viernes, 27 de mayo de 2016

Golpista

Benjamín Cuéllar

El comandante Jeremías, combatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo desde antes de cumplir dieciocho años, no murió en el fragor de los combates contra las fuerzas armadas gubernamentales. A lo largo de la guerra salvadoreña finalizada al comenzar 1992, se salvó no solo una vez; se salvó varias veces. Pero murió después, sí, parapetado en su curul. Ahí renació Roger Blandino Nerio, como diputado de la exguerrilla. Era un ser político desde que tomó las armas para combatir, con razón, a un régimen autoritario que oprimía al pueblo. Pero, entregados fusiles e ideales tras los acuerdos de la paz que negociaron con el Gobierno, pasó a ser un “un político menos” –como dice aquel– y un politiquero más que de diputado mutó a alcalde del municipio de Mejicanos entre el 2006 y el 2012, para luego volver en el 2015 a la Asamblea Legislativa. 

 Al escuchar en ese Órgano las declaraciones de la mayoría de sus integrantes, el sentido del oído ya está preparado para generar –cual reflejo condicionado– algo así como una especie de “autodefensa auditiva”. Se oye la verborrea pero no se pone atención; como dicen, uno se “desconecta” en un ejercicio puro y simple de salud mental. Pero hay ocasiones en las que una palabra es clave para, a pesar de los pesares, poner atención. Recientemente, Blandino Nerio dijo una que me produjo eso: “desestabilización”. En una entrevista radiofónica el pasado martes 24 de mayo, el “reenganchado” diputado la pronunció cuando le preguntaron sobre la derogatoria de la Ley de amnistía. ¡Para qué se la mentaron! El hombre se descosió.

Habló de “sectores de poder como la Fuerza Armada […] más vinculados al pasado, que podría generar efectos desestabilizadores en el país […] pareciera ser que el interés es meter ruido en este momento, poner otra raja de leña a un incendio que se pretende desarrollar”. Luego pidió estar alertas pues “una medida de ese tipo puede generar tensiones en la sociedad salvadoreña y puede tener otras intenciones como la de querer afectar al presidente Salvador, que si bien es cierto no tiene ningún señalamiento especifico en el marco del proceso de los acuerdos de paz ni de la Comisión de la Verdad, algo especifico en términos de señalamientos duros como los que existen sobre otros personajes, pero no dejaría de ser un elemento para la desestabilización”.

Es corto el espacio para este comentario, aunque largo es el atrevimiento del parlamentario que siguió desatado diciendo: “[A]sí como han tenido veinte años de paciencia para no tocarla, porque hacerlo hoy cuando el efecto de lo que hagan, sumado a que niegan los recursos para enfrentar la violencia, sumado que ARENA niega los votos para combatir la delincuencia, pues al final solo favorecería a los delincuentes”. Luego, le pidió a las víctimas –así, sin más– seguir esperando quién sabe cuántos años más la derogatoria de la amnistía. Mientras su partido en el Gobierno esté “golpeando” a las maras, “glorioso”, no hay que “alborotar el panal” promoviendo golpes de Estado en su contra ahora desde la Sala de lo Constitucional, allá en la Corte Suprema de Justicia.

“No es meternos a discutir –siguió el palabrerío de Blandino Nerio– si la Fuerza Armada tuvo o no tuvo, si un coronel o general tuvo o no tuvo responsabilidad. Para eso habrá tiempo. Si ya pasaron veinte años y no les importó resolverlo, ¿por qué nos van a meter ruido ahora que hemos agarrado un rumbo hacia la victoria frente a la delincuencia? […] Miren, los que están soñando con golpe de Estado deberían de recordar una cosa: este pueblo aprendió a defenderse y lo que bien se aprende no se olvida […] Si alguien hoy quiere volver a la dictadura, pues yo debería estar en la obligación de decir: ‘Señores tengan cuidado, esta no es una guerra donde van a ver muertos solo de un lado’…”

Suficiente, no más. Nada más hay un par de cosas que quedan por comentar sobre semejante prédica barata. Lo primero: me declaro “golpista” porque mi firma es la primera que calza la demanda de inconstitucionalidad contra la Ley de amnistía. Demanda que elaboró, con alto profesionalismo, Pedro Martínez; ese es uno de sus tantos valiosos aportes desde el IDHUCA a la causa de los derechos humanos. Hay que reconocerle al buen Pedro haber “abogado” por su defensa durante tantos años y pedirle, exigirle, que lo siga haciendo.

