miércoles, 29 de junio de 2016

De la A a la Z

Benjamín Cuéllar 

Ese título, bien podría imaginarse, se debe al recién pasado 22 de junio cuando –como siempre– se rinde el ritual y gastado homenaje anual al magisterio nacional. Pero, por más que traten, es imposible ocultar que este gremio es realmente sufrido; lo ha sido desde siempre. Ciento tres años atrás, Vicente Alberto Masferrer Mónico –maestro y filósofo– escribió: “[V]ivimos en una época en que el Gobierno paga exactamente a militares, jueces, administradores de rentas y demás personal administrativo. A los maestros de escuela se les debía hasta catorce meses y nadie, lo que se llama nadie, había escrito ni siquiera una carta para suplicar que se les pagara”. Esa queja minimalista la plasmó en su obra “Leer y escribir”.      




Casi medio siglo ha transcurrido desde aquella gran huelga iniciada el 21 de junio de 1968. Esa valiosa gesta dio vida a la gloriosa Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños: “ANDES 21 de junio”, de cuya gloria no queda más que la añoranza. Pero la cuota de sangre entregada por sus integrantes antes del inicio de la guerra, fue abundante. Con la guerra siguió el sangramiento y, además, se vino otro golpe artero: el despojo de las instalaciones de la Escuela Normal “Alberto Masferrer” en 1981, para entregárselas sin fecha de devolución al terrible batallón “Atlacatl”.  


De ahí salieron por la fuerza y la estulticia –hasta el día de hoy siguen fuera– quienes se formaban en sus aulas, para convertirse en excelentes profesores y profesoras. Y a casi veinticinco años del fin de aquella confrontación bélica, aún no salen de ahí los militares. El “Atlacatl” desapareció, pero permanecen usurpadores sus herederos. Incluso hasta en estos tiempos cuando quien levanta la vara de mando y jura con la mano izquierda, egresó de esa Escuela magisterial.

Gobiernos llegan, gobiernos van… Y la queja añeja de don Alberto permanece vigente: privilegian a la milicia y abandonan al magisterio. Paradoja de país, por su eterna mala conducción. Sin duda, le queda bien otro texto sacado de la centenaria obra antes citada: “El pueblo, crédulo e irreflexivo, es presa fácil de conductores egoístas o ineptos”.  

Y a ese magisterio que anda “de la ceca a La Meca” buscando formación de calidad, año tras año le entonan un encargo nada sencillo. Más en estos días. “De tus hijos la más rica prenda –finaliza su himno– de virtud el ejemplo les das y sobre ellos has tú que descienda de los cielos, hermosa, la paz”. ¡La paz! La fallida y ansiada paz que las mayorías populares continúan esperando, ojalá ya no tan crédulas e irreflexivas. Porque, si no…

Acá llaman escuelas a precariedades sin pupitres suficientes y con techos cayéndose a pausas, sin agua más que la bendita venida del cielo. Para arribar a tales planteles, buena parte de ese profesorado heroico transita kilómetros –cotidianamente– por rutas de alto riesgo. Sea a pie o en bus, van de la A a la Z. Léase y óigase bien, porque no se trata del silabario. Es de Apopa a Zacatecoluca, donde ahora la gente tiene que desconfiar hasta de los “cercanos” gobiernos locales. No solo de los del par de municipios donde, según el alboroto mediático todavía caliente, sus autoridades le facilitaron a la criminalidad organizada realizar sus maldades. No. Hay que desconfiar, ¡de todos!    

Hablemos del territorio. Cuidado, mucho cuidado si el centro de trabajo donde hay que ser abnegado y abnegada “en loor” –según reza el susodicho himno– está situado en otro territorio donde reina la mara contraria y es ahí donde viven o mejor sobreviven a diario el mentor y la mentora. Su existencia pende de un hilo. ¿Y si no pagan la “renta”? Y, peor aún, ¿si noble y valientemente defienden a su alumnado del acecho “pandilleril”?

