jueves, 27 de octubre de 2016

Sanar las heridas para alcanzar la paz

Benjamín Cuéllar

Es el lema del Tribunal internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador, que arrancó ‒sin pensarlo así‒ durante las primeras ediciones del Festival Verdad en aquellos foros por los derechos humanos, la verdad, la justicia y la paz, a finales del pasado siglo y principios del actual. Transcurrieron los años hasta que nació, en el 2009, la criatura que ya prepara su noveno período de sesiones. Yo elaboré ese lema con palabras sentidas y sentido de realidad, pues siguen abiertas las viejas heridas y se siguen abriendo nuevas. Por eso, la paz es la gran tarea nacional pendiente. Además, diseñé su logotipo: un sol naciente esperanzador, entre montañas, y una llama ardiente iluminadora del sendero a transitar.

¿Por qué hablo en primera persona? Porque es cierto y porque este es, tras más de dos décadas de hacerlo casi ininterrumpida, mi último comentario semanal para la YSUCA. Al terminar octubre, termina otra etapa de mi vida pero no mi vida. Aunque me hayan querido cortar las alas y callar la boca varias veces, emprendo un nuevo vuelo para seguir diciendo lo que pienso y haciendo lo que quiero. No es  complicado: pienso que el pueblo salvadoreño merece algo mejor y quiero seguir contribuyendo en lo posible para que eso ocurra, a pesar de los pesares.


Pronto comunicaremos qué haremos, porque no es solo un tal Benjamín Cuéllar el de ese afán. Hay más personas; algunas trabajaron en el IDHUCA dejando el pellejo para ser herramienta útil en manos de las víctimas que, por montones, se produjeron antes de los veinte años de ARENA y durante los mismos; montones que sigue produciéndose por la perversidad del sistema imperante, hoy administrado por quienes prometieron “cambio” y “buen vivir”. Con algunas de estas, generosas y utópicamente comprometidas, nos conocemos bien. Y entre bomberos no nos pateamos la manguera. Hablo de hombres y mujeres de altos quilates, que se meten al fuego sin arrugarse aunque se chamusquen en el intento; que no son producto ni de la improvisación ni del oportunismo.

Me voy de la UCA no porque quiera, sino porque no quiero seguir sin hacer lo que hice desde su interior la gran mayoría de años, durante cinco lustros a cumplirse el próximo 6 de enero. Tres jesuitas tienen que ver con esta historia; a los tres les debo tanto y se los agradezco. Por mí trajinar se cruzaran Michael Czerny, Rodolfo Cardenal y “Chema” Tojeira. Michael me contrató allá por junio de 1991, en ese México lindo e ‒igual que El Salvador‒ qué herido. Buscaba a “Nemo” para que lo sustituyera como director del IDHUCA; en menos de media hora de plática y sorbos de café, mejor se decidió por este servidor. A “Chema”, su actual director, le escribí hace unos días esto:

“Me voy apreciando en todo lo que vale ‒que es mucho‒ haber trabajado tantos años de la mano con Rodolfo Cardenal y, por supuesto, con vos. Realmente la inmensa mayoría de (…) mi paso por la Universidad jesuita, (…) fue un prolongado honor y un apreciado privilegio, como lo fue también haber conocido en esta casa de estudios y reflexiones a otras buenas personas con una enorme talla humana; hablo de los dos Jon, del ‘padre Ibis’, de ‘Rafa’ Sivate, del ‘Dino’ Brackley, Carlos Ayala, la Crista Béneke…

Asimismo, lo fue el haber compartido tantas alegrías y problemas con el personal que ha despachado en la cafetería, la despensa y la librería; igual con hombres y mujeres que han barrido hasta los más recónditos rincones institucionales, chapeado grama y hermoseado jardines, cuidado portones de pie ‒por horas y horas‒ garantizando nuestra seguridad…

Lo hice y lo disfrute siendo director del IDHUCA por veintidós años, secretario de conflictos del Sindicato de Trabajadores y Trabajadoras de la UCA, portero titular ‒más o menos eficiente‒ de muchos equipos de fútbol en los campeonatos internos durante dos largas décadas. Por cierto, ‘Chema’, ¿recordás el partido que inauguramos acá en presencia de Mario Acosta Oertel contra la ‘selecta’ de Mariona? Por ahí tengo una foto.

