Benjamín Cuéllar
10 de marzo de 2016
No tiene nada que ver con el
insigne Gabriel García Márquez y su igualmente brillante obra: “El amor en
tiempos del cólera”, que es una novela sobre el trajinar de Florentino Ariza en
su apasionada y perpetua conquista de Fermina Daza. No. Se trata, más bien, de
cuestiones claves de la realidad nacional que ya pasaron de ser irritantes a volverse
del todo aberrantes. La primera: lo que ocurre a montones entre los sectores que
subsisten en condiciones de mayor vulnerabilidad. Ahí sí es cada vez más
dolorosamente vigente el “Poema de amor” del eterno Roque; ahí están, no
importa la edad, las personas más tristes entre las tristes del mundo. Sobreviven
resistiendo como sea, hasta que la violencia las alcanza o hasta que deciden
lanzarse a la desesperada odisea para huir de sus garras.
La segunda: el daño que causa la
torpeza de quienes “desgobiernan” el país desde los tres órganos estatales y
otras entidades oficiales. Por último está la miopía de quienes deambulan por
ahí siendo parte de los “grandes” poderes en lo económico, mediático y
partidista, presumiendo su “viveza” y disfrutando pisotear derechos con su
egoísta y perversa bajeza. A estas alturas, en la “cancha número tres” –la de
la voracidad electorera– los dos rivales “aetérnum” juegan taimados el partido
de siempre: tramposo, sin reglas o violando las pocas que existen, sin árbitros
confiables, pegando y puyando por la espalda, acompañados desde la banca por
sus amañadas “reservas” azules, naranjas y verdes.
¡Da cólera! En serio. Y es mayor
cuando no pasa nada. No hay rebeldía ni rebelión de la buena. No hay, pese a
que la cantidad de gente desencantada y desesperanzada, burlada y encachimbada
–palabra guanaca aceptada por la Real Academia y acertada dentro de la situación
actual– supera a las “masas” atrapadas por el clientelismo barato, la retórica
retorcida y otras argucias infames de las dirigencias “efemelenistas” y “areneras”.
Pero no pasa nada. Nadie le mueve, a quienes se ufanan de sus rufianadas, el
tapete en el que cómodamente se reparten el “pastel” del poder político. Porque
aunque aparenten no estar de acuerdo, en esencia lo están pues tras el fin de
su guerra solo cambiaron formas y no fondos.
Hay otros males, pero la violencia
ocupa el más deshonroso primer sitial. Junto a la inseguridad, tienen y
mantienen aterrada a la población que –además– es acosada por la falta de
oportunidades. ¿Y qué hacen los politicastros dirigentes de uno y otro bando?
Atacarse mutuamente y descalificarse estúpidamente. Uno dice que el Gobierno y
su partido están proponiendo el estado de excepción, no para combatir la
delincuencia sino para “callar a los medios de comunicación” que los cuestionan
y con los que han sido intolerantes. El otro afirma que la gremial más grande
de la empresa privada traerá de nuevo al exalcalde de Nueva York, Rudolph
Giuliani, no para asesorar en materia de
seguridad sino para montar un “show”.
Así pasan siempre mientras la
gente pasa –siempre también– mal, muy mal en un infierno con más círculos que
el de Dante. No son nueve; son catorce: uno en cada departamento. Eso se
confirma al leer el listado del medio centenar de municipios que, en teoría, se
priorizaron para ejecutar el Plan “El Salvador seguro”: hay de todos los departamentos.
Más que hablar de “estado de excepción”, entonces, mejor gritar: ¡Qué decepción
de Estado!”
Porque los primeros diez
municipios a intervenir en el 2015, según esa dichosa propuesta surgida de las
entrañas del voluminoso Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana,
son los mismos diez municipios donde recién se dijo decretarían la suspensión
de garantías constitucionales dizque para acabar con la delincuencia. ¿Qué pasó
entonces con “El Salvador seguro”? ¿De qué ha servido? Así, pues, este país no
necesita la “gordura” de ese ente sino la cordura, la inteligencia y la
participación activa de su más buena gente.
Un día después de una de tantas
masacres recurrentes –la de once humildes trabajadores en San Juan Opico,
departamento de La libertad, ocurrida el jueves 3 de marzo del año en curso– esa
gente buena estaba indignada. Y esa indignación creció más y de golpe cuando
quien prometió liderar la batalla por la seguridad ciudadana, Salvador Sánchez
Cerén, agarró el avión y con su séquito oficial se fue del país parodiando al
grupo juvenil santaneco de antaño. Como “Los Chirstians” iban cantando: “Yo ya
me voy para Caracas…”
Ciertamente, es
más la gente buena en este país. Es más la que no está ni con uno ni con otro
de ese par de prehistóricos aparatos partidistas; es más la que siente bien adentro
el dolor de patria; es más la solidaria y atenta con las demás personas; es más
la que se indigna ante el mal... Sin embargo, aun siendo más, esa gente buena
sobrevive aguantando y aguantando precariedades y angustias sin que –hasta el
momento– pase algo que le complique la existencia a quienes se han dedicado a arruinarle
la suya.
Es tanta la gente
buena e indignada, pues, que también da cólera que no se haga nada. Frente a
esos poderes calamitosos, más parece que solo le queda encomendarse al “gran
poder de Dios”. Y eso es peligroso, muy peligroso, porque “a Dios rogando y con
el mazo dando”.
Atinado, objetivo y contundente, como siempre, Benjamín.
ResponderEliminar"A dios rogando y con el mazo dando"; no, licenciado. Ese era un dicho de un país desaparecido que se llamó El Salvador. Un país donde la gente se empeñaba en salir adelante. Ahora solo se oye: "Primero dios", "si dios quiere", "dios dirá", "dios", "dios", "dios". Vivimos en una teocracia terrible, con un dkios veterotestamentario.
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