Sobre  quienes han intentado o aparentado dirigir la política educativa en el país, antes y durante los dos últimos gobiernos, recién dijo alguien que las fronteras de su gestión abarcan apenas su escritorio y no pasan los límites de su despacho. Ese es su mundo y no el de afuera –el real– donde de la A a la Z –de Apopa a Zacatecoluca– las cosas no pintan nada bien por más afanes propagandísticos oficiales y oportunistas críticas opositoras. 

Pero mientras no se haga nada interesante, creativo y coherente, ahí seguirá esa “clase política” autóctona sin clase, decencia y pudor, turnándose cual “rueda de caballitos” el manejo –el mal manejo– de la cosa pública. Si no reaccionan sus víctimas, que somos todas las personas que aguantamos estoicamente hasta que el cuerpo aguante y el fatal destino nos vuelva a alcanzar, los ignominiosos presagios van a seguir creciendo y van seguir poniendo en vilo al país. Así las cosas, cabe preguntar: ¿Feliz día maestra? ¿Felicidades maestro?


martes, 21 de junio de 2016

¿Pueblo ignorado? Ya no, ¡ignorantes!

Benjamín Cuéllar

Uno no para de escuchar necedades disfrazadas de razones jurídicas y políticas sobre la masacre en UCA. En tal escenario, primordialmente mediático, sin muchos espacios para aclarar los fundamentos de la demanda presentada en España el 13 de noviembre de 2008, todo apunta a que se repetirá –quizás con otros “argumentos”– lo resuelto por la Corte Suprema de Justicia en mayo del 2012. La impunidad reinante en El Salvador vuelve imposible extraditar presuntos criminales a aquel reino, donde deberían rendir cuentas ante la justicia universal. Es una suerte que Estados Unidos, con todo y sus defectos, sea un país normal; por ello mandará a Orlando “Inocente” Montano al banquillo de los acusados.

Pero no es sobre eso lo que ahora se me antoja comentar. Aunque vale la pena recordar, antes de entrar de lleno al tema que me atrapó, que tras presentarse la querella en la Audiencia Nacional española el entonces presidente –Antonio Saca– reaccionó declarando lo de cajón: “Creo que abrir heridas del pasado no es la mejor fórmula para la reconciliación”. 


Alfredo Cristiani iba incluido entre los imputados por encubrir la masacre, al ocultar información sobre la misma y manosear investigaciones. Y Saca lo defendió con uñas y dientes. “Nos sentimos muy orgullosos del presidente Cristiani”, afirmó. Y lo encumbró a los altares patrios como “presidente de la paz”, el “hombre que sacó al país de la quiebra económica”. Y culminó Saca: “Estamos con él, lo apoyamos y lo apoyaremos hasta el último instante, porque es un hombre histórico para el país. Definitivamente no tiene nada que ver en eso”.

Trece meses después, con todo y sus bártulos llenos de billetes, Saca salió del partido. ARENA decidió expulsarlo. Quien hizo el anuncio fue, precisamente, Cristiani. Ahí afloraron sus heridas, producto de una batalla interna iniciada antes. Entre ambos personajes, no obstante el tiempo transcurrido, no hubo ni hay reconciliación. Esa es la parte visible: pura politiquería barata. Pero en el fondo, sigue sin salir a flote la rapiña de las grandes ligas “gansteriles” que tanto han dañado al país. Y lo seguirán haciendo mientras el pueblo no reaccione; mientras siga pecando por omisión.

Pero ya lo dije: no era ese el quid de estas líneas. Lo que me interesa compartir es un hecho reciente y aleccionador: el ocurrido con tres estudiantes de la Universidad de El Salvador –la Nacional, le dicen– quienes hace unos días quisieron conocer la opinión de este servidor sobre la situación del país. El miércoles 15 de junio hablamos. Tema obligatorio, entre otros: la masacre en la UCA.

Pasa dentro o fuera de las fronteras patrias en organismos intergubernamentales, en medios difusores, foros públicos y hasta en el campus incursionado militarmente para matar. A este trío de jóvenes le pasó: preguntaron sobre el “caso jesuitas”. Siempre, esto que sucede en la mayoría de ocasiones, desata en mí como reflejo condicionado una tajante aclaración: “Elba y Celina Ramos, las otras víctimas, no eran jesuitas”. Suelo reaccionar en un tono que hasta puede sonar mal. Y a renglón seguido, va la ampliación. 