Trabajar a tu lado, echándote la mano en el caso de la masacre en la UCA desde el momento que llegué acá en enero de 1992 ‒siempre con el consejo atinado de Rodolfo, mi jefe inmediato‒ fue realmente una escuela. Pude investigar, opinar, discutir y proponer en lo que fue un aprendizaje de primer nivel y (…) altos vuelos. Ambos me brindaron su confianza y me dieron el chance de imaginar, inventar, arriesgar, tratar, lograr cosas novedosas y más de alguna vez hacer alguna locura que ‒bien o mal‒ quedará registrada en la historia de la lucha contra la impunidad en El Salvador y la defensa de las víctimas de violaciones de sus derechos humanos (…)

Pero también me arroparon; estuvieron junto a mí y salieron en mi defensa cuando ‒en medio del litigio estratégico por el asesinato del joven Adriano Vilanova‒ fui señalado por la máxima autoridad de Seguridad Pública como enemigo de la Policía Nacional Civil, tan solo por acusar a algunos de sus miembros como autores del crimen y pretender hacer funcionar el sistema de justicia. Estaba yo, según el ministro Hugo Barrera, fraguando un ‘complot’ contra dicha institución. La conjura real fue la de ellos. Eso pasó a mediados de septiembre de 1998; el 17 de ese mes declaraste entre otras cosas, ‘Chema’, lo siguiente: 

‘Yo quisiera afirmar el respaldo institucional de la Universidad a la labor del IDHUCA, (…) extensa y muy amplia dentro del país. Y muy necesaria. Extensa en lo que es educación en derechos humanos (…); y muy amplia porque hemos dado cursos, incluso a la PNC, sobre el tema de los derechos humanos. El otro aspecto más concreto y educativo es el de la defensa, apoyo y asesoría a personas que han sido víctimas en sus derechos fundamentales. En este terreno, la labor del IDHUCA no se centra en la simple denuncia sino que trata fundamentalmente de conseguir, a través del acompañamiento de las víctimas, que las instituciones del país funcionen realmente’. 



También me sentí del todo respaldado por ustedes cuando, el 4 de octubre de 1995, (…) salí bien librado de un atentado que todo apuntaba a que sería mortal (…) Por eso, cuando me decían ‘tenés valor’ muchas veces respondí: ‘No, tengo el apoyo de ‘Chema’ y Rodolfo’.   

‘Me llevaré conmigo en los pliegues del alma ‒cantó (…) Alberto Cortéz‒ la sonrisa de un niño; es decir, la esperanza. Esa brisa constante que sostiene mis alas’. Sí, ciertamente, me llevaré esa sonrisa de la niñez y la adolescencia en su mayoría tan maltratada en este ‘paisíto’, junto con mis alas que aún las tengo largas y dispuestas a volar (…) batiéndolas sobre la injusticia y la impunidad. Me la llevo junto con la capacidad de indignación que mantengo intacta y hasta de sobra para ‒como lo hice antes y durante mi paso por el IDHUCA‒ transformarla en una acción que cuestione el mal común y aporte a su contrario: el bien común.

No quiero seguir sin hacer nada, mientras las mayorías populares se desangran unas y se desplazan otras, desesperadas para no morir violentamente o desaparecer de este mundo forzadamente. Quiero poner mi esfuerzo al servicio de quienes desde hace cuatro décadas y media lo he puesto, para que contribuya a construir ‒terco que soy‒ un mejor El Salvador o, por qué no decirlo, un mejor y más amable ‘triángulo norte’ centroamericano.

Te reitero mi gratitud y respeto, ‘Chema’, pidiéndote que lo hagás extensivo también en lo que le corresponde justamente a Rodolfo”.

Así siento y quiero yo a estos dos curas; ese sentir y querer con el cual me voy alcanza para el personal de la YSUCA y su comunidad de “radio hablantes”. Y, ¿cómo no? También para aquel equipo valioso, hermoso, que hizo histórico al IDHUCA y quizás parecido a lo que soñó su fundador: Segundo Montes, otro jesuita de alta valía. Y ojo: hay que seguir neceando hasta sanar heridas y alcanzar paz. No importa quién se oponga. Gracias y hasta pronto…


Posdata: La Almudena; sí la Bernabeu… La destacada abogada del Centro de Responsabilidad y Justicia (CJA), también acaba de renunciar. Es pura casualidad, no vayan a pensar mal; pero no hay mal que por bien no venga, dicen.



