguida, quienes lo despacharon físicamente de este mundo destilaron una
verborrea de lo más incendiaria, pavoneándose como “victoriosos” ante uno “de los ataques más peligrosos” lanzados en
su contra por “la tiranía y el imperialismo”.
Dirigida la referida
agresión por la
Agencia Central de Inteligencia estadounidense, la temida CIA,
el Ejército Revolucionario del Pueblo –el terrible ERP– impidió que sus infames
antagonistas lo infiltraran y destruyeran; no permitió, dijeron, que “las masas
populares” cayeran “en la frustración al ver una de sus organizaciones de
vanguardia aniquilada por el enemigo”.
¿Cómo salió “avante” y “vencedor” de esa “dura
encrucijada” el grupo rebelde salvadoreño que dirigían Alejandro Rivas Mira (alias
“Sebastián”), Joaquín Villalobos (alias “Atilio”), y Jorge Meléndez (alias
“Jonás”)? Capturando en abril de ese año a “Julio” y “Pancho”; esos,
respectivamente, eran los seudónimos de Roque Dalton y Armando Arteaga. Semanas
más tarde, anunciando que el primero había sido “detectado,
capturado y fusilado por las fuerzas del ERP”. Junto a él también mataron a
quien Dalton, aseguró la jefatura del grupo guerrillero, había instigado y
puesto en su contra. Así, pues, “Julio” y “Pancho” pasaron a insolentar a más muertos.
“Pero qué va… –escribió por
eso el bardo inmolado– Los muertos son otros
desde entonces. Hoy se ponen irónicos… Preguntan. Me parece que caen en la
cuenta de ser cada vez más la mayoría”. Claro que sí; desde entonces, más y más,
pasaron a ser las mayorías populares que a diario desafiaron y desafían la
muerte lenta y muerte la violenta. A veces las esquivan; muchas veces no.
Y sus
verdugos, quienes llamaban “masas” al pueblo sufriente, comenzaron a labrar su
futuro. Iniciaron el camino a las montañas, de donde bajarían a disrutar el
“descanso del guerrero”. Uno de ellos, el “gran hermano”, no tomó esa ruta: “Sebastián”
desapareció, con dinero mal habido en nombre de la “causa”. Pero los demás, sí.
Hoy el comandante “Atilio”, como “lumbrera” de la politiquería internacional, observa
al país y habla del mismo desde su heredad en Inglaterra; su camarada “Jonás”
permanece impune, protegido por la invulnerabilidad que lo ha cobijado por
siete años durante los gobiernos del cambio y la esperanza, ese par de ladrillos
puestos y pateados en la antesala de un “buen vivir” que no llega más que para
una minoría.
Particular zafada. ¡Seguro es del pueblo! De ninguna
forma pueden robárselo unas élites partidistas, políticas, económicas y/o
mediáticas. En eso, Funes sí tuvo razón. Es de las mayorías populares; de esas
que no entraron hace siete años a Casa Presidencial, de donde él quizás presuma
haber salido sin pena y con gloria. Por eso Roque sigue entonando su “Canción de
protesta”, poema que le dedicó a su entrañable Silvio. “Cayó mortalmente
herido –escribió– de un machetazo en la guitarra. Pero aún tuvo tiempo de sacar
su mejor canción de la funda y disparar con ella contra su asesino,
que pareció momentáneamente desconcertado llevándose los índices a los
oídos y pidiendo a gritos que apagaran la luz”.
Es esa luz la
que hay que volver encender, sin mesianismos frustrantes; más bien, con una
necesaria y urgente resurrección de rebeldía popular ante lo indigno. Es la luz
de la verdad y la justicia que molesta a quienes enarbolan ilegítima e
inmoralmente, con la izquierda o la derecha, ese par de buenos sueños que un
día brillarán potentes. Porque –parafraseando al mismo Silvio– el tiempo debe
estar y estará a favor de buenos sueños, pronunciándose a golpes apurado. Oigan
bien timadores “de los pequeños, de los desnudos, de los olvidados” y
usurpadores de sus causas: Roque y los demás seguirán “atentos con la absorta
pupila de lo eterno, dando voces de amor a cuatro vientos y apurando las ruinas
del infierno”.
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