Hay que poner en el centro a quienes, deliberada o inconscientemente, han sido ocultadas o no han sido reconocidas lo suficiente en la posguerra: las víctimas que no son lloradas y recordadas más que por sus familias y amistades. Con esta madre e hija, eso no es absoluto. Ambas son consideradas cuando se menciona, una a una, a las ocho personas indefensas ejecutadas dentro del recinto universitario aquel 16 de noviembre de 1989. No siempre con sus nombres, eso sí. Es raro que los citen. Lo común es que se refieran a “la cocinera y su hija” o a las “dos empleadas” de los sacerdotes. Cuando son nombradas, se acostumbra incluirlas al final.

Lo extendido y aceptado es referirse al “caso jesuitas”. Pero es un etiquetado erróneo y  demanda corregirse. Por la memoria de ambas mujeres, primero. Pero también porque Ignacio Ellacuría, el más mencionado y homenajeado del grupo, planteó que para alcanzar la perspectiva y la validez universal de los derechos humanos hay que tener presente la centralidad de las mayorías populares. Desde esta deben proclamarse los primeros, para lograr la liberación de las segundas.

Los curas ejecutados representan una Iglesia comprometida con su pueblo crucificado. Pero dar un sitio preferente a Elba y Celina es un acto de justicia que reivindica al resto de víctimas anónimas –centenares de miles ejecutadas, desaparecidas y sobrevivientes– que tienen más trascendencia moral y ética que muchos de los que firmaron su paz y que han desgobernado el país desde que dejaron de matarse entre sí.

Del ignoto rincón en el que se encuentran las víctimas también ultrajadas por el interesado olvido oficial, la Comisión de la Verdad rescató un pedazo de ese dolor humano ofreciendo un listado individualizado de buena parte de las que conoció. Pero si su informe tuvo ínfima difusión, a sus anexos les fue peor. Y la referida lista aparecía entre esos documentos adjuntos. 

A todas las víctimas se les debe reconocer su existencia y dar el lugar que merecen. Hay que sacarlas del ostracismo en que las tienen, más allá de los escasos “perdones generales” pedidos hasta la fecha, y colocarlas en el corazón de la historia. Cuando un Estado como el salvadoreño evoca –en el texto constitucional– a la persona humana como el origen y el fin de su actividad pero su práctica no es coherente, lo que continúa extendido y creciente es el mal común.

Contra eso se ha batallado más de dos décadas y media peleando justicia y verdad acá en el país, en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y en España, con la inspiración de dos mujeres mártires símbolo del pueblo salvadoreño al que hay que bajar de la cruz en la que permanece.


Lo sorprendente de la mentada entrevista es que los tres jóvenes estudiantes no sabían que, además de lo que le hicieron a los jesuitas, los militares también se ensañaron con Elba y Celina. Por eso hay que contar todo lo ocurrido a quienes no habían nacido o tenían pocos años de haber venido al mundo. Esas generaciones deben rebelarse ante lo que las anteriores arruinaron y continúan dañando, para superarlo.



martes, 14 de junio de 2016

Francisco ¡Vení!

Ya quedan menos de ocho meses para que El Salvador vuelva a ser “buena noticia”. Eso sí, únicamente de exportación. El 16 de enero del 2017, las élites políticas partidistas conmemorarán –probablemente cada una por su lado, como ha sido costumbre– cinco lustros del fin de su guerra y el logro de su paz. Abundantes sonrisas e hipócritas elogios habrá en medio de toda la parafernalia, dentro y fuera del país; sobrarán aplausos para sus  malos protagonistas, tanto de uno como de otro bando. Y sus comparsas también la pasarán muy bien, dándoselas de cómplices hacedores del “buen rumbo” que lleva el país.

