Benjamín Cuéllar
No queda más que decantarse por lo
segundo. En este país hay hartas “bestias” –hambre, sangre, corrupción e impunidad,
son algunas– para llamar a una legítima rebelión popular. Las hay para cuestionar
e incluso desplazar, tanto a unos como a otros que –derrochando incapacidad pública
y notoria– ocupan la conducción de la cosa pública desde 1989 hasta la fecha.
Ya va más de un cuarto de siglo, sin que nadie haga nada para cambiar semejante
absurdo.
En ese
escenario, ahora claman auxilio quienes desde una “derecha” privilegiada hicieron
lo que quisieron con el aparato estatal durante tanto tiempo y no pagaron factura.
Lo hicieron sin ser “derechos”, con total impunidad. Antes, cuando gobernaban al
iniciar la posguerra, se opusieron hasta donde pudieron a la creación de un
ente especial para investigar y erradicar los grupos de exterminio, fuesen
“escuadrones de la muerte” o “comandos de ajusticiamiento”. Lo rechazaban virulentamente,
alegando una “intervención foránea” agraviante que obstaculizaría el trabajo
institucional soberano que iba por buen camino. En realidad, había que impedir
que esa “criatura” frenara el quehacer criminal de grupos armados ilegales,
estableciera responsabilidades y recomendara medidas para no repetir esa macabra
experiencia.
Los mismos demandan, actualmente,
una Comisión internacional contra la impunidad en El Salvador. “CICIES” le
dicen, con una chocante falta de creatividad al ocupar el mismo título que en
Guatemala. ¿Se darán cuenta de que el apoyo técnico de Naciones Unidas al Estado
chapín, sentó al general Efraín Ríos Montt y otros colegas suyos en el banquillo
de los acusados o los mandaron “a las rejas”? ¿Sabrán eso quienes defienden un puchito
de militares, para que no los extraditen a España? Porque la impunidad no
alcanza para los perpetradores de crímenes de guerra y contra la humanidad.
Esos son imprescriptibles. ¿Cómo se logró tanto en el país vecino? Con una
buena Fiscalía General, el respaldo de la Comisión internacional contra la impunidad en
Guatemala –la CICIG –
y las víctimas luchando por hacer valer su derecho a la justicia.
Si no “les cae el veinte” en eso,
deben considerar también que El Salvador es parte de dos convenciones contra la
corrupción: la interamericana y la universal. La segunda, la de Naciones Unidas,
en su artículo 29 dice que “cada Estado Parte
establecerá, cuando proceda, con arreglo a su derecho interno, un plazo de
prescripción amplio para iniciar procesos por cualesquiera de los delitos
tipificados con arreglo a la presente Convención y establecerá un plazo mayor o
interrumpirá la prescripción cuando el presunto delincuente haya eludido la
administración de justicia”. Al final del 2015, diputados de ARENA mostraron
anuencia a legislar sobre la imprescriptibilidad de delitos relacionados con
corrupción. Solo es cuestión de
coherencia, pues, para abrirse a posibles investigaciones de su membresía en
esta materia.
Lo que acá se necesita,
ciertamente, es que funcione en serio el sistema de justicia interno. Hay que
hacer lo posible para que eso ocurra; por ello, no le caería mal un empujón
internacional especializado como el que se ha dado en tierras chapinas. Pero el
actual partido de Gobierno –como antes el otro– se opone y mantiene “sedadas” a
muchas víctimas de la exclusión, la violencia, la corrupción y la impunidad. Vuelto
otro cuentero, dizque salvador de su rebaño, exclama lastimero: “¡Viene el lobo!
¡Viene el lobo, vestido con piel de CICIES!” No son pocos quienes le creen. Y cuando
alguien dice que no es cierto, responde: “Sí, ¡sí es!” Y más que mordiendo,
afirman sus voceros en su griterío, vienen dando golpe tras golpe. Eso sí, son
“golpes suaves”.
“Este
tipo de planteamiento –declaró recién el secretario general del FMLN– no es
otra cosa que buscar (la) manera de crear mecanismos internacionales para que
vengan a descontrolar la situación”. Según él, pues, está controlada. “Eso no
es más que un ‘golpe suave’, como se le llama en América Latina”,
sentenció el altísimo… dirigente. Su compañero en aquella lejana rebeldía, hoy presidente
del país, no desentonó el pasado primero de mayo. Lanzó una advertencia a su
calamitosa oposición. “¡No sueñen con que van a derrocar el gobierno actual del
FMLN!”, arrancando el aplauso del público presente en el acto oficial y
oficioso del Día del trabajo. Y no le costó trabajo al profesor y mandatario, acusar
además a la “derecha” de “finquera” y de estar contra la voluntad popular al no
respetar “los resultados electorales”. ¿Raro, verdad? Él asumió el cargo hace
dos años y todo indica que sigue ahí.
Puestas
así las cosas, no vendrán “golpes suaves” contra el Estado; esa es paja de la
más barata. Eso sí, el pueblo salvadoreño continuará sufriendo –golpe a golpe,
sin ninguna suavidad– los embates del hambre, la sangre, la corrupción y la
impunidad. ¿Hasta cuándo le durará su estoica capacidad de aguante? Cuidado, no
vaya a ser que la fábula se vuelva realidad y se los coma el lobo.
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