Lo segundo: esa demanda fue presentada el 20 de marzo del 2013, fecha exacta en que se cumplían veinte años de espera –¿a esos se refería Blandino Nerio?– para quitar del camino esa infame retranca para la debida justicia a las víctimas y cobarde escudo de impunidad para sus victimarios de uno y otro bando. Ese día ni siquiera había iniciado oficialmente la campaña electoral, aunque el par de maquinarias electoreras pedestres y desvergonzadas ya andaban violando la Constitución con una insultante propaganda –por onerosa y bajera– a favor de sus candidatos presidenciales. De ese par, a esas alturas, nadie sabía quién ganaría. Así que la demanda no iba con dedicatoria ni contra el doctor ni contra el profesor.

Por ahí anda otro incendiario excomandante guerrillero, ahora poderoso empresario además de alto dirigente “efemelenista”, advirtiendo con “romperse la madre” si quieren separar del cargo al profesor. Lo dijo antes de que su rojo colega descubriera el supuesto “golpe” que se está fraguando en la Sala de lo Constitucional y que inició hace más de tres años con la demanda presentada para anular o derogar la Ley de amnistía. Ya no sigan abusando, creyendo que la gente es pen… denciera y que va a salir a la calle a pelearse por atacar o  defender un Gobierno que nadie pretende botar. 


Si no son serios, hagan las cosas bien. Tomen un curso intensivo de humorismo de calidad. Agarren, para empezar, la película “Si yo fuera diputado”; véanla y analícenla. Sobre todo cuando el “Chaplin mexicano” –Cantinflas– define así la democracia: “Democracia mire usté, según la lengua española traducida al castellano quiere decir ‘demos’, como quien dice ‘dimos’ y si ‘dimos’, con qué nos quedamos. Y ‘cracia’ viene siendo igual, porque no es lo mismo don Próculo se va a las democracias, que demos ‘cracias’ que se va don Próculo”. Piensen señores, no sigan insultando la inteligencia de este noble pueblo. No vaya a ser que se vayan con don Próculo y que, en lugar de “romperse la madre”, se “den en la…”  


lunes, 23 de mayo de 2016

Aritmética pura, realidad dura

Benjamín Cuéllar 

Conversando con un colega argentino uno de estos días, irremediablemente hubo que abordarla. No valió, para nada, intentar fintarla. Fue inevitable, imposible. La situación se impuso: hubo que hablar del pan nuestro de todos los días: la violencia. El indicador para retratarla con mayor crudeza, el que está más a flor de piel, obviamente es el de la mortandad. Homicidios y feminicidios con víctimas de todas las edades, pero en su mayoría de un único grupo social: el de quienes viven en condiciones de mayor vulnerabilidad. Le conté que en enero, febrero y marzo del presente año el promedio fue de veintitrés y abrió los ojos, para exclamar sorprendido: “¡Ché! ¿A la semana?” “No… al día”, le dije. Quedó más desconcertado. Por eso le aclaré que en abril bajó a “solo” doce. “¿Y qué? ¿Con eso me querés presumir?”, replicó. 

“Mal de muchos, –dicen– consuelo de tontos”. Quizás por ello y por solidaridad, más sosegado pero siempre con su clásico acento, el camarada porteño se refirió a su tierra. “La casa del encuentro”, organización argentina que apoya a mujeres víctimas de violencia en sus hogares, informó que entre el 2008 y el 2014 ocurrieron allá 1,808 feminicidios. Como recién había conocido la información de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA) y la tenía fresca, me animé a darle  unos datos: del 2010 al 2015 fueron 2,521 acá. En un año menos que allá, acá hubo 713 más. Una simple resta y ya.