Pero, ¿y la gente? La dolida por tanto, la desangrada por siempre y la sufrida por todo. ¿Qué pasa con las mayorías populares ansiosas de justicia legal, social e histórica? Esas, dirán, que sigan sin opinar; que se traguen su dolor y –si quieren, si pueden– que se vayan  y se sumen a quienes son una de las más rentables tablas de salvación nacional: a los “remeseros” y las “remeseras” de hoy, igual a quienes antes ampliaron el canal de Panamá y repararon la flota del Pacífico en las bases de California. ¡Roque, cómo se te extraña!    

El próximo año, además, se celebrará el centenario del natalicio del salvadoreño más inmortal y universal: el beato Óscar Arnulfo Romero y Galdámez. Por ello y para ello, de nuevo se engalanarán los poderes listos y dispuestos para recibir a quien –puede que sí– recibirán con “bombo y platillo” en su probable visita a este pedacito de tierra: a Francisco. 


Justo sería para el pueblo “romerista” que el pontífice festejara, in situ, a su santo pastor. Pero ese que sería un extraordinario honor y un enorme suceso, no lo merecen quienes han manejado el país a diestra y siniestra. Visto así, ojalá el Santo Padre los deje con los colochos hechos. ¿Por qué?, dirán. Pues porque, además de no haber hecho méritos, no le conviene ni a la “clase” política –sin clase– ni a la mezquina élite económica. Si es que el próximo no viene más duro, el papa les resbalaría por toda la cara algunas de sus reflexiones incluidas en el mensaje que lanzó este año, en la víspera del cincuentenario de la bienaventurada y sana costumbre iniciada en 1968 por Paulo sexto.

En la cuadragésima novena jornada mundial por la paz, Francisco se centró en la indiferencia y en lo malo que conlleva asumir esa actitud en un mundo convulso como el actual. La misma –señala el Vicario de Cristo– conspira contra la paz, justificando “algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de injusticias, divisiones y violencias”. Acá se daría más gusto que en México, cuando el 13 de febrero de este año le dijo a sus poderes formales y fácticos –cara a cara, sin “pelos en la lengua”– lo siguiente: 


“La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o el beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

Señoras y señores del Gobierno, del dominio y de la opulencia en El Salvador, póngase el sombrero a quien le quede y respondan. ¿Estarían en capacidad de escuchar, sin inmutarse aunque sea por dentro, recriminaciones como la anterior o más fuertes? ¿Tendrían la suficiente “cara  dura” para presumirle a la cabeza de la Iglesia católica que se avanza por la “ruta correcta”? ¿Le asegurarían que las vidas de las mayorías populares, recordando a Escobar Velado, “no son inmensamente amargas”? ¿Le mentirían afirmando –en sintonía con el irónico poeta– “que todo marcha bien, […] que nuestro crédito es maravilloso, que la balanza comercial es favorable […] y que somos un pueblo feliz que vive y canta”?

¿O le dirían la verdad? ¿Se sincerarían ante él y le confesarían abiertamente, sin locutorio de por medio, que los costos de la violencia en el 2014 ascendieron a más de cuatro mil millones de dólares y que eso equivale al dieciséis por ciento del Producto Interno Bruto, a la suma de todas las remesas, a la recaudación total de impuestos, a dos veces la factura petrolera y a la mitad de los depósitos bancarios en el sistema financiero? ¿Le contarían qué esos costos crecieron en el 2015? ¿Le revelarían que quieren imponer la paz con el ejército y que alguien tuvo la ocurrencia de querer crear comités “ciudadanos”, para darles armas de fuego en un país donde se mata a mansalva hasta por un asiento en el bus?

¿Le contarían al papa que aprobaron pagarle a la pobrería, la que tiene trabajo “remunerado”, un “pecaminoso” –así lo calificó el arzobispo metropolitano– salario acremente mínimo o más bien totalmente escuálido? ¿Lo invitarían a conferencias de prensa con funcionarios que no esconden sus picardías sino que las presumen? ¿Lo recibiría el pleno legislativo, encabezado por su próximo presidente negociado a conveniencia y quien –al sincerarse– revela que en su vida nunca se preparó “para ser otra cosa que no fuera un militar”?  


