Benjamín Cuéllar
Cuenta el “primo”
David Escobar Galindo que, en una de sus tardes juveniles departíendo con Saúl
Flores, se le ocurrió preguntarle al maestro para qué servía la memoria. Con su
precisión característica, recuerda el poeta, don Saúl respondió: “Para entender
mejor el presente”. No más. Habría que agregarle lo tantas veces dicho: para
aprender de las lecciones que encierra y no cometer los mismos errores; también,
para extraer de la misma sus enseñanzas positivas en aras de un mejor porvenir.
Hay que conservarla viva con sus miserias y glorias. La memoria histórica es,
en palabras de David, “el constante ejercicio de lo que venimos siendo como
herederos del día anterior y como tributarios del día que sigue”.
¿Qué pasó aquel “día anterior”, el miércoles 30 de julio de 1975? Por la
tarde, una marcha de estudiantes acompañada por mucho pueblo exigía –en las
calles aledañas a la Universidad de El Salvador– se atendieran sus demandas más
sentidas. Sin decir “agua va”, la manifestación fue artera y brutalmente atacada
por fuerzas represivas del régimen. Con la “definición”, la “decisión” y la
“firmeza” anunciadas por el militar de turno que entonces usurpaba la
Presidencia –el coronel Arturo Armando Molina– las muertes violentas, las
desapariciones forzadas y las ilegales capturas se desataron entre las
instalaciones del Instituto Salvadoreño del Seguro Social y las del Externado
de San José, colegio jesuita que abrió sus puertas para brindar refugio como
pudiera y a quien pudiera.
Paradojas de la vida y la muerte en El Salvador. Contiguo a ese colegio estaba
la Policlínica Salvadoreña. En aquella época, eran las entidades privadas que
proveían de educación y salud a la flor y nata del país. Y al frente de las
mismas, en su calle y sus aceras, ese miércoles corrió la sangre de una
juventud salvadoreña que luchaba por su mejor formación académica, mezclada con
la de la pobrería solidaria que la apoyaba en su cruzada.
Un día después, en el titular principal de “El diario de hoy” se leía:
“Policía dispersa manifestación”; en cambio, el de “Voz popular” decía:
“Cuerpos de seguridad masacran estudiantes”. Una y otra cara de la misma
moneda, distintas y distantes entre sí en función de los intereses de unos y
otros: los de la mentira y el oprobio, los de la verdad y la equidad. La
distorsión de la historia y el afán por rescatarla. Al siguiente día, primero
de agosto, por primera vez era ocupada la Catedral metropolitana por el pueblo
organizado.
Cuenta el buen
“Jacinto” que el 6 de agosto finalizó la toma del templo. A la hora del
desalojo, en el discurso fuera de sus instalaciones –ya con todos los bártulos
listos para partir a seguir la prolongada y cruenta lucha– se anunció la
presentación en sociedad del que sería después el masivo y combativo Bloque
Popular Revolucionario, muy seguido por el
pueblo y muy perseguido por el régimen al cual puso y mantuvo en jaque por
años. Así nació el BPR o, simplemente, el “Bloque”, que tuvo de entrada a
Mélida Anaya como su secretaria general. Se acercan ya los treinta y seis años
de la ejecución de “Polín”, el mítico dirigente campesino que también ocupó
dicho cargo hasta unos días antes de su muerte.
El mismo 30 de julio, tras la masacre, iniciaron las reuniones y
discusiones sobre qué hacer. Tomada la decisión sobre la toma de Catedral y
planificada la misma, el jueves 31 se comunicó a las “bases”. El primero de agosto
se realizó en su interior la misa de “cuerpos presentes” y, a la salida, un
grupo partió al cementerio a enterrar los cadáveres; otro cerró las puertas de
la iglesia y se quedó dentro. Falta afinar, comenta “Jacinto”, pero parece que
ese año no se realizó la tradicional “bajada” del Divino salvador del mundo. Hay
que ejercitar diariamente la memoria para no perder exactitud y, así,
difundirla con precisión.
En ese marco, cuando en el país se empezaban a sacar de la bodega los
tambores de guerra alzados después de 1932, en el Externado iniciaba la buena
conspiración en favor de las víctimas de la exclusión política, la inequidad
económica y la brutalidad oficial. Y no eran pocas las asoladas por esos males;
eran, en palabras de Ellacuría, las mayorías populares. Un par de semanas después
de que el rector autorizara salvar vidas abriendo su portón, ubicado en la 25
avenida norte capitalina, nació el Socorro Jurídico Cristiano. Vio la luz
precisamente el 15 de agosto, fecha del natalicio de monseñor.
Aquel rector era el padre Montes. Segundo de nombre, pero primero en ideas
e iniciativas necesarias como la del Socorro. Visionario y coherente, vigente
hasta ahora, era mejor conocido por los “externadistas” como “Popeye”. Tras su
primera reunión con el personal de este incipiente despacho –pequeño en tamaño
pero grande en compromiso– el beato Romero dejó plasmada en su Diario la
satisfacción personal y de Pastor que sentía por la buena
voluntad de sus “abogados de conciencia cristiana”. Porque eso eran: con título profesional o estudiando para graduarse,
inspirados en el Evangelio y en Medellín, sus integrantes se entregaron enteros
para abogar por las víctimas del mal común en El Salvador.
Ese fue el centro de su quehacer y por eso el
Socorro puso su cuota de sacrificio con sus oficinas allanadas, robo de
archivos y desaparición forzada de dos integrantes. No valían posiciones
políticas para hacer concesiones. Eso lo dejó claro Montes el 13 de abril de 1989, en una carta que mandó al director de “El diario
de hoy”. La razón: ARENA, partido en el Gobierno publicó en un comunicado su
particular interpretación de lo que el jesuita expresó en una entrevista,
transmitida el día anterior. Montes aclaró que en la misma no se
trató el tema del terrorismo –hoy de nuevo de moda– y reafirmó lo que
había dicho: advertir sobre el incremento de la violencia, en un entorno donde
las partes procurarían negociar “desde posiciones de fuerza”. El
jesuita lamentó que ARENA interpretara
de forma “parcial e ideologizada” sus palabras, atribuyéndole
una falsa legitimación de la violencia guerrillera. Vueltas las que da la
vida…
“Creo que
es indispensable, y requisito de honestidad, el conocer la realidad y no
pretender ocultarla. Por supuesto que estoy contra la violencia y contra toda
violación a los derechos humanos. Pero también estoy contra la mentira y la
calumnia pública. El mal fundamental es la guerra, y si somos consecuentes
debemos hacer lo posible por alcanzar una verdadera paz […] Ojalá no
caigamos en el error de otros grupos sociales y políticos que se cierran a todo
dato, a todo análisis, a toda interpretación que no esté de acuerdo con su
posición, y se los considera enemigos por ello”. Eso alegó Montes en su misiva.
Parafraseando el tango de Le Pera en la voz del gran Gardel, cuarenta
años no es nada si no se aprende de lo bueno y lo malo. Ahhh… Tiempos aquellos que
nunca deberán volver por la represión ilícita que ahora, preocupantemente,
vuelve a asomar. Pero sí habrá que revivirlos por la organización de las
víctimas y la defensa seria, consistente e inclaudicable, de las víctimas de
violaciones de sus derechos. Así, con esas habilidades y esos quehaceres, habrá
que techar y cerrar El Salvador con esperanzas de pies a cabeza, alfombrarlo
con la suavidad plena de los logros reales –sin turbias manchas demagógicas– y
acondicionarlo con aires nuevos de lucha por el bien común. Primero Dios y
Segundo Montes.
Muy bueno mi amigo
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