La aritmética también estableció que allá promediaron siete víctimas cada diez días; acá, la misma cantidad pero en menos días: seis. Solo que las mujeres argentinas en el 2012, superaban los veintiún millones; las salvadoreñas no llegaban, entonces, a tres millones trescientos mil. Pero las violaciones de derechos humanos, más cuando se arrebata la vida, no se valoran con calculadora en mano. Se lamentan una a una, porque se trata de la muerte de una persona con dignidad propia, amada por su familia y apreciada por sus amistades. Familia y amistades quedan con la mezcla de una profunda tristeza, un enorme dolor y una legítima indignación; también con razones ciertas para temer.

Eso ocurre abajo entre las mayorías populares; es parte de su calvario cotidiano. Allá arriba, Temer es otra cosa. Es el político carioca que hoy “usurpa” la silla de la Dilma; es el “traidor” que encabeza un Gobierno provisional porque, lo dijo el profesor en su cátedra del sábado 14 de mayo recién pasado, es fruto de “una manipulación política”. Toda la gente que asistió ese fin de semana al “Festival del buen vivir”, versión guanaca del “Aló presidente” venezolano, escuchó a Salvador Sánchez Cerén decir eso; también la que lo aplaudía a sus espaldas, la que lo sintonizó en alguna emisora y quienes lo vieron en televisión. Toda esa gente lo oyó decir que pediría a su embajadora –“nuestra” fue la palabra que ocupó– regresar al país.

 El anterior no tuvo vocero oficial conveniente y convenenciero; para qué, si él se bastaba solo y sobraba hasta para regalar. Pero este sí. De ahí que el locuaz Eugenio Chicas, confirmara lo que dijo su jefe el mencionado sábado. Pero fue más allá.  Tras el comunicado oficial brasileño, recordando las “intensas relaciones económicas” bilaterales y la condición de El Salvador como “mayor beneficiario” de su cooperación técnica en Centroamérica, Chicas –“íntegro” como el que más– declaró: “¡No pasarán!” No, perdón; esos eran los sandinistas de antaño. Chicas pontificó así: “La cooperación no puede ser utilizada como herramienta política para chantajearnos en materia de principios democráticos. Este Gobierno, este pueblo salvadoreño, tiene un enorme sentido de dignidad”.

Que el pueblo tiene tamaña dignidad, seguro que sí. Por eso luchó tenaz y valientemente hasta que lo embaucaron con el cuento del “Chapulín colorado”. Pero, ¿el Gobierno? Antes que “el gallo cantara tres veces”, vino su reculada y la “chimoltrufiada” aquella: “No nos hágamos tarugos, pos ya sabes que yo como digo una cosa digo otra. Pues si es que es como todo, hay cosas que ni qué, ¿tengo o no tengo razón?”

Ahora resulta que nadie dijo que no reconocerían a Temer como presidente provisional; más aún, sin hacerse cargo, Sánchez Cerén aseguró que El Salvador no había “planteado el rompimiento de relaciones con Brasil”. Cierto, El Salvador no; pero Salvador, el profesor, sí. Toda la gente lo oyó. Además, hay un comunicado de “su” Cancillería sosteniendo que “su” Gobierno “no reconoce al llamado Gobierno provisional del Brasil”. Pero, al final, terminó temiendo algo: que Temer le cortara “su” cooperación brasilera. Así, Eugenio –“su” vocero– terminó achicado.


Hay, pues, aritmética de la muerte y aritmética de los dólares. Pero hay otra y esa es, de verdad, la más poderosa. El 3 de junio del 2015 marcharon y se concentraron en varias ciudades argentinas miles y miles de personas, en una multitudinaria demostración de fuerza popular, de justa indignación y de total repudio a la violencia contra la mujer. La consigna “ni una menos” convocó también a profesionales y políticos, artistas y activistas de derechos humanos, periodistas y deportistas… Todo el mundo acudió al llamado. 

