Benjamín Cuéllar
Imperdonable. Pasó el 12 de marzo y
no escribí sobre las cuatro décadas transcurridas tras una emboscada realizada
entonces; en ese fatal suceso fallecieron Manuel Solórzano de 72 años y
Nelson Rutilio Lemus de 16 ‒ambos campesinos‒ y el jesuita Rutilio Grande,
cerca de cumplir 50. Este sacerdote, junto al también jesuita José María
Cabello, a mis escasos 15 “abriles” marcaron el rumbo de mi existencia.
Conocí
a Rutilio en el Externado de San José, en 1971, durante su paso por el colegio
de la Compañía de Jesús en El Salvador. Llegó para ser el prefecto de
disciplina en la secundaria. Ese cargo, definitivamente, no era para él; por
ello, en 1972 se convirtió en
párroco de la iglesia Señor de las Misericordias en Aguilares, departamento
de San Salvador.
Pero fue por él
que descubrí los documentos finales de la segunda Conferencia general del episcopado latinoamericano realizada en 1968,
mejor conocidos como los Documentos de Medellín por ser esta ciudad colombiana
la sede para su realización.
Esos textos y las inolvidables conversaciones con el padre Grande,
respetuosamente así lo llamábamos, fueron claves para escribir el discurso del
acto conmemorativo de la “independencia” patria que leí ante padres y madres de
familia, junto a otros curas y buena parte del profesorado que me escuchaban
con sorpresa y ‒seguramente‒ molestia en el patio central del quizás más
elitista colegio privado del país en aquel entonces.
No volví a saber nada de él, hasta que se propagó como
reguero de pólvora la noticia de su martirio y el de sus acompañantes. Lo que
sí sé es que Rutilio llevó a monseñor Romero al Socorro Jurídico Cristiano
(SJC), fundado en 1975 cuando el rector “externadista” era Segundo Montes ‒también
jesuita y mártir‒ abrió las puertas del colegio para ello. Fundador y primer
director del SJC fue mi hermano Roberto.
Este habla con propiedad pues los conoció a ambos,
precisamente por su labor al frente de dicha oficina en un entorno cada vez más
caliente por las graves violaciones de derechos humanos, la amplia exclusión
social ‒principalmente entre el campesinado‒ y la impunidad imperante. Tres
temas que a Rutilio y a Romero, los relacionaron con “Beto”; los dos curas estaban del
todo convencidos de que debía utilizarse el “Derecho justo”, como instrumento
valioso en la lucha por reivindicar la dignidad pisoteada de las mayorías
populares por un sistema del todo injusto.
¿Por qué afirmo que Rutilio llevó a Romero al SJC? El 31 de marzo de 1978, el segundo inició su Diario personal.
Entonces habló de una importante reunión; la más importante de esa fecha, le
dictó a la grabadora donde el hoy beato comenzaba a registrar los hechos
destacados de cada jornada. Se juntó con el personal del SJC y le comentó las
dificultades que enfrentaba para auxiliar legalmente a tantas víctimas. Antes
había buscado, sin éxito, abogados con mayor experiencia. La razón: el caso del
padre Grande. No sin desconfianza por la juventud de los “socorristas”, Romero
se agarró de sus manos y caminó hasta su muerte martirial con el apoyo de ese
pequeño equipo.
Ejecutado su amigo querido y sus dos
acompañantes, monseñor se negó a asistir a los actos oficiales gubernamentales
mientras no se aclararan esos hechos. Así, no concurrió a la investidura
presidencial del general Carlos Humberto Romero el 1 de julio de 1977, quien
fuera ministro de Defensa y Seguridad Pública durante la administración del
coronel Arturo Armando Molina.
Considerando la cadena de mando castrense, el
general Romero no podía ser eximido de responsabilidad en lo relativo a las
graves violaciones de derechos humanos ocurridas entre el 1 de julio de 1972 y
el 30 de junio de 1977. Iniciaron con la cruenta toma militar de la Universidad
de El Salvador, el 16 de julio de 1972, seguida por la masacre de estudiantes
de la misma y pueblo que acompañaba la protesta el 30 de julio de dicho mes.
Resulta paradójico que el
actual Gobierno del FMLN sumara sus votos legislativos, para decretar tres días
de duelo nacional por el fallecimiento del general Romero el 27 de febrero del
corriente año. Hasta hoy, es el último presidente derrocado por ‒entre otras
razones‒ perseguir y reprimir al pueblo en general y al organizado en las cinco
agrupaciones que integraron el frente guerrillero, ahora partido político peleando
elecciones impúdicamente. Sin embargo, no hizo nada por rendir homenaje oficial
a Rutilio el “grande”, cuatro décadas después de su martirio. Una pequeñez más
de la antigua “rebeldía”. !Nada sorprendente ya!