El rosario de razones desde los poderosos para no querer que venga el papa Francisco, es largo. Pero los motivos de allá abajo –donde “asustan”– para que se deje venir pueden resumirse en la lógica alegría de recibir al representante de Cristo en la tierra, siendo el salvadoreño –siempre lo ha sido– un “pueblo crucificado”. Asimismo, en la sermoneada que se esperaría le pegara a una conducción de país errática y malsana, indiferente e insolente, que durante casi dos décadas y media lo ha llevado por un rumbo incierto e incorrecto para las mayorías populares, pero beneficioso para quienes se han alternado gobiernos, fortunas e impunidades. Por eso, Francisco, ¡vení! ¿Qué te cuesta?



lunes, 6 de junio de 2016

Actualidad

Ministro, embajador y ¿prófugo? “Y allá va el general con su Estado Mayor…”

Piden antejuicio contra exministro de Defensa, José Atilio Benítez

Es acusado de traficar armas


Benítez se desempeñó como ministro de Defensa durante parte de la gestión del expresidente de la República, Mauricio Funes. | Foto por Archivo
Por Eugenia Velásquez - elsalvador.com2.jun.2016 | 16:15
El fiscal general de la República, Douglas Meléndez, pidió esta mañana el antejuicio en contra del embajador de El Salvador en Alemania y exministro de la Defensa, Atilio Benítez, por supuestos hechos de corrupción, específicamente por comercio ilegal y deposito de armas ilegales, por actos arbitrarios y estafa cometidos cuando era ministro de Defensa en 2011.
"Los hechos están enmarcados en el marco del decreto legislativo 25 que entró en vigencia en mayo de 2009 que amparaba al ciudadano que podían legalizar armas, aprovechando eso esta persona legalizó en el registro de armas, 30 armas de guerra y cortas que fueron legalizadas fuera del tiempo de ley, algunas eran armas utilizadas en la guerra entregadas por el general (Orlando) Zepeda", afirmó Meléndez.
Vamos a esperar una respuesta de la Asamblea Legislativa, abonó Meléndez.
Añadió que los hechos han sido determinados por medio de pruebas balísticas en las que se revela que les cambiaron algunas partes.

1.    El desacato a Funes: Al  teniente coronel Domingo Monterrosa “lo seguimos viendo como héoe”

“Los intocables”
Benjamín Cuéllar, sábado, 17 enero 2015

No se trata del grupo de la llamada “época de oro” del rock guanaco, que colocó éxitos como “Qué difícil es” y “Todo parece cambiar”. Tampoco de las andanzas de Eliot Ness y sus agentes, combatiendo la mafia en Chicago allá por la década de 1930. Ni de los delincuentes de “cuello blanco” que han hecho de las suyas en El Salvador, en perjuicio de sus mayorías. Fuera de la banda musical nacional que varias opiniones sitúan como la mejor entre 1960 y 1970, los otros dos casos citados tienen que ver con crimen organizado. Pero es de otra expresión del mismo, lo que ahora interesa comentar. De una cuyos miembros disfrutan en el país de la total impunidad, bendecida por quienes antes se enfrentaron a balazos y bombazos para que ahora –veintitrés años después del fin de la guerra− coexistan política y pacíficamente más allá de los berrinches partidistas, electoreros, parlamentarios y mediáticos.

Hoy, en el marco de otro aniversario más del último acuerdo entre el Gobierno y la guerrilla de entonces, firmado en el castillo de Chapultepec…


2.    Pero con Funes, “cayó parado”

martes, 28 de abril de 2015

Un buen consejo: marchando van

Benjamín Cuéllar

“Se necesita algo de llanto y entonar un dulce canto, para sentirse capaz de reclamar por la paz que necesitamos tanto...” Bastante llanto se derramó y se sigue derramando, tanto en este país como en el resto del llamado “triángulo norte de Centroamérica”. Pero, además, esa letra del mexicano Marcial Alejandro reclama entonarle estrofas a la gran ausente –desde siempre– en estas heredades: la paz. “Artistas unidos” le ofrendaron una “rola” en 1992, tras el fin de aquella guerra salvadoreña; aceptable era su letra, pero se quedó corta. Luego, “Músicos unidos” se lanzaron de igual forma en pos de ese sueño postergado, como parte de una campaña de las Naciones Unidas iniciada al comienzo de la presente década. “Yo decido vivir en paz” llamaron a su simpática y pegajosa tonada. Sin embargo, ¿hoy qué queda oír? Más lamentos y llantos lastimeros, con fondo musical de… ¡tambores de guerra!