Esa es la aritmética de la gente que lucha en defensa de sus derechos y que los reclama acumulando poder, haciéndolo sentir con imaginación y pasión más que con “misión” y visión”. Es la aritmética de sumar esfuerzos para multiplicar resultados, derrotando así a quienes solo restan y dividen. Eso es lo que hace falta acá para cambiar esta dura realidad: que la gente pase del “pueden” al “podemos”, del “hagan” al “hagamos”. No hay de otra. ¿Es ese el camino? Como diría la “Chimoltrufia”: “Claro que por supuesto que desde luego que sí”. Entonces, que ni derechas ni izquierdas nos sigan viendo la cara. Mejor, ¡vamos a andar!







miércoles, 18 de mayo de 2016

Roque y los demás están atentos

Benjamín Cuéllar

“Los muertos están cada día más indóciles”, sentenció el poeta. “Antes era fácil con ellos. Les dábamos un cuello duro, una flor. Loábamos sus nombres en una larga lista: ‘que los recintos de la patria’, ‘que las sombras notables’, ‘que el mármol monstruoso’... El cadáver firmaba en pos de la memoria. Iba de nuevo a filas y marchaba al compás de nuestra vieja música”. Él, el poeta engrosó –luego, luego a sus casi cuarenta años– la lista de esos muertos que empezaban a ser distintos por incómodos. Un 10 de mayo, el de 1975, dejó de estar entre los vivos; se supo después que lo habían ejecutado sus compañeros de lucha. ¿Compañeros? ¿De lucha? ¡Por favor! Sus asesinos, ¡eso sí! En seguida, quienes lo despacharon físicamente de este mundo destilaron una verborrea de lo más incendiaria, pavoneándose como “victoriosos” ante uno “de los ataques más peligrosos” lanzados en su contra por “la tiranía y el imperialismo”. 


Dirigida la referida agresión por la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, la temida CIA, el Ejército Revolucionario del Pueblo –el terrible ERP– impidió que sus infames antagonistas lo infiltraran y destruyeran; no permitió, dijeron, que “las masas populares” cayeran “en la frustración al ver una de sus organizaciones de vanguardia aniquilada por el enemigo”. 


¿Cómo salió “avante” y “vencedor” de esa “dura encrucijada” el grupo rebelde salvadoreño que dirigían Alejandro Rivas Mira (alias “Sebastián”), Joaquín Villalobos (alias “Atilio”), y Jorge Meléndez (alias “Jonás”)? Capturando en abril de ese año a “Julio” y “Pancho”; esos, respectivamente, eran los seudónimos de Roque Dalton y Armando Arteaga. Semanas más tarde, anunciando que el primero había sido “detectado, capturado y fusilado por las fuerzas del ERP”. Junto a él también mataron a quien Dalton, aseguró la jefatura del grupo guerrillero, había instigado y puesto en su contra. Así, pues, “Julio” y “Pancho” pasaron a insolentar a más muertos.

“Pero qué va… –escribió por eso el bardo inmolado– Los muertos son otros desde entonces. Hoy se ponen irónicos… Preguntan. Me parece que caen en la cuenta de ser cada vez más la mayoría”. Claro que sí; desde entonces, más y más, pasaron a ser las mayorías populares que a diario desafiaron y desafían la muerte lenta y muerte la violenta. A veces las esquivan; muchas veces no.

Y sus verdugos, quienes llamaban “masas” al pueblo sufriente, comenzaron a labrar su futuro. Iniciaron el camino a las montañas, de donde bajarían a disrutar el “descanso del guerrero”. Uno de ellos, el “gran hermano”, no tomó esa ruta: “Sebastián” desapareció, con dinero mal habido en nombre de la “causa”. Pero los demás, sí. Hoy el comandante “Atilio”, como “lumbrera” de la politiquería internacional, observa al país y habla del mismo desde su heredad en Inglaterra; su camarada “Jonás” permanece impune, protegido por la invulnerabilidad que lo ha cobijado por siete años durante los gobiernos del cambio y la esperanza, ese par de ladrillos puestos y pateados en la antesala de un “buen vivir” que no llega más que para una minoría. 


 Cuando vio a “Jonás” entre sus funcionarios, la familia Dalton le reclamó al embaucador que prometió no temblaría al “combatir” a la corrupción. La esposa y los hijos de Roque le prohibieron pronunciar su nombre y le añadieron, entonces, el verso que le faltaba al poema “Alta hora de la noche”; en adelante, debería terminar así: “Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre, si la verdad y la justicia siguen siendo huecas en esta tierra recargada de muerte”. La respuesta de Mauricio Funes fue la siguiente: “Roque Dalton no es de los hijos, Roque Dalton es del pueblo salvadoreño. Es como monseñor Romero. Roque Dalton es la esencia de nuestra expresión cultural y por lo tanto es patrimonio del pueblo salvadoreño, no patrimonio de particulares”. 

