miércoles, 11 de mayo de 2016

Golpe a golpe

Benjamín Cuéllar

El pastorcito, aburrido de cuidar ovejas sin sobresaltos, decidió divertirse gritando: “¡Viene el lobo! ¡Auxilio!” La comarca entera corrió para encontrarlo riéndose por la alharaca generada. Satisfecho con su burla, volvió a las andadas y la gente crédula acudió de nuevo para toparse con lo mismo: un “chistosito” insolente “llevándosela de vivo”. Cuando realmente le cayó el carnívoro animal, chilló y chilló pero nadie le hizo caso. Así, pastorcito y manada fueron presas fáciles. Moraleja: “En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”. ¿Hay diferencia o similitud entre esa fábula y el mísero espectáculo cotidiano que, hasta el empacho, ofrece la marrullera política nacional escasa de “clase”, “nivel” o “altura”? 


No queda más que decantarse por lo segundo. En este país hay hartas “bestias” –hambre, sangre, corrupción e impunidad, son algunas– para llamar a una legítima rebelión popular. Las hay para cuestionar e incluso desplazar, tanto a unos como a otros que –derrochando incapacidad pública y notoria– ocupan la conducción de la cosa pública desde 1989 hasta la fecha. Ya va más de un cuarto de siglo, sin que nadie haga nada para cambiar semejante absurdo.

En ese escenario, ahora claman auxilio quienes desde una “derecha” privilegiada hicieron lo que quisieron con el aparato estatal durante tanto tiempo y no pagaron factura. Lo hicieron sin ser “derechos”, con total impunidad. Antes, cuando gobernaban al iniciar la posguerra, se opusieron hasta donde pudieron a la creación de un ente especial para investigar y erradicar los grupos de exterminio, fuesen “escuadrones de la muerte” o “comandos de ajusticiamiento”. Lo rechazaban virulentamente, alegando una “intervención foránea” agraviante que obstaculizaría el trabajo institucional soberano que iba por buen camino. En realidad, había que impedir que esa “criatura” frenara el quehacer criminal de grupos armados ilegales, estableciera responsabilidades y recomendara medidas para no repetir esa macabra experiencia. 
Los mismos demandan, actualmente, una Comisión internacional contra la impunidad en El Salvador. “CICIES” le dicen, con una chocante falta de creatividad al ocupar el mismo título que en Guatemala. ¿Se darán cuenta de que el apoyo técnico de Naciones Unidas al Estado chapín, sentó al general Efraín Ríos Montt y otros colegas suyos en el banquillo de los acusados o los mandaron “a las rejas”? ¿Sabrán eso quienes defienden un puchito de militares, para que no los extraditen a España? Porque la impunidad no alcanza para los perpetradores de crímenes de guerra y contra la humanidad. Esos son imprescriptibles. ¿Cómo se logró tanto en el país vecino? Con una buena Fiscalía General, el respaldo de la Comisión internacional contra la impunidad en Guatemala –la CICIG– y las víctimas luchando por hacer valer su derecho a la justicia.

Si no “les cae el veinte” en eso, deben considerar también que El Salvador es parte de dos convenciones contra la corrupción: la interamericana y la universal. La segunda, la de Naciones Unidas, en su artículo 29 dice que “cada Estado Parte establecerá, cuando proceda, con arreglo a su derecho interno, un plazo de prescripción amplio para iniciar procesos por cualesquiera de los delitos tipificados con arreglo a la presente Convención y establecerá un plazo mayor o interrumpirá la prescripción cuando el presunto delincuente haya eludido la administración de justicia”. Al final del 2015, diputados de ARENA mostraron anuencia a legislar sobre la imprescriptibilidad de delitos relacionados con corrupción. Solo es cuestión de coherencia, pues, para abrirse a posibles investigaciones de su membresía en esta materia.

Lo que acá se necesita, ciertamente, es que funcione en serio el sistema de justicia interno. Hay que hacer lo posible para que eso ocurra; por ello, no le caería mal un empujón internacional especializado como el que se ha dado en tierras chapinas. Pero el actual partido de Gobierno –como antes el otro– se opone y mantiene “sedadas” a muchas víctimas de la exclusión, la violencia, la corrupción y la impunidad. Vuelto otro cuentero, dizque salvador de su rebaño, exclama lastimero: “¡Viene el lobo! ¡Viene el lobo, vestido con piel de CICIES!” No son pocos quienes le creen. Y cuando alguien dice que no es cierto, responde: “Sí, ¡sí es!” Y más que mordiendo, afirman sus voceros en su griterío, vienen dando golpe tras golpe. Eso sí, son “golpes suaves”.

“Este tipo de planteamiento –declaró recién el secretario general del FMLN– no es otra cosa que buscar (la) manera de crear mecanismos internacionales para que vengan a descontrolar la situación”. Según él, pues, está controlada. “Eso no es  más que un ‘golpe suave’, como se le llama en América Latina”, sentenció el altísimo… dirigente. Su compañero en aquella lejana rebeldía, hoy presidente del país, no desentonó el pasado primero de mayo. Lanzó una advertencia a su calamitosa oposición. “¡No sueñen con que van a derrocar el gobierno actual del FMLN!”, arrancando el aplauso del público presente en el acto oficial y oficioso del Día del trabajo. Y no le costó trabajo al profesor y mandatario, acusar además a la “derecha” de “finquera” y de estar contra la voluntad popular al no respetar “los resultados electorales”. ¿Raro, verdad? Él asumió el cargo hace dos años y todo indica que sigue ahí. 

Pero más allá de las declaraciones rimbombantes o mordientes de quienes ejercen funciones públicas y dirigen partidos políticos, las cartas están echadas. El lastimero sistema de justicia interno no está a la altura de unas muy difíciles circunstancias nacionales; en lugar de un poderoso movimiento social, autónomo y coherente, lo que hay desde hace buen rato es un fluido y creciente movimiento migratorio; la antipatía de la “izquierda” a un apoyo internacional para combatir la impunidad es furibunda, pese a que hace años la buscaban y hasta la imploraban.

Puestas así las cosas, no vendrán “golpes suaves” contra el Estado; esa es paja de la más barata. Eso sí, el pueblo salvadoreño continuará sufriendo –golpe a golpe, sin ninguna suavidad– los embates del hambre, la sangre, la corrupción y la impunidad. ¿Hasta cuándo le durará su estoica capacidad de aguante? Cuidado, no vaya a ser que la fábula se vuelva realidad y se los coma el lobo.




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