Ya anunciaron las actuales autoridades al más alto nivel, la creación de batallones de reacción inmediata para “limpiar” el país de delincuentes…


3.      Y nunca se dejan ayudar, pues sus intereses no son los de la gente

Una propuesta. ¿La toman o la dejan?

Benjamín Cuellar Martínez


Hace ocho días, el domingo 20 de junio del 2010, fue incinerado un bus del transporte público en Mejicanos. En esa ciudad vecina de la capital de mi país, San Salvador, murieron en el instante –en un solo instante infernal– más de diez personas; entre las víctimas fatales se encontraba una niña cuyo paso en este mundo apenas alcanzó los dieciocho meses. En los días inmediatos luego del bestial suceso la cifra se incrementó hasta alcanzar las dieciséis, de treinta y una que viajaban en el vehículo. Casi simultáneamente, fueron ametralladas dentro de otro bus tres personas: dos niñas y un hombre.

Ese fin de semana se contabilizaron más de cincuenta asesinatos en un país donde hace más de dieciocho años terminó una guerra que produjo antes y durante la misma, según los cálculos más aceptados y quizás más conservadores, setenta y cinco mil muertes violentas entre la población civil no combatiente a lo largo de entre tres o cuatro lustros; hay que agregarles más de ocho mil personas desaparecidas y una abundante cantidad de detenciones ilegales y víctimas de torturas.

Por lo que se ve, los acuerdos que pusieron fin al conflicto armado no fueron lo suficientemente magnánimos con una Patria que…


Años

“¿Quién no se siente inseguro en nuestro país?”, preguntó Mauricio Funes categórico y seguro –él sí– a la multitud en el estadio “Cuscatlán” el 11 de noviembre del 2007. Violar la Constitución iniciando de esa forma un adelantadísimo proselitismo electoral, no importaba. Estaba naciendo la “esperanza” y venía el “cambio”. “El mes pasado –siguió el ungido– cerró con una tasa promedio de diez homicidios por día. Para las autoridades de seguridad pública, el que hoy se cometan dos o tres asesinatos menos al día de los que se cometían hace tres años, es un éxito”. Así le restregó a Antonio Saca su fracaso en la materia. 

 Entre las sonrisas en la tarima, algunas eufóricas, estaba la del compañero de fórmula de Funes: el profesor Salvador Sánchez Cerén, quien siete años después de ese acto lo sustituiría como presidente. Al tomar posesión del cargo el primer día de junio del 2014, apeló al llamado “Asocio para el crecimiento” como una de las panaceas para aliviar los males nacionales en el quinquenio que se estrenaba entonces y que ya arribó a sus dos años.

Dicho “Asocio” era “un enfoque innovador de la cooperación bilateral que une a Estados Unidos y El Salvador, como socios en la focalización de los esfuerzos para superar los obstáculos principales que frenan el crecimiento económico de El Salvador”. Así lo definió, literalmente, la embajada del país del norte. País al cual se refirió el profesor, en noviembre del 2009, como el “imperio” derrotado por la exguerrilla con la unidad de las izquierdas nacionales y latinoamericanas. Ese “imperio” tenía –sostuvo entonces Sánchez Cerén– “una actitud desesperada de querer volver a rescatar su presencia en el continente, pero la aspiración de los pueblos es querer caminar hacia una ruta diferente”.

