Benjamín Cuéllar
Conversando con un colega argentino uno de estos días,
irremediablemente hubo que abordarla. No valió, para nada, intentar fintarla. Fue
inevitable, imposible. La situación se impuso: hubo que hablar del pan nuestro
de todos los días: la violencia. El indicador para retratarla con mayor
crudeza, el que está más a flor de piel, obviamente es el de la mortandad.
Homicidios y feminicidios con víctimas de todas las edades, pero en su mayoría
de un único grupo social: el de quienes viven en condiciones de mayor
vulnerabilidad. Le conté que en enero, febrero y marzo del presente año el
promedio fue de veintitrés y abrió los ojos, para exclamar sorprendido: “¡Ché!
¿A la semana?” “No… al día”, le dije. Quedó más desconcertado. Por eso le
aclaré que en abril bajó a “solo” doce. “¿Y qué? ¿Con eso me querés presumir?”,
replicó.
“Mal de muchos, –dicen– consuelo de tontos”. Quizás por ello
y por solidaridad, más sosegado pero siempre con su clásico acento, el camarada
porteño se refirió a su tierra. “La casa del encuentro”, organización argentina
que apoya a mujeres víctimas de violencia en sus hogares, informó que entre el
2008 y el 2014 ocurrieron allá 1,808 feminicidios. Como recién había conocido
la información de la Organización
de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA)
y la tenía fresca, me animé a darle unos
datos: del 2010 al 2015 fueron 2,521 acá. En un año menos que allá, acá hubo
713 más. Una simple resta y ya.
La aritmética también estableció que allá promediaron siete
víctimas cada diez días; acá, la misma cantidad pero en menos días: seis. Solo
que las mujeres argentinas en el 2012, superaban los veintiún millones; las
salvadoreñas no llegaban, entonces, a tres millones trescientos mil. Pero las
violaciones de derechos humanos, más cuando se arrebata la vida, no se valoran
con calculadora en mano. Se lamentan una a una, porque se trata de la muerte de
una persona con dignidad propia, amada por su familia y apreciada por sus
amistades. Familia y amistades quedan con la mezcla de una profunda tristeza,
un enorme dolor y una legítima indignación; también con razones ciertas para
temer.
Eso ocurre abajo entre las mayorías populares; es parte de su
calvario cotidiano. Allá arriba, Temer es otra cosa. Es el político carioca que
hoy “usurpa” la silla de la
Dilma ; es el “traidor” que encabeza un Gobierno provisional
porque, lo dijo el profesor en su cátedra del sábado 14 de mayo recién pasado, es
fruto de “una manipulación política”. Toda la gente que asistió ese fin de
semana al “Festival del buen vivir”, versión guanaca del “Aló presidente”
venezolano, escuchó a Salvador Sánchez Cerén decir eso; también la que lo
aplaudía a sus espaldas, la que lo sintonizó en alguna emisora y quienes lo
vieron en televisión. Toda esa gente lo oyó decir que pediría a su embajadora
–“nuestra” fue la palabra que ocupó– regresar al país.
El anterior no tuvo vocero oficial conveniente y
convenenciero; para qué, si él se bastaba solo y sobraba hasta para regalar. Pero
este sí. De ahí que el locuaz Eugenio Chicas, confirmara lo que dijo su jefe el
mencionado sábado. Pero fue más allá. Tras el comunicado oficial
brasileño, recordando las
“intensas relaciones económicas” bilaterales y la condición de El Salvador como
“mayor beneficiario” de su cooperación técnica en Centroamérica, Chicas –“íntegro”
como el que más– declaró: “¡No pasarán!” No, perdón; esos eran los sandinistas
de antaño. Chicas pontificó así: “La cooperación no puede ser utilizada como
herramienta política para chantajearnos en materia de principios democráticos.
Este Gobierno, este pueblo salvadoreño, tiene un enorme sentido de dignidad”.
Que el pueblo tiene tamaña dignidad, seguro que sí. Por eso
luchó tenaz y valientemente hasta que lo embaucaron con el cuento del “Chapulín
colorado”. Pero, ¿el Gobierno? Antes que “el gallo cantara tres veces”, vino su
reculada y la “chimoltrufiada” aquella: “No
nos hágamos tarugos, pos ya sabes que yo como digo una cosa digo otra. Pues si
es que es como todo, hay cosas que ni qué, ¿tengo o no tengo razón?”
Ahora resulta que nadie dijo que no reconocerían a Temer como
presidente provisional; más aún, sin hacerse cargo, Sánchez Cerén aseguró que El Salvador
no había “planteado el rompimiento de relaciones con Brasil”. Cierto, El
Salvador no; pero Salvador, el profesor, sí. Toda la gente lo oyó. Además, hay
un comunicado de “su” Cancillería sosteniendo que “su” Gobierno “no reconoce al
llamado Gobierno provisional del Brasil”. Pero, al final, terminó temiendo algo:
que Temer le cortara “su” cooperación brasilera. Así, Eugenio –“su” vocero–
terminó achicado.
Hay, pues, aritmética de la muerte y aritmética de los
dólares. Pero hay otra y esa es, de verdad, la más poderosa. El 3 de junio del 2015 marcharon y se
concentraron en varias ciudades argentinas miles y miles de personas, en una
multitudinaria demostración de fuerza popular, de justa indignación y de total
repudio a la violencia contra la mujer. La consigna “ni una menos” convocó también
a profesionales y políticos, artistas y activistas de derechos humanos,
periodistas y deportistas… Todo el mundo acudió al llamado.
Esa es la aritmética de la gente que lucha en defensa de sus
derechos y que los reclama acumulando poder, haciéndolo sentir con imaginación
y pasión más que con “misión” y visión”. Es la aritmética de sumar esfuerzos
para multiplicar resultados, derrotando así a quienes solo restan y dividen.
Eso es lo que hace falta acá para cambiar esta dura realidad: que la gente pase
del “pueden” al “podemos”, del “hagan” al “hagamos”. No hay de otra. ¿Es ese el
camino? Como diría la “Chimoltrufia”: “Claro que por supuesto que desde luego
que sí”. Entonces, que ni derechas ni izquierdas nos sigan viendo la cara.
Mejor, ¡vamos a andar!
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