lunes, 28 de noviembre de 2016

Romero fue reflexivo, cauteloso, no improvisado

" En una entrevista con la revista cibernética EL FARO, el Col. Adolfo Majano, líder golpista salvadoreño en 1979, acusa al Beato Óscar Romero de ser desequilibrado, improcedente y hasta irresponsable en sus actuaciones.  Monseñor Romero cometió muchas imprudencias temerarias, estaba toreando el toro a cada rato”, asevera Majano en su polémica entrevista.  El discurso en el que monseñor Romero gritó ‘¡Cese la represión!’ fue una estupidez”.

Con la facilitación de Paulita Pike y Cultura Romeriana, Súper Martirio ha consultado el tema al Dr. Benjamín Cuellar, el destacado abogado salvadoreño, hasta hace poco director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (la “UCA”), defensor y experto en derechos humanos y en las estrategias de promoción y activismo en la materia, quien convalida rotundamente la actuación de Mons. Romero y desvirtúa las conclusiones de Majano."

Conociendo esos antecedentes y su tendencia a consultar, no es posible aceptar que venga alguien a descalificar la denuncia profética del beato tachándola de parcial, desequilibrada; menos quien antes de tratarlo unas pocas veces en unos pocos meses, no lo conoció antes ni dijo nada al respecto inmediatamente después del martirio...)" Continuar su lectura en  Romero fue reflexivo (http://polycarpi.blogspot.com/2016/11/romero-fue-reflexivo-cauteloso-no-un.html) 

sábado, 19 de noviembre de 2016

"He visto el futuro: es un crimen"

Benjamín Cuéllar

Transitando por las calles de la mexicana “ciudad de los ángeles” con Víctor Flores al timón de su “nave”, quién sabe en qué año, este hermano del alma y décadas me dijo: “Mincho, oí esto”. Una voz grave y pastosa, seductora y adictiva sin remedio, colmó el interior del carro y me atrapó para siempre. El Víctor, no nos hagamos, se regodeó al verme en plena Puebla caer atrapado por Leonard Cohen. Era la primera vez que le ponía atención.

Lo había oído. Pero, “autista” confeso que soy, no le había puesto atención. No me percaté antes del monstruo que, en ese instante, irrumpía en el “disco duro” musical de este servidor. Como buen disc-jockey frustrado que soy, previo a escuchar su versión de “The future” en aquel homenaje a Cohen hace casi una década en Barcelona, ya sabía que Luis Eduardo Aute lo citaba en “La barbarie” que es la octava de sus “aleluyas”.  


Con este antecedente, mientras se votaba el pasado martes 8 de noviembre en los Estados Unidos de América, decidí escuchar mejor al canadiense. No sabía que había muerto un día antes; su familia hizo público el suceso hasta el jueves 10, al enterrarlo junto sus padres. Hoy me entero, además, que el fin de su paso por el mundo llegó mientras dormía luego de haberse caído en su vivienda. Murió –acaba de comunicar Robert B. Kory, su manager‒ de formarepentina, inesperada y pacífica”.

Ese electorero día, buena parte de la humanidad estaba pendiente de lo que ocurría en suelo estadounidense. Se realizaban las elecciones más impresentables que yo recuerde, de entre las muchas que recuerdo. Relajado, a estas alturas de “mi partido” ese será el estado normal que intentaré mantener, renuncié a las noticias; preferí, como dije, escuchar a Cohen. ¿Con cuál empezar? Pues por la que la ocasión ameritaba y reclamaba: “Democracia”.

“Viene ‒escribió‒ a través de un agujero en el aire, de esas noches en la plaza de Tiananmen. Viene del sentimiento de que esto no es exactamente real; o es real, pero no está exactamente ahí. De las guerras contra el desorden, de las sirenas noche y día, de los fuegos de los mendigos, de las cenizas de los gays: la democracia llega a los Estados Unidos”. Así llega, gran Cohen, entre la protesta y la represión; se siente y no se siente; se aprecian y desprecian algunas de sus grandezas, se esconden y exhiben algunas de sus miserias.