viernes, 21 de octubre de 2016

Va como va

Benjamín Cuéllar

Cada 16 de enero, durante las casi dos décadas y media transcurridas desde que acabó la guerra en El Salvador, en las discusiones políticas sobre el país y los discursos de ocasión, casi siempre o siempre se hace referencia al “aniversario de los acuerdos de paz”. Hoy solo son recuerdos… Faltan ya menos de tres meses para llegar a esa fecha en la que, seguramente, la oficialidad y las Naciones Unidas echarán las campanas al vuelo y tiraran la casa por la ventana. El país, en esa fecha, volverá a ser noticia en el mundo por algo positivo: el “adiós a las armas”.
 Sí, positivo pero lejano y nunca logrado a plenitud. Los enemigos acérrimos se “amistaron” entre sí; dejaron de matarse mutuamente. Pero la muerte siguió presente, paseándose por y en la patria; el pueblo nunca pudo estar unido y, dividido como está, ya casi está vencido.

Muerte violenta en medio de una “paz” guanaca demoledora de esquemas y marcas en  materia de temor y dolor, dentro de un país sin guerra declarada; también derrochadora de descaros e hipocresías entre gobiernos centrales y locales, órganos que juzgan mal y legislan igual o peor, partidos que le parten el alma a la sociedad… Pero, sobre todo, generadora de víctimas. Es una “muerte natural” que no debería serlo. No debería; sin embargo, lamentable y dolorosamente, lo es.

Cinco lustros después de haberse vendido como esperanzador y luminoso ejemplo de diálogo y acuerdo para alcanzar la democracia y el respeto irrestricto de los derechos humanos, en este país se ha vuelto a hacer que se asuma como algo normal la muerte brutal. Sobre todo la producida a balazos y que genera diez, quince, veinte o veinticinco personas al día. “Murió de muerte natural”, certifica la agudeza forense popular: le metieron siete u ocho “plomazos”. Era natural que falleciera; raro sería que hubiera quedado con vida, dicen quienes ni la burla perdonan.

Pero la venta y el contrabando de armas de fuego, es negocio redondo que ni unos ni otros lo han querido parar. Eso sí, unos y otros –firmantes de aquellos acuerdos, vueltos difusos recuerdos manoseados a conveniencia– se acusan implacables de todo y por todo, sin asumir la corresponsabilidad que tienen y tendrán por los siglos de los siglos en la emergencia nacional económica ‒también política, social y de seguridad‒ reconocida oficial y públicamente al más alto nivel del poder formal. Los poderes oscuros, unos y otros, se empecinan en serrucharle el piso al presente nacional y en dinamitar su futuro.

No les quita el sueño ver en Caluco, Mejicanos y San Jacinto al pueblo –por el cual se rasgan las vestiduras acusando al rival– agarrando sus bártulos en su precariedad para salir huyendo de cualquier tipo de violencia que lo mantiene en vilo, rumbo a no importa dónde con tal de salvarse. Eso sí, los politiqueros ya casi están en campaña electoral; perdón, más bien, nunca han dejado de estarlo. Que los veinte años de ARENA; que los siete del Frente. Y ni sumados todos, hacen uno bueno. 


Esa es la historia de esta “paz” guanaca, que nunca existió y debe desmentirse. El cercano 16 de enero del 2017 renovará peroratas gastadas, nada creíbles a estas alturas. Le dará un respiro por unos cuantos días, quizás, a una “clase política” del todo desprovista de elegancia y dignidad; eso sí, para la ocasión, la falta de caché tratarán de enmascararla  o al menos disimularla con más y más derroche de hipocresía y descaro. “No hay más patrón ‒les endosa Aute‒ ni más ley ni más Dios ni más rey que el maldito dinero… Arte, poseía, belleza, ¡qué extrañas palabras! ¿Serán un conjuro? Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro”. Por eso este país, va como va.

Ante semejante e innegable escenario que hasta sus mismos arquitectos reconocen como cierto ‒eso sí, en privado y echándose la culpa uno al otro‒ se debería plantear tres desafíos con pretensión de propuestas pensando qué hacer para cambiar o, al menos, comenzar a salir de la emergencia presidencialmente reconocida y decretada. Emergencia que ‒por cierto‒ no es nuevo sino de quién sabe cuántos años de preguerra, once de guerra y veinticinco de posguerra. Por eso, hay que hacer algo. Eso sí, partiendo no del indefinido e incierto “buen vivir” sino del certero bien común; el primero característico de cualquier campaña electoral y el segundo derivado del mandato constitucional.