Particular zafada. ¡Seguro es del pueblo! De ninguna forma pueden robárselo unas élites partidistas, políticas, económicas y/o mediáticas. En eso, Funes sí tuvo razón. Es de las mayorías populares; de esas que no entraron hace siete años a Casa Presidencial, de donde él quizás presuma haber salido sin pena y con gloria. Por eso Roque sigue entonando su “Canción de protesta”, poema que le dedicó a su entrañable Silvio. “Cayó mortalmente herido –escribió– de un machetazo en la guitarra. Pero aún tuvo tiempo de sacar su mejor canción de la funda  y disparar con ella contra su asesino, que pareció momentáneamente desconcertado llevándose los índices a los oídos y pidiendo a gritos que apagaran la luz”.
  


Es esa luz la que hay que volver encender, sin mesianismos frustrantes; más bien, con una necesaria y urgente resurrección de rebeldía popular ante lo indigno. Es la luz de la verdad y la justicia que molesta a quienes enarbolan ilegítima e inmoralmente, con la izquierda o la derecha, ese par de buenos sueños que un día brillarán potentes. Porque –parafraseando al mismo Silvio– el tiempo debe estar y estará a favor de buenos sueños, pronunciándose a golpes apurado. Oigan bien timadores “de los pequeños, de los desnudos, de los olvidados” y usurpadores de sus causas: Roque y los demás seguirán “atentos con la absorta pupila de lo eterno, dando voces de amor a cuatro vientos y apurando las ruinas del infierno”.


miércoles, 11 de mayo de 2016

Golpe a golpe

Benjamín Cuéllar

El pastorcito, aburrido de cuidar ovejas sin sobresaltos, decidió divertirse gritando: “¡Viene el lobo! ¡Auxilio!” La comarca entera corrió para encontrarlo riéndose por la alharaca generada. Satisfecho con su burla, volvió a las andadas y la gente crédula acudió de nuevo para toparse con lo mismo: un “chistosito” insolente “llevándosela de vivo”. Cuando realmente le cayó el carnívoro animal, chilló y chilló pero nadie le hizo caso. Así, pastorcito y manada fueron presas fáciles. Moraleja: “En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”. ¿Hay diferencia o similitud entre esa fábula y el mísero espectáculo cotidiano que, hasta el empacho, ofrece la marrullera política nacional escasa de “clase”, “nivel” o “altura”? 


No queda más que decantarse por lo segundo. En este país hay hartas “bestias” –hambre, sangre, corrupción e impunidad, son algunas– para llamar a una legítima rebelión popular. Las hay para cuestionar e incluso desplazar, tanto a unos como a otros que –derrochando incapacidad pública y notoria– ocupan la conducción de la cosa pública desde 1989 hasta la fecha. Ya va más de un cuarto de siglo, sin que nadie haga nada para cambiar semejante absurdo.

En ese escenario, ahora claman auxilio quienes desde una “derecha” privilegiada hicieron lo que quisieron con el aparato estatal durante tanto tiempo y no pagaron factura. Lo hicieron sin ser “derechos”, con total impunidad. Antes, cuando gobernaban al iniciar la posguerra, se opusieron hasta donde pudieron a la creación de un ente especial para investigar y erradicar los grupos de exterminio, fuesen “escuadrones de la muerte” o “comandos de ajusticiamiento”. Lo rechazaban virulentamente, alegando una “intervención foránea” agraviante que obstaculizaría el trabajo institucional soberano que iba por buen camino. En realidad, había que impedir que esa “criatura” frenara el quehacer criminal de grupos armados ilegales, estableciera responsabilidades y recomendara medidas para no repetir esa macabra experiencia. 
Los mismos demandan, actualmente, una Comisión internacional contra la impunidad en El Salvador. “CICIES” le dicen, con una chocante falta de creatividad al ocupar el mismo título que en Guatemala. ¿Se darán cuenta de que el apoyo técnico de Naciones Unidas al Estado chapín, sentó al general Efraín Ríos Montt y otros colegas suyos en el banquillo de los acusados o los mandaron “a las rejas”? ¿Sabrán eso quienes defienden un puchito de militares, para que no los extraditen a España? Porque la impunidad no alcanza para los perpetradores de crímenes de guerra y contra la humanidad. Esos son imprescriptibles. ¿Cómo se logró tanto en el país vecino? Con una buena Fiscalía General, el respaldo de la Comisión internacional contra la impunidad en Guatemala –la CICIG– y las víctimas luchando por hacer valer su derecho a la justicia.

Si no “les cae el veinte” en eso, deben considerar también que El Salvador es parte de dos convenciones contra la corrupción: la interamericana y la universal. La segunda, la de Naciones Unidas, en su artículo 29 dice que “cada Estado Parte establecerá, cuando proceda, con arreglo a su derecho interno, un plazo de prescripción amplio para iniciar procesos por cualesquiera de los delitos tipificados con arreglo a la presente Convención y establecerá un plazo mayor o interrumpirá la prescripción cuando el presunto delincuente haya eludido la administración de justicia”. Al final del 2015, diputados de ARENA mostraron anuencia a legislar sobre la imprescriptibilidad de delitos relacionados con corrupción. Solo es cuestión de coherencia, pues, para abrirse a posibles investigaciones de su membresía en esta materia.

Lo que acá se necesita, ciertamente, es que funcione en serio el sistema de justicia interno. Hay que hacer lo posible para que eso ocurra; por ello, no le caería mal un empujón internacional especializado como el que se ha dado en tierras chapinas. Pero el actual partido de Gobierno –como antes el otro– se opone y mantiene “sedadas” a muchas víctimas de la exclusión, la violencia, la corrupción y la impunidad. Vuelto otro cuentero, dizque salvador de su rebaño, exclama lastimero: “¡Viene el lobo! ¡Viene el lobo, vestido con piel de CICIES!” No son pocos quienes le creen. Y cuando alguien dice que no es cierto, responde: “Sí, ¡sí es!” Y más que mordiendo, afirman sus voceros en su griterío, vienen dando golpe tras golpe. Eso sí, son “golpes suaves”.

“Este tipo de planteamiento –declaró recién el secretario general del FMLN– no es otra cosa que buscar (la) manera de crear mecanismos internacionales para que vengan a descontrolar la situación”. Según él, pues, está controlada. “Eso no es  más que un ‘golpe suave’, como se le llama en América Latina”, sentenció el altísimo… dirigente. Su compañero en aquella lejana rebeldía, hoy presidente del país, no desentonó el pasado primero de mayo. Lanzó una advertencia a su calamitosa oposición. “¡No sueñen con que van a derrocar el gobierno actual del FMLN!”, arrancando el aplauso del público presente en el acto oficial y oficioso del Día del trabajo. Y no le costó trabajo al profesor y mandatario, acusar además a la “derecha” de “finquera” y de estar contra la voluntad popular al no respetar “los resultados electorales”. ¿Raro, verdad? Él asumió el cargo hace dos años y todo indica que sigue ahí. 

Pero más allá de las declaraciones rimbombantes o mordientes de quienes ejercen funciones públicas y dirigen partidos políticos, las cartas están echadas. El lastimero sistema de justicia interno no está a la altura de unas muy difíciles circunstancias nacionales; en lugar de un poderoso movimiento social, autónomo y coherente, lo que hay desde hace buen rato es un fluido y creciente movimiento migratorio; la antipatía de la “izquierda” a un apoyo internacional para combatir la impunidad es furibunda, pese a que hace años la buscaban y hasta la imploraban.

Puestas así las cosas, no vendrán “golpes suaves” contra el Estado; esa es paja de la más barata. Eso sí, el pueblo salvadoreño continuará sufriendo –golpe a golpe, sin ninguna suavidad– los embates del hambre, la sangre, la corrupción y la impunidad. ¿Hasta cuándo le durará su estoica capacidad de aguante? Cuidado, no vaya a ser que la fábula se vuelva realidad y se los coma el lobo.