“Viene a través de un hueco en la pared, en un visionario torrente de alcohol; de la tartamudeante transcripción del Sermón de la Montaña, que no voy a molestarme en hacer como si entendiera. Viene del silencio en el muelle de la bahía; del valiente, audaz, maltratado corazón de Chevrolet: la democracia llega a los Estados Unidos”. Así llega y se va, dilecto Leonard, en ese país del norte de América y en sus pares del “primer mundo”: forzada, ebria y malhablada; silenciosa y escamoteada, a bordo de un viejo pero aún venerado coche.

“Navega, navega ‒¡oh poderoso barco del Estado!‒ hacia las orillas de la necesidad, pasados los acantilados de la codicia a través de las ventoleras del odio. Navega, navega… Llega primero a América, la cuna de lo mejor y lo peor. Es aquí donde tienen el alcance y la maquinaria para el cambio, y es aquí donde tienen la sed espiritual. Es aquí donde la familia está rota y es aquí donde los solitarios dicen que ha de abrirse el corazón a un nivel fundamental: la democracia llega a los Estados Unidos”.

¡Imponente y contundente! Retratar así al “imperio” es desnudar las falacias de sus acólitos y lameculos de hoy; esos que siempre, cuando lo “combatieron”, lo satanizaban por los siglos de los siglos amén. ¡Implacable e impecable! Este ser acaba de lograr su trascendencia más trascendental: de mortal excelso ya pasó a la excelsitud de la inmortalidad.

“Mientras hacía las valijas en Los Ángeles ‒expresó modesto al recibir el Príncipe de Asturias de las Letras 2011‒ me sentía un poco inquieto, porque los premios de poesía siempre me han resultado algo equívocos. La poesía viene de un lugar que nadie comanda, que nadie conquista. Por eso me siento casi un charlatán, aceptando un premio por una actividad que no domino. En otras palabras, si yo supiera de dónde vienen las buenas canciones, iría a ese lugar más seguido”.

Y contó su relación de juventud con los poetas ingleses; los estudió y copió, ansioso por tener una voz que no logró. Cuando leyó a Lorca no se la copió; él le dio “permiso” para hallar la propia. Eso es, afirmó Cohen, “encontrar un yo. Un yo que no es estático; un yo que lucha por su existencia”. Pasó el tiempo y comprendió además que la voz “incluía algunas instrucciones”. ¿Cuáles? “Nunca plañir con displicencia. Y que si alguien va a expresar la gran inevitable caída que nos espera a todos, debe hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza”.



Ya tenía la voz, pero le faltaban instrumento y canción. Así, empezando la década de 1960, en un parque de Montreal descubrió a un joven y magnífico guitarrista español que no hablaba inglés. En un “francés precario” acordaron comenzar las respectivas y necesarias clases. El primer día evidenció su torpeza con el instrumento; el segundo aprendió una  “progresión de seis acordes, que es la base de muchas canciones de flamenco”; el tercero, el maestro no apareció y el alumno se enteró que se había suicidado.


Esa progresión de seis acordes fue “la base de todas mis canciones y de toda mi música”, confesó. Por ese desconocido suicida y Lorca, Cohen transitó la vida hasta llegar a su inevitable caída batiendo las alas que lo eternizaron: dignidad y belleza. Desde lo alto del vuelo vio el futuro y sentenció: “Es un crimen”.


viernes, 11 de noviembre de 2016

De rastreros y sublimes

Benjamín Cuéllar

Hoy hay desconcierto planetario. Creyeron que la elección estadounidense del pasado martes 8 de noviembre, aunque apretada, sería ganada por la oferta demócrata; pero no, la ganó alguien considerado intratable e impresentable. Y estupefacta, mucha gente cuerda y decente en El Salvador vio asumir la presidencia de la Asamblea Legislativa a quien declara que “la pena de muerte, a manos de ciudadanos honrados o del Gobierno, es una solución”. Años atrás, haciendo proselitismo, externó su deseo de que Antonio Saca ‒entonces candidato y luego primer mandatario‒ fuera “clonado”; suerte que no se le hizo, porque actualmente su amigo está preso y procesado por corrupción de altos vuelos.



¿Cómo pueden estos personajes, cada cual en su país y guardando las distancias, ocupar cargos importantes no obstante sus cuestionables trayectorias? Esa  interrogante debe o debería estar en las mentes sensatas asustadas por el triunfo de Donald Trump; también entre las conocedoras, en nuestro país, del traspaso de la conducción parlamentaria que hizo una ex guerrillera a quien ‒como afirma él mismo‒ toda su vida quiso ser militar y se preparó para ello. Lorena Peña, la comandante “Rebeca” en la guerra, le entregó el cargo a Guillermo Gallegos cuyo prototipo de militar siempre fue alguien que estuvo en las filas contrainsurgentes: su padre.

Hace quince lustros nació quien a sus veintiún años se hizo otras preguntas, mucho más profundas que la anterior, y le dijo a la humanidad cómo responderlas. ¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre, antes de que le llames “hombre”? ¿Cuántas veces deben volar las balas de cañón, antes de ser prohibidas para siempre? ¿Cuántos años pueden vivir algunos, antes de que se les permita ser libres? ¿Cuántas veces debe un hombre levantar la vista, antes de poder ver el cielo? ¿Cuántas orejas debe tener un hombre, antes de poder oír a la gente llorar? ¿Cuántas muertes serán necesarias antes de que él se dé cuenta, de que ha muerto demasiada gente?

Las respuestas, aseguró Robert Allen Zimmerman en 1961, están “flotando en el viento”. Once quinquenios después, la Academia Sueca le entregó el Premio Nobel de Literatura. ¿Por qué? Porque este músico y poeta que pasó a llamarse Bob Dylan, creó “nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”.

“No puedo evitar avergonzarme ‒escribió en 1974‒ de vivir en un país donde la justicia es un juego. Ahora todos los criminales con sus trajes y corbatas están libres para beber ‘martinis’ y mirar el amanecer. Mientras, Rubin se sienta como Buda en una celda de diez pies. Esa es la historia del ‘Huracán’. Pero no terminará hasta que limpien su nombre”.


 Indignado ante el caso de Rubin “Hurricane” Carter, el boxeador preso injustamente por años, Dylan se inspiró para ofrecerle al mundo esta fuerte denuncia del racismo imperante en un sistema considerado impecable. “No tenía ni idea de la clase de mierda que le iba a caer ‒cantó el hoy premio nobel‒ cuando un ‘poli’ lo empujó a un lado del camino, como la vez anterior (…) En Paterson así es como son las cosas. Si eres negro es mejor que no salgas a la calle”. Y el desprecio a la persona vista de menos por su color de piel o su país de origen sigue vigente allá, con posibilidades de agravarse en los años que vienen. 

“Venid amigos y reuníos a mi alrededor, os contaré una historia de cuando las minas rebosaban de rojo metal”. Así inició otra denuncia hecha canción, “North country blues, de algo también vigente: las consecuencias de la extracción minera. “Pero las ventanas tapadas con cartón ‒continuó‒ y los viejos de los bancos, te dicen ahora que la ciudad entera está vacía (…) En las cortas horas de mi juventud mi madre enfermó y fui criada por mi hermano (…) Hasta que un día mi hermano no regresó a casa, como le ocurrió a mi padre antes”.

“Ya con tres hijos, el trabajo fue reducido sin razón alguna a media jornada. No mucho más tarde el pozo fue cerrado y escaseó aún más el trabajo, y el fuego en el aire se sintió helar hasta que un hombre vino a decirnos que en una semana el pozo número once cerraba (…) Dijeron que no era rentable extraer el mineral, que era mucho más barato allá abajo, en las ciudades de Sudamérica, donde los mineros trabajan casi por nada”.

Ciertamente, las respuestas para descifrar las interrogantes que deberían plantearnos las causas de lo injusto y presentarnos las fórmulas para superarlas, están ahí: “flotando en el viento”. El problema es enredarse, como es costumbre, en la mediocridad de lo rastrero y olvidarse de lo sublime que está allá en los cielos. De qué sirve averiguar cómo llegaron Trump y Gallegos a ser presidentes de algo, por importante que sea, si resulta evidente que para ello hay que practicar el más puro y duro cinismo político. Mejor escuchar y seguir fielmente a Dylan y a quien pudo haber sido nobel, pero va camino a las alturas de los altares: el beato Romero.

La Iglesia ‒denunció este buen pastor‒ no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente, y marginar una inmensa mayoría del pueblo”.