Para empezar, hay que exigir a las instituciones que funcionen “topándolas contra el cerco” ¡Eso y ya! Asimismo, hay que mandar al carajo a las “barras bravas”, las “turbas divinas” y otras especies propias del clientelismo partidista propiciado y alentado por unos y otros. ¿Qué no nos damos cuenta que quienes repudian a esas dos atrofiadas maquinarias electoreras, somos mayoría? ¿Qué no nos damos cuenta que esas dos empresas que comercian votos vendiendo falsas promesas, cada vez más y más convocan menos y menos?

Y por último. ¿Qué tiene usted que hacer, persona indignada, ante su vida real ninguneada? ¿Pasar de la indignación a la acción o quedarse en el vacío, en la nada? ¡La suerte está echada de ahora a siete años más! Habrá que hacer algo o seguir mal, bajo la dominación de los dos “partidosaurios”. Cierto que van camino a su extinción; pero a paso lento y a esa ritmo ‒como el paso del “pato criollo”‒  tras de sí seguirán obrando mal. 

Es en torno a las demandas de justicia que debe surgir la nueva organización popular; la de las mayorías excluidas y de las víctimas de la violencia de antes, durante y después de la guerra. Solo así se lograrán los cambios radicales y profundos postergados pues ‒lo afirmó el beato Romero el 2 de marzo de 1980, veintidós días antes de su martirio‒ “un pueblo desorganizado es una masa con la que se puede jugar; pero un pueblo que se organiza y defiende sus valores, su justicia, es un pueblo que se hace respetar”.
 

¡Hay que despertar y hacerse respetar! Si no se reacciona ya, amalgamando a la población no sedada por los discursos populistas gastados de unos y otros, pasará lo peor. Parafraseando a Augusto Monterroso: el 2024 despertaremos y los dinosaurios todavía estarán ahí.


viernes, 14 de octubre de 2016

De la internacional a la transnacional

Benjamín Cuéllar

Ayer miércoles 12 de octubre escuché en una entrevista a mi estimado amigo Roberto Cañas, integrante del grupo negociador y firmante de los acuerdos que le pusieron paro a la guerra salvadoreña; a esa cruenta y prolongada confrontación bélica que asoló al país, oficialmente desde el 10 de enero de 1981 hasta el 16 de enero de 1992. Roberto fue protagonista de aquellas conversaciones siendo miembro del FMLN histórico, ese que nació en octubre de 1980 y falleció a una muy corta edad: ni siquiera había cumplido doce años, cuando se convirtió en la politiquera maquinaria que es al día de hoy.

Ilustre personaje este Roberto, al cual me quiero parecer cuando sea grande. Entre sus muy bien confeccionadas y mediáticas pullas políticas, en esta ocasión soltó una que se me antoja simpática y a la vez atinada: se refirió a la bipolaridad del Gobierno actual y su partido, corriendo siempre el riesgo de ser etiquetado como un “golpista suave” y hasta “delicado” por excelencia, traidor y aliado de la “nauseabunda” Sala de lo Constitucional, vocero de la derecha oligárquica y “merolico” del “enemigo”. Gajes del oficio de alguien con mucho oficio, que sigue siendo coherente y consecuente con los ideales que lo llevaron a meterse en líos desde sus épocas universitarias.

Cañas no iba a hacer semejante señalamiento sin respaldo. Puso como ejemplo los discursos “buscapleitos” ‒así lo ha dicho‒ que este sábado 8 de octubre pronunciaran Medardo González, secretario general del hoy “duroblandito” FMLN; de Norma Guevara, jefa de la burocrática fracción parlamentaria del mismo; y del profesor Salvador Sánchez Cerén, el otrora “comandante Leonel González”, ahora al frente de un país maltrecho por quienes ‒unos y otros‒ después del conflicto armado se dedicaron precisamente a eso: a llevarlo a su ruina. Ya casi lo logran.

Además de las incendiarias arengas en la plaza pública, también defendieron el “nuevo El Salvador” que dicen haber comenzado a construir desde la gestión del “honesto” e “insigne” Mauricio Funes, a la fecha protegido por otro parecido a él en Nicaragua. Parecido pero no igual; el de la tierra de Sandino, juega en las “grandes ligas” de la corrupción y la impunidad.


Tras tan “levantisco” acto, la noche del martes 11 el profesor irrumpió mediante una “cadena nacional” de medios ‒ganándose la molestia de personas adictas a  novelas y noticieros‒ para anunciar que el país va viento en popa y nadie debería dudarlo; crece económicamente y casi alcanza un sitial en el “primer mundo”. Solo hay un pequeño problema: no tiene pisto, dinero, efectivo, liquidez… Se ha declarado en estado de emergencia, casi toca fondo y quiere hacer las paces con quienes fueron el blanco de sus virulentos ataques y los de sus “compas”, el pasado sábado 8 de octubre en la plaza pública. Su mensaje en diez palabras: El Salvador está sano, pero padece de un cáncer terminal.

Roberto puso otro ejemplo de la manifiesta bipolaridad gubernamental. El “profe” fue anfitrión del antiimperialista “Foro de Sao Paulo” y luego estuvo en Caracas, donde hace unos días participó en la reunión de los “países no alineados”; de ahí viajó a la capital del imperio, junto con sus colegas del “triángulo norte” centroamericano a pedirle dólares al “archienemigo” de los “diablos rojos” vernáculos. 


Un par de notorios voceros de estos últimos, se echaron una súbita “gira artística” también a la capital del imperio. Su “misión”: limpiar el “buen nombre” de uno de sus máximos jerarcas, “mancillado” por un político estadounidense “gusano” y “contrarrevolucionario” radicado en Miami. Según el “emblemático”, “didáctico” y formalmente máximo dirigente del FMLN ‒el antes mencionado González‒ tal expedición fue un “éxito total”. Deberá repetirse las veces que sean necesarias, cuando algún “gringo de pacotilla” ofenda la “pureza ideológica y política” de un miembro del liderazgo “efemelenista”. Blandirán sus nervios, otrora rebeldes, contra cualquier voz “enemiga” que ose criticar u ofenderlo.

El diputado Roger Blandino Nerio, parte de esa comitiva que visitó la capital estadounidense, días antes había censurado acremente a la embajadora de aquel país en El Salvador. La acusó de ejercer presión sobre colegas de la legislatura para que aprobaran el antejuicio del general José Atilio Benítez Parada, quien enfrenta un señalamiento  fiscal por tráfico de armas y a quien el FMLN ha defendido “a capa y espada”. “Los problemas de nuestro país son de los salvadoreños; ella que se ocupe de sus cosas”, dijo Blandino Nerio refiriéndose a la diplomática Jane Manes. “Aquí, a esta Asamblea ‒recalcó‒ ha estado llamando esta señora más de una vez a fracciones”. Se asegura que en Washington, D. C., reiteró su queja.

Pero vuelto a casa, le “corrigieron la plana”. De eso se encargó el canciller Hugo Martínez, quien puso los puntos sobre las “íes”.  “Si anda Nerio en Estados Unidos es normal”, afirmó; luego agregó “que la política exterior la lleva el presidente y el canciller”; esa es “la única opinión que cuenta en relaciones exteriores”, remató. Y de esas, las que mantiene el Gobierno de Sánchez Cerén con el de su colega Barack Obama “son sólidas y están en sus mejores momentos”, sentenció Martínez.


Tras ese “jalón de orejas” del canciller, Blandino Nerio y compañía le bajaron volumen a la ya legendaria pero vetusta consigna: “¡Yanquis, go home!” Para no “regarla” de nuevo, deberán aprenderse muy bien la no tan nueva pero ‒hoy sí vigente‒ vigente en el Frente. No es difícil pronunciarla; quizás pueda costar un poco tragarla y digerirla, pero se parece a la anterior. Vamos, “repeat after me”: “¡Yanquis, welcome!”. Lo pueden hacer con el puño izquierdo alzado. “Be happy, no problem”.


viernes, 7 de octubre de 2016

¿Alguien se acordó...



…de la Ticha, Félix, Chepe y Polín el recién pasado 29 de septiembre? Oficialmente en el Gobierno y su partido, nadie. ¿Quiénes fueron ese póquer de ases de la revolución olvidada y de su Bloque Popular? Fueron seres humanos coherentes y consecuentes con sus ideales, grandes pero humildes hasta sus finales. Respectivamente, sus nombres son –son, porque siguen vivos acá en el corazón, en la aurícula y el ventrículo de una izquierda con alma‒ Patricia Puertas y Félix García Grande, José López Velázquez y Apolinario Serrano.

La Ticha de apenas veintitrés añitos y Félix de treinta y cinco eran esposos; Chepe y Polín, ambos de treinta y cinco eran originarios de Suchitoto, departamento de Cuscatlán. Estas cuatro personas estaban entregadas en cuerpo y alma a la lucha del campesinado salvadoreño por hacer valer sus más elementales derechos, en tiempos cuando no se perdonaba semejante atrevimiento y se le cobraba con sangre la factura a quien osara enfrentar al poder económico, político y militar. 


“Cuatro civiles muertos ayer en enfrentamiento”, se leía en e1 titular de una nota publicada en la última página de La Prensa Gráfica del domingo 30 de septiembre de 1979. La versión inicial sostenía que un numeroso grupo de subversivos había atacado el Regimiento de Caballería y que los militares habían respondido, haciendo que huyeran los rebeldes sin saber si algunos resultaron heridos. Lo que sí constaba era el fallecimiento en combate de tres hombres y una mujer. Como en los enfrentamientos actuales, solo hubo bajas en uno de los bandos.

Pero al día siguiente, el primero de octubre, el mismo periódico reveló la identidad y las edades de las víctimas mortales. Entonces ya eran dos las versiones de los hechos. En una se aseguraba que habían fallecido el sábado 29 en la madrugada, cuando desde el vehículo en que se conducían intercambiaron disparos con soldados del mencionado cuartel; la segunda era que les habían marcado el alto al momento que salía un grupo de militares a hacer sus ejercicios rutinarios y no acataron la orden, por lo que les dispararon. En esta última explicación no se menciona enfrentamiento alguno. 



Días antes se había realizado el congreso del Bloque Popular Revolucionario, en el que fue nombrado Juan Chacón ‒el también querido dirigente campesino‒ como su secretario general. Juancito, como le solíamos llamar, también fue masacrado luego de haber sido secuestrado el 27 de noviembre de 1980 junto con Enrique Álvarez Córdova, Manuel de Jesús Franco, Doroteo Hernández, Humberto Mendoza y Enrique Escobar Barrera. Sus cuerpos torturados salvajemente, fueron encontrados en distintos sitios al siguiente día.

Buscando entre las noticias me encontré con una en la cual se registraba un precario “acto” realizado en la mañana del 29 de septiembre,… pero de hace años. Fuera de eso, hecho con más pena que gloria, el “FMLN oficial” ‒tal como dice en su página cibernética‒ no registra homenaje alguno a la altura de los méritos de la Ticha y sus tres compañeros inmolados hace treinta y siete años, ni del valor de Juancito y los cinco revolucionarios verdaderos que asesinaron junto a él.

Por eso ese partido político será el “oficial”, pero hace rato ‒mucho, mucho rato‒ dejó de ser el FMLN histórico. No lo es porque su dirigencia no tiene más memoria histórica que una burocrática Secretaría. Si la tuvo, no se la transmitió a su base de la posguerra o se la sustrajo para aventarla al más ingrato de los ostracismos; si la tuvo, se le atrofió en medio de su loca y desesperada carrera tras los pasos de los partidos de conciliación nacional, demócrata cristiano y republicano nacionalista: ocupar la mayoría de espacios posibles en la administración pública ‒sobre todo el del Ejecutivo‒ para luego olvidarse de sus idílicas promesas de campaña y mejor dedicarse a ciertos menesteres en provecho personal.

¿Habrá excepciones? Quién sabe. ¿Decepciones? Esas sí, las hay y muchas. Pero excepciones, a estas alturas lo dudo cada vez más pues ‒por ejemplo‒ ninguno de entre quienes presumen de su “pureza ideológica” y “contextura revolucionaria” se pronunció públicamente el pasado 29 de septiembre, siquiera a título personal; mucho menos se inauguró alguna calle o un túnel ‒aunque sea sin terminar‒ en honor a Ticha la grande y a los imprescindibles Polín, Félix y Chepe. Imprescindibles ellos y ella, porque fueron de los que lucharon toda la vida hasta el final para que otros y otras ‒no el pueblo que sigue igual o peor‒ se acomodaron bien desde hace casi veinticinco años para disfrutar la tranquilidad y la abundancia del “descanso del guerrero”; para dedicarse al “buen vivir”.


Mientras, Silvio continúa soñando con serpientes… Revolucionarios como ustedes ‒Ticha, Félix, Chepe y Polín‒ lo inspiraron a él e inspirarán a las generaciones que pronto, muy pronto agarrarán la estafeta y levantarán sus banderas… Las de ustedes y las de tanta gente buena y valiosa igual que ustedes, pero distinta a quienes sobrevivieron para regodearse sobre tanta sangre derramada.