martes, 15 de marzo de 2016

El Salvador en tiempos de cólera

Benjamín Cuéllar 
10 de marzo de 2016

No tiene nada que ver con el insigne Gabriel García Márquez y su igualmente brillante obra: “El amor en tiempos del cólera”, que es una novela sobre el trajinar de Florentino Ariza en su apasionada y perpetua conquista de Fermina Daza. No. Se trata, más bien, de cuestiones claves de la realidad nacional que ya pasaron de ser irritantes a volverse del todo aberrantes. La primera: lo que ocurre a montones entre los sectores que subsisten en condiciones de mayor vulnerabilidad. Ahí sí es cada vez más dolorosamente vigente el “Poema de amor” del eterno Roque; ahí están, no importa la edad, las personas más tristes entre las tristes del mundo. Sobreviven resistiendo como sea, hasta que la violencia las alcanza o hasta que deciden lanzarse a la desesperada odisea para huir de sus garras. 



La segunda: el daño que causa la torpeza de quienes “desgobiernan” el país desde los tres órganos estatales y otras entidades oficiales. Por último está la miopía de quienes deambulan por ahí siendo parte de los “grandes” poderes en lo económico, mediático y partidista, presumiendo su “viveza” y disfrutando pisotear derechos con su egoísta y perversa bajeza. A estas alturas, en la “cancha número tres” –la de la voracidad electorera– los dos rivales “aetérnum” juegan taimados el partido de siempre: tramposo, sin reglas o violando las pocas que existen, sin árbitros confiables, pegando y puyando por la espalda, acompañados desde la banca por sus amañadas “reservas” azules, naranjas y verdes.

¡Da cólera! En serio. Y es mayor cuando no pasa nada. No hay rebeldía ni rebelión de la buena. No hay, pese a que la cantidad de gente desencantada y desesperanzada, burlada y encachimbada –palabra guanaca aceptada por la Real Academia y acertada dentro de la situación actual– supera a las “masas” atrapadas por el clientelismo barato, la retórica retorcida y otras argucias infames de las dirigencias “efemelenistas” y “areneras”. Pero no pasa nada. Nadie le mueve, a quienes se ufanan de sus rufianadas, el tapete en el que cómodamente se reparten el “pastel” del poder político. Porque aunque aparenten no estar de acuerdo, en esencia lo están pues tras el fin de su guerra solo cambiaron formas y no fondos. 

De entre todos los males que le carcomen más y más su cotidianeidad a las mayorías populares, el primer sitio lo ocupa la violencia bestial que llena de luto y dolor a tantas familias. No para la carnicería diaria mediante ejecuciones individuales o masacres inadmisibles; las desapariciones y la emigración forzadas, están a la orden del día. A todo ello, agréguese la infaltable y recurrente “renta” o extorsión cuyo pago ya es calificado –allá entre los “dioses del Olimpo” oficial– como “financiamiento”  de la criminalidad.

Hay otros males, pero la violencia ocupa el más deshonroso primer sitial. Junto a la inseguridad, tienen y mantienen aterrada a la población que –además– es acosada por la falta de oportunidades. ¿Y qué hacen los politicastros dirigentes de uno y otro bando? Atacarse mutuamente y descalificarse estúpidamente. Uno dice que el Gobierno y su partido están proponiendo el estado de excepción, no para combatir la delincuencia sino para “callar a los medios de comunicación” que los cuestionan y con los que han sido intolerantes. El otro afirma que la gremial más grande de la empresa privada traerá de nuevo al exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani,  no para asesorar en materia de seguridad sino para montar un “show”.

Así pasan siempre mientras la gente pasa –siempre también– mal, muy mal en un infierno con más círculos que el de Dante. No son nueve; son catorce: uno en cada departamento. Eso se confirma al leer el listado del medio centenar de municipios que, en teoría, se priorizaron para ejecutar el Plan “El Salvador seguro”: hay de todos los departamentos. Más que hablar de “estado de excepción”, entonces, mejor gritar: ¡Qué decepción de Estado!”

Porque los primeros diez municipios a intervenir en el 2015, según esa dichosa propuesta surgida de las entrañas del voluminoso Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana, son los mismos diez municipios donde recién se dijo decretarían la suspensión de garantías constitucionales dizque para acabar con la delincuencia. ¿Qué pasó entonces con “El Salvador seguro”? ¿De qué ha servido? Así, pues, este país no necesita la “gordura” de ese ente sino la cordura, la inteligencia y la participación activa de su más buena gente.

Un día después de una de tantas masacres recurrentes –la de once humildes trabajadores en San Juan Opico, departamento de La libertad, ocurrida el jueves 3 de marzo del año en curso– esa gente buena estaba indignada. Y esa indignación creció más y de golpe cuando quien prometió liderar la batalla por la seguridad ciudadana, Salvador Sánchez Cerén, agarró el avión y con su séquito oficial se fue del país parodiando al grupo juvenil santaneco de antaño. Como “Los Chirstians” iban cantando: “Yo ya me voy para Caracas…”  



Ciertamente, es más la gente buena en este país. Es más la que no está ni con uno ni con otro de ese par de prehistóricos aparatos partidistas; es más la que siente bien adentro el dolor de patria; es más la solidaria y atenta con las demás personas; es más la que se indigna ante el mal... Sin embargo, aun siendo más, esa gente buena sobrevive aguantando y aguantando precariedades y angustias sin que –hasta el momento– pase algo que le complique la existencia a quienes se han dedicado a arruinarle la suya.

Es tanta la gente buena e indignada, pues, que también da cólera que no se haga nada. Frente a esos poderes calamitosos, más parece que solo le queda encomendarse al “gran poder de Dios”. Y eso es peligroso, muy peligroso, porque “a Dios rogando y con el mazo dando”.







2 comentarios:

  1. Carlos H. Castelar16 de marzo de 2016, 18:47

    Atinado, objetivo y contundente, como siempre, Benjamín.

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  2. "A dios rogando y con el mazo dando"; no, licenciado. Ese era un dicho de un país desaparecido que se llamó El Salvador. Un país donde la gente se empeñaba en salir adelante. Ahora solo se oye: "Primero dios", "si dios quiere", "dios dirá", "dios", "dios", "dios". Vivimos en una teocracia terrible, con un dkios veterotestamentario.

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