Benjamín Cuéllar
Nunca lo estuvo, pero así la
molestaban de niña el resto de sus hermanas y hermanos. Travesuras infantiles,
aprovechando la rima. Pero entonces, tenía su familia allá en el cantón San
Pedro Agua Caliente, Verapaz, San Vicente; fue allí donde nació, creció,
trabajó, se casó y se organizó en las filas del Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRTC). En algún lado leí que según el comandante “Miguel Mendoza”, Óscar Miranda,
su hermana Sofía y ella ‒Dolores Hernández‒ fueron las mujeres decisivas para
desarrollar el trabajo revolucionario en dicho departamento de la región para
central salvadoreña.
La tía Lola fue capturada,
pero no estuvo sola; con ella estaba el pueblo al que decidió entregar su vida
y por el cual, al ser liberada, continuó luchando. Más adelante, la represión
del régimen militar y la guerra ‒que alcanzó a su entorno familiar y se llevó a
la cárcel a su hermana Sofía‒ la obligó a abandonar el territorio nacional.
Nicaragua y Cuba fueron sus destinos, pero no viajo sola; lo hizo con hijos,
hijas, sobrinas y sobrinos: ¡trece en total!
El retorno de la “expedición”
al país, el 17 de junio de 1992, fue con menos integrantes: nueve, incluida la
tía Lola. Tampoco regresó sola. Y venía con una misión, a la cual le fue fiel
hasta el final: encontrar sus seres queridos desaparecidos a la fuerza, por las
fuerzas malévolas, y exhumar a quienes yacían en fosas anónimas. Entre estos
últimos estaba el legendario comandante “Camilo Turcios”, uno de sus hijos.
Alcanzar tal cometido podría
ser menos difícil que antes, pues había terminado la guerra y al país se le
abrían las puertas para avanzar hacia la paz. En ese momento histórico, esta no
debía ser algo lírico sino una aspiración a realizar mediante el respeto
irrestricto de los derechos humanos; dentro de estos se encontraba lo que la
tía Lola buscaba: verdad, justicia y reparación integral que como víctima
merecía.
Tampoco lo hizo sola. Dolor y
reclamos suyos, era dolores y reclamos de tantas y tantas madres y demás
familiares; a esa gente, la tía Lola nunca la dejó sola; la acompañó e inspiró
siempre, transformando dolores y reclamos inmensamente humanos en poemas y
canciones que recitaba y entonaba en el Monumento a la memoria y la verdad ‒en
el Parque Cuscatlán‒ y en actividades organizadas por comités de víctimas.
Esa lucha hasta ahora sigue
vigente, porque el Estado les ha negado a las víctimas saldar sus deudas. Entre
las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, cuyo informe fue publicado
hace casi veinticinco años, estaba esta: “La construcción de un monumento
nacional en San Salvador con los nombres de las víctimas, identificadas”. No se
cumplió. El del Parque Cuscatlán, es fruto de un enorme esfuerzo desde la
sociedad, incluidas las organizaciones de víctimas.
Tampoco ha habido reparación
integral, no se decretó día feriado nacional para recordar a las víctimas ni se
creó el Foro de la verdad y la reconciliación; el seguimiento internacional al
cumplimiento de lo anterior fue nulo. Esas eran las recomendaciones de la
Comisión de la Verdad para avanzar hacia la reconciliación nacional. No las
asumieron, pese a que en el Acuerdo de México firmado el 27 de abril de 1991
las dos fuerzas enfrentadas militarmente entonces ‒que se han alternado el
Gobierno en la posguerra‒ se comprometieron a “cumplir las recomendaciones de
la Comisión”. ¿Es posible confiar en esas dos maquinarias electoreras? Seguro
que no, ni en esta ni en otras materias.
La tía Lola no estuvo sola ni
en su vela. Más allá de aquella gente que llegó por ser “políticamente
correcto”, abundó la que sí la quería de verdad. Para quienes hemos tenido y
compartido el privilegio ‒no la suerte‒ de haber estado con ella en la
intimidad del hogar junto con su hermana Sofía, tampoco nos dejó a solas. Nos
queda su ejemplo a imitar y su compromiso para seguir adelante empujando esa causa:
la de las víctimas de antes y durante la guerra. Porque en esta “paz” de las
cúpulas partidistas y de otros grupos de poder, también le desaparecieron un
hijo inmediatamente después de la famosa “tregua” de marzo del 2012.
Tía
Lola, hoy y siempre le cantaremos la letra del gran
Silvio: “Madre, en tu día, no dejamos de mandarte nuestro
amor. Madre,
en tu día, con
las vidas construimos tu canción (…) Madre, ya no estés triste, la primavera
volverá, madre,
con la palabra libertad”. Este es, tía Lola, mi humilde homenaje.
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