Duramente, Funes lo desautorizó así de inmediato: “No solo no comparto esta visión, sino que no compromete en nada al presidente de la República. Él no puede comprometer en nada al Gobierno salvadoreño”. Le caló hondo el “jalón de orejas”,  porque en el citado discurso de hace dos años el profesor ofreció su nueva visión del “imperio”. Ya no era la “encarnación del mal”. Esa debía ser la conclusión, al menos, luego de escuchar sus siguientes palabras: “Las relaciones con Estados Unidos, donde viven dos millones de compatriotas, también son de fundamental importancia y por eso vamos a profundizarlas en el campo económico y social”. ¿Cuál “ruta diferente”?
Y las remató con estas: “El ‘Asocio para el crecimiento’ representa un eficaz plan que le brinda a El Salvador más posibilidades de hacer crecer su economía, reducir sus vulnerabilidades, disminuir la inseguridad y generar mayor inclusión”. Dicho de otra forma: “Ave César, quienes van a morir te saludan”… “Sos el único que puede salvar la situación junto conmigo, Salvador, el que cumple”, como dice la atosigante y onerosa publicidad oficial más reciente. 

Parece que el mentado “Asocio” no funcionó porque ahora van, él y sus colegas del “triángulo norte” centroamericano, a la capital imperial –perdón, federal– estadounidense tras los millones de la “Alianza para la prosperidad” a repartirse entre tres. No es la “Alianza para el progreso”. ¡No, por favor! Esa era una “perversa” estrategia del demócrata John F. Kennedy, decían las izquierdas latinoamericanas, para evitar se repitiera en la región una revolución como la cubana. La actual es una “genuina” iniciativa impulsada por el también demócrata Barack Obama que –en palabras de Sánchez Cerén– “complementa  nuestras apuestas en la búsqueda de elevar la dignidad humana de nuestros habitantes y una mayor participación en el impulso del crecimiento sostenido”. ¡Vueltas que da la vida! 


Y vueltas las de este comentario entre verdades de antaño escritas en piedra, por años y años dogmas incontrovertibles, y realidades actuales dolorosamente escritas con la sangre de la gente que siempre la ha derramado. Todo para llegar a esto último, porque la seguridad sigue siendo –junto con la justicia para las víctimas de la violencia de antes, durante y después de la guerra– el derecho más violado en El Salvador. Bueno, hay que agregar el desarrollo humano digno.

En eso de la inseguridad palmaria, tienen que ver tanto los gobiernos de un lado como del otro. Que no vengan los de ARENA a rasgarse las vestiduras, porque de estas les sale una gran cola para que se las pisen. Pero que tampoco presuman ni el actual ni su antecesor de cumplirle a la gente. Hay quien ha dicho que esta ya percibe la “derrota estratégica” de la delincuencia; eso suena a propaganda del calamitoso del Comité de Prensa de la Fuerza Armada –el COPREFA– durante la pasada guerra. Sánchez Cerén, al final de su segundo año en Casa Presidencial y del séptimo del FMLN, afirmó que las famosas “medidas extraordinarias” tienen “un alto respaldo de la población, […] lo que ratifica que vamos por la ruta correcta”.

Esa es la “foto” del momento, tomada por las “encuestadoras”. Pero hay que recordar lo que dijo Funes sobre la reducción de “homicidios”, en su discurso mencionado antes. Entonces bajaron de diez a ocho o siete; hoy de veintitrés a trece o diez. Habrá que ver las  “impresiones” futuras. Parafraseando el mensaje de este último hace nueve años, cuando lo invistieron como candidato, ojalá reflejen una población que va al trabajo sin temor a ser asesinada, que ya no vive en la zozobra diaria de que algo pueda ocurrirle. Solo entonces podrá suponerse que la actual es la “ruta correcta”.


“Mientras eso no ocurra –dijo Funes entonces– el fracaso es visible y la necesidad del cambio se acrecienta”. El problema es que no hay alternativa de cambio. Ni siquiera en los discursos. Al igual que antes, año tras año, el primero de junio siempre llegan a hablar de “logros” a la Asamblea Legislativa; afuera, en su realidad, la gente tiene que ver cómo escapa de los “ogros” que la acechan: inseguridad y violencia, inequidad y desigualdad. Eso no es, para nada, un “buen vivir”.