Benjamín Cuéllar
Casaldáliga, en un poema, desafía el modo
impuesto para celebrarla en sociedades consumistas como la salvadoreña. “Es difícil –sostiene– detectar El Anuncio entre tantos anuncios
que nos invaden. ¿Existe aún la Navidad? ¿Navidad es Buena Nueva?”.
Además, el obispo denuncia que el “buey
y la mula, huyendo del latifundio, se han refugiado en los ojos de este Niño.
El hambre no es sólo un problema social, es un crimen mundial. Contra el
Agro-Negocio capitalista, la Agro-Vida, el Bien-Vivir”.
Mejor forma de evidenciar lo que ocurre en las entrañas de la exclusión
económica y social que sufren las mayorías populares en el país más pequeño de
Centroamérica, imposible.
En El Salvador, a quienes cierran sus ojos o voltean
la mirada ante esas realidades, el apellido Casaldáliga no les dice nada; menos
su poesía que, como esa sobre el nacimiento de Jesús, es grito indignado contra
el mal común. Pero quienes en esta sufrida tierra ‒desde su dolorosa realidad y
su generosa solidaridad‒ se inspiran no solo de palabra sino de obra en el
beato y mártir Óscar Romero, saben que don Pedro es quien lo proclamó santo
así:
“Como un hermano herido por tanta
muerte hermana, tú sabías llorar, solo, en el huerto. Sabías tener miedo, como
un hombre en combate. ¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de
campana! […] América Latina ya te ha puesto […] en la canción de todos sus
caminos, en el calvario nuevo de todas sus prisiones, de todas sus trincheras,
de todos sus altares... ¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos! San
Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última
homilía!”.
Don Pedro es, pues, obispo también del pueblo salvadoreño porque
desde su poesía canonizó a Romero. Pero también por acompañar a las mayorías
populares en el Mato Grosso brasileño, luchando por la vigencia de sus derechos
y asumiendo los peligros que eso conlleva. Porque ‒tal como lo plantea este
verdadero hombre de Iglesia‒ la “más esencial tarea de la humanidad es la tarea
de humanizarse practicando la projimidad”.
La
Navidad es amor, dicen… Pero ese amor no es real si subsiste el dolor de la
sangre derramada, el horror del hambre aguantado y el insulto de la impunidad
protectora de maldad. Si esa es la realidad de las mayorías populares salvadoreñas,
la Navidad es privilegio de pocos aunque mucha gente la “celebre” gastando sus
precarios recursos en un consumo instigado desde los poderes.
Por
eso, Don Pedro afirma en su poesía lo siguiente: “Todo puede ser mentira, menos la verdad de que Dios es amor y de que
toda la humanidad es una sola familia. Dios continúa entrando por abajo,
pequeño, pobre, impotente, pero trayéndonos su paz. Doña María y el señor José
continúan en la comunidad. La sangre de los mártires continúa fecundando la
primavera alternativa […] Y de noche surge el Resucitado. ‘No tengan miedo’.
En coherencia, con tesón y en la esperanza, seamos cada día Navidad, cada día
